José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, noviembre 17, 2025

La fiesta de la poesía celebrada en nombre de Ileana Espinel Cedeño ha cumplido 18 años

El Festival de Poesía de Guayaquil Ileana Espinel Cedeño ha cumplido la mayoría de edad. Organizado por la Corporación Cultural El Quirófano, bajo la dirección del poeta Augusto Rodríguez, en su edición XVIII, este 2025 ha contado con el auspicio relevante de la M. I. Municipalidad de Guayaquil. En esta ocasión, el festival, que se realizó del 10 al 14 de noviembre, contó con la participación de poetas de Argentina, Colombia, Cuba, Venezuela, Estados Unidos, Rumania, Taiwán, Túnez y Ecuador.

 

Retrato de familia, en casa de la poeta Siomara España, el lunes 14 de noviembre de 2025.

            Una fiesta de la poesía se celebra con una amalgama de voces diversas que le habla al espíritu de una comunidad. ¿Qué poesía?, se pregunta el argentino Guillermo Bianchi (1970) y nos ofrece un muestrario de posibilidades: «¿la atravesada por el humo? […] ¿la que agita las alas de albatros / que baudelaire dejó sobre cubierta? ¿la que golpea la mesa del burgués? / ¿la que muerde el exilio / con su sangre de buey llena de cólera? / ¿la que anida en el árbol de alejandra? […] ¿la que no dice nada / la que no calla nunca? / ¿qué poesía?».[1] Toda, porque la poesía —la verdadera, la piadosa, la que encierra el espíritu de sus oficiantes— convierte en verbo aquello que estremece el espíritu imposible del mundo y las cosas y los seres que lo habitan.

           

María Auxiliadora Álvarez, Seth Michelson, Khédija Gadhoum, Siomara España y Raúl Vallejo, en la Biblioteca de las Artes, de la Universidad de las Artes, el lunes 10 de noviembre, en el acto preinaugural del XVIII Festival Ileana Espinel Cedeño 2025. 

             Una fiesta de la poesía es un ágape de la palabra compartida. En el Festival Ileana Espinel Cedeño la celebración contó con la cadencia suave y especulativa de lo cotidiano, en los textos de la tunecina Khédija Gadhoum (1959), en cuyo poemario Cuando el hombre se despierta ella dialoga con otros poetas y, así, canta con Chico Buarque: «se extravía / llega y se va volando / tal un canto de golondrina / el hombre peregrino. // allende mares y mareas / surca su palpitante / cuerpo /cuna de lira y lirio / en el lecho de una noticia de ayer. // con sal de viva cal / escribe su nombre / essa palavra presa na garganta / con miedo a la ceguera / y a su propia condena».[2] El rumano Tudor Cretu (1980), que causó admiración en los colegios, nos envolvió en el ceremonial de un «Exorcismo»: «sal / encógete revuélcate chorrea / por mis narices o mejor por mi coronilla / en ese instante / yo bajo un techo lleno de candelabros de bronce / encendidos en pleno día / sonriéndome desmayándome».[3] La cubana Liset Lantigua (1976), que trabaja entre el rumor de los libros de una biblioteca a la que ella le cuida el alma, invoca la posibilidad de revivir los afectos bañada en nostalgia: «Es un espiral nacarado / la casita de alguien que no precisa tanto para volver. / Deja que te acaricie con su brisa de mares / partidos (allá lo navegable). / Préstale al beso tu alma, / la cicatriz luminosa, / todo. / Puede que llore en tu mano, / puede que lama tu sal, / puede que nunca te olvide… / Ama esa certeza» (55).

            Set Michelson (1975) es un norteamericano que trabaja en la defensa de los derechos de las comunidades migrantes en Estados Unidos. Fue el editor de la antología Dreaming America: Voices of Undocumented Youth in Maximum-Security Detention (2017), que reúne poemas, escritos en talleres de poesía dirigidos por él, por adolescentes migrantes indocumentados que están detenidos en un centro de máxima seguridad en EE. UU. Set Michelson leyó «Gracias natural», una hermosa meditación sobre la fusión del ser humano con la naturaleza:

 

Amanecer. Cielo rosado. El sol apenas en el horizonte, comenzando a iluminar un mundo hecho añicos. Al mismo tiempo, un montañista sube de las ruinas. Piso a piso llega a la cima del Monte Ceniza. Allí, sudado, hambriento, sonríe sobre el valle, la panorámica capaz de redimir cualquier espíritu. Y Ceniza, encantado, tiembla con alegría, pero ligeramente, para que todos piensen que es la brisa que hace tiritar las flores. (50)

 

           

Augusto Rodríguez, Fang-Tzu Chang y Amang Hung, en la Biblioteca de las Artes.

             Contemplamos el arte sutil y delicado de la poesía oriental de dos poetas taiwanesas de palabra finamente sugerente. Con su poema «Comiendo pescado», Amang Hung (1964) nos enseñó que al comer pescado uno se alimentaría de los seres que ama, cuyas cenizas han sido arrojadas al mar: «Solo pienso en todos los peces que he comido de ese mar / Cada uno delicioso / Con sus escamas centelleantes / Pero cuando un pez muere, ese destello desaparece, se convierte en carne / Un destello que me encanta comer» (35). Chang Fan Shi (1964) nos habló de la lucha cotidiana por la supervivencia del idioma Hakka, su lengua materna, en un poema que funde la figura de la madre y la resistencia del ser dolido desde la urgencia de su lengua:

 

Mi lengua materna

me besa cada día los labios.

Nunca los ha mordido

¿Por qué lucen tan deslucidos,

por doquier amoratados?

 

¡Ah! ¡Mamá!

Madre afligida.

¡Me duele!

¡Me duele!

Duele…[4]

 

            La colombiana Paula Andrea Pérez Reyes (1983) presentó Réquiem desde la grieta, del que escribí en su contratapa: «Un poemario que es una plegaria por los desaparecidos, por los desplazados, por las víctimas de una violencia sistémica que castiga la pobreza de la gente sencilla y la rebeldía de la disidencia […] Y así, en medio del dolor y la resiliencia, la poesía de Paula Andrea Pérez Reyes es también una plegaria que acompaña nuestros días y nuestra fragilidad». La evocación del hermano que no regresó con vida aquel fatídico 13 de julio de 1994, una víctima más de la violencia en Colombia, que algunos años después desembocaría en los 6.402 falsos positivos acumulados por el terrorismo de Estado:

 

A sus pies descalzos

errantes sobre las promesas de todos mis difuntos.

Aún los escucho y sigo con vida.

Desde el fondo del agua,

a veces alzo mi rostro hacia la superficie,

escucho la voz de mi hermano riendo y diciendo:

somos el país más feliz del mundo.

Desde abajo todo cobra un sentido diferente.

Me cuesta este último verso, una llaga se abre

como la fosa en la que te enterramos.

Somos el país más feliz del mundo. [5]

 

Carlos Béjar Portilla, el poeta ecuatoriano homenajeado, y Augusto Rodríguez, en la Biblioteca Municipal de Guayaquil, el jueves 13 de noviembre de 2025.

Una fiesta de la poesía es también un jolgorio de homenajes. Este año, el Festival rindió su homenaje nacional a Carlos Béjar Portilla (Ambato, 1938), cuyo verso «Los ángeles también envejecen», quedó estampado en la camiseta del Festival. Béjar Portilla, que ha escrito novela, cuento y poesía, mira el mundo con el asombro del ser humano ante su propia obra: «He visto: / la belleza de las piernas de América / en movimientos kinéticos / sobre los escaparates de Broadway […] Hay una inmensa estatua / representando la libertad. / Por dentro es hueca. / El turista-polilla / constituye su sistema circulatorio. / Grandes edificios suplicando / su ración diaria / de aire fresco. / Lo demás no cuenta» (17-18).

           

José Vásquez, Jesyk Valdez, Madeline Durango, David Cruz, del equipo del Festival, María Auxiliadora Álvarez, la poeta homenajeada, Augusto Rodríguez, director del Festival, y Rafael Méndez Meneses.

En el ámbito internacional, la poeta homenajeada fue la venezolana María Auxiliadora Álvarez (1956) que, desde 2023, es profesora emérita de Miami University, Ohio. Su poesía, de verso conciso, con la precisión que demanda el arte de la relojería, la talla primorosa de la palabra deslumbrante: «el pensamiento quiere estar solo / sus animales juegan / como si la belleza escogiera sus instantes» (20). María Auxiliadora Álvarez nos contaba que, viviendo en una comunidad en donde era muy difícil encontrar alguien que hablase español, ella se fue acostumbrando al silencio, a convertir su lengua materna en un lugar de meditación de voces que le hablaban desde lo profundo de sí misma. La poesía es esa llama que calienta el espíritu de la soledad:

 

si te entumece el frío

no te acerques a la parte de la brasa

                                                           convertida en ceniza

allégate al calor

                                    que aún conserve el rastro

                                    de algún sistema circulatorio

porque la ceniza bloquea

                                               ahoga en su propio polvo

                                               y la sequedad que comparte

te asfixiará (19)

 

            Finalmente, esta fiesta de la poesía contó con una multiplicidad de voces locales, que sería muy largo de citar aquí. Algunas, con obra madura; otras, con palabra emergente; todas con el oficio de la poesía atravesado en sus vidas. Augusto Rodríguez (1979), que desde hace dieciocho años saca adelante esta celebración de la palabra, junto a un equipo de jóvenes entusiastas y marcados por los versos, nos muestra la tremenda carga de la poesía que nos consume: «Los poetas salvaguardan su cáliz / pues conocen que las palabras blancas / son inofensivas en la sangre / pero siempre el poema / es una piedra / que crece en el cerebro / del escorpión. / Un pez / un río / un ojo / aletea» (71-72). Y así, para esta fiesta de la poesía, con el cáliz de Ileana Espinel Cedeño hemos celebrado el rito.

 

 


[1] Guillermo Bianchi, El incendio absoluto. Antología personal (Córdoba: Ediciones del Callejón, 2025), 29.

[2] Khédija Gadhoum, Cuando el hombre despierta (Guayaquil: El Quirófano Ediciones, 2025), 29.

[3] Festival de Poesía de Guayaquil Ileana Espinel Cedeño, Memorias. Libro de Poesía. (Guayaquil: El Quirófano Ediciones, 2025), 76.

[4] Fang-Tzu Chang, «Hakka», en Sé que has estado aquí, traducción del mandarín al inglés por Zhengwei Chen y del inglés al español por Khédija Gadhoum, (Guayaquil: El Quirófano Ediciones, 2025), 38.

[5] Paula Andrea Pérez Reyes, Réquiem desde la grieta (Guayaquil: El Quirófano Ediciones, 2025), 36.

 

lunes, octubre 27, 2025

La poesía es una declaración de fe y un acto de resistencia

El miércoles 15 de octubre de 2025 recibí la Medalla Fray Luis de León de Poesía Iberoamericana otorgada por el Encuentro de Poetas Iberoamericanos 2025 y el Ayuntamiento de Salamanca. Esta entrada es un extracto del discurso que ofrecí en aquella ocasión centrado en la poesía y la piratería de la inteligencia artificial.

En la cátedra de Fray Luis de León, en el Edificio de las Escuelas Mayores de la Universidad de Salamanca, el 13 de octubre de 2025. (Foto: Josefina Aguilar Recuenco)
 

Un poema, en su íntima esencialidad, es una declaración de fe en la acción de la palabra y, hoy, más que nunca, un acto de resistencia contra las engañifas de la inteligencia artificial que pretende ser aplicada para la creación literaria. La escritura requiere del sosiego de la soledad, del tiempo satisfactorio y angustioso que implica el proceso creativo, de esa confrontación silenciosa y permanente con el lenguaje para que la palabra poética sea la chispa de esa iluminación que sucede en quien lee. La voz poética, de alguna manera, es una voz esplendente de la comunidad, es esa voz capaz de cantar al amor y sus vicisitudes, a la existencia del ser humano en medio de la soledad y la duda, a la celebración del tiempo de fiesta y la contemplación del mundo, o a la vida frente al horror de la guerra.

El humano oficio de la poesía, escritura personal y comunitaria, requiere de la experiencia vital y de la exploración del lenguaje, que se encarnan en la palabra poética, voz original y única que, al mismo tiempo, está marcada por la herencia de la tradición. Quienes escribimos poesía somos conscientes de que en la palabra poética cobran sentido la celebración de la vida y la aceptación de nuestra finitud.

La apropiación del saber humano por parte de la inteligencia artificial es el acto de piratería no solo más descarado sino el más aplaudido en estos tiempos líquidos, para utilizar la lúcida caracterización de Zygmunt Bauman de esta nueva modernidad. En nombre de la diosa tecnología prolifera el plagio del conocimiento generado por la especia humana y también su falsificación en forma de literatura experimental. Quienes pretenden convertirse en gente que escribe y delegan las tareas de la escritura al ChatGPT aparecen como creativos de vanguardia, pero en lo esencial, son unos bucaneros inescrupulosos del lenguaje. No es en el texto generado por un transformador pre-entrenado que está plagiando la literatura de la humanidad al acelerado ritmo de los prompts, sino en el cerebro de quienes escribimos y de quienes leemos en donde se produce el encuentro placentero con la palabra poética.

Un estudio de la Universidad de Pittsburg, divulgado por el portal digital de la Deutsche Welle, en noviembre de 2024, decía que un experimento con un grupo de lectores no acostumbrados a leer poesía demostró que eran incapaces de distinguir poemas de Emily Dickinson o T. S. Elliot de aquellos generados por IA y, lo que es más preocupante, que preferían los textos de la IA que, en realidad, eran imitación de aquellos poetas. Solo si se desconoce la infinita carga espiritual y la mirada sensible sobre el mundo, el cúmulo de obsesiones y dudas, la aparición de lo significativo e insospechado, y se prefiere la mecanización de la palabra basada en el Modelo de Lenguaje Grande (Large Language Models, LLM), que se apropia del lenguaje humano para imitarlo, estaríamos a las puertas de una distopía en la que quienes lean preferirán la falsificación de la poesía por sobre su escritura original.

No se confunda lo que digo con un rechazo visceral a una herramienta tecnológica que nos facilita la investigación y contribuye a la corrección del texto, aunque con una carga de clichés de corrección política que una caterva de ingenieros ha programado en aquella. Lo que me entristece es el festejo del post-humanismo y la asunción con algarabía de un mundo en el que los robots reemplacen la creación poética del ser humano basados en la piratería intelectual que la IA hoy perpetra aleve sobre el lenguaje creado por esos humanos a quienes pretenden reemplazar con el beneplácito de los mismos humanos.

Dios, el amor, la vida y la muerte carecerían de sentido sin la existencia de la poesía que los nomina, por tanto, debemos entender y asumir las tareas de la resistencia que están imbricadas en las voces poéticas de la comunidad de la que somos parte. Parafraseando a Unamuno, en estos tiempos de la agonía de la poesía, la militancia por su permanencia se vuelve radical y el ansia por reafirmar su existencia en cada poema escrito con inteligencia natural un imperativo no solo estético, sino, fundamentalmente, ético porque la agonía de la poesía es la agonía del ser humano.

 

El discurso completo está en este enlace:

La poesía es una declaración de fe y un acto de resistencia.

lunes, septiembre 29, 2025

Un fanzine con las crónicas de la Costa, de Jorge Martillo Monserrate

La portada del fanzine sobre el detalle de un cuadro de Vicente Donoso Román inspirado en el perfil costero de Salinas, s/f (Foto: R. Vallejo, 2025)

            ¿Qué es la crónica de viaje sino un ejercicio de escritura del viajante que combina la mirada y la imaginación poética sobre un territorio cuyo descubrimiento quiere mostrar a sus lectores? El cronista nos comparte su vivencia personal, por lo tanto, un lugar siempre será el lugar que el cronista ha vivido: esa es su riqueza, esa es también su limitación. Jorge Martillo Monserrate es un poeta y es cronista, y, a lo largo de su ejercicio periodístico, nos ha entregado una crónica cargada de poesía.[1] Canutero Editorial acaba de publicar Al filo del mar: crónicas de la Costa,[2] una selección de textos tomada del libro Viajando por pueblos costeños (1991), en formato de fanzine, que es una contribución a la bibliografía de Martillo en busca de nuevas lecturas.

En estas crónicas, Martillo nos conduce por una travesía que empieza en la provincia de Esmeraldas, en La Tola, continúa en Muisne. Después, llegamos a Olón, Valdivia y otros pueblos costeros de la actual provincia de Santa Elena, hasta llegar a Guayaquil y su río. Martillo ha retratado al Guayaquil de finales del siglo veinte en sus crónicas La bohemia de Guayaquil & otras historias crónicas (1999), Guayaquil de mis desvaríos. Crónicas urbanas (2010) y en El carnaval de la vida de Julio Jaramillo (2019), y, en una tradición que se remonta a Pedro Cieza de León, sus crónicas también dan cuenta de los pueblos costeños, su gente y su cultura diversa.

            Como cronista de oficio, Martillo describe la geografía que visita, plantea los problemas sociales de las comunidades que visita, entrevista a su gente, muestra en términos positivos sus expresiones culturales. Así, en «Memorias del marimbero Escobar», el marimbero habla sobre el arte y la necesidad de conservarlo: «para decir que uno sabe de marimba es primordial haberla vivido, bailado, tocado. Los que más o menos sabían han ido muriendo». Y esa permanencia del arte de la marimba es la que testimonia el cronista: «Remberto Escobar, además de bailas y tocar todos los instrumentos de la marimba, tiene en su casa un taller donde construye estos instrumentos. Recuerda que la primera marimba reglamentaria —o sea, una de veinticuatro tablas— la vendió a 700 sucres y que actualmente una cuesta 40 mil sucres. Y que el total de los instrumentos de la marimba (el cununo, el bombo, la guasa) en estos días tienen un valor de 70 mil sucres»[3] (18).

            La mirada de Martillo, además, está cargada de imaginación poética y eso hace de sus crónicas una lectura conmovedora. Así, «En la playita Miami Beach del Guasmo» leemos: «El fuego del sol incendiaba el equinoccio del cielo. Algodones de nubes huían; huían como potros salvajes. El asfalto vomitaba humo que se pegaba a los cuerpos como vaho del averno» (51). O, en el párrafo final de la crónica sobre el marimbero Escobar: «El sol achicharra los caminos, el mar lejano es un oasis. Al bajar la loma, me parece ver, en una cantina, a unos negros tocando la marimba y a las parejas bailando, pero son los fantasmas del sol o prófugos de las memorias del marimbero Escobar» (19). Esa escritura es lo que convierte las crónicas de Martillo en literatura. Asimismo, a la hora de invocar a la poesía, Martillo nos comparte sus lecturas, como en la crónica sobre La Tola cuando cita los versos del gran poeta esmeraldeño: «A lo lejos, alguien toca una marimba. Al hombre le pareció escuchar los versos de Antonio Preciado: “¡Atabé!/ ¡Atabé! / ¡Ururé! / ¡Matábara! / Tengo una hoguera de estrellas, / de las estrellas más altas, / y un lugar en plena luna para que arda”. La marimba y los tambores no cesan de latir» (15).

            Aunque no se trata de una edición crítica, extraño en este fanzine que reedita las crónicas costeras de Martillo, de 1991, algunas notas al pie que las ubicarían de mejor manera a quienes las leen hoy día. Por ejemplo, cuando se refiere a Olón, el cronista dice que es un «lejanísimo pueblo de la provincia del Guayas», aunque, desde el 7 de noviembre de 2007, es una comuna de la provincia de Santa Elena, que se creó en esa fecha; así, también, hay elementos mínimos que el editor deberían anotar como en la crónica final sobre el American Park, que no tiene una sola referencia temporal y quien la lee no sabe de qué época de Guayaquil el cronista está hablando; o la cotización del dólar en sucres, anotado en esta reseña, que es un dato que nos permite comprender de mejor manera la condición económica y social del marimbero.

            Pero, por sobre las exigencias periodísticas propias de la crónica, que las cumple, Martillo es un ejemplo del transeúnte de su país, de aquel que lo recorre para convertirlo en escritura; un ejemplo de quien observa la vida de su pueblo con la mirada del poeta. En «Remembranzas de San Pablo», la contemplación del atardecer marino envuelve el final de la crónica: «El sol no está sobre nuestras cabezas, ahora se hunde, envuelto en llamas, en una línea de mar. El paisaje es digno de ser plasmado en un cuadro a lápiz y pastel. Cantan las olas himnos al falleciiento del sol. San Pablo se cubre de sombras […] El camino se abre como manojo de naipes. La luna sobre nuestra cabezas» (42). Esa forma expresión poética para rematar un texto la encontramos a lo largo de todas sus crónicas.

            Al filo del mar: crónicas de la Costa, de Jorge Martillo Monserrate, en formato de fanzine, editado por Canutero Editorial,[4] es un trabajo hecho con el afecto y el espíritu de resistencia de la artesanía editorial, que entrega y mantiene viva la palabra de un poeta y cronista que ha retratado con amoroso vitalismo al Guayaquil y la costa ecuatoriana del último cuarto del siglo veinte.



[1] En 2024, Jorge Martillo Monserrate (Guayaquil, 1957) recibió el Premio Eugenio Espejo 2024, que es la máxima distinción que otorga el Estado ecuatoriano a una persona por el conjunto de su obra literaria. Sobre su poesía acaba de salir mi artículo «La poesía de Jorge Martillo Monserrate: del infierno amoroso, ebrio y vital, y la confrontación con la muerte», en Pie de página. Revista de creación y crítica, No. 14, (primer semestre 2025): 135-148.

[2] Jorge Martillo Monserrate, Al filo del mar: crónicas de la Costa (Guayaquil: Fanzine de Canutero Editorial, 2025). Canutero Editorial también ha publicado del mismo autor Crónicas del manglar.

[3] La cotización del dólar en el mercado libre, en enero de 1991 fue de, aproximadamente, 1.100 sucres por dólar. Al cierre del año, en diciembre, era de 1.287 sucres por dólar. Fuente: Cotización histórica del sucre.

[4] Congratulaciones por el trabajo de edición general de Joaquín Tamayo; de diseño y diagramación de Alison Yanchaguano; y de corrección ortotipográfica de María Daniela Astudillo; estudiantes de la Facultad de Artes de la Universidad Casa Grande, de Guayaquil.

lunes, agosto 08, 2022

Cuando la poesía se embellece de comunidad

La clausura del XXXII Festival Internacional de Poesía de Medellín, el 30 de julio de 2022, en el teatro al aire libre Carlos Vieco en el Cerro Nutibara. Un jardín florecido para la palabra poética.

        
¿Qué es la poesía sino la experiencia espiritual de la comunidad en la palabra del poeta? La tradición de los juglares se nutrió de la escucha de la gente y le devolvió sus afectos en la palabra del poema. Por siglos, se ha compartido la poesía como se comparte el pan y el vino de la mesa y la amistad. En el XXXII Festival Internacional de Poesía de Medellín, del 9 al 30 de julio, he vuelto a ser parte de un rito de tradición milenaria que convoca a poetas de todas partes del planeta. La fiesta de la poesía embellecida de comunidad llevó la palabra a los corregimientos, la esparció por las comunas, mezcló voces y lenguas, convivió y abrevó en un público conectado espiritualmente con la palabra poética.

            En la Casa de la Cultura del corregimiento de Altavista, el lunes 25 de julio, una asistente nos habló de su vida y sus duelos, del hijo desaparecido, del desplazamiento sufrido por causa de la violencia y de cómo la poesía le ha permitido vivir su duelo. Ella, con su testimonio, nos enseñó la vida en estado crudo y le dio un sentido a la poesía: la oportunidad para sanar de las heridas de una ausencia irremplazable. Herederos de los juglares, la movilización de poetas hacia los corregimientos, en las afueras de Medellín, es, como todo recital, una liberación de la poesía del claustro del libro hacia el espacio de la escucha viva. Así también, la visita a los corregimientos de San Antonio de Prado y de San Cristóbal fue un aprendizaje sobre la necesidad de compartir la palabra de la poesía y alimentarla con la palabra de la comunidad. En medio de este aprendizaje, la paisa Sara Isabel Gallego compartió con la gente una visión del paraíso en medio de la fragilidad de los cuerpos: «Si existe un cielo, el cielo serás tú, / tú, territorio cuya piel transito / mientras la muerte gira alrededor».

            El festival también es una experiencia que permite el diálogo de la diversidad de voces. En lo personal, escuchar la lectura en el portugués de Vera Duarte, de Cabo Verde, «No morí joven ni poeta / pero no quiero que mi sonrisa se desvanezca / y mi corazón deje de latir», o en el finlandés de Olli Heikkonen, «No menciones mi nombre en vano / para que acuda a tu llamado», fue sentir que en el sonido de lenguas que no conozco habita la poesía con la musicalidad pura de las palabras. Eugenia Brito, de Chile, nos conmovió evocando el asesinato del líder mapuche Camilo Castrillanca: «Los canelos y su piel verde fueron deshojados / Pero nadie advirtió la señal a pesar de que la machi / dijo que ese día había que cuidarse, que el cuerpo era un hilo delgado, sostenido por un poco de noche». El poeta catalán Jordi Virallonga nos habló de las posiblidades de ser Ulises: «Quien tira de un cuerpo hacia otros cuerpos, / a ser posible jóvenes, no es un poema, / es un enjambre con la miel justa / para cubrir la terminal de los deseos». La colombiana Lucía Estrada se apropió de la voz de la música Alma Mahler: «La clave / blanca y negra / de todo cuanto existe / se advierte / en su sinfonía de agujas». El mexicano Luis Aguilar insertó en sus versos otra pandemia, otro miedo a morir: «dos sílabas brevísimas: / si – da / qué palabra tan honda / que encoge el corazón / y nos lo aprieta». Y así, entre decenas de poetas, la poesía fue una cascada de voces diversas y estremecimientos siempre verdaderos.

 

¡Y qué maravilloso fue el espectáculo de la clausura! El teatro al aire libre Carlos Vieco, en el cerro Nutibara, se convirtió en un ágora conmovida por la poesía. El público que acudió escuchó a una treintenta de poetas de diversas latitudes, se involucró emocionalmente en los versos, celebró a las poetas, vitoreó a los poetas: toda una fiesta de la palabra. Se escucharon los versos de la barranquillera Angélica Hoyos Guzmán: «He nacido a destiempo, / dejo mi nombre en la fila de mármol / bañada por el rocío y los claveles de la mañana». De Kayo Chingonyi, desde Zambia: «Hermanito, quienes respiramos hemos convertido / la negación en arte, mira cómo hacen un tambor / con el corazón de un hombre que sigue latiendo / y cómo una mirada fija es un arma cargada». O la poesía sabia del maestro nadaísta Jotamario Arbeláez que sabe dar la mano: «Una mano agitada por el viento de la despedida / Una mano quemada al calor del afecto / Una mano acariciando unas piernas inválidas // Esas tres manos hacen de mí / El mejor de los hombres posibles». ¡Y, así, de tantos más!

            Asimismo, en este festival tuve la inmensa alegría de descubrir a la cantautora Tamya Sisa Morán, de Cotacachi, cuya voz musical, tejida en versos íntimos, encantó al público: «Niña bonita, hija del sol, / niña chiquita, tu piel color de Tierra // Manos que cuidan, las mismas que siembran / Manos que labran, manos que aman». Y me estremecí, además, con los versos de la chilena Amanda Durán: «Me advirtieron / que a las mujeres que buscan se les descose el rostro / que andan por ahí / chorreando esa herida horrenda / que están solas / tan solas / que se les calca una foto en blanco y negro / y un adónde / y ellos dicen: / no hay nadie». El XXXII Festival Internacional de Poesía de Medellín fue para su ciudad el anticipo de las fiestas de las flores: un jardin florecido por la palabra poética. Y yo escribo emocionado por lo que significa compartir la palabra con una diversidad de poetas del mundo en medio de una comunidad habitada por la poesía y la esperanza.

 

PS: Muestra poética de participantes en el XXXII Festival: Revista Prometeo 117-118 Año 40


jueves, julio 20, 2017

Las voces que caben en la poesía


Con Hussein Habasch, Zoë Skoulding, Laura Valente y Daniel Quintero, en la Universidad Politécnica Salesiana.

           “No conoció amor hecho para tan frío invierno. // Ella pinta una habitación y en ella se refugia. / Escucha la música extendiendo dolor / como telas de araña por sus piernas”, comienza el poema traducido del chino de Ming Di, que leyó en su lengua materna durante la inauguración del X Festival de Poesía de Guayaquil “Ileana Espinel Cedeño”, cuyo director es el poeta Augusto Rodríguez. Ming Di, nom de plume de Mindy Zhang, que iba desenredando cinta de seda, abriendo abanicos, dejando caer sus versos como lluvia de papel de arroz, concluye: “Me veo a mí misma en esa habitación, luchando. Le pido / que pinte una ventana, una ventana que conduzca al cielo. / Que pinte el firmamento.”
            Declarado Festival Emblemático del Ecuador por el Ministerio de Cultura y Patrimonio, el “Ileana Espinel Cedeño” reunió a cerca de 70 poetas de diversas partes del mundo: China, Japón, Kurdistán, Gales, Francia, España, Estados Unidos, México, Cuba, Colombia, Venezuela, Chile, Argentina y Ecuador; y tuvo lugar del 10 al 14 de julio de 2017.
            Fui invitado al Festival y participé durante toda la semana en las lecturas de poemas que tuvieron lugar en diversos escenarios; en la inauguración, en el teatro “Pipo Martínez Queirolo”; en la Alianza Francesa, en el Centro Ecuatoriano Norteamericano, en el Aula Magna y el Salón Azul de la Universidad Politécnica Salesiana, y, finalmente, durante la clausura, en el Centro Cultural “Simón Bolívar”, MAAC.
María Auxiliadora Álvarez
            El Festival fue una muestra de la diversidad de voces que caben en la poesía. El verso maduro de Fernando Cazón Vera (Quito, 1935): “Hemos caído en la trampa, / como niños caímos en la trama, / […] no tuvimos alguna escapatoria, / la suerte estaba echada de antemano, / acaso lo sabíamos // ah, pero nos hicimos ilusiones.” La poesía desnuda que interroga y se pregunta siempre, susurrante, íntima, de María Auxiliadora Álvarez (Caracas, 1956): “Quizá en el silencio haya luz / un resquicio de iluminación necesaria / una aquiescencia […] uno / el eterno aprendiz / el dedo contable / enhebrando hilos invisibles / para trenzar el desconocimiento.” O la voz alegórica, cargada de peces y joven contemplación de la vida hacia adentro, de Fadir Delgado (Barranquilla, 1982): “¿Y quién eres? / El último gesto del pez / Una sílaba que nadie usa / Las sobras de un abrazo […] Un pez que llegó a morir lejos del mar / ¿Y tú quién eres? / El mar que vino a ver cómo mueren sus peces.”
Marta Sanz (Foto El Telégrafo)
            Mujeres de todas partes y lenguas. Marta Sanz (Madrid, 1967) y la fuerza feminista de su verso que evoca múltiples sentidos en su juego de voces: “Y yo le dije a la voz de doblaje de Joan Fontaine / que era una perra, una perra mentirosa. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí de repente / dotada de una fuerza sobrenatural… / La voz, tan cursi y comprensiva, del doblaje de Joan Fontaine / soñaba sueños extraños. / Aquel pobre hilillo blanco que un día fue nuestro camino / avanzaba más y más… // Y yo le dije a la voz de doblaje de Joan Fontaine / que era una perra, una perra mentirosa.”
Lucila Lema
Ada Mondès
Lucila Lema (Peguche, 1974) y la voz que ora desde la tradición ancestral: “Madre luna / Madre agua / Madre tierra / Madre humana; / que como mariposa blanca / has venido / haz que suceda el aliento / y el camino / para refugiarnos en el sitio sagrado, / donde guardamos la canción / a la lluvia.” Sáyaka Osaki (Kanagawa, 1982) y la delicadeza de su mirada sobre el mundo: “Es una habitación tranquila. / No tiene puertas y hay una ventana. / Todos entran por ella. / Todos salen por ella. […] La habitación todavía no está desesperada. / Un día podrá marcharse / pues tiene una ventana apropiada. // Es una ventana grande. / Es una ventana tranquila.” Ada Mondès (Hyères, 1990) y la radicalidad de sus planteamientos: “Por la calle, a menudo, caminan con el pecho inflado o con la pelvis relativamente prominente – una zancada por delante, solo para tener el placer masculino de arrastrar tras de sí a su mujercita a la que le aprietan los tacones recién comprados / el cuero a costa de la sonrisa.”
            Una poesía urgente que expone esos espectros de la realidad que envuelven al poeta y cuya palabra transciende la coyuntura en la que escribe, de Daniel Quintero (Buenos Aires, 1959): “Yo no habito tu medio país, / mi medio país es otro, / aunque las dos mitades / sean todo este país / y mi mitad y la tuya / ocupen el mismo espacio / simultáneamente / como venciendo / una ley física / como si fuera una cuarta dimensión / próxima / palpable / pero ineludiblemente irreconciliable […] Mi medio país / se mide con memoria / es el olor de la sangre / que arrastra el viento / tiñe el cielo / hace bandera / dedos en V […] mi medio país es un triunfo de la historia / al país de mierda que armaste / y nosotros tenemos que sobrevivir.”
Una poesía que mira las cosas y la cotidianidad desde la nostalgia, de Daniel Calabrese (Dolores, 1962): “Ella sabe de barcos, / a mí me ahoga el rumor de la lluvia. // Ella encuentra misterios, llaves / de bronce, palabras, silencio, / porque las húmedas ciudades son baúles / y ella sabe de barcos. // Yo siempre he buscado tesoros / atento al mensaje, al olor de madera / que traen los vientos. / No sé por qué mi cuerpo lleno / de sangre es una copa / o un timón que gira. // Ella sabe de barcos, / a mí me ahoga el rumor de la lluvia.” Una poesía que invoca a la tierra y los seres que la habitan, de Carlos J. Aldazábal (Salta, 1974): “Parición en el monte. // Abre las piernas a la sombra del árbol / y la cría resbala de la vida a la vida. // Pegoteada, pringosa. // La boca de la madre en la placenta / y los ojos lavados. // Así se llega al mundo. // Para correr. // Para que el tigre juegue.”
Ketty Blanco y Yirama Castaño.
            Yirama Castaño (Socorro, 1964) nos enseña la limpidez del verso y sus resonancias: “A lo lejos, / un pájaro canta / en honor del dios de los árboles. / Nadie, entre aquellos que conversan, / se ha dado cuenta de la mudez.” Siomara España (Paján, 1976) convoca a los poetas a soñar en la infinitas posibilidades de la realidad: “Cuando sufras el poema / cuando cada línea te sangre a borbotones su tinta de rabia / de dolor o esquizofrenia / cuando sufras línea a línea / verso a verso / será la hora del poeta.”
Karo Castro.
Karo Castro (Santiago de Chile, 1982) convierte en poesía un hórrido episodio, su palabra perturba y libera, la mujer gallina nos estremece: “Me dicen desde que llegué a este gallinero sin plumas / El silencio deshace las palabras de cantos / Mis labios imitan naturaleza de pájaro […] En mi cabeza está el canto del chercán / Canto / lo que los pájaros me anuncian / Canto / lo que no se dice / Canto / a mi cuerpo de gallina en llamas.” Ketty Blanco (Camagüey, 1984) teje su filigrana con palabras exactas y convierte lo sórdido en belleza: “Cuando la geisha camina por el bulevar, / el tenue parpadeo eleva de sus ojos gotas de vapor. / Los hombres le brindan cerveza, le imploran / deliciosamente abrirse. / Al andar ella tuerce un pie hacia adentro.”
            Pintores, músicos, gente de la calle de todos los días, viajeros, poetas: todos caben en los poemas en prosa de Pablo Montoya (Barrancabermeja, 1963) igual que cabe Dante: “Sospechar que en la armonía de los astros no está ella, y que en su luz se despedaza el resplandor del Paraíso. Y pensar esto es el origen de una condena porque, de súbito, me hallo en la primera página de otro viaje que mi mano escribe. Veo la loba, el león, la pantera, y en la encrucijada de sus acechos leo la inscripción que me lanza a la bruma. En el momento indicado digo: ¡Maestro!  Pero Virgilio no está.  Levanto la cabeza y lo veo, ajeno a mí, bordeando los abismos. Lo llamo y  no oye. Corro pero cada paso que doy es uno dado por él. La distancia es atroz y permanente.  Entonces, un nuevo Infierno, el verdadero, empieza para mí. Sin guía y con la certeza de que no hay nadie a quien seguir. Beatriz, grito, y a mi eco se une el coro de los condenados.”
Con Farid Delgado y Pablo Montoya.
 Desde Reino Unido, vino Zoë Skoulding (Bradford, 1967) nos trajo una mirada íntima sobre la tensión entre la naturaleza y la urbe que emerge en ella: “Entre los edificios / los árboles se extienden hacia abajo / los lenguajes / de la tierra y las lombrices, / las hojas glosan la jerga del cristal y el acero; / los bosques yacen sobre los pisos / para rebotar / cada palabra, cada palabras / que dices / con el largo / eco de tus pasos que descienden en el lodo […] Mira, / ahora puedes ver en las ruinas cómo / los edificios se agarraron y se te subieron / por los huesos, los escombros, las paredes de tierra, / este enredo de tubos inútiles.”
Y, nacido en Shaij al- Hadid, una aldea al norte de Siria, Hussein Habash (1970) escribe en Kurdo, su lengua natal, y en árabe, “Pongo la cabeza sobre la roca del olvido / repitiendo, cual una estrofa de canción triste, lo siguiente: / Qué importa si muero pobre o más pobre de todos los pobres del mundo / mis niños comen manzana y mastican granos de granada. / Y esto es lo que importa. […] Qué importa si muera mientras voy diciendo barbaridades o remando hacia la locura / O quizás como Cioran, mi amigo, voy tocando las noches y dejando mi destino en manos del frío y la majadería. / Mis niños sonríen en la cama, y sueñan en aves y mariposas. / Y esto es lo que importa. // Qué importa si muera o no. / Es igual / Mientras la muerte es la iluminación del alma. / Y yo lo perdí hace tiempo en los bosques del olvido. / Qué importa entonces. / Qué importa.”
            Por razones de espacio debo parar aquí. Consideración aparte merecerían las voces jóvenes del país que participaron durante los recitales. Voces talentosas, prometedoras, ávidas de mundo y poesía. El Festival “Ileana Espinel Cedeño”, en lo personal, ha sido una experiencia poética que, en medio del ruido de la urbe, convirtió por unos días a Guayaquil en un espacio urbano para escuchar voces diversas, que me permitió mirarme para adentro, interrogarme siempre, interrogar al mundo, y sentir en cada verso cómo se restituía el valor de la palabra en nuestras vidas.