José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, julio 14, 2025

«La victoria de Junín. Canto a Bolívar»: 200 años de un poema fundacional

La edición príncipe de La victoria de Junín. Canto a Bolívar, de José Joaquín Olmedo, apareció en mayo o junio de 1825 con el siguiente colofón: «Guayaquil Imprenta de la ciudad, por M. I. Murillo 1825», y firmada: J. J. Olmedo. Debido a esta conmemoración, en las entradas correspondientes a julio, publicaré algunos extractos de mi estudio «José Joaquín Olmedo, cantautor de la Independencia»[1].

 

Monumento a José Joaquín Olmedo. Realizado por Jean-Alexandre Falguière e inaugurado en 1892, se ubica en el Malecón 2000, a la altura de la avenida Olmedo. La obra incluye alegorías al río Amazonas y a Huayna Cápac, exaltando la figura del poeta y político guayaquileño, protagonista de la independencia de la ciudad. En «Los siete monumentos más antiguos de Guayaquil».
 

Olmedo: cantautor de la patria

 

            El 31 de enero de 1847, diecinueve días antes de su muerte, José Joaquín Olmedo, ya de vuelta de su estancia de dos años en Lima —«a donde fui a buscar salud y no la encontré»—, escribía desde Guayaquil a su amigo y compadre don Andrés Bello en un tono filosófica y políticamente desencantado, más cercano al spleen de fin de siglo que a su habitual serenidad y equilibrio espirituales:

 

…hace muchos años que, con mucha frecuencia, me asalta el pensamiento de que (aquí entre nosotros) es incompleta, imperfecta, la redención del género humano, y poco digna de un Dios infinitamente misericordioso. Nos libertó del pecado, pero no de la muerte. Nos redimió del pecado, y nos dejó todos los males que son efecto del pecado. Lo mismo hace cualquier libertador vulgar, por ejemplo, Bolívar: nos libró del yugo español, y nos dejó todos los desastres de las revoluciones.[2]

 

¿Qué había sucedido en el corazón del poeta para que, veintidós años después, el autor del Canto a Bolívar motejara de «libertador vulgar» al mismo que había llamado «árbitro de la paz y de la guerra»? ¿Se arrepentía tal vez de haber escrito: «¡Victoria por la patria! ¡oh Dios, victoria! / ¡Triunfo a Colombia y a Bolívar gloria!», o la supuesta “vulgaridad” del Libertador era una expresión malhumorada producto del cáncer que lo consumía por dentro? O, a lo mejor, su última carta es un ejemplo más de las contradicciones con las que vivieron los poetas civiles del siglo XIX: necesitados de la libertad de espíritu para ver con criticidad el mundo y, al mismo tiempo, comprometidos con la cotidianidad política para la construcción de ese mismo mundo del que no podían evadirse por más que buscaran el remanso de la vida retirada.

El poeta civil del siglo XIX fue parte no sólo del proceso estético que contribuyó a pensar la nación, sino que también fue protagonista de los sucesos políticos requeridos para construirla. Ese poeta civil es un escritor que hizo de su producción literaria una parte fundamental de su propia práctica política. Los tres poetas más significativos del período de la independencia responden a esta definición: Olmedo (1780-1847), Andrés Bello (1781-1865), cuya obra poética, lingüística y política está dedicada a construir una expresión americana, y José María Heredia (1803-1839), que pasó la mayor parte de su vida en el destierro y para quien la Patria, en su obra, es una nostalgia perenne y su libertad el anhelo insatisfecho del poeta.

En Nuestra América, durante los procesos independentistas, el poeta civil experimenta por lo general un tránsito político que va desde su vocación monárquica, pasa por los anhelos de poder de los criollos que se sentían los legítimos representantes de dicha monarquía, y —una vez agotada la experiencia constitucionalista de las Cortes de Cádiz y la vuelta al régimen absolutista de Fernando VII— desemboca en una lucha por la independencia de su lugar de origen que es asumido como la Patria.

Olmedo fue un poeta civil heredero de la tradición neoclásica que cumplió como ciudadano, no sin conflictos personales, las tareas políticas que él sentía que la patria le demandaba en detrimento, la mayoría de las veces, de su vocación literaria. Este conflicto existencial del poeta se verá en varios textos y cartas puesto que para los escritores civiles del siglo XIX el concepto de patria estaba cargado de un profundo imperativo ético.

En el prólogo a la publicación de la primera epístola del Ensayo sobre el hombre, de Alexander Pope, en 1823, cuya traducción le llevó unos tres años a Olmedo, quedó plasmado el goce intelectual que experimentaba y también la convicción ética del poeta acerca del cumplimiento de sus tareas políticas y de qué manera vivía esta compleja situación en la que las tareas civiles ocupaban el precioso tiempo que demandaba la creación poética:

 

El ocio que disfrutaba entonces, la distracción de todo negocio público y la soledad, me preparaban maravillosamente a esta grande y deliciosa ocupación. Mas por aquel mismo tiempo una voz imperiosa me llamó de improviso a tener parte en los destinos de mi patria. Los cuidados de la vida pública y los peligros que incesantemente amenazaron mi país hasta la victoria de Pichincha vinieron no sólo a interrumpir mi tarea, sino a separarme de todo género de estudio, especialmente del trato con las musas, que son, como se sabe, nimiamente delicadas y celosas.[3]

 

            Los escritores civiles del siglo XIX asumieron con responsabilidad su condición de intelectuales orgánicos durante la construcción de los Estados nacionales de Nuestra América y estuvieron permanentemente comprometidos con las causas de la libertad, la moral y el progreso, entre otras similares, según los conceptos ideológicos del siglo XIX, de la Patria a la que pertenecieron. En la carta del 29 de agosto de 1823 dirigida a Joaquín Araujo podemos apreciar ese anhelo de paz que Olmedo requería para su poesía y, al mismo tiempo, ese espíritu atento al cumplimiento de su deber cívico:

 

Pues ya puede Ud. formarse idea de lo que me pasa cuando distrayéndome de las escenas lamentables de nuestra patria, mi imaginación vuela a consolarse a la dulce y filosófica soledad […] Mientras dura este laberinto, en que por desgracia estoy también metido, y mientras que se serena el cielo político del Perú, me he quedado en el seno de mi familia como en un puesto de observación, pero siempre dispuesto a ir donde me llame el peligro y mi deber. ¿Qué he de hacer?[4]

 

            ¡Qué iba a hacer si no lo que hizo! El poeta cumplió a cabalidad con su destino patriótico. José Joaquín de Olmedo fue diputado en las Cortes de Cádiz donde se destacó por su lucha a favor de la abolición de la mita, jefe Político de Guayaquil, la primera ciudad que se independizó en lo que hoy es Ecuador, primer vicepresidente, una vez constituida la república en 1830, y, hacia el final de su vida, en 1845, fue uno de los protagonistas de la Revolución Marcista (6 de marzo de 1845) que terminó con el régimen dictatorial de Juan José Flores.

Al mismo tiempo, en el marco de una obra literaria breve, Olmedo fue el autor del Canto a Bolívar, memoria poética sobre las gestas fundamentales en la lucha por la independencia que comandó el Libertador: las batallas de Junín y de Ayacucho que tuvieron lugar el 6 de agosto y el 9 de diciembre de 1824, respectivamente. Olmedo, en la tradición de los poetas civiles del siglo XIX, fue uno de los autores y uno de los cantores de la naciente América; en un sentido metafórico: cantautor de la patria

 

Olmedo comparte la lectura de un libro con el transeúnte que se siente a su lado. La escultura está en las calles Panamá y P. Ycaza y, proximamente, según anuncio del Municipio de Guayaquil, será trasladada a Panamá e Imbabura, frente al Museo del Cacao.  «Nueva ubicación de escultura destacará el legado de José Joaquín de Olmedo».

El Canto a Bolívar: fundación de la épica de Nuestra América

 

            Así como los griegos se vanaglorian de la Ilíada, de Homero, y los romanos de la Eneida, de Virgilio, como cantos fundacionales que expresan el espíritu nacional de sus pueblos, así en Nuestra América —con las distancias estéticas y culturales que existen ya establecidas por la crítica—, el Canto a Bolívar constituye, en la formación del canon de la literatura hispanoamericana, la memoria poética de una gesta épica de la Patria naciente.

Debemos recordar que casi toda la producción literaria hispanoamericana del siglo XIX es básicamente fundacional pues, sin más tradición que la oratoria sagrada, la poesía de ocasión y la imitación del barroco español —con la genial excepcionalidad de sor Juana Inés de la Cruz—, en un principio, las letras expresaron la independencia de ideas y, en seguida, la independencia de la visión estética sobre la naturaleza y la sociedad. Nuestro continente que se había independizado políticamente y que, durante el siglo XIX, construyó sus Estados nacionales, tuvo en sus letras un proceso de emancipación que comenzó por la transición del discurso colonial hacia la mirada libertaria de los románticos, atravesando la herencia racionalista del neoclasicismo imbuida de las ideas libertarias del enciclopedismo francés. Este proceso culminó, en el último cuarto de siglo, con la revolución estética que para la literatura iberoamericana representó la originalidad del Modernismo. Lo notable es que, en todos los momentos de este proceso, los escritores vieron y se empeñaron en buscar una expresión estética que correspondieran a Nuestra América.[5]

Olmedo era consciente de las distancias y las limitaciones de su obra frente a los clásicos del género cuando en carta a Joaquín Araujo, del 29 de junio de 1825, le dice: «Ud. me habla de la posteridad: y aun, hablando sobre mi composición, se ha atrevido Ud. a mentar la Eneida. No, amigo: yo me conozco. La Eneida es un río del cual no merece mi poema ser tenido ni por una gota; y cuando más se podrá reputar como un grano de arena de la ribera por donde corre»[6]. Mas, al mismo tiempo, Olmedo también está consciente de lo significativo que es su empresa y el valor que habrá de tener su Canto; así, en carta a Bolívar del 31 de enero de 1825, cuando recién está borroneando el poema sobre la base de un plan que considera excelentemente trazado, escribe: «…si me llega el momento de la inspiración y puedo llenar el magnífico y atrevido plan que he concebido, los dos, los dos hemos de estar juntos en la inmortalidad»[7].

En el proceso de construcción del canon hispanoamericano, el Canto a Bolívar es el poema fundacional de la épica de Nuestra América. Alguien podría señalar que La Araucana, escrito en Chile, en el siglo XVI, por Alonso de Ercilla, es un poema épico anterior pero ni el autor —madrileño nacido en 1533— ni el tema —la conquista de los araucanos por parte de los españoles—, corresponden a la construcción heroica que la épica tiene para la historia del pueblo que la canta, a pesar del reconocimiento que hace la voz poética de la valentía de los vencidos: La Araucana, por más vueltas que le demos a su interpretación, es épica escrita por un soldado español sobre la gesta victoriosa de los conquistadores españoles, la derrota del pueblo araucano y la servidumbre posterior a la que este último fue sometido.

En cambio, en el Canto a Bolívar —si bien se podría discutir sin fin el carácter lírico de la oda en tanto tipo de poema— Olmedo exalta el valor de la lucha por la libertad de América y el liderazgo que desempeña Bolívar como conductor de dicho proceso; y, dado el imperativo de que la divina poesía —invocada por Bello: «tiempo es de que dejes ya la culta Europa»— debe encontrar su expresión americana, Olmedo americaniza en su canto la tradición cultural de Occidente:

 

Aquí la Libertad buscó un asilo,                775

amable peregrina,

y ya lo encuentra plácido y tranquilo,

y aquí poner la diosa

quiere su templo y ara milagrosa;

aquí, olvidada de su cara Helvecia,            780

se viene a consolar de la ruina

de los altares que le alzó la Grecia,

y en todos sus oráculos proclama

que al Madalén y al Rímac bullicioso

a sobre el Tíber y el Eurotas ama.              785

 

            El Canto a Bolívar es un poema épico fundacional, no únicamente por el tema sino por el aliento poético que lo sustenta, que no solo celebra la gesta libertaria de Nuestra América liderada por los criollos sino que también incluye el pasado indígena —representado en términos simbólicos por la figura del Inca Huayna-Cápac—, como elemento indispensable para la construcción de la nación mestiza que será uno de los proyectos ideológicos y políticos de las nacientes repúblicas durante el siglo XIX. El poeta, en la exposición del plan de su poema, le explica a Bolívar que el Inca no desea el restablecimiento del «cetro del imperio, que puede llevar el pueblo a la tiranía» sino que «exhorta a la unión, sin la cual no podrá prosperar la América…»[8].

            El tema heroico y la verdad histórica de dos batallas fundamentales para el afianzamiento de la independencia americana, la de Junín y la de Ayacucho; la construcción del héroe en la persona de Bolívar y la mitificación del Inca como presencia indígena en el imaginario nacional; y, asimismo, la selección de un lenguaje y un aliento correspondientes con la materia poética y el enunciado poético de una propuesta política para el gobierno de las repúblicas nacientes hacen del Canto a Bolívar el poema más representativo de la épica de Nuestra América.



[1] Este estudio apareció, por primera vez, en la primera edición española de La victoria de Junín. Canto a Bolívar, publicada en 2012 por Ediciones Doce Calles S.L. en coedición con la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador. En 2013, esta edición del Canto se publicó en Quito con la participación adicional de la Corporación Editora Nacional. En esta última, añadí al estudio la cronología de Olmedo y una selección de cartas. Ambas ediciones tienen un prólogo del escritor peruano Fernando Iwasaki Cauti. Finalmente, el estudio apareció como un capítulo de Patriotas y amantes. Románticos del siglo XIX en nuestra América (Bogotá: Lumen, 2017), 177-222.   

[2] José Joaquín Olmedo, Epistolario, edición de Aurelio Espinosa Pólit, S.I. (Puebla: Editorial Cajica, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, 1960), 300.

[3] José Joaquín Olmedo, Poesía - Prosa, edición de Aurelio Espinosa Pólit, S.I. (Puebla: Editorial Cajica, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, 1960), 340.

[4] Epistolario, 227-228.

[5] Ya un neoclásico como Andrés Bello, de manera temprana, en su «Alocución a la poesía» (1823), propuso un programa americano para la poesía:

 

Divina Poesía

tú de la soledad habitadora

a consultar tus cantos enseñada

con el silencio de la selva umbría,

tú a quien la verde gruta fue morada,          5

y el eco de los montes compañía;

tiempo es que dejes ya la culta Europa,

que tu nativa rustiquez desama,

y dirijas el vuelo a donde te abre

el mundo de Colón su grande escena.         10

 

[6] Ibidem, 258.

[7] Ibidem, 246.

[8] Ibidem, 254.

 

lunes, julio 07, 2025

La obra reunida de Efraín Jara Idrovo: un homenaje trascendente a un poeta esencial



             Cuenta Efraín Jara Idrovo (Cuenca, 1926-2018) en un texto inédito hasta hoy que, en el verano de 1943, cuando aún no leía literatura latinoamericana ni ecuatoriana, tomó un poemario de Jorge Carrera Andrade de unos de los estantes de la Biblioteca Municipal de Cuenca. Abrió sus páginas al acaso y leyó «La vida perfecta», lo que resultó una suerte de encuentro con su destino, una epifanía: «Al término de su lectura, experimenté la sensación de que el mundo se me revelaba con transparencia y frescura inusitadas; que mi existencia misma, redimida de cuidados y contingencias, se aligeraba hasta los extremos de la levitación» (234) y, concluye, ya con el cúmulo de la experiencia poética personal que vendría después, «que la función de la poesía no podía ser otra que la de conferirnos, mediante el trabajo sobre el lenguaje, una imagen más hermosa y gratificante de la realidad que la que nos proporciona el mundo empírico» (t. II, 235).[1]

 

(t. II, 442)
Efraín Jara Idrovo es un poeta fundamental en nuestra lírica de la segunda mitad del siglo veinte. Su tránsito intelectual abarca la reflexión teórica y crítica, así como la gestión cultural. La Editorial Municipal de Cuenca, a cargo de Juan Carlos Astudillo, y UCuenca Press, bajo la coordinación editorial de Ángeles Martínez Donoso, publicaron a finales del año pasado la obra reunida de Jara Idrovo en tres volúmenes: Poesía, edición y estudio introductorio de María Augusta Vintimilla; Ensayos, discursos y correspondencia, edición y estudio introductorio de Cristóbal Zapata; y Entrevistas y expediente crítico, edición y estudio introductorio de Manuel Villavicencio.[2] El equipo editorial estuvo conformado por los tres editores y Johnny Jara Jaramillo, hijo del poeta, y contó para la transcripción de los textos con la colaboración de Soledad Corral, que en los últimos años de vida de Jara Idrovo, fue su asistente. Esta publicación es un merecido homenaje a un poeta imprescindible por su impecable trabajo con el lenguaje, su particular construcción metafórica, su mirada profunda sobre la vida cotidiana y su permanente renovación formal en términos vanguardistas.

María Augusta Vintimilla es una de las mayores estudiosas de la obra de Jara Idrovo. Ya en 1998, editó El mundo de las evidencias. Obra poética, 1945-1998 con un estudio introductorio[3] del que, en esta ocasión, nos ofrece una versión definitiva con el título «Efraín Jara Idrovo: el inagotable esplendor del mundo». La diferencia entre la edición de 1998 y esta de 2024 está en la organización de la obra poética. El libro de 1998 agrupa la obra bajo el lema El mundo de las evidencias en tres momentos: I: 1945-1970; II: 1971-1997; y III. En cambio, en esta edición, la poesía está agrupada por poemario y ampliando las explicaciones de la edición de 1998. La parte final de la edición de 1998 agrupó algunos poemas no recogidos en volumen bajo el título «El mundo de las evidencias III», en cambio, en esa edición de 2024, algunos de esos poemas, siguiendo la decisión del autor, han sido reagrupados bajo el título «El perverso encanto de la vida conyugal», en la sección «Los rostros de eros (1983-1997)», y otros en la sección «Poemas no recogidos en un libro (1974-2015)». Extraño, en este libro, la reproducción del poema sollozo por pedro jara en el formato original de una sola página que sí contenía la edición de 1998 y que permite que quien lee visualice el poema en su totalidad espacial y acceda a las múltiples construcciones de lectura que el poeta propone.

            El volumen II, a cargo de Cristóbal Zapata, recoge los trabajos de reflexión crítica de Jara Idrovo sobre la poesía a partir del estudio de poetas como Rilke, Juan Bautista Aguirre, Miguel Hernández, César Dávila Andrade y Alfonso Moreno Mora. La tercera sección «Hacia una poética personal» reúne dos textos que dan cuenta de la permanente teorización que Jara Idrovo hacía sobre su quehacer poético: el uno es el texto que he citado al comienzo y el otro es uno que leyó en la presentación de Alguien dispone de su muerte (1988), y que fue encontrado entre los papeles del autor. En este último, el poeta señala la lección moral intrínseca en su poemario que, de alguna manera, lo acompañó en toda su obra: «ya que estamos aquí, gocemos intensa, pagana, obscenamente la existencia. Y algo más: si no somos libres para no morir, sí lo somos para disponer de nuestra muerte del modo más intrépido y triunfal» (t. II, 231). La inclusión de «Correspondencia insular (Cartas desde Galápagos)», que abre las cartas de sus dos estadías en las islas (1954-1958 y 1995-1996)[4] escritas a diversas personas, es un acierto que nos permite adentrarnos en la intimidad del poeta a través de una escritura que ilumina el territorio de la vida cotidiana.

Manuel Villavicencio estuvo a cargo del tomo III que reúne entrevistas y trabajos críticos sobre la obra de Jara Idrovo.[5] Entre las entrevistas de este volumen, está una que le hizo Jorge Dávila Vázquez, publicada en 1990; en ella, el poeta habla de su infancia solitaria: «Creo que la soledad se convirtió en una especie de clima permanente en mi vida»; de la relación con su familia: «Como experiencia personal, yo nunca he sido apegado a la vida familiar»: de su estancia en Galápagos: «El egoísta, el egocentrista, el hombre recluido, el hombre hermético, metido dentro de sí, sufrió un impacto terrible ante esa naturaleza tan hostil y primitiva, de hecho, surgió la necesidad de la solidaridad humanas»; de los poetas de su generación, de Cuenca, de su las transformaciones de obra poética y de su definición de la poesía: «Como forma de conocimiento que obliga a una ordenación especial de los signos lingüísticos, a fin de potenciar su eficacia expresiva» (t. III, 68). Y así, en varias entrevistas, Jara Idrovo expone sus ideas sobre la vida, la literatura y su poesía.

 

(t. III, 23)
             El expediente crítico que incluye este volumen es un aporte indispensable para quienes quieran aproximarse a la poesía de Jara Idrovo. Así, entre otros, tenemos un ensayo de María Eugenia Moscoso, de 1990, que, al recorrer la obra poética de Jara Idrovo, desde Tránsito en la ceniza (1947) hasta Alguien dispone de su muerte (1988), describe las características de la escritura del poeta y sus renovaciones formales, señalando que en su obra «se consuma todo intento de renovación formal y significativa» (t. III, 263). Hay diversas miradas a los varios poemarios de Jara Idrovo y también visiones transversales que analizan, en su conjunto poético, «el oficio esencial de la fundación del ser» (Hernán Rodríguez Castelo), el paralelismo con el pensamiento filosófico de Schopenhauer (Oswaldo Encalada Vásquez); la idea de la muerte como motivación de la vida (Bruno Sáenz); o la elogiosa visión de las imágenes cotidianas, sencillas, en continua fuga (Daniela Alcívar Bellolio).

No obstante que Jara Idrovo se definió a sí mismo como «un adelantado de la vida, un exaltador de su poderosa virtualidad dispuesta a conferir dones y excelencias a quien sabe desentrañarlos y exigirlos» (t. II, 228), quiero, finalmente, referirme al único poema nuevo de la poesía reunida, en la obra reunida de 2024. Se trata de «Epitafio para Efraín Jara», que fuera publicado en Poesía última (2015) y cierra el volumen de su obra poética. Sus dos últimos tercetos son una declaración del sentido que para el poeta tenía su vida: «Por muchos años demoró en Galápagos, / lava y desolación, aún sin tiempo. / ¡De vivir tanto, expiran las tortugas! // Lo desveló tan solo la hermosura / y en condiciones de excepción, amó / y fue amado por la poesía» (t. I, 494)[6]. La obra poética de Efraín Jara Idrovo parece decirnos que en la soledad esencial del poeta también se cuece la condición comunitaria de la poesía.



[1] Efraín Jara Idrovo, Ensayos, discursos y correspondencia. Obra reunida, t. II, edición y estudio introductorio Cristóbal Zapata (Cuenca: GAD de Cuenca / Editorial UCuenca Press, 2024). El texto se llama «Una vocación y un poema»; escrito alrededor de 1995, fue encontrado entre los papeles del autor e incluido por Zapata en este tomo (233-239).

[2] Los tres tomos están disponibles en formato digital en el catálogo en línea de UCuenca Press, editorial de la Universidad de Cuenca, como una manera de democratizar el acceso al arte y al pensamiento académico. En este blog, el título encierra el enlace que conduce al sitio en donde se puede descargar el PDF de cada uno de los volúmenes.

[3] Efraín Jara Idrovo, El mundo de las evidencias. Obra poética, 1845-1998, edición y estudio introductorio de María Augusta Vintimilla (Quito: Libresa / Universidad Andina Simón Bolívar, 1998).

[4] Con el título Una soledad volcánica. Cartas desde Galápagos esta sección fue publicada como libro en 2021, por Mecánica Giratoria, de Quito, con un estudio introductorio de Bernardita Maldonado, titulado «Troppo mare: Cartas desde Galápagos», que está incluido en el tomo III de esta obra reunida.

[5] Efraín Jara Idrovo, Entrevistas y expediente crítico. Obra reunida, t. III, edición y estudio introductorio Manuel Villavicencio (Cuenca: GAD de Cuenca / Editorial UCuenca Press, 2024).

[6] Efraín Jara Idrovo, Poesía. Obra reunida, t. I, edición y estudio introductorio María Augusta Vintimilla (Cuenca: GAD de Cuenca / Editorial UCuenca Press, 2024).

 

lunes, junio 30, 2025

La paz se volvió un sueño imposible


ONU/Mitsugu Kishida. Hiroshima después de que Estados Unidos lanzara una bomba nuclear el 6 de agosto de 1945.

La cumbre de la OTAN en La Haya, que finalizó el 25 de junio, ha demostrado que Europa está totalmente sometida a la política imperial de Trump y que la paz del mundo es un sueño imposible ante la decisión de los países aliados de rearmarse. Parecería que la humanidad revive el sofisma de Publio Vegetius en su obra Epitoma rei militaris, publicada en el siglo IV: «El que quiera la paz, prepárase para la guerra». La dolorosa historia de los conflictos armados nos ha enseñado que quien se prepara para la guerra es porque quiere ganar una guerra para imponer sus intereses en nombre de la paz del terror. La decisión de la cumbre OTAN de aumentar el gasto militar del 2% al 5% del PIB de cada país, en detrimento del Estado de bienestar, no solo que debilita aún más el espíritu de la Carta de las Naciones Unidas, sino que apuntala al complejo industrial militar de los EE. UU. y alimenta una carrera armamentística de dimensión letal nunca vista.

Ni siquiera durante la pandemia reciente de la Covid-19, los gobiernos de los países del mundo se pusieron de acuerdo para invertir un X por ciento del PIB para incrementar la inversión en salud pública y mitigar los problemas sociales y la recesión derivados de la pandemia. Hasta Pedro Sánchez que, desde una titubeante postura, ha dicho que España solo gastará el 2,1% de su PIB, firmó sin objeción la resolución de la OTAN que no contempla excepciones. Según el portal El Plural: «Para alcanzar el 5% del PIB, España debería multiplicar por cuatro su gasto militar. Tomando el PIB actual, el 5% equivale a unos 79.500 millones de euros anuales. Dado el presupuesto real de 2024 (19.723 millones de euros), harían falta aproximadamente 60.000 millones adicionales por año. Esto triplicaría el gasto actual, lo que obligaría a reorientar recursos masivos de otros sectores. Cualquier suma parecida impondría recortes severos en servicios sociales: sanidad, educación, pensiones, vivienda, etc.». El aumento del gasto militar al 5% del PIB, por cierto, no lo pagarán las multimillonarias corporaciones ni las grandes fortunas de los países aliados, sino sus trabajadores con la pérdida de sus beneficios sociales, igual que, en el frente de batalla, no están los hijos de quienes deciden la guerra sino los hijos de quienes viven de su salario.

            El servilismo del secretario general de la OTAN, el neerlandés Mark Rutte, quedó al descubierto cuando Trump, que es un bravucón que ha destruido el sentido de las relaciones diplomáticas, reveló, sin ningún pudor, un mensaje privado de Rutte que empezaba adulador: «Sr. Presidente, querido Donald», continuaba lisonjero: «Esta noche en La Haya te acercas hacia otro gran éxito. No ha sido fácil, ¡pero hemos conseguido que todos firmen el 5%! Donald, nos has llevado a un momento muy, muy importante para Estados Unidos, Europa y el mundo. Lograrás algo que NINGÚN presidente estadounidense ha conseguido en décadas», y concluía zalamero: «Europa pagará por ello a lo grande, y debe hacerlo, y será tu victoria. Buen viaje y nos vemos en la cena de Su Majestad». Pero Rutte no tiene pudor a la hora de adular a Trump. Ya, durante la cumbre de la OTAN, cuando Trump en su razonamiento básico sobre los conflictos del mundo, decía que Irán e Israel pelean como dos niños en el patio del colegio, según elDiario.es, «el secretario general de la OTAN le compraba el argumento, y apostillaba: “Sometimes, daddy has to use strong language” (A veces, papi tiene que usar lenguaje fuerte)».

            Al mismo tiempo, el espíritu de la Carta de las Naciones Unidas, basado en el mutuo respeto, el derecho a autodeterminación de los pueblos y la convivencia pacífica parece que está quedando en el olvido y el artículo uno, que habla de los propósitos, resulta una declaración que, al parecer, los gobiernos del mundo ya no están dispuestos a cumplir: «Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz».

            La reconfiguración de la economía norteamericana, en la visión de Trump, se basa en el fortalecimiento de su industria bélica, a la que acudirán como clientes sus aliados de la OTAN. La industria de la guerra produce bienes cuyo objetivo es la destrucción de vidas y otros bienes, y están pensados para que, eventualmente, sean destruidos en el campo de batalla que es el gran espacio de uso de tales productos. Para que el complejo militar industrial se fortalezca, es indispensable crear la existencia de un poderoso enemigo y magnificar su maldad, así como el mantener conflictos de intensidad controlada por todo el mundo. Con las particularidades de cada conflicto, la OTAN mantiene una guerra camuflada contra Rusia utilizando y sacrificando a Ucrania, y, en el Medio Oriente, la destrucción de Gaza y la agresión preventiva de Israel a Irán, terminan siendo los trabajos sucios que la culta e hipócrita Europa desdeña.

 

Los nueve estados con más armas nucleares: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Israel y la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte), poseían en conjunto un estimado de 13 400 armas nucleares al comienzo de 2020.  Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, 2020

La política de rearme de la OTAN encontrará una respuesta similar en aquellas potencias como China y Rusia que, no sin razón, se sienten amenazadas. A finales del año pasado, Rusia se convirtió en el enemigo del que se esperaba un ataque nuclear a suelo europeo, por lo que el gobierno de Suecia distribuyó entre su población un manual de emergencia para sobrevivir a un ataque nuclear que fue ampliamente difundido por la prensa europea. De aquí en adelante, seguramente, se intentará posicionar la idea de que debemos sacrificarlo todo en función de la guerra, esto es, en beneficio del complejo industrial militar de los EE. UU. Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, el mundo vive, como planteara Alejandro Moreano, en un Apocalipsis perpetuo: «la nueva categoría organizadora del mundo ya no es la libertad sino la seguridad. La peor de las pesadillas orwelliana parece haberse cumplido: vivimos en el seno de un mundo policíaco».[1] La geopolítica del terror llevará al planeta Tierra a vivir con la permanente amenaza de una guerra nuclear global.



[1] Alejandro Moreano, El Apocalipsis perpetuo (Quito: Editorial Planeta, 2002), 8. Recomiendo la lectura de este libro para entender los fundamentos de la reconfiguración del poder de los EE. UU. en el mundo a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2000 y la guerra en Afganistán.