José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, noviembre 21, 2021

Poesía de ruptura sobre el lomo de un caballo mecánico en una calesita renacida

           

Yuliana Ortiz Ruano (Esmeraldas, 1992). Ha publicado Sovoz (Lima: Hanan Harawi, 2016); Canciones desde el fin del mundo (Buenos Aires: Amauta & Yaguar, 2018); y Cuaderno del imposible retorno a Pangea (Valparaíso: Ediciones Libros del Cardo, 2021). Mención de honor en el Concurso de poesía Paralelo 0, 2017 y Primer lugar del Concurso Nacional de Literatura Libre Libro, categoría poesía, 2019. (Fotografía: Ricardo Bohórquez, 2021).

«He sido madre tantas veces / Innumerables partos / Partos como diosas / Partos que me hicieron agua / Doy a luz todos los días / hijos que recojo en los bares / hijos que me encuentro como astros adheridos en la arena de la playa»[1], proclama la yo lírica en un poemario que desmitifica a la familia y pone en evidencia el dolor, el desamor y la violencia sexual de una estructura patriarcal: «El abrazo de la muerte / se sufría en la vieja casa familiar / las mujeres dormíamos con un ojo abierto / con nuestra hermanas adheridas a nuestro cuerpos / paras evitar que los primos nos tocaran»[2]. El padre y la madre han engendrado una hija triste y ese ser doliente logra la reparación de la sobreviviente en el texto poético, consciente de su propia fragilidad. La hablante lírica se rebela, solidaria con sus hermanas, en la libertad del verso para asumir su propio cuerpo y el mundo en medio de dudas y descubrimientos: «Soy una cebolla de capas infinitas / E S C R I B O / para descifrar qué duerme / entre mis cortezas»[3].

            Canciones desde el fin del mundo (2018), de Yuliana Ortiz Ruano (Esmeraldas, 1992), es un poemario que trabaja sobre la violencia y la crueldad a las que se ve enfrentado el cuerpo de una mujer y, al mismo tiempo, sobre la liberación que se logra en el canto y la palabra: «Necesito escribir sobre mi cuerpo / las notas de las canciones del final de los tiempos. / Tejer en mi cabello una trenza / que sirva de oboe / y nos haga esperar la muerte dormidos»[4]. La trenza oboe, el vientre tambor, útero ocarina: el cuerpo es un instrumento que acompaña al canto y el canto es una manera de ser, de vencer la muerte y reencarnarse en la palabra poética. Es también un libro sobre el amor asumido como una experiencia diversa, libre y liberadora: «y sobre todo creer una y otra vez en la revolución de la carne que se cuece siglo tras siglo en el vientre de las niñas en el territorio / cuerpo de tus extremidades»[5]. Y es, asimismo el canto de una voz poética de mujer que habla, solidariamente fundida en la voz de otras mujeres, para construir nuevas sensibilidades de cuerpos emancipados de la tutela patriarcal y fortalecidos desde la conciencia de su propia debilidad: «Himnos nacionales se pierden / en un agujero negro. Hemos vuelto a Pangea. // Padre, / solo los débiles sobrevivimos»[6].

            Este poemario, además, tiene una suerte de poema-manifiesto. Así, en «Canción de amor para un caballo mecánico»[7], el leit motiv del «caballo de hierro en llamas» juega con la idea de velocidad, esbeltez y libertad enfrentada a lo estático, la fuerza y la coraza. La paradoja se ve envuelta en el símbolo de la pasión encendida, esa que se halla en consunción de sí misma y este juego poético le posibilita a la yo lírica la ruptura de todo orden. Un texto lleno de metáforas que revientan la inmovilidad de lo complaciente: «Mi amor / la noche no es otra cosa que el sueño idiota de un dios de barro y cristal […] Yo / única amante separada de tu cuerpo soy un caballo de hierro / en llamas». Un poema de ruptura, de rechazo al mundo tal como es en búsqueda simbólica del retorno a una idílica Pangea: «Celebro este dolor como celebraré la unión de nuestras tierras en una sola / aquí y ahora / no puede ser cierto si no te sumerges conmigo en el vientre de agua que nos vio nacer en uno solo».

           


Canciones desde el fin del mundo
, de Yuliana Ortiz Ruano, a pesar de ciertos excesos verbales, su tendencia a lo críptico y, a ratos, contradicciones en sus sentidos, es un poemario de imágenes poderosas por su apuesta contracultural, de una descarnada desconstrucción de la familia patriarcal y lleno de esperanza en las nuevas formas de amar que se expresan en el canto desde el cuerpo y la poesía: «Un poema es una gota de sangre / sobre la grupa de un blanco equino / que corre despavorido y lee el / Poema/Gota/Sangre / al corazón / de las piedras olvidadas en el río»[8]. Canciones desde el fin del mundo es cancionero de una voz de mujer que sobrevive en un mundo apocalíptico y se reencuentra con su origen como el caballo de la poesía en una calesita renacida.



[1] Yuliana Ortiz Ruano, Canciones desde el fin del mundo, 2da. ed. (Quito: Kikuyo Editorial, 2020), 214.

[2] Ortiz Ruano, Canciones…, 148.

[3] Ortiz Ruano, Canciones…, 104.

[4] Ortiz Ruano, Canciones…, 56.

[5] Ortiz Ruano, Canciones…, 180.

[6] Ortiz Ruano, Canciones…, 64.

[7] Ortiz Ruano, Canciones…, 224-240.

[8] Ortiz Ruano, Canciones…, 112.


domingo, noviembre 14, 2021

A media asta


 

En 2021, hasta noviembre, en las cárceles de Ecuador,

324 personas privadas de libertad han muerto violentamente.

.

 

Etiquetados del mal, son cadáveres que deambulan

a la espera del acta violenta de su defunción

en esa tumba donde habitan sin exequias ni piedad.

 

La patria está de duelo por los vástagos de su propio horror:

los expulsados del hogar y de las iglesias; los que blandieron

el arma culpable del pesar de otros; los desahuciados del mundo,

los que reciben el escupitajo del biempensante y la caricia

del alma estrujada de la madre; los parias sin sentencia

en ese infiernillo de esperanzas ciegas; los que robaron para saciar

el hambre de sus hijos y los rebeldes; los desechables de la vida, 

los del rostro culpable que nos hace creer que somos inocentes.

 

¡Cómo no llorar aquellas muertes enterradas

en nuestros corazones muertos! ¡Cómo no llorarnos!