La edición príncipe de La victoria de Junín. Canto a Bolívar, de José Joaquín Olmedo, apareció en mayo o junio de 1825 con el siguiente colofón: «Guayaquil Imprenta de la ciudad, por M. I. Murillo 1825», y firmada: J. J. Olmedo. Debido a esta conmemoración, en las entradas correspondientes a julio, publicaré algunos extractos de mi estudio «José Joaquín Olmedo, cantautor de la Independencia»[1].
![]() |
Monumento a José Joaquín Olmedo. Realizado por Jean-Alexandre Falguière e inaugurado en 1892, se ubica en el Malecón 2000, a la altura de la avenida Olmedo. La obra incluye alegorías al río Amazonas y a Huayna Cápac, exaltando la figura del poeta y político guayaquileño, protagonista de la independencia de la ciudad. En «Los siete monumentos más antiguos de Guayaquil». |
Olmedo: cantautor de la patria
El 31 de enero de 1847, diecinueve días antes de su muerte, José Joaquín Olmedo, ya de vuelta de su estancia de dos años en Lima —«a donde fui a buscar salud y no la encontré»—, escribía desde Guayaquil a su amigo y compadre don Andrés Bello en un tono filosófica y políticamente desencantado, más cercano al spleen de fin de siglo que a su habitual serenidad y equilibrio espirituales:
…hace muchos años que, con mucha frecuencia, me asalta el pensamiento de que (aquí entre nosotros) es incompleta, imperfecta, la redención del género humano, y poco digna de un Dios infinitamente misericordioso. Nos libertó del pecado, pero no de la muerte. Nos redimió del pecado, y nos dejó todos los males que son efecto del pecado. Lo mismo hace cualquier libertador vulgar, por ejemplo, Bolívar: nos libró del yugo español, y nos dejó todos los desastres de las revoluciones.[2]
¿Qué había sucedido en el corazón del poeta para que, veintidós años después, el autor del Canto a Bolívar motejara de «libertador vulgar» al mismo que había llamado «árbitro de la paz y de la guerra»? ¿Se arrepentía tal vez de haber escrito: «¡Victoria por la patria! ¡oh Dios, victoria! / ¡Triunfo a Colombia y a Bolívar gloria!», o la supuesta “vulgaridad” del Libertador era una expresión malhumorada producto del cáncer que lo consumía por dentro? O, a lo mejor, su última carta es un ejemplo más de las contradicciones con las que vivieron los poetas civiles del siglo XIX: necesitados de la libertad de espíritu para ver con criticidad el mundo y, al mismo tiempo, comprometidos con la cotidianidad política para la construcción de ese mismo mundo del que no podían evadirse por más que buscaran el remanso de la vida retirada.
El poeta civil del siglo XIX fue parte no sólo del proceso estético que contribuyó a pensar la nación, sino que también fue protagonista de los sucesos políticos requeridos para construirla. Ese poeta civil es un escritor que hizo de su producción literaria una parte fundamental de su propia práctica política. Los tres poetas más significativos del período de la independencia responden a esta definición: Olmedo (1780-1847), Andrés Bello (1781-1865), cuya obra poética, lingüística y política está dedicada a construir una expresión americana, y José María Heredia (1803-1839), que pasó la mayor parte de su vida en el destierro y para quien la Patria, en su obra, es una nostalgia perenne y su libertad el anhelo insatisfecho del poeta.
En Nuestra América, durante los procesos independentistas, el poeta civil experimenta por lo general un tránsito político que va desde su vocación monárquica, pasa por los anhelos de poder de los criollos que se sentían los legítimos representantes de dicha monarquía, y —una vez agotada la experiencia constitucionalista de las Cortes de Cádiz y la vuelta al régimen absolutista de Fernando VII— desemboca en una lucha por la independencia de su lugar de origen que es asumido como la Patria.
Olmedo fue un poeta civil heredero de la tradición neoclásica que cumplió como ciudadano, no sin conflictos personales, las tareas políticas que él sentía que la patria le demandaba en detrimento, la mayoría de las veces, de su vocación literaria. Este conflicto existencial del poeta se verá en varios textos y cartas puesto que para los escritores civiles del siglo XIX el concepto de patria estaba cargado de un profundo imperativo ético.
En el prólogo a la publicación de la primera epístola del Ensayo sobre el hombre, de Alexander Pope, en 1823, cuya traducción le llevó unos tres años a Olmedo, quedó plasmado el goce intelectual que experimentaba y también la convicción ética del poeta acerca del cumplimiento de sus tareas políticas y de qué manera vivía esta compleja situación en la que las tareas civiles ocupaban el precioso tiempo que demandaba la creación poética:
El ocio que disfrutaba entonces, la distracción de todo negocio público y la soledad, me preparaban maravillosamente a esta grande y deliciosa ocupación. Mas por aquel mismo tiempo una voz imperiosa me llamó de improviso a tener parte en los destinos de mi patria. Los cuidados de la vida pública y los peligros que incesantemente amenazaron mi país hasta la victoria de Pichincha vinieron no sólo a interrumpir mi tarea, sino a separarme de todo género de estudio, especialmente del trato con las musas, que son, como se sabe, nimiamente delicadas y celosas.[3]
Los escritores civiles del siglo XIX asumieron con responsabilidad su condición de intelectuales orgánicos durante la construcción de los Estados nacionales de Nuestra América y estuvieron permanentemente comprometidos con las causas de la libertad, la moral y el progreso, entre otras similares, según los conceptos ideológicos del siglo XIX, de la Patria a la que pertenecieron. En la carta del 29 de agosto de 1823 dirigida a Joaquín Araujo podemos apreciar ese anhelo de paz que Olmedo requería para su poesía y, al mismo tiempo, ese espíritu atento al cumplimiento de su deber cívico:
Pues ya puede Ud. formarse idea de lo que me pasa cuando distrayéndome de las escenas lamentables de nuestra patria, mi imaginación vuela a consolarse a la dulce y filosófica soledad […] Mientras dura este laberinto, en que por desgracia estoy también metido, y mientras que se serena el cielo político del Perú, me he quedado en el seno de mi familia como en un puesto de observación, pero siempre dispuesto a ir donde me llame el peligro y mi deber. ¿Qué he de hacer?[4]
¡Qué iba a hacer si no lo que hizo! El poeta cumplió a cabalidad con su destino patriótico. José Joaquín de Olmedo fue diputado en las Cortes de Cádiz donde se destacó por su lucha a favor de la abolición de la mita, jefe Político de Guayaquil, la primera ciudad que se independizó en lo que hoy es Ecuador, primer vicepresidente, una vez constituida la república en 1830, y, hacia el final de su vida, en 1845, fue uno de los protagonistas de la Revolución Marcista (6 de marzo de 1845) que terminó con el régimen dictatorial de Juan José Flores.
Al mismo tiempo, en el marco de una obra literaria breve, Olmedo fue el autor del Canto a Bolívar, memoria poética sobre las gestas fundamentales en la lucha por la independencia que comandó el Libertador: las batallas de Junín y de Ayacucho que tuvieron lugar el 6 de agosto y el 9 de diciembre de 1824, respectivamente. Olmedo, en la tradición de los poetas civiles del siglo XIX, fue uno de los autores y uno de los cantores de la naciente América; en un sentido metafórico: cantautor de la patria.
![]() |
Olmedo comparte la lectura de un libro con el transeúnte que se siente a su lado. La escultura está en las calles Panamá y P. Ycaza y, proximamente, según anuncio del Municipio de Guayaquil, será trasladada a Panamá e Imbabura, frente al Museo del Cacao. «Nueva ubicación de escultura destacará el legado de José Joaquín de Olmedo». |
El Canto a Bolívar: fundación de la épica de Nuestra América
Así como los griegos se vanaglorian de la Ilíada, de Homero, y los romanos de la Eneida, de Virgilio, como cantos fundacionales que expresan el espíritu nacional de sus pueblos, así en Nuestra América —con las distancias estéticas y culturales que existen ya establecidas por la crítica—, el Canto a Bolívar constituye, en la formación del canon de la literatura hispanoamericana, la memoria poética de una gesta épica de la Patria naciente.
Debemos recordar que casi toda la producción literaria hispanoamericana del siglo XIX es básicamente fundacional pues, sin más tradición que la oratoria sagrada, la poesía de ocasión y la imitación del barroco español —con la genial excepcionalidad de sor Juana Inés de la Cruz—, en un principio, las letras expresaron la independencia de ideas y, en seguida, la independencia de la visión estética sobre la naturaleza y la sociedad. Nuestro continente que se había independizado políticamente y que, durante el siglo XIX, construyó sus Estados nacionales, tuvo en sus letras un proceso de emancipación que comenzó por la transición del discurso colonial hacia la mirada libertaria de los románticos, atravesando la herencia racionalista del neoclasicismo imbuida de las ideas libertarias del enciclopedismo francés. Este proceso culminó, en el último cuarto de siglo, con la revolución estética que para la literatura iberoamericana representó la originalidad del Modernismo. Lo notable es que, en todos los momentos de este proceso, los escritores vieron y se empeñaron en buscar una expresión estética que correspondieran a Nuestra América.[5]
Olmedo era consciente de las distancias y las limitaciones de su obra frente a los clásicos del género cuando en carta a Joaquín Araujo, del 29 de junio de 1825, le dice: «Ud. me habla de la posteridad: y aun, hablando sobre mi composición, se ha atrevido Ud. a mentar la Eneida. No, amigo: yo me conozco. La Eneida es un río del cual no merece mi poema ser tenido ni por una gota; y cuando más se podrá reputar como un grano de arena de la ribera por donde corre»[6]. Mas, al mismo tiempo, Olmedo también está consciente de lo significativo que es su empresa y el valor que habrá de tener su Canto; así, en carta a Bolívar del 31 de enero de 1825, cuando recién está borroneando el poema sobre la base de un plan que considera excelentemente trazado, escribe: «…si me llega el momento de la inspiración y puedo llenar el magnífico y atrevido plan que he concebido, los dos, los dos hemos de estar juntos en la inmortalidad»[7].
En el proceso de construcción del canon hispanoamericano, el Canto a Bolívar es el poema fundacional de la épica de Nuestra América. Alguien podría señalar que La Araucana, escrito en Chile, en el siglo XVI, por Alonso de Ercilla, es un poema épico anterior pero ni el autor —madrileño nacido en 1533— ni el tema —la conquista de los araucanos por parte de los españoles—, corresponden a la construcción heroica que la épica tiene para la historia del pueblo que la canta, a pesar del reconocimiento que hace la voz poética de la valentía de los vencidos: La Araucana, por más vueltas que le demos a su interpretación, es épica escrita por un soldado español sobre la gesta victoriosa de los conquistadores españoles, la derrota del pueblo araucano y la servidumbre posterior a la que este último fue sometido.
En cambio, en el Canto a Bolívar —si bien se podría discutir sin fin el carácter lírico de la oda en tanto tipo de poema— Olmedo exalta el valor de la lucha por la libertad de América y el liderazgo que desempeña Bolívar como conductor de dicho proceso; y, dado el imperativo de que la divina poesía —invocada por Bello: «tiempo es de que dejes ya la culta Europa»— debe encontrar su expresión americana, Olmedo americaniza en su canto la tradición cultural de Occidente:
Aquí la Libertad buscó un asilo, 775
amable peregrina,
y ya lo encuentra plácido y tranquilo,
y aquí poner la diosa
quiere su templo y ara milagrosa;
aquí, olvidada de su cara Helvecia, 780
se viene a consolar de la ruina
de los altares que le alzó la Grecia,
y en todos sus oráculos proclama
que al Madalén y al Rímac bullicioso
a sobre el Tíber y el Eurotas ama. 785
El Canto a Bolívar es un poema épico fundacional, no únicamente por el tema sino por el aliento poético que lo sustenta, que no solo celebra la gesta libertaria de Nuestra América liderada por los criollos sino que también incluye el pasado indígena —representado en términos simbólicos por la figura del Inca Huayna-Cápac—, como elemento indispensable para la construcción de la nación mestiza que será uno de los proyectos ideológicos y políticos de las nacientes repúblicas durante el siglo XIX. El poeta, en la exposición del plan de su poema, le explica a Bolívar que el Inca no desea el restablecimiento del «cetro del imperio, que puede llevar el pueblo a la tiranía» sino que «exhorta a la unión, sin la cual no podrá prosperar la América…»[8].
El tema heroico y la verdad histórica de dos batallas fundamentales para el afianzamiento de la independencia americana, la de Junín y la de Ayacucho; la construcción del héroe en la persona de Bolívar y la mitificación del Inca como presencia indígena en el imaginario nacional; y, asimismo, la selección de un lenguaje y un aliento correspondientes con la materia poética y el enunciado poético de una propuesta política para el gobierno de las repúblicas nacientes hacen del Canto a Bolívar el poema más representativo de la épica de Nuestra América.
[1] Este estudio apareció, por primera vez, en la primera edición española de La victoria de Junín. Canto a Bolívar, publicada en 2012 por Ediciones Doce Calles S.L. en coedición con la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador. En 2013, esta edición del Canto se publicó en Quito con la participación adicional de la Corporación Editora Nacional. En esta última, añadí al estudio la cronología de Olmedo y una selección de cartas. Ambas ediciones tienen un prólogo del escritor peruano Fernando Iwasaki Cauti. Finalmente, el estudio apareció como un capítulo de Patriotas y amantes. Románticos del siglo XIX en nuestra América (Bogotá: Lumen, 2017), 177-222.
[2] José Joaquín Olmedo, Epistolario, edición de Aurelio Espinosa Pólit, S.I. (Puebla: Editorial Cajica, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, 1960), 300.
[3] José Joaquín Olmedo, Poesía - Prosa, edición de Aurelio Espinosa Pólit, S.I. (Puebla: Editorial Cajica, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, 1960), 340.
[4] Epistolario, 227-228.
[5] Ya un neoclásico como Andrés Bello, de manera temprana, en su «Alocución a la poesía» (1823), propuso un programa americano para la poesía:
Divina Poesía
tú de la soledad habitadora
a consultar tus cantos enseñada
con el silencio de la selva umbría,
tú a quien la verde gruta fue morada, 5
y el eco de los montes compañía;
tiempo es que dejes ya la culta Europa,
que tu nativa rustiquez desama,
y dirijas el vuelo a donde te abre
el mundo de Colón su grande escena. 10
[6] Ibidem, 258.
[7] Ibidem, 246.
[8] Ibidem, 254.