José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, mayo 29, 2023

Gilda Holst y Liliana Miraglia: sus primeros cuentarios

De mi archivo: En 1989, cuatro escritoras, todas exintegrantes del taller de literatura de avanzados del Banco Central de Ecuador y la CCE, Núcleo del Guayas, dirigido por Miguel Donoso Pareja, y formadas en la Escuela de Literatura de la Universidad Católica de Guayaquil: Gilda Holst, Liliana Miraglia, Livina Santos y Marcela Vintimilla publicaron sendos cuentarios que son, hasta hoy, un punto de referencia obligado para estudiar la literatura escrita por mujeres. Algunos cuentos de las cuatro escritoras aparecieron, en 1987, en una muestra de la «Nueva narrativa ecuatoriana», publicada en la revista Hispamérica, No. 48, editada en EE. UU, fundada y dirigida por Saul Sosnowski. En esta entrega, reproduzco las reseñas de los libros Más sin nombre que nunca, de Gilda Holst, y La vida que parece, de Liliana Miraglia. El próximo fin de mes, en esta misma sección, publicaré las reseñas de los libros de Livina Santos y Marcela Vintimilla.

 


Situaciones de humor e ironía

Hoy, 18 de febrero de 1991

 

Más sin nombre que nunca, de Gilda Holst (Guayaquil, 1952), es un cuentario en el que, junto con el ejercicio, todavía por pulir, de contar historias, existe un profundo desentrañamiento de situaciones. Algunas de las historias consiguen combinar lo que se cuenta con la disección de la situación que lo contado provoca («El rescate», cuento logrado sobre lo absurdo en lo cotidiano; o «Reunión», excelente alegato acerca de la condición de la mujer).

Otras, sin embargo, muestran en exceso su proceso de construcción o no cuajan en el tono absurdo que proponen («Percance en la carretera» y «Día de playa»); o, el detenerse en lo situacional, se encierran sobre sí mismas y se vuelven hostiles al lector («El ejercicio»).

En el cuentario de Gilda Holst existe la presencia de una escritura de mujer. No solo por sus cuentos acerca de la condición de la mujer, que, a partir de situaciones cotidianas, demuestran en el desarrollo de su historia lo irracional de la discriminación («Reunión», «Palabreo», «Destino», «La competencia»), sino porque, a lo largo de los textos, las observaciones del narrador (¿podré decir narradora, en tanto categoría literaria?) desmitifican a través de la ironía la organización masculina del mundo: «una comprensiva cojudez un poco femenina», «una mujer que sube una montaña es un despropósito», «Esa mujer ofrecía el estúpido espectáculo de estar enamorada», etc.

 

Gilda Holst (Foto de Liliana Miraglia)

La ironía y el humor son dos cualidades de la escritura de Gilda Holst. Pero, al mismo tiempo, evidencian su deuda con Pablo Palacio. El problema no es solo de forma de contar, sino que, en ocasiones, esa deuda se reconoce en la construcción de la frase (el segundo párrafo de «El escritor»), la estructura del cuento («El ejercicio»), o el tratamiento temático («Una palpitación detrás de los ojos»).

Errores cometidos a nivel de la piel del texto —a pesar del trabajo en el taller entorpecen la lectura; cito solo dos ejemplos: «Su mano se aferró al mango que llevaba en la cintura» (¿se aferró a la fruta o al mango del cuchillo que llevaba en la cintura?); «Jala la palanca del motor, sale y levanta la tapa del carro» (¿cuál es la palanca del motor en un automóvil?).

Pero estos errores no son, en todo caso, los que definen el libro. Cuentos como «Luisa Pajós», de impecable construcción del proceso de creación literaria y la intervención de la vida en éste; «En el temblor», cruel disección de la pareja, o en el ya mencionado «Reunión», son los que nos hablan de una escritora que construye, sobre sólidas bases, su manera de narrar.

 

Contar poco, decir más

Hoy, 25 de febrero de 1991

 

            La vida que parece, de Liliana Miraglia (Guayaquil, 1952), es un cuentario que, en la mayoría de los textos que lo integran, se caracteriza por la presencia de soportes anecdóticos mínimos. En general, no estamos ante cuentos que cuentan historias. Esto impide, por ejemplo, que el lector recuerde y/o se identifique con algún personaje l—quiero decir, con la alegría, el dolor o la duda de este—. No estamos ante una propuesta estética que intenta atrapar lectores.

            Pero tampoco existe hostilidad hacia el lector como propuesta de escritura. Lo que Liliana Miraglia pierde al no contar historias se ve compensado por un manejo de la ambigüedad que le permite profundizar las situaciones del texto y multiplicar sensaciones.         

Liliana Miraglia (del Facebook de Cadáver Exquisito)

«Una carta para Ivonne» es un ejemplo de lo dicho; en este cuento, la presencia del absurdo y la ruptura de lo cotidiano —una mujer que entra en una casa sin explicar motivo alguno, que no puede vivir ser vista por el hombre que habita una casa, que intenta escribir una carta para Ivonne y que, finalmente, sale a buscar otra casa— genera múltiples preguntas para un lector obligado a especular acerca de ellas.

            A pesar del trabajo en taller, existen errores a nivel de la piel de texto. «Casi lo he logrado, aunque algunas pueden haber caído en algún lugar…» (se debe decir: «pudieron haber caído». «Esta vez, el portafolio lo deja en el suelo» (debió escribir: «Deja el portafolio en el suelo»). «…subía de dos en dos las escaleras de caracol…» (las gradas pueden subirse de dos en dos, no las escaleras).

            La cuestión de la mujer, como tema principal o evidente, no parece interesar a Liliana Miraglia. Por sus cuentos, sin embargo, rondan narradoras-protagonistas («Una carta para Ivonne», «La venta del solar», «La espera», «La vieja»), personajes femeninos en el centro de la situación («Cuarta o quinta lección de francés», «Historia feliz con final diferente», «El presagio», «Contradicción»).

            Solo en «Lejos de cualquier historia» la cuestión de la mujer es abordada como motivo temático. La situación está centrada en el problema de la maternidad presentada ante el lector a través de un buen manejo del absurdo. En el cuento, una mujer encuentra a su hijo en el estante, recostado sobre una agenda y a punto de derribar una pila de libros. «Evidentemente era hijo mío porque estaba entre mis cosas pendientes, aunque yo no recordaba haberlo parido».

            La vida que parece, de Liliana Miraglia, es un libro donde «se dice más de lo que se cuenta» y que nos propone una lectura de sensaciones a través del buen manejo del recurso de la ambigüedad.


lunes, mayo 22, 2023

Un corredor cultural para el centro de Guayaquil

            Si salimos del edificio histórico de El Telégrafo, por la avenida Diez de Agosto hacia Malecón, pasaremos por el museo y la biblioteca municipales así como frente al parque Seminario y, si al llegar a la alcaldía giramos a la izquierda, arribaremos al museo Nahím Isaías, frente a la Universidad de las Artes. A partir de la calle Aguirre, siguiendo por Pichincha, continuaremos nuestro recorrido desde la Biblioteca de las Artes, en cuya planta baja está la Librería Rita Lecumberri, del Fondo de Cultura Económica, FCE, especializada en literatura infantil y juvenil. Al llegar al boulevard Nueve de Octubre, nos toparemos con el centro de Producción e Innovación Manzana 14, de la U. de las Artes, en donde, además de una sala de exposiciones, una sala de conciertos, un cine y un estudio de producción musical queda la librería Miguel Donoso Pareja, del FCE. Más adelante, en dirección a Las Peñas, por la calle Panamá, hay la zona gastronómica, el Museo del Cacao, el teatro Muégano, y, saliendo a Malecón, la singular sala de cine Imax, el Museo Arqueológico y de Arte Contemporáneo, MAAC, y, para la diversión familiar, la noria La Perla y otras atracciones mecánicas. Enseguida, ya en Las Peñas, tenemos: la casa donde Antonio Neumane compuso la música del Himno Nacional, el teatro estudio Paulsen, la casa Cino Fabianni, la sede de la Asociación Cultural Las Peñas y, al final de la calle Numa Pompilio Llona, el museo del Bolero y los museos de Barcelona y Emelec.

 

Biblioteca de las Artes, en las calles Aguirre y Pichincha, Guayaquil.

            Este corredor cultural es, de suyo, un elemento vivificante de la urbe que, si las nuevas autoridades municipales lo aprovechan y potencian, contribuirá a que el centro de Guayaquil se convierta en un bullente sitio de las artes y la cultura guayaquileñas. Para lograrlo, es indispensable una alianza entre el Municipio y la Universidad de las Artes, modificar ciertas políticas de Malecón 2000 y convocar a gestores culturales y artistas para dinamizar y multiplicar en toda la ciudad los espacios del arte.

            La Universidad de las Artes y el Municipio deberían trabajar en conjunto para animar el corredor cultural del centro de la urbe. Espectáculos de artistas, exposiciones de pintura, cine al aire libre, recitales de música y poesía, biblioteca y librería ambulantes, etc. son ejemplos de variadas expresiones culturales que, con la debida seguridad a cargo del Municipio y la participación profesional de docentes y estudiantes de la universidad, contribuirían a reconstruir la vida nocturna del centro de la ciudad con el consiguiente beneficio de la oferta gastronómica del propio Malecón y otros sitios, así como del esparcimiento de la ciudadanía. Estas expresiones se complementarían con la peatonización y el ciclo paseo dominicales.

 

Centro de Producción e Innovación Mz-14, Panamá y Nueve de Octubre, Guayaquil.

          Asimismo, el Malecón 2000 debería transformarse en un sitio cultural abierto; para ello, las políticas de uso de un espacio que es público y que, actualmente, son restrictivas, deberían modificarse para permitir, por ejemplo, conciertos musicales con amplificación zonificada (esto es para evitar esa sonorización escandalosa a la que nos tienen acostumbrados, que impide conversar y fastidia a quienes viven en el sector). El Palacio de Cristal podría ser mejor aprovechado mediante la implementación de actividades lúdicas como talleres infantiles de arte, de títeres, de música, el establecimiento de una biblioteca subsidiaria de la Biblioteca de las Artes, etc.; la Rotonda podría convertirse en un escenario desmontable y la zona alrededor del monumento a Abel Romeo Castillo en un sitio de lectura de poesía y conferencias. Para esto, habría que modificar la concepción disciplinaria y rígida actual y convertir al Malecón en un recinto más libre y creativo.

 

Muégano Teatro, Callejón Magallanes y calle Rocafuerte, Guayaquil.

            El corredor cultural del centro de Guayaquil necesita, además, de gestores y artistas y, por tanto, es una fuente de generación de empleo. Todas las actividades descritas anteriormente deben contar con el debido financiamiento para su producción y para el pago de honorarios de quienes participan en ellas. El Municipio, a través de sus direcciones de Cultura y Turismo, tiene que convocar a gestores y artistas de la ciudad para construir una programación adecuada en conjunto con la Universidad de las Artes. Las actividades así programadas tendrán la fuerza necesaria para, incluso, ser reproducidas en otros espacios de la ciudad como, por ejemplo, el Parque Forestal y el Centro Cívico, el Malecón del Salado, Guayarte, etc. Hacer de cada parque emblemático un espacio de recreación cultural debería ser una consigna de la actual administración municipal para transformar el espíritu de la ciudad.

 

Estudio Paulsen, Numa Pompilio Llona # 195, Las Peñas, Guayaquil.

            El centro de Guayaquil, una vez que las actividades comerciales terminan, a partir de las seis de la tarde, es un espacio desolado, sucio y peligroso. Recuperar la vida del centro de la ciudad mediante la implementación de actividades artísticas y tomarse las calles del corredor cultural no solo es ofrecer un espacio emblemático para el disfrute de la ciudadanía sino también complementar la dinámica comercial del puerto con un espíritu urbano imbuido de arte.   


lunes, mayo 15, 2023

Magnificat

A comienzos del mes, en un grupo de WhatsApp de académicos al que pertenezco, se suscitó una controversia debido a que una persona empezó a enviar, diariamente, una oración por el Mes de María y otra dijo que no soportaba los mensajes religiosos. En los grupos de WhatsApp, mientras el mensaje no sea ofensivo, cuando uno lee algo con lo que no está de acuerdo, simplemente, lo pasa; no hay necesidad de censurar las expresiones de los demás. Estoy convencido de que el laicismo implica el respeto por todas las creencias religiosas y la libertad que tiene cada cual de expresarlas.

Creo que la poesía es también expresión de la fe del bardo y de su aldea y que la palabra poética puede trabajar en comunión espiritual con lo místico; por lo tanto, celebrar en un poema el sentido liberador, en términos teológicos, de las palabras de María es tan válido como cualquier otra fuente de la que bebe la poesía.

Mi poemario Missa solemnis (2008) se abre con el Magnificat. En el mes mariano, comparto este poema que dialoga intertextualmente con el cántico de la Virgen durante la visitación a su prima Isabel, ambas embarazadas de Jesús y Juan, el Bautista (Lucas, 1:39-56).

 

Fra Angelico, Visitación, (Predela del retablo de La Anunciación, 1433, Museo Diocesano de Arte Sacro, Vizcaya, España.
 

1

Soy solo una mujer que aún no ha conocido varón

entregada a la voluntad de Aquel que todo lo puede

sierva que recibió en la morada sencilla de las nazarenas

la voz angélica que anuncia la llegada de un tiempo nuevo

cielo rebelde que nos baña de luz lo mismo que nos cobija

bajo las sombras de la noche dulce, propicia para el amor.

 

Celebra todo mi ser la grandeza del Señor

y mi espíritu se alegra en el Dios que me salva.

 

En Ti confío soplo de viento que me mantiene alerta

lumbre que ilumina mi sosiego

hálito que baña mi ánima combatiente

voz de las alturas a cuyo llamado solo respondo que sí.

 

Tú que convertiste las aguas abiertas del Mar Rojo en tumba

de los opresores de tu pueblo conducido por Moisés;

Tú que guiaste la mano de Yael para aniquilar a Sísara, sangriento

capitán de los cananeos, verdugo coronado por nuestros pecados;

Tú que depositaste las palabras de júbilo en los labios de Débora,

abeja de la justicia que fabricó la miel divina de nuestra libertad.

Tú que insuflaste vida en el vientre estéril de Ana, madre de Samuel,

oración de esperanza para los esclavos de sí mismos y de los demás.

Tú que hiciste de la belleza de Ester el arma de tu gente

siempre amenazada en la diáspora por la conjura de tus enemigos.

Tú que guiaste el astuto brazo de Judit que decapitó

la lascivia de Holofernes para alabanza de tu nombre.

 

En Ti confío y a Ti me entrego como Rut, la moabita, y su viudez

extranjera que en Belén fundara la dinastía de la casa que me acoge

íngrima bajo el firmamento, vencidos mis miedos, apacienta mi alma

dulce regocijo de eternidad ofrendada, Señor, a tus requerimientos.

 

En Ti confío y a Ti me entrego libre porque soy una mujer bendita

como todas las mujeres que cuidan esta tierra y la pueblan con tus hijos.

 

2

Yo, la que llora sin consuelo la sangre de los inocentes

derramada con la violencia del Imperio por causa del Hijo,

muertes que acompañan la permanencia de quien dará su vida;

la que cuida del niño extraviado en el Templo y se asusta

ante la sabiduría de sus palabras y el asombro de los sacerdotes,

prédica que sana la aflicción de los pobres de la tierra;

la discreta que en su corazón intuye que del agua tocada

por la mano del Hijo proviene el mejor vino de la boda, milagro

que anuncia el regreso al Paraíso de los descendientes de Eva;

la que perfuma los pies de mi Señor con bálsamo fino

para escándalo de los corazones adheridos al polvo,

presencia efímera de la divinidad encarnada en un hombre;

la que recibe en su rostro los escupitajos y en su cuerpo

las piedras arrojadas por la mano furiosa de los crueles,

sacrificio de mujer que se enfrenta a la insolencia de los poderosos;

la que andará sola en la vida y sola frente a la muerte

piadosa acunará el cadáver del Hijo en sus brazos,

madre que sobrelleva en sí todo el dolor del hombre.

 

Porque quiso mirar la condición humilde de su esclava,

en adelante, pues, todos los hombres dirán que soy feliz.

 

3

El Señor bendice al pueblo que conmigo habrá de padecer

peregrinos de corazones hambrientos de eterno maná

diáspora de los que no encuentran refugio en su propia casa

procesión infinita de los perseguidos por causa de su nombre.

Me entrego a Él sin condiciones en nombre de sus hijos

humildes que no descifran los signos milenarios de la Torah

mas llevan en su espíritu el calor de su palabra encendida

horno en que se cuece la transitoria felicidad de la tierra.

Él acoge mi entrega a la misión dolorosa que me da

se apiada de las almas de pan ázimo a las que desprecian

doctos de la Ley que cultivan la soberbia y del Señor olvidan

que sus favores alcanzan a todos los que le temen y prosiguen en sus hijos.

 

4

No el palacio del Rey sino la casa del carpintero

escogió mi Señor para su morada terrenal.

 

Yo no atino sino a balbucir, en gratitud, que somos

pasajeros de esta tierra en corto viaje a la eternidad

que todo se acaba, todo se esfuma y en el aire

queda lo que vale para celebración de la vida.

La barata de los mercaderes es nuestra tentación

compra de felicidades que se convertirán en polvo

mientras lo inasible del espíritu se vuelve carne

alimento de salvación para el hambre del pueblo.

 

Su brazo llevó a cabo hechos heroicos

arruinó a los soberbios con sus maquinaciones

 

ensalzó a los humildes de discreta sonrisa

nos liberó de las cadenas que impuso el Imperio.

 

5

Canto la libertad de mi gente

vestida de luto y cadenas en Egipto

satisfecha de maná en el desierto,

hoy habitamos en la promesa del Padre.

 

Sacó a los poderosos de sus tronos

y puso en su lugar a los humildes

 

porque todo poder habrá de perecer

para que se cumpla el ciclo de la vida.

 

Canto la victoria de mi pueblo

bienaventurado porque busca la justicia

perseguido por la causa de mi Señor,

hoy se alimenta de su esperanza en Él.

 

Repletó a los hambrientos de todo

lo que es bueno y despidió vacíos a los ricos

 

porque el pan de vida nos sacia y serena

felices los que guardan sus penas del ayer.

 

Canto la gesta de los pobres

zelotes herederos del rugiente Judas

el Macabeo purificador del Templo,

hoy resistimos con la bendición del Padre.

 

De la mano tomó a Israel, su siervo

demostrándole así misericordia

 

porque el reino llegará y la memoria guerrera

regará la semilla de nuestra tierra de paz.


lunes, mayo 08, 2023

Puerto del coronavirus: crónicas de Guayaquil en cuarentena

            El 5 de mayo pasado, el doctor Tedros Adhanom Gebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, OMS, anunció el fin de la emergencia sanitaria internacional por causa de la COVID-19. En declaraciones de prensa, dijo: «Ayer, el Comité de Emergencias se reunió por decimoquinta vez y me recomendó que declarara el fin de la emergencia de salud pública de importancia internacional. He aceptado ese consejo. Por lo tanto, declaro con gran esperanza el fin de COVID-19 como emergencia sanitaria internacional». Sin embargo, el mismo doctor Gebreyesus aclaró que «esto no significa que COVID-19 haya dejado de ser una amenaza para la salud mundial».[1]

            Este anuncio esperanzador trajo a la memoria colectiva de la gente de Guayaquil las muertes y el sufrimiento que ocasionó la pandemia en aquel aciago 2020 y la irresponsable, por decir lo menos, respuesta institucional que dieron las autoridades gubernamentales en todos los niveles.

            En mi poemario Trabajos y desvelos, en la sección «Puerto del coronavirus: crónicas de Guayaquil en cuarentena», he recreado literariamente algunos episodios que dan testimonio de lo vivido durante aquellos días. Estas crónicas breves pretenden mantener viva la memoria de aquel annus horribilis.

 

Vuelo IB6453

 

            El virus viajaba en primera clase; después de todo, tiene corona. Ese miércoles 18 de marzo de 2020, el virus era el único pasajero de aquel vuelo con once tripulantes. Los asientos del Airbus 340, vacío de pasajeros, servían para que el virus se moviera de un lado a otro de la nave de Iberia. En el vuelo IB6453 venía el virus de la pandemia.

            La pista del aeropuerto José Joaquín Olmedo, de Guayaquil, se llenó de carros de la Autoridad de Tránsito Municipal y de la Policía Metropolitana. «Soy la responsable de haber impedido que aterrice el vuelo de Iberia proveniente de Madrid», dijo la alcaldesa, quien, además, aseguró: «Yo garantizaré la vida de los guayaquileños».

            Pero el coronavirus no llegó por Iberia.

            Resumo lo que han dicho los periódicos y la televisión:

            El Viernes Santos, 10 de abril, la provincia del Guayas reportó 5.281 contagiados; de esos, Guayaquil, su capital, tenía 3.983. Para la misma fecha, a nivel nacional, había 7.161 casos registrados, según el Comité de Operaciones de Emergencia, COE. Al 24 de abril, la cifra de la provincia subió a 15.365 casos de los 22.719 registrados a nivel nacional. El 29 de abril, el secretario de la Presidencia, pulverizando las cifras oficiales, aceptó en una entrevista en NTN24, que, en la provincia del Guayas, habría habido alrededor de ocho mil muertos por la pandemia.

            Este cronista no sabe cómo, a pesar de que el vuelo 6453 de Iberia no pudo aterrizar, el virus se las ingenió para instalarse en una ciudad que se sentía poderosa y feliz, y que se creía invulnerable.

 

Un momento grave de la vida

 

            «El momento más grave de mi vida es el haber sorprendido de perfil a mi padre», escribió César Vallejo.

            Movido por la necesidad de enterrar a su muerto querido y de rendirle honores fúnebres, de no abandonarlo al anonimato de la fosa común o a la caridad de un féretro de cartón, un hijo transportó el cadáver de su padre en un viejo Trooper azul desde Guayaquil hasta la parroquia Cerecita, donde había nacido. En el asiento trasero del yip, viajaba sentado el cadáver con una mascarilla de tela blanca que cubría su nariz y boca.

            Sucedió el jueves 9 de abril. Durante el viaje, el hijo compartió el camino hacia la soledad eterna en compañía del difunto. Esa soledad, poblada en vida de los silencios cotidianos con los que platican los varones, se prolongó por cincuenta kilómetros largos. Cuando el hijo regresó del cementerio de Cerecita a la casa familiar —vacía para siempre de padre— pronunció las palabras de su orfandad definitiva:

            «El momento más grave de mi vida es haber visto a mi padre, a través del espejo retrovisor, con una mascarilla que le cubría nariz y boca, sentado y muerto, en el asiento trasero del viejo yip azul».

 

Viernes Santo

 

            El becerro de oro, el que Aarón fundió con los zarcillos que se quitaron de sus orejas las hijas y los hijos de Israel, se ha convertido en el becerro volador de acero, aluminio y titanio que alquiló el arzobispado de Guayaquil. No creo en becerros ni en helicópteros. Creo en el valor de la oración compartida por quienes habitan el hogar del confinamiento.

            Viernes, 10 de abril: han sacado a pasear por los aires al Cristo del Consuelo. Ese que carga todos los dolores y las culpas, ese que nos recuerda que nuestras penas con ser muchas son pocas ante la muerte del Hijo abandonado por el Padre. Pero la muerte del Hijo de Dios solo tiene sentido si es redención de la condena primigenia, aquella que recibió el ser humano cuando fue expulsado del Paraíso. El bálsamo del Cristo sería la promesa de las Bienaventuranzas para aquellos que recibirán la tierra por heredad, mas no la resignación ante la iniquidad del mundo.

            Desde las ventanas de sus casas los habitantes del puerto han levantado las miradas hacia el cielo: vieron ese moscardón rugiente del espectáculo sacerdotal. En vano esperaron que cayera la lluvia bendita sobre sus corazones atribulados. Al becerro vo
lador le ofrecieron el holocausto de sus cadáveres queridos a la espera del sepulturero agobiado. Suplicaron la protección del Cristo del Consuelo para sus vivos y permanecieron con los párpados cerrados como si en ese gesto se inocularan el virus de la esperanza.

 

Testimonio del Hospital y la Casa de las Muñecas

 

            Le dicen «La José», es homosexual, tiene cálculos renales y carece de inscripción de nacimiento. Sus padres, que acuden fervientes a una iglesia evangélica, le han inculcado la idea de que es preferible que se muera antes de que siga siendo gay. A Sharon, una joven trans que antes de la cuarentena se dedicaba a la prostitución callejera, su madre le ha dicho que no tiene dinero para mantenerla en la casa, que vea cómo se las arregla. Sharon y «La José» conviven en la Casa de las Muñecas junto a una decena más de personas LGBTI, algunas colombianas y, otras, venezolanas. Las historias de los parias de la tierra son similares por lo que este cronista teme ser repetitivo en su narrativa, pero sucede que, en la existencia cotidiana, cada drama es único, verdadero e irrepetible para quien se mira en el espejo de su propio dolor.

            Mariasol Mite Galarza vive al norte, en La Atarazana, y trabaja al final de la ciudad, casi al llegar a la zona del puerto, en el Hospital General Guasmo Sur, HGGS. Se moviliza en taxi, cuando encuentra alguno, o con un compañero de trabajo que tiene carro. Ella es responsable de la unidad de atención al usuario. ¿Dónde tienen a mi madre? Mariasol debe, durante sus largas jornadas, dar respuestas que resuelvan avatares, que calmen angustias y que disipen miedos. Mi abuelito entró anoche pero no sé de él. Su palabra es como un hilo que siempre está a punto de romperse y cuyo sentido desemboca en el alivio de quien la escucha o en el llanto ante lo irremediable. Dígame, por favor, que no es cierto que mi esposo ha muerto.

            En su oficina, sobre un anaquel, ha colocado la imagen del Divino Niño, ese infante vestido con un batón rosado que dirige la mirada hacia un cielo ilusorio; Mariasol cree que «la fe sin acción es palabra muerta». Ella, además, recibe las donaciones que llegan al hospital: botellas de agua, pizzas, empanadas, fanesca, etc. Debe repartirlas para el personal médico, administrativo y de servicio; así como para ciertos pacientes. Es como si trabajase en una permanente multiplicación de los panes.

            Mariasol es también una activista trans y es quien dirige la Casa de las Muñecas, una organización de base comunitaria que alberga y protege, en particular, a chicas trans en situación de calle. El año pasado, vi a Mariasol encabezando la comparsa de la Casa de las Muñecas durante el desfile del Día del Orgullo LGBTI, en Guayaquil. Aquel sábado de junio, lucía un bodysuit de franjas verticales con los colores del arcoíris y, pegado a los hombros, pañuelos de tul coloridos que ondeaban como si el espectro de luz de la tarde bailara junto con el movimiento de sus brazos. Este año, seguramente, no habrá desfile, pero el Orgullo, para ella, no es de un día, sino de la vida entera.

            El trabajo de la Casa, durante la cuarentena, lo coordina con Amy Antonella, mujer trans, alta como una espiga bañada en melaza. Las dos, junto a otras personas que viven acogidas en la Casa, hacen las compras de los víveres en el Mercado Central. Allá van, protegidas con mascarillas, guardando la distancia social que recomiendan las autoridades de salud. «La pasamos bien. Es como una terapia para mitigar tanto encierro. Y, aunque todo está más caro, logramos llenar la canasta». La multiplicación de los panes parecería una destreza del activismo de Mariasol.

            La Casa no tiene ningún tipo de apoyo, ni estatal ni municipal, y sobrevive por donaciones esporádicas que Mariasol consigue aquí y allá. Quienes habitan la Casa son personas expulsadas de todo paraíso; rechazadas por aquellos que llevan su misma sangre, son errantes sin tierra prometida. En aquella casa encuentran un pan sencillo y el cuidado de quienes han aprendido a servir en medio del sufrimiento propio.

            Mariasol llega a su hogar en las noches y sigue atendiendo mensajes desde su teléfono móvil. Conversa con su madre y con su hermana. Mira alguna película que le permita olvidarse del trajín del día. «No soy ninguna heroína. Yo, simplemente, le estoy devolviendo a la vida la oportunidad que me ha dado para ser lo que soy y para servir». El hospital la espera al día siguiente. La Casa de las Muñecas, siempre la acompaña.



[1] «Se acaba la emergencia por la pandemia, pero la Covid-19 continúa», Organización Panamericana de la Salud, acceso 06 de mayo de 2023, https://www.paho.org/es/noticias/6-5-2023-se-acaba-emergencia-por-pandemia-pero-covid-19-continua

lunes, mayo 01, 2023

«De un mundo raro»: lo fantástico y el gótico tropical

En De un mundo raro, Solange Rodríguez Pappe nos descubre niveles profundos de la realidad a partir del develamiento del terror y lo fantástico de la cotidianidad convertida, por fuerza de una escritura madura y profunda, en la realidad literaria de un mundo apocalíptico y distópico donde nos contemplamos con los ojos descarnados de la muerte.

 

Inventarse una tradición de lo fantástico

«¿La tradición? Yo me inventé la tradición»[1] dice la narradora de «Una poética», el cuento que, como primera sección, abre el libro. La tradición no existe por sí misma. En el oficio de escribir, cada uno se rebela contra una línea tradicional y se conecta a otra, en parte para construir a partir de dicha rebeldía una manera distinta de decir basada en decires olvidados, en parte para evitar la orfandad. Solange Rodríguez ha roto con una tradición realista para inventarse una tradición fantástica.

Estos trece cuentos, número cabalístico de las historias de terror, se conectan en la tradición ecuatoriana con los 13 relatos (1955), de César Dávila Andrade (1918-1967). En «Una poética» la narradora/autora da forma a su noción de lo fantástico e incorpora como personaje a Dávila Andrade —quien levita en la casa de una lectora—. Así, Dávila Andrade se convierte en una presencia fantasmagórica que se le aparece a la autora para aconsejarla en su escritura, de tal manera que ella logra plantear el enunciado polisémico del cuentario: «Yo no creo en fantasmas, pero los veo».[2]

 

La celebración de lo sobrenatural

La segunda sección del cuentario gira alrededor del tema de la muerte como una presencia que nos acompaña con la naturalidad de sus horrores. «Los muertos retornaban y debíamos honrarlos»[3], dice el narrador de «Noche de difuntos», un cuento redondo que parte de la tradición del conmemorar a los muertos de la familia y que la autora lo narra en clave de horror fundiendo lo sobrenatural y lo cotidiano.

Rodríguez Pappe recupera para su escritura la tradición de los relatos orales sobre muertos y aparecidos que es parte del folklore popular. En «Compañeros de viaje», los pasajeros de un bus cuentan varias historias de aparecidos durante un viaje que es representación de la fantasmagórica circularidad de sus propias muertes. «Las dramáticas imágenes» es, en cambio, un cuento de realismo gore, en donde el horror de crimen parecería una historia inverosímil, pero que, contado en clave de crónica, nos habla de feminicidios brutales en medio de una historia familiar de violencia.

El antológico «La profundidad de los armarios» se introduce en lo sobrenatural a partir de un recuerdo de infancia que aparece en forma de gato: el viaje de la protagonista dentro del armario parecería, a partir de la búsqueda del simbólico gato de la infancia, un viaje de la protagonista a su inconsciente, en el que rastrea el significado de la relación con su madre y los claroscuros de su propia sexualidad. El mundo es un armario y el viaje en su interior puede ser leído como un regreso al útero, concebido como espacio conflictivo que almacena la vida de la semilla de origen.

 

Tiempos apocalípticos y distópicos

En medio de tiempos apocalípticos y mundos distópicos, un personaje de «El mar espera entre las astas de los ciervos» dice: «…la escritura es una forma de oración»[4]. En la tercera sección del cuentario, Rodríguez Pappe construye alegorías sobre la tierra que crece, devora cuanto necesita para seguir viva, se multiplica («Una nueva especie»); se adentra en el amor de seres de distinta especie, en un relato en el que un ser vivo no humano estudia la naturaleza del ser humano para comprenderlo, para amarlo mejor («La noche del hombre salvaje»); nos habla, en un cuento donde cierto humor triste está presente, de la necesidad que tenemos los seres vivos de sentirnos amados, deseados, y sentir, al mismo tiempo, que amamos, que deseamos, sin que importe cuánta fantasía estemos dispuestos a aceptar («Una luz inolvidable»).

 

La muerte como vivencia lúdica

La cuarta sección, en la que el tema de la muerte se vuelve vivencia lúdica, se abre con «Autodiagnóstico», un cuento que, salpicado de pinceladas de humor macabro, conjuga la vocación de la autora por fusionar lo sobrenatural con la cotidianidad. En «El mundo estará ahí afuera», una maestra, ya para jubilarse, siente un pequeño ardor en la garganta; este dolor es todo un símbolo de la consunción de la vida del ser humano en su trabajo: la garganta, instrumento de trabajo de todo docente, ha dejado de funcionar.

Rodríguez Pappe, que recupera la oralidad del folklore para su narrativa, ha reelaborado el cuento de Barba Azul mediante un juego intertextual y una alegoría de la sociedad patriarcal y las prohibiciones que pesan sobre las mujeres que son concebidas como propiedad de Barba Azul. En «Calamidad doméstica», el sótano es el submundo donde las mujeres padecen su prisión anhelando salir al mundo de la luz, pero sin que ello signifique la libertad sino una posición privilegiada dentro de la opresión del sistema patriarcal que padecen: «…mientras haya hombres habrá sótanos».[5]

El libro se cierra con una narración extraordinaria —tanto por la fuerza de su escritura cuanto porque se inscribe en la tradición de Poe— sobre la maternidad frustrada por causa de un embarazo que no fue tal. Lo monstruoso se manifiesta cuando la mujer decide conservar los restos del teratoma que le extrajeron y que, tanto ella como su marido, pensaban que era el hijo deseado. El sentimiento de orfandad de la madre y el padre es desolador y el duelo en ella se vuelve una obsesión. Así, Rodríguez Pappe ha construido una heroína que busca una parte de sí misma, ese hijo que nunca tuvo, prolongando su duelo en lo monstruoso de una realidad fantasmagórica, viviendo en una repetición alucinante de su frustrada maternidad.

 

Tormenta y pasión del gótico tropical

En síntesis, De un mundo raro, de Solange Rodríguez Pappe, es un cuentario que construye sus relatos a partir de la libertad de la imaginación, como otra aproximación que tiene el conocimiento para desentrañar los niveles ocultos de lo real; un libro que, a partir de la ironía y el humor para enfrentar la muerte y los miedos a lo sobrenatural, destruye la dicotomía racional entre lo real y lo fantástico construyendo un mundo que los contiene a ambos en lo cotidiano; un libro en el que algunas de sus historias suceden en tiempos apocalípticos y mundos distópicos como para decirnos que vivimos en un apocalipsis permanente; un libro que incorpora la oralidad del folklore en el rito solitario que integra escritura y lectura: «Ahora, lector, prende fuego y aquieta el alma, que tengo algo que contarte para pasar a noche breve que es esta vida…»[6].



[1] Rodríguez Pappe, «Una poética», en De un mundo…, 17.

[2] Rodríguez Pappe, «Una poética» …, 21.

[3] Rodríguez Pappe, «Noche de difuntos», en De un mundo…, 30.

[4] Rodríguez Pappe, «El mar espera entre las astas de los ciervos», en De un mundo…, 112.

[5] Rodríguez Pappe, «Calamidad doméstica» …, 149.

[6] Rodríguez Pappe, «Imaginatio vera» …, 173.