José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, septiembre 29, 2019

Un Tarantino en homenaje a Tarantino

Leonardo DiCaprio, Brad Pitt y Quentin Tarantino

El de los hippies fue, tal vez, el movimiento contracultural más auténtico e influyente en la sociedad norteamericana de los 60. Se convirtió, por sus ideales y prácticas anti consumistas, ecologistas y pacifistas, en la más fuerte crítica del capitalismo norteamericano desde su seno. Vivían en granjas comunitarias, producían alimentos orgánicos, promovían el amor libre, el uso recreativo y medicinal de la marihuana y otras drogas, y se oponían a la guerra de Vietnam. Haz el amor y no la guerra.
El conservadurismo norteamericano los desprestigió: la imagen de los hippies que los conservadores promovieron fue la de gente ociosa, amoral, drogadicta y, luego del crimen de Sharon Tate, de gente violenta. Esta imagen reaccionaria del hipismo es la que Tarantino ofrece en Había una vez en Hollywood.
El asesinato de Sharon Tate y sus invitados ocurrió en la noche del 8 al 9 de agosto de 1969. Del 15 al 18 de agosto de 1969 sucedió la cumbre del hipismo: Woodstock. Pero de Woodstock no se dice una línea en la película: era imposible que en Hollywood no se hablara de lo que sería Woodstock. La omisión de este dato reduce el movimiento hippie a los crímenes de la Familia Manson. No es solo una alteración anecdótica de la historia, sino una falsificación ideológica de la misma.
Esta caracterización de los hippies le permite a Tarantino explayarse, impunemente, en la violenta secuencia final. Claro, la violencia se justifica como un espejo: estos —los “malditos hippies”, según Rick Dalton— hicieron lo mismo con Sharon Tate; por lo tanto, la violencia contra tales personajes quedaría “justificada”. Es decir que, para confrontar la violencia, si un ladrón quiere meterse en mi casa yo tengo derecho a masacrarlo y matarlo con un lanzallamas. Me dirán que se trata de una típica provocación de Tarantino en estos tiempos en los que ciertos fundamentalismos de lo “políticamente correcto” parecerían estar haciéndole daño al arte. De esta manera Tarantino justifica el que dos hombres masacren a dos mujeres hippies, ya que son unas asesinas despiadadas.
Algunos dicen que la modificación de los sucesos reales es para no mostrar el crimen sangriento perpetrado contra Sharon Tate y sus amigos como una suerte de homenaje a las víctimas. Pero Tarantino perpetra esa misma violencia contra los hippies, que son los homicidas en la realidad. Y con eso satisface el sentido primitivo de justicia de los espectadores. Y Cliff, el que más se ensaña golpeando a las mujeres, pasa de simpático aunque pesa sobre él la acusación, de ambigua respuesta, de haber asesinado a su esposa. No alcanza a ser una crítica de la violencia y la masculinidad de Hollywood, sino una celebración de la misma. Una evasión a lo Disney, pero en sangriento. 
En Había una vez en Hollywood las mujeres son estereotipos: Sharon Tate es una rubia naif y superficial que va a contemplarse a sí misma en el cine y se emociona con la risa de los espectadores, una diva superficial aunque lea Tess; la niña actriz es una niña adulta, un poco insoportable, aunque tiene un gesto conmovedor cuando felicita a Rick por una escena; la hippie Pussycat es una adolescente libidinosa y pare de contar; las hippies, en general, una caricatura hecha con los prejuicios sobre la mujer italiana. Parecería que a Tarantino solo le importan los pies desnudos de las mujeres.
Es como si a Tarantino estuviésemos dispuestos a aceptarle todo, incluidas las tres horas de la película. Dicen, «qué maravilla de construcción histórica»: pero eso es lo menos que podemos esperar de una película de época con un presupuesto de noventa millones de dólares. Al final, es como si Tarantino hubiese decidido: «ya que tenemos esta escenografía de una época chévere no la desperdiciemos en una vulgar peli de hora y media». Y así, la película está llena de guiños autorreferenciales, desplazamientos largos y aburridos, y un revisionismo histórico que en esta ocasión no funciona, como en Bastardos sin gloria, sencillamente, porque los hippies no pueden ser comparados con los nazis: El mismo lanzallamas que Dalton usa contra los nazis es el que utiliza para matar a la hippie.
Espero no ser malinterpretado. Tarantino es un gran director y he visto casi todas sus películas: aunque él lo intente, no podría hacer una película mala; pero Había una vez en Hollywood no será una de mis favoritas. Me dejó un sabor agridulce: me gustaron algunas constantes de Tarantino, el dúo DiCaprio – Pitt, la intertextualidad con los spaghetti westerns y la lista de canciones; me disgustaron los excesos autorreferenciales, la misoginia, cuyo descaro es también su cobertura, el humor xenofóbico y la visión que ofrece de los hippies.
Había una vez en Hollywood es, antes que nada, un homenaje de Tarantino al cine de Tarantino, y está llena de trucos tarantinescos.


Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 27.09.19

domingo, septiembre 15, 2019

La guardia roja de todos los tiempos


Mao Tse Tung y los Guardias Rojos. Ilustración de la Revolución Cultural China, 1966.
          
¿Qué habrá pensado el escritor Lao She durante todo el día de aquel 24 de agosto de 1966, frente al lago Taiping, en Beijing? En 1949, tras el triunfo de la revolución y la proclamación de la República Popular China, Lao She, que vivía en Estados Unidos, fue invitado a regresar a su patria. Lo hizo y fue proclamado un artista del pueblo. Cuando el 16 de mayo de 1966 el presidente Mao proclamó el inicio de la llamada Revolución Cultural, que se proponía purgar los restos del pensamiento burgués, empezó la caída en desgracia de Lao She, que, al criterio de los Guardias Rojos, personificaba “los cuatro viejos”: viejas costumbres, cultura vieja, hábitos viejos, y viejas ideas.
            Lao She fue detenido el día anterior y llevado al Templo de Confucio, en Beijing. Ahí fue interrogado, humillado y maltratado junto a otros intelectuales acusados de ser representantes del viejo “arte burgués”. Al final de aquel día, Lao She volvió a su casa con la obligación de regresar al día siguiente para continuar con la sesión de “autocrítica”. El libro rojo, de Mao, citaba una de las conclusiones señaladas en el Foro de Yenán (1942): «Nuestra literatura y nuestro arte sirven a las grandes masas del pueblo, y en primer lugar a los obreros, campesinos y soldados; se crean para ellos y son utilizados por ellos». Nada que recordara al arte burgués tenía cabida. La noche de aquel 24 de agosto, frente al lago Taiping, Lao She se sumergió en el agua hasta morir porque tampoco él tenía cabida en la revolución.
            Es popular la anécdota de fray Luis de León que, en 1577, al regresar después de cuatro años de cárcel a su cátedra de Teología en la Universidad de Salamanca, se dirigió a sus estudiantes con la fórmula habitual: «Dicebamus hesterna die... Decíamos el día de ayer...». Pero ese “ayer” se había iniciado el Jueves Santo del 27 de marzo de 1572, cuando fue conducido, por la Santa Inquisición, a la cárcel Valladolid. A fray Luis de León se lo acusó de criticar la traducción de San Jerónimo de la Vulgata y de traducir al castellano, sin autorización, El cantar de los cantares.

Fray Luis de León en el Patio de las Escuelas, Universidad de Salamanca.
            Gabriel Zaid, en su artículo «Fray Luis en prisión», aparecido en Letras libres, el 5 de noviembre de 2012, señala que fray Luis fue acusado, sin pruebas de que, en algún momento, había dicho que el Cantar era carmen amatorium, es decir, un poema erótico. Zaid señala respecto de la actuación del fiscal: «Fray Luis recibió en prisión las acusaciones y las refutó una por una. El fiscal, sabiendo que no tenía pruebas documentales ni testimonios convincentes, propuso algo monstruoso: “Pido sea puesto a cuestión de tormento hasta que enteramente diga la verdad.” El tribunal no se lo concedió, pero dio entrada al proceso». Como en todo proceso inquisitorial, no es el fiscal el que tiene que probar la culpabilidad, sino el acusado el que tiene que demostrar su inocencia.
            Es conocido que en la antigua URSS, estuvieron prohibidas obras como El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, o El doctor Zhivago, de Boris Pasternak. También estuvieron vedadas para los lectores soviéticos las obras de Alexánder Solzhenitsyn. Tampoco Vladimir Nabokov era un autor permitido. Asimismo, es conocida la persecución del llamado Macartismo en los Estados Unidos, cuando cientos de artistas y miembros de la industria cinematográfica de Hollywood fueron perseguidos bajo la acusación de colaborar con el comunismo: el Comité de Actividades Antiamericanas, activo de 1947 a 1957, arruinó carreras y persiguió a quienes no se plegaron a la delación.
Todas estas prohibiciones y censuras se hicieron en nombre de un interés superior y, sobre todo, de una causa con supuestas justas intenciones para el punto de vista de quienes las llevaban adelante: la defensa de la fe, la defensa de un tipo de revolución social, la defensa de la democracia occidental. Pero es sabido, también, que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.
            Hemos aprendido, de manera dolorosa a lo largo de la historia, que los buenos principios ideológicos, religiosos, políticos conducen a una censura irracional y a una cacería de brujas. Lo políticamente correcto, que desde el cuestionamiento a la moralidad de artistas lleva a censurar sus obras, está incubando nuevas inquisiciones.

            Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 13.09.19

domingo, septiembre 01, 2019

"Nunca más Amarilis": La radical metaficción de una extraordinaria novela lúdica


Cecilia Vera de Gálvez, crítica y educadora; Tatiana Landín, del comité organizador de la FIL Guayaquil, y Marcelo Báez Meza, durante la presentación de Nunca más Amarilis, septiembre 2018..

            En el capítulo “Cronología bibliográfica (IV)”, de Nunca más Amarilis, novela de Marcelo Báez Meza, ganadora del premio “Miguel Donoso Pareja” 2017, el narrador dice que, para 1981, «el consejo editorial de la Revista Cuadernos de la Universidad Católica Santiago de Guayaquil acepta publicar un poema de Márgara Sáenz para el número 10. La autora le envía una carta a Raúl Vallejo Corral, miembro del comité, rechazando el ser publicada en la sección “Aprendices de brujo”». El dato es correcto, pero incompleto. La carta de Márgara Sáenz hizo que el comité revisara el proceso y no publicó el poema pues, más allá de que este tenía deudas impagables con la poesía de Antonio Cisneros, carta y poema lucían apócrifos. Como era de esperarse, la carta no fue respondida.
Así, embromando al texto desde el texto, es como un lector entra en el juego que plantea Nunca más Amarilis. Márgara Sáenz es una poeta ecuatoriana inventada por dos poetas peruanos que la incluyeron en la antología Poemas del amor erótico (Lima, Mosca Azul editores, 1972) con un poema sin título, tomado del supuesto libro “Otra vez Amarilis”. A partir de este dato, Marcelo Báez ha escrito una novela excepcional: desde la apuesta por una metaficción radical, su novela se constituye en un paradigma de cómo jugar con la referencia metaliteraria en función de la escritura literaria.
En su novela, por ejemplo, Báez recrea el caso de Georgina Hübner, inventada por dos poetas de Lima para pedirle un libro autografiado a Juan Ramón Jiménez. Georgina fue presentada como una lectora de la poesía de Jiménez, y la correspondencia entre ambos creó tales lazos afectivos que el poeta quiso viajar a Lima para conocerla. Los bromistas, entonces, le hicieron saber al poeta que Georgina había muerto. Y Juan Ramón Jiménez escribió la elegía “Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima”. Así que Baez, jugando siempre, toma esta impostura y otros casos para hablar de una tradición de invenciones peruanas, en la que inscribe a Márgara Sáenz.
En Nunca más Amarilis encontramos un divertimento estético a base de guiños literarios de variada índole; una combinación de puntos de vista, que como voces narrativas, participan de un juego sobre los niveles de verosimilitud de la historia; el despliegue del sentido del humor, desprendido de forma natural de lo que se cuenta, como estrategia narrativa; y también la transgresión permanente de las fronteras entre realidad y ficción, lo que vuelve a la novela lo que el propio autor la ha subtitulado, es decir, una “bioficción definitiva de Márgara Sáenz”.
            Esta novela es un territorio metatextual. Báez muestra la investigación exhaustiva del asunto de la propia novela, que culmina con un “examen del primer parcial”, a manera de prueba de opción múltiple, que es una síntesis de elementos anecdóticos destinada a los lectores de la novela. Otros ejemplos de cómo la investigación, de rasgos académicos, se lleva en función del arte es la misma búsqueda histórica del uso literario del nombre de Amarilis, que, según la novela, se remonta a Teócrito, nacido en el año 312 a.C. y que luego es retomado por Virgilio en el siglo I a.C.
Marcelo Báez le ha dado una vida a Márgara Sáenz. Lo que fue una broma literaria se ha convertido en una propuesta estética: hacer de un personaje de ficción, una ficción de un personaje que se vuelve real, en tanto personaje: la verdad literaria de la Márgara Sáenz de Báez se superpone a la falsía de la Márgara Sáenz de Mirko Lauer y Abelardo Oquendo que la incluyeron en la antología de marras con la complicidad de Antonio Cisneros. El capítulo “Por una hermenéutica del poema”, en términos de la trama de la novela, desnuda la superchería de “la trinca peruana”, como llama los Márgara a sus inventores. La deconstrucción del poema, «una sarta de lugares comunes de la misoginia», según la propia Sáenz, aparte de ser una lección de comentario de texto, es una clase magistral sobre el lenguaje de la poesía erótica.
            Nunca más Amarilis, de Marcelo Báez Meza, es un texto que propone, desde una radical metaficción, un juego narrativo de humor inteligente, evidencia una aguda investigación que utiliza con sabiduría el hallazgo literario, y es paradigma de una novela divertida de rigurosa escritura.

Nunca más Amarilis, de Marcelo Báez Meza, ganó el premio de novela "Miguel Donoso Pareja" 2017.
             Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 30.08.19