José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, mayo 10, 2020

Tres madres en mi vida


Mamá Aída, abuela María, tía Maruja (c. 1960)



Evocación

¿A qué olía tu pelo de hilo fino?
—Rosedal del jardín que florecía dentro de ti.
¿Cuán suave era la caricia de tu mano tibia?
—Algodón del ceibal de nuestro pueblo.
¿Cómo tocaban tus palabras mi alma niña?
—Lágrima que resbala con el reloj detenido.


Rosario de resignación

Blanca de nube, mirada de cielo, viuda con una niña, ella se rindió hechizada ante el sombrero jipijapa. Dos hembras y un varón, todos suaves como el pan de dulce, parió mi abuela. Ella, mango de chupar y pecado, pasó la vida, esperando el retorno de aquel sombrero de paja toquilla que voló, cometa de infinito en vientos playeros.
—Si el sombrero no vuelve, rosario de resignación, ¿cómo la abuela habrá de proteger su blancura de ensueño?


Mi tía Maruja

¿Han tenido una tía Maruja? ¿Han tenido un alma que reparte alegrías y consejos de la misma forma que su mano repartió las golosinas de infancia? ¿Han tenido una cascada que riega el espíritu cuando yace sediento? Yo tuve a mi tía Maruja: mirada fresca sobre el rostro compungido; palabra de bálsamo para el corazón estrujado; sonrisa de campanario repicando en días soleados.
En su casa, yo aprendí que la infancia puede ser un juego feliz para el espíritu niño; aprendí que alrededor de la mesa familiar se comparte no solo el pan por el que a diario damos gracias sino el pedazo de existencia sobre el que dejamos nuestra huella; aprendí que la fe no está llena de aspavientos sino de una fuerza interior que se traduce en el alma generosa con el prójimo; aprendí que hay que mirar al mundo con piedad y verter en él nuestra constancia.
Recordar a una mujer que cocinó la alegría cotidiana de ese mundo privado que es el hogar, es sentir que la vida florece en la plenitud de la entrega de cada persona y que no existe muerte capaz de marchitarla. Ahora que ella es memoria, tengo a mi tía Maruja con su rostro de luna sonriente, y su blancura tibia como una canción de cuna en la almohada adulta.