José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, marzo 18, 2024

La poesía, la que vive en mí inasible


            ¿Qué es poesía?, me preguntan con motivo de este 21 de marzo, Día Mundial de la Poesía y yo intento, en vano, definir aquello que es indefinible por su propia condición de inasible. «Escribir un poema a la poesía es un asunto de Bécquer y yo soy solo un Vallejo menor de cualquier antología»[1], alcancé a balbucir en unos versos recientes con el ánimo de acunar en mi mano alguna sustancia de la poesía. Para mí, la poesía, «insostenible suspiro de luciérnagas / frágil conjunción de vocablos de espuma / Palabra / murmullo para el vasto corazón de mi noche»[2], ha sido una posibilidad de vivir en otros, de ser otros, de construir la voz de otros que no soy, pero que soy yo a mi pesar porque con aquellos comparto lo humano. Si he sido tantos en tantas otras vidas, si he sido la inocencia condenada o aquello que el poder marcó con fuego, por opción vital «soy / el mundo lapidado / por los que arrojaron con rabia las primeras piedras»[3]. A pesar de los intentos, la palabra que uno tiene, que uno da en la escritura, no alcanza a representar la voz de otros sin caer, de alguna forma, en una tergiversación esencial porque cada ser humano es la imagen de su dolor y de la historia de su tránsito. Así toda apropiación de la voz del prójimo resulta ilegítima; de ahí que: «Soy lo único que puedo ser y sin traiciones / y hasta de eso dudo, pero en ello persisto necio. / Voz de mi voz y de mi personal profundidad de soledades / y nada más que este pobre palabreo mío»[4]. La imposibilidad de poseer un resquicio de la poesía es solo comparable con aquella imposibilidad de poseer al ser amado y aceptar que, tan solo en destellos de lucidez o en instantes de gozo, logramos esa comunión que nos salva del horror, aunque tengamos que aceptar nuestra derrota continua: «El tiempo es la verdad inaccesible que nos duele. / Junto a mí, tu vacío de ti y en él… / ¡la trasparencia de su Ser que arde!»[5]. En la soberbia que nos da la práctica de nuestro oficio, a veces, nos sentimos la voz del que anuncia una buena nueva o presagia una catástrofe porque la del poeta es una palabra que escudriña las regiones abisales del espíritu; es, en muchos sentidos, «lenguaje que nos convierte en seres humanos / poesía que da su numen a la voz de los profetas»[6]. De alguna manera, la poesía se escabulle de la ansiedad del mercado que, además, liquida a la ética. En aquello que escribo, siempre en busca de la poesía, soy también otros poetas que me precedieron y cuyos textos han formado mi sentido del verso, del ritmo, de la imaginería; así, puedo decir en un nuevo retrato de mí mismo: «El acertijo de mundo que soy es poema / habitado por nombres que evoco en vano […] Soy espectro del que fui y esbozo del que anhela / ser en esta innominada poesía mía»[7]. Pero resulta que se escribe en un mundo hostil a la poesía —¿es que alguna vez el mundo fue amigable para la poesía—, un mundo que la desdeña y que no le interesa aprender a leerla, pues teme enfrentarse al espectro de su soledad y al reconocimiento de su finitud, a ese silencio que nos confronta con la muerte. «¿Para qué escribo, entonces? / Tan solo para asumir mi condición de sobreviviente»[8]. La poesía es también esa convocatoria para que el prójimo concurra a la plaza del pueblo y congregado alrededor de la palabra logre exorcizar sus miedos y saborear sus anhelos, y la ráfaga de felicidad a la que todos tenemos derecho: «El poema es una mazorca que amalgama los oficios del pueblo»[9]. La voz del poeta procura, entonces, ese canto que es semilla en tierra pródiga, que consigna la invención de vidas y de mundos en el verso libre, que da cuenta de aquello que nos acongoja y de aquello que nos obliga a la condición de rebeldes, a la necesidad de subvertir ese orden que, impunes, nos han impuesto los poderosos de todos los tiempos: «La poesía / bosque de sueños invadido / por los espectros de la realidad»[10]. En lo más íntimo de mí, estoy convencido de que «mi madre es la ardiente sustancia de mi poesía»[11] y de que existe algo mucho más importante que mis versos, que es aquello por lo que mi escritura, toda ella, es posible: «Este oficio de escribir y leer florece en una rosa palabrera sembrada / por oficiantes de hoz y martillo proletarios en el campo y la ciudad»[12]. Este oficio de la poesía, la que vive en mí inasible.


[1] Raúl Vallejo, «Envío: una vez más, Márgara Báez», en Trabajos y desvelos (Ibagué: Caza de Libros Editores / Ulrika Editores, 2022), 57.

[2] Raúl Vallejo, Crónica del mestizo (Quito: b@aez.editor.es / Libresa, 2007), 11.

[3] Raúl Vallejo, «Autorretrato, 2003», en Rituales de oficio. Poesía reunida 2003-2015 (Bogotá: Grupo Editorial Ibáñez, 2016), 18.

[4] Vallejo, Crónica…, 37.

[5] Raúl Vallejo, «Balada de Oriana y Constantino», en Cánticos para Oriana (Quito: Planeta / Seix Barral, 2003), 32.

[6] Raúl Vallejo, «Credo», en Missa solemnis (Quito: Planeta / Seix Barral, 2008), 55.

[7] Raúl Vallejo, «Autorretrato, 2015», en Mística del tabernario (La Habana: Casa de las Américas, 2017), 26.

[8] Vallejo, «Taberna de la cofradía de Chapinero bajo», en Mística del tabernario…, 31.

[9] Vallejo, «Roses For Export», en Trabajos y desvelos…, 51.

[10] Vallejo: «Envío», en Mística del tabernario…, 207.

[11] Vallejo, «La máquina de coser Singer», en Trabajos y desvelos…, 62.

[12] Vallejo, «Primero de mayo», en Trabajos y desvelos…, 56.


lunes, septiembre 25, 2023

«Cuerpo presente», de Siomara España: voz de la profeta que clama justicia

            

Cuerpo presente, de Siomara España Muñoz, cumple con uno de los cometidos de la escritura: hablar con las ausentes. Poética documental sobre la violencia feminicida que toma partido por la justicia y la vida. (Foto: R. Vallejo)
            En su poemario De cara al fuego (2011), Siomara España, como si hubiese tenido, como si hubiese temido, la presunción de lo que alguna vez escribiría, ya nos hablaba de la poesía como una escritura en la que la voz poética se vuelve cuerpo de poeta desde el asombro que provoca lo que duele, lo que sangra: «Cuando sufras el poema / cuando cada línea te sangre a borbotones su tinta de rabia / de dolor o esquizofrenia / cuando sufras línea a línea / verso a verso / será la hora del poeta»[1]. Una poesía que invade la zona de placer de sus lectores y los confronta con el dolor que la gente, desaprensiva, a veces pretende escamotear.

            Cuerpo presente (2022), de Siomara España Muñoz (Paján, 1976), es un libro que convierte sucesos criminales, asesinatos que desgarran el espíritu, en poesía de conmovedora belleza; es una crónica poética de feminicidios que nos envuelve en el desasosiego, pero que, al mismo tiempo, en la medida en que la poeta asume la voz de una profeta laica, sus versos nos mueven a la indignación y al clamor de justicia.

            Dice con acierto Mercedes Roffé, en la contratapa, que Cuerpo presente se inscribe en una tradición que nos remonta a Gotfried Benn y su poemario Morgue (1912). En nuestra literatura, yo hermano estos poemas de Siomara España con un estremecedor texto de nuestra Ileana Espinel (1933-2001): «María Juana Pinto», aparecido en Tan solo 13 (1972). El poema de Espinel parte de una noticia aparecida en El Comercio, del 13 de abril de 1970, que cuenta que una mujer pobre fue asesinada a golpes en presencia de sus tres hijos por el guardián de una hacienda: «Te molieron a palos, María Juan Pinto / que vives en la cruz de estas palabras»[2]. Pero, en la poesía de España, esta experiencia de la crónica de crímenes reales es llevada in extremis hacia una propuesta estética que logra fundir la voz testimonial de la profeta en la belleza del horror que envuelve el registro de la voz de la poeta:

 

Soy todas las mujeres de esta orilla

soy todas las mujeres muertas

un espejo roto

que refleja el mar de las ahogadas

canto y escribo

en los pedazos

en las aceras encendidas de la ira

ya sin lumbre

ya sin nombre[3]

 

            En el libro de Siomara España la propuesta de poetizar una serie de feminicidios, acaecidos en nuestro país, es llevada con el rigor de la cronista y la libertad de la palabra poética. La poeta parte de noticias de prensa que la escritura transforma en poesía. En este sentido, estamos ante una poesía que hace de la realidad de la muerte violenta, del asesinato de mujeres, su materia poética. Una poesía que documenta el ciclo de la violencia patriarcal desde la conciencia de las víctimas, reivindicándolas desde la ternura herida:

 

Era y ya no soy

los ojos y los labios

suplicando ante la muerte

historia silenciada mil veces repetida

mis ojos van gritando la ternura traicionada

pálida y liviana

al efecto de esta agua

era y ya no soy

pájaro sin alas[4]

 

Cuerpo presente es un poemario que nos confronta con esa violencia sin hacer concesiones al lirismo escapista: la violencia de la misoginia está en la vida, y, por tanto, es posible en la poesía. No hay escape mientras no se haga justicia.

El feminicidio no es un invento de “los progres” como pretende el negacionismo neofascista del mundo. El feminicidio es inherente a la estructura patriarcal del capitalismo salvaje. En este sentido, la palabra del poeta no es para esconder lo que puede incomodar, sino para develar el horror que pretende ser disfrazado como el viejo “crimen pasional” de individuos que sufren un momento de locura:

 

las mujeres encienden sus dolores

arde por sus cuerpos un horizonte inquieto

pugna por brotar la herida

ellas son corderas horadadas

animal en el rastrojo de su propia casa[5]

 

La palabra de este poemario es la voz de una profeta que denuncia los crímenes de una sociedad patriarcal y, como en la antigüedad bíblica, es una voz que llama a la indignación del pueblo.

Siomara no escamotea la descripción de la violencia sobre el cuerpo de la mujer. Así, en «Cuchillo», el poema sobre Diana Carolina, una mujer embarazada, que fue asesinada en Ibarra, en enero de 2019, la voz profética anuncia y denuncia:

 

Diana me llama desde el vientre mi hijo muerto

por las calles de Ibarra escucho el coro de mi nombre

la voz no nata de mi hijo se une al griterío

la mano de un gendarme se queda en intención de viento

                        y yo ya no soy yo

blanca hoja en el costado de mi herida

                        puñal propicio

para este espejo

que se apaga[6]

 

            El poemario es una crónica descarnada del cuerpo y su fragilidad. En «Boleta de amparo», la poeta continúa el poema que empezara en Celebración de la memoria. En el libro de 2018, dice: «El cuerpo en vertical / escaparate blando / El cuerpo es una jaula / filigrana / que se teje lentamente / del espíritu a la memoria»[7]. En «Boleta de amparo», que es parte de la sección «Verticalidad del cuerpo» —el árbol de una cruz—, los sentidos son complementarios, pero también adquieren una fuerza política que solo es posible desde el habla poética: «El cuerpo en vertical / es una herida andante / no sé por cuánto tiempo / me sostenga en el aire / vivo en la memoria de un pasado con sus sombras / con el miedo amparado / en una hoja / que dice / que / me / salva»[8]. Pero, la realidad de ese “que dice” es la indefensión, pues no hay, no habrá salvación en una boleta de amparo. La violencia de la misoginia no conoce límites de papel.

            La sección «Horizontalidad del cuerpo» —el travesaño de una cruz— se abre con «Bufanda», un poema que prepara a los lectores para el documental sobre feminicidios al que asistiremos desde una voz suave que, sin embargo, encierra el sentido de la violencia que nos envolverá: «El tejido es un crochet con sus fractales / un ropaje para el cuello blando / el frío es corazón presurizado / un corazón sin helio / —digo—». Y cada poema lleva como título asociativo el instrumento de los crímenes o el de su causa: el cuchillo, la almohada, el vidrio, el candelabro, la guardarraya, las tijeras, la navaja, el martillo, el cartucho, el móvil, el pavimento, un árbol. El horror de los objetos de la cotidianidad es el horro de su uso. En la poesía, ese horror se concentra en los versos que le dan la voz a Sharon, la hechicera, —una artista popular que fue asesinada por su conviviente en el primer caso juzgado como feminicidio en el país—, cuyo cuerpo yace en el pavimiento de la carretera: «pero estoy aquí / sin mí / con mi cadáver». El cuerpo de la mujer que ya no es; la ausencia de la vida en la materia de la muerte.

            Durante la lectura de Cuerpo presente me detenía a respirar, porque sus versos me asfixiaban con la concentración de tanta violencia criminal. Así, las mujeres asesinadas eran un coro desgarrador en la voz poética: «El miedo es / la luz perdida de la infancia […] El miedo es soledad / extendida en las cenizas»[9]. El llanto, inútil ante la muerte, libera a quien lee, pero también lo indigna. Contemplaba por la ventana el verdor de la arboleda que rodea mi casa y la voz de la profeta me seguía con su clamor de justicia. La indignación que subyace en los versos de este libro me llevó a releer los versos finales de Celebración de la memoria (2018) para entender que la escritura es esperanzadora, aunque esté envuelta por la materia de lo abyecto:

 

La esperanza sobrevive en el corazón del poeta

La esperanza supervive en el corazón del poeta

La esperanza sobrevive al corazón del poeta

                                   escribir es hablar con los ausentes[10]

 

            Cuerpo presente, de Siomara España, cumple con uno de los cometidos de la escritura: hablar con las ausentes.  En este caso, una poética que es testimonio de la violencia feminicida de nuestra sociedad patriarcal y que hace un llamado a quienes leen para tomar partido por la justicia y por la vida.

 

P.S.: Cortometraje dirigido y producido por los cineastas David Grijalva Calero y Diego Falconi Averhoff basado en el poemario Cuerpo presente, de Siomara España:

 



[1] Siomara España, «Poetas», De cara al fuego (Quito: El Ángel Editor, 2011), 83.

[2] Ileana Espinel, «María Juana Pinto», de Tan solo 13, en Poemas escogidos (Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas, Colección Letras del Ecuador # 77), 113.

[3] Siomara España, «Crónica», Cuerpo presente (Granada: Valparaíso Ediciones, 2022), 14.

[4] España, «Candelabro»…, 39.

[5] España, «Vidrio»…, 35.

[6] España, «Cuchillo»…, 29.

[7] Siomara España, Celebración de la memoria (Madrid: Huerga y Fierro Editores, 2018), 18.

[8] España, «Boleta de amparo»…, 75.

[9] España, «Miedo»…, 76.

[10] España, Celebración…, 87.

lunes, mayo 15, 2023

Magnificat

A comienzos del mes, en un grupo de WhatsApp de académicos al que pertenezco, se suscitó una controversia debido a que una persona empezó a enviar, diariamente, una oración por el Mes de María y otra dijo que no soportaba los mensajes religiosos. En los grupos de WhatsApp, mientras el mensaje no sea ofensivo, cuando uno lee algo con lo que no está de acuerdo, simplemente, lo pasa; no hay necesidad de censurar las expresiones de los demás. Estoy convencido de que el laicismo implica el respeto por todas las creencias religiosas y la libertad que tiene cada cual de expresarlas.

Creo que la poesía es también expresión de la fe del bardo y de su aldea y que la palabra poética puede trabajar en comunión espiritual con lo místico; por lo tanto, celebrar en un poema el sentido liberador, en términos teológicos, de las palabras de María es tan válido como cualquier otra fuente de la que bebe la poesía.

Mi poemario Missa solemnis (2008) se abre con el Magnificat. En el mes mariano, comparto este poema que dialoga intertextualmente con el cántico de la Virgen durante la visitación a su prima Isabel, ambas embarazadas de Jesús y Juan, el Bautista (Lucas, 1:39-56).

 

Fra Angelico, Visitación, (Predela del retablo de La Anunciación, 1433, Museo Diocesano de Arte Sacro, Vizcaya, España.
 

1

Soy solo una mujer que aún no ha conocido varón

entregada a la voluntad de Aquel que todo lo puede

sierva que recibió en la morada sencilla de las nazarenas

la voz angélica que anuncia la llegada de un tiempo nuevo

cielo rebelde que nos baña de luz lo mismo que nos cobija

bajo las sombras de la noche dulce, propicia para el amor.

 

Celebra todo mi ser la grandeza del Señor

y mi espíritu se alegra en el Dios que me salva.

 

En Ti confío soplo de viento que me mantiene alerta

lumbre que ilumina mi sosiego

hálito que baña mi ánima combatiente

voz de las alturas a cuyo llamado solo respondo que sí.

 

Tú que convertiste las aguas abiertas del Mar Rojo en tumba

de los opresores de tu pueblo conducido por Moisés;

Tú que guiaste la mano de Yael para aniquilar a Sísara, sangriento

capitán de los cananeos, verdugo coronado por nuestros pecados;

Tú que depositaste las palabras de júbilo en los labios de Débora,

abeja de la justicia que fabricó la miel divina de nuestra libertad.

Tú que insuflaste vida en el vientre estéril de Ana, madre de Samuel,

oración de esperanza para los esclavos de sí mismos y de los demás.

Tú que hiciste de la belleza de Ester el arma de tu gente

siempre amenazada en la diáspora por la conjura de tus enemigos.

Tú que guiaste el astuto brazo de Judit que decapitó

la lascivia de Holofernes para alabanza de tu nombre.

 

En Ti confío y a Ti me entrego como Rut, la moabita, y su viudez

extranjera que en Belén fundara la dinastía de la casa que me acoge

íngrima bajo el firmamento, vencidos mis miedos, apacienta mi alma

dulce regocijo de eternidad ofrendada, Señor, a tus requerimientos.

 

En Ti confío y a Ti me entrego libre porque soy una mujer bendita

como todas las mujeres que cuidan esta tierra y la pueblan con tus hijos.

 

2

Yo, la que llora sin consuelo la sangre de los inocentes

derramada con la violencia del Imperio por causa del Hijo,

muertes que acompañan la permanencia de quien dará su vida;

la que cuida del niño extraviado en el Templo y se asusta

ante la sabiduría de sus palabras y el asombro de los sacerdotes,

prédica que sana la aflicción de los pobres de la tierra;

la discreta que en su corazón intuye que del agua tocada

por la mano del Hijo proviene el mejor vino de la boda, milagro

que anuncia el regreso al Paraíso de los descendientes de Eva;

la que perfuma los pies de mi Señor con bálsamo fino

para escándalo de los corazones adheridos al polvo,

presencia efímera de la divinidad encarnada en un hombre;

la que recibe en su rostro los escupitajos y en su cuerpo

las piedras arrojadas por la mano furiosa de los crueles,

sacrificio de mujer que se enfrenta a la insolencia de los poderosos;

la que andará sola en la vida y sola frente a la muerte

piadosa acunará el cadáver del Hijo en sus brazos,

madre que sobrelleva en sí todo el dolor del hombre.

 

Porque quiso mirar la condición humilde de su esclava,

en adelante, pues, todos los hombres dirán que soy feliz.

 

3

El Señor bendice al pueblo que conmigo habrá de padecer

peregrinos de corazones hambrientos de eterno maná

diáspora de los que no encuentran refugio en su propia casa

procesión infinita de los perseguidos por causa de su nombre.

Me entrego a Él sin condiciones en nombre de sus hijos

humildes que no descifran los signos milenarios de la Torah

mas llevan en su espíritu el calor de su palabra encendida

horno en que se cuece la transitoria felicidad de la tierra.

Él acoge mi entrega a la misión dolorosa que me da

se apiada de las almas de pan ázimo a las que desprecian

doctos de la Ley que cultivan la soberbia y del Señor olvidan

que sus favores alcanzan a todos los que le temen y prosiguen en sus hijos.

 

4

No el palacio del Rey sino la casa del carpintero

escogió mi Señor para su morada terrenal.

 

Yo no atino sino a balbucir, en gratitud, que somos

pasajeros de esta tierra en corto viaje a la eternidad

que todo se acaba, todo se esfuma y en el aire

queda lo que vale para celebración de la vida.

La barata de los mercaderes es nuestra tentación

compra de felicidades que se convertirán en polvo

mientras lo inasible del espíritu se vuelve carne

alimento de salvación para el hambre del pueblo.

 

Su brazo llevó a cabo hechos heroicos

arruinó a los soberbios con sus maquinaciones

 

ensalzó a los humildes de discreta sonrisa

nos liberó de las cadenas que impuso el Imperio.

 

5

Canto la libertad de mi gente

vestida de luto y cadenas en Egipto

satisfecha de maná en el desierto,

hoy habitamos en la promesa del Padre.

 

Sacó a los poderosos de sus tronos

y puso en su lugar a los humildes

 

porque todo poder habrá de perecer

para que se cumpla el ciclo de la vida.

 

Canto la victoria de mi pueblo

bienaventurado porque busca la justicia

perseguido por la causa de mi Señor,

hoy se alimenta de su esperanza en Él.

 

Repletó a los hambrientos de todo

lo que es bueno y despidió vacíos a los ricos

 

porque el pan de vida nos sacia y serena

felices los que guardan sus penas del ayer.

 

Canto la gesta de los pobres

zelotes herederos del rugiente Judas

el Macabeo purificador del Templo,

hoy resistimos con la bendición del Padre.

 

De la mano tomó a Israel, su siervo

demostrándole así misericordia

 

porque el reino llegará y la memoria guerrera

regará la semilla de nuestra tierra de paz.


lunes, diciembre 19, 2022

Iracundo en el ring de la vida y la poesía



«El poeta vive en el ring / No hay tiempo de cosecha / Ni primavera / Él está siempre en el ring de la vida»[1]. Con esta declaración suena la campana y comienza el primer round: el poeta es un iracundo dispuesto a fajarse contra todo y contra todos; el poeta está furioso contra la academia, contra el mercado literario, contra la irracionalidad de la sociedad de clases, contra la inautenticidad del mundo; el poeta ha subido al ring para combatir contra lectores complacientes, contra la palabra endulcorada, contra la poesía que se resiste a la escritura del propio poeta, contra sí mismo. ¿Cómo no estar enfurecido en un mundo regido por la injusticia, el dinero y la arbitrariedad de los poderosos? ¿Cómo no hacer uso del giro irónico, del humor corrosivo, de la reivindicación de los que triunfan en su derrota?

Ramiro Oviedo (Chambo, 1952) es el poeta boxeador, de elogiosa resistencia moral, que, en El ring del poeta, regresa al cuadrilátero de la vida y la poesía para dar un combate, a doce asaltos, cargado de iracundia, nostalgia y vitalismo estético. Como él mismo lo menciona en la nota que antecede al poemario: «La poesía es un deporte de combate, la única vía donde uno se moja con el drama y la gravedad de la vida. La campana anuncia el comienzo y el fin del próximo asalto en el ring, la fábrica, la oficina, la escuela, la vida»[2].

            La imagen del poeta boxeador y la metáfora del ring como espacio vital y lugar de combate del poeta ya fue delineada por Oviedo en Cajita de bla-bla (2012). El poeta se enfrenta a quien lee con una clara estrategia de combate: «apuntar desde el primer verso al hígado, al mentón, a los nervios y a la memoria del lector», aunque es consciente de que puede ser derrotado de inmediato: «ojo: el lector posee la facultad de ponernos fuera de combate después del primer verso». Asimismo, en ese combate existe la complicidad de la lectura, pues si el poeta logra que su lector lea tres poemas de corrido, «la palabra habrá ganado, y con ella, todos los implicados»[3]. Un combate que se plantea desde la escritura del texto y que se resuelve en su lectura: «si quiere lectores, aunque sea para pelear, el poeta tiene que fajarse como un boxeador»[4], como el campeón de la Tola o el Chico de Oro.

En el tercer round de El ring del poeta, Oviedo dibuja la imagen de ese lector-rival al que hay que derrotar con una poesía agresiva, que lo saque de su enajenado aburguesamiento, que lo enfrente sin eufemismos a ese mundo hostil que se rehúsa a admitir como el mundo en el que vive con placidez:

 

El poema que muerde no envejece
Y no es con profundos abrazos
Ni con una pitada de Marlboro light
Que se engancha a los lectores, sino a patadas.

A mordiscos, en el peor de los casos.

¡Hay que replicar los golpes bajos con golpes bajos

Cuando la vida te cae a puñaladas![5]

 

            Hay una nostalgia permanente en la poesía de Oviedo. Una nostalgia de un Quito de infancia, de aquel tiempo prepetrolero que hacía de la ciudad un espacio de convivencia en la barriada. Ese tiempo es también el tiempo, evocado con una romantización hecha de momentos duros, de los boxeadores heroicos, de camaradas de la poesía que ya están muertos, de los días de radio, del poeta-profeta que augura los días de gloria de Papá Aucas. Por sus versos desfilan Eugenio Espinoza, el campeón de la Tola, Jaime Valladares, el Chico de Oro y Héctor Cisneros, el poeta de la calle. Esas figuras que Oviedo evoca con amor lo llevan a decir: «El boxeador poeta no es un ilusionista / Ni vidente ni prestidigitador. / En la poesía las palabras son actos / Que anticipan nuevos actos / Conmociones, ajustes de cuentas / Cócteles molotov en La feria del libro»[6].

            El poeta, heredero de la bohemia romántica y el malditismo, es un ser ansioso de experiencias de vida: combate con las palabras y pierde, porque el poeta, según Oviedo, tiene una enorme necesidad de decir lo suyo, de maldecir el mundo regido por los poderosos que desdeñan la poesía. «¿Ser valientes? Las pelotas / Hay que tener miedo / Es en el miedo donde se forja el campeón […] Uno está atento a lo que pasa fuera del cuadrilátero […] Así uno pasa la vida / Haciéndose romper el alma por mastodontes»[7]. Por eso, el recuerdo mitificado del poeta de la calle, Héctor Cisneros, conjuga todo aquello que debe vivir y en el ring del poeta, enfrentado a la la dura vida, esa que te de golpes bajos sin que exista un árbitro que la detenga, la palabra es una victoria apurada de la memoria: «El Héctor era un rayo luminoso / En la óptica pervertida de los espejos de Quito […] Una noche / Llegó la poesía disfrazada de tahúr / Con los dados trucados / Y el poeta de la calle desapareció» y ese poeta, al momento de su funeral es el mismo que convoca al pueblo, a ese mismo pueblo que escuchó su poesía en la calle, en el sindicato, en la barricada de la huelga obrera: «Dejaron de hacer lo que estaban haciendo / Para fundirse al trote no lejos del cortejo / Gritando en coro ¡Viva nuestro poeta! / ¡El poeta de la calle! / ¡La valiente raza!»[8]. Y esa gente del pueblo doliéndose, justamente, es la victoria del poeta en su derrota.

            Ramiro Oviedo, en El ring del poeta, retoma el combate del antipoeta peso pluma, invocando los guantes de Nicanor Parra, agobiado por sus derrotas pero no vencido, dispuesto a darlo todo, a dar su vida en el cuadrilátero del texto. Así, con el campanazo final del décimo segundo asulto, nos ha entregado a golpes, una poesía a ratos desacralizada y antiacadémica, a ratos panfletaria y declarativa, a ratos punzante y violenta, a ratos nostálgica y humanamente conmovedora.



[1] Ramiro Oviedo, El ring del poeta (Amiens: Editions La Chouette imprévue, 2022), 20.

[2] Oviedo, El ring…, 13.

[3] Ramiro Oviedo, «antes de subirse al ring», en Cajita de bla-bla (Quito: Gobierno de la Provincial de Pichincha, 2012), 147.

[4] Oviedo, «un semáforo en perfecto estado de funcionamiento», en Cajita…, 165.

[5] Oviedo, El ring…, 34.

[6] Oviedo, El ring…, 29.

[7] Oviedo, El ring…, 73 y 75.

[8] Oviedo, El ring…, 81-82.


lunes, noviembre 21, 2022

«Labor de duelo» y la estética del dolor

María Paulina Briones (Guayaquil, 1974)

Desde una profunda mirada al alma del yo-lírico, voz poética autoral que se encuentra inmersa en el apocalíptico Guayaquil del tiempo de la pandemia y transita el recorrido de sus pérdidas desde la escritura, Labor de duelo, de María Paulina Briones (Guayaquil, 1974), es un poemario impregnado de una estética del dolor que hurga en los intersticios del yo y la memoria de la autora. Ese yo que desafía convenciones y los límites de la realidad, que se adentra en las tinieblas de la muerte para proclamar la vida, que encuentra en lo onírico la revelación de los ritos purificadores.

Versos tremendos son aquellos que abren el texto y presentan la imagen de un abuelo cuyo suicidio, ese acontecimiento definitivo que marca el fin de una existencia, descubre secretos y nostalgias de la familia: «Un viento ligero anida la melancolía / es Agosto y tu abuelo se ha volado los sesos […] recorro las estanterías con títulos en francés / cincuenta y dos años / el río crecido suena / y llueve / aunque el agua nunca cae en este mes / En mi familia escondemos a los suicidad»[1]. Versos estremecedores son los que hablan de la pérdida del hijo que no pudo ser, con ese tono confesional de quien lleva un dolor inenarrable que, finalmente, como un grito emerge en el verso: «Pero casi tuvimos un hijo si no fuera porque yo lo ahogué en su propia sangre casi fuimos padres sí […] la tierra te cubre y te pierde / volverás a nacer quién sabe en qué estrella / pero nunca sabrás que casi tuvimos un hijo un túnel unos metales helados»[2].

Versos que, desde la reminiscencia de lo sublime, reclaman los derechos de la naturaleza; que confrontan a una ciudad que engulle a esa naturaleza para su propia perdición; un Guayaquil que se destruye a sí mismo en la medida en que arremete contra lo natural en función de un progreso que atenta contra la comunión del ser humano con los cerros, los árboles y el manglar: «No son azar los cerros mutilados / o este brazo de mar como inquietante vitral de la noche estrangulada / es la señal de la muerte que torna las aguas oscuras / y detiene su dialéctica misión de ser siempre distinta […] La melancolía se extiende en el asfalto»[3]. Versos que evocan el terror desde ese gótico tropical enhebrado en el gótico de los románticos y que, como en una película de Alfred Hitchcock, nos hablan de una ciudad que, de pronto, en medio de la pandemia, es invadida por los pájaros de la muerte y que, en tiempo apocalíptico, se olvida de los ritos fúnebres y ha olvidado cómo enterrar a sus muertos: «El guaraguao se desplaza por los cielos azules y observa / no es el único en esta danza de la carroña […] una ciudad puede morir tantas muertes / hay cadáveres que iluminan el fuego del hogar / y nos aferramos a ellos»[4].

Versos que dialogan con el García Lorca de la estancia en Nueva en York, «Federico insomne deambula por las orillas del Hudson», y a quien el yo de la poeta invoca para andar libre en su tránsito por el mundo, confrontando al olvido, exponiéndose al riesgo de ser atravesada por los cuchillos de la existencia lanzados por un artista de circo y evocando a las mujeres que la precedieron en la desobediencia que se concentra en los saberes que no le sirven a este mundo: «Acompáñame Federico García y dame tu mano de paloma / no vaya a ser que resbale de la azotea y mi cuerpo estalle por accidente / herida permíteme volar a tu lado y recorrer la noche»[5]. Siempre al filo de un abismo desde donde se contempla a la muerte, este poemario es escritura que lleva el duelo en sí misma cayendo en un sueño hacia la nada y procurando ritos funerarios de los que la cuarentena despojó a los habitantes de una urbe cercada por la peste: «Ya les dije que a mí me quemen como a vikinga […] no necesito una bolsa plástica tampoco un féretro de cartón prensado / mi dignidad jamás ha tenido precio / en esta cuarentena despótica / un cuerpo no puede nada»[6].

El yo de la poeta aprende labores inútiles que desafían al tiempo; lleva, con incertidumbre, sus muertos atados a las piernas cansadas que piden tregua; revive a los abuelos que, fuera de sus sepulcros, se sienten extraviados en este mundo. El yo de la poeta se desplaza entre el horror de la muerte y la soledad del duelo perpetuada en la escritura. Labor de duelo, de María Paulina Briones, es un poemario de verso deslumbrante que, alimentado de lo onírico y la terrorífica cotidianidad de la muerte, medita sobre la vida atravesada por el duelo; que recupera el sentido del dolor para continuar la vida con la sabiduría del ser que ha purgado la pérdida; de verso que ha transgredido el terreno sonámbulo de la muerte.



[1] María Paulina Briones Layana, «Guayaquil (1929)», en Labor de duelo (Buenos Aires: Himalaya Editora, 2022), 11.

[2] Briones Layana, «Ceremonia» …, 13.

[3] Briones Layana, «Premonición» …, 16-17.

[4] Briones Layana, «Los pájaros» …, 32.

[5] Briones Layana, «Gacela de una fantasía» …, 18.

[6] Briones Layana, «Entierro prematuro» …, 35.