1
¡Resucitó, resucitó!
¡Aleluya!
¡La tumba de Jesús, el carpintero, está vacía!
Testimonio fresco de piedras antiguas
bramido de la palabra en la oquedad del silencio.
¡Aleluya! ¡Resucitó!
¡Aleluya!
¡El sepulcro del hijo de María no conocerá olvido!
Lienzos impregnados de mirra y aloe en abandono
fragancia de la muerte anonadada en su extravío.
¡Aleluya, aleluya!
¡Resucitó!
¡La cripta del cordero es huella de redención!
Gruta de vida burlando su condición de finitud
eco perdurable que alcanza nuestra caída sin fin.
¡Resucitó!
¡Aleluya! ¡Resucitó!
2
¿Dónde te hallas Rabboní,
mi bienamado?
Caminé con mis heridas expuestas y tu palabra me
procuró alivio
te seguí hasta el calvario junto a tu madre dolorosa
y hoy ya no
estás.
¿Acaso el guardián del huerto desalojó tu cuerpo
yerto?
Lloro porque nada de ti me queda en esta tierra
baldía
quiero los restos inertes que fueron arrancados de
mi duelo.
¿Eres tú Rabboní,
mi bienamado, esa presencia cuya luz me ciega?
Me pides que te suelte pues dices que aún no has
regresado a tu
Padre
te arranco de mí con el dolor de haberte perdido y
volver a perderte.
¿Creerán la palabra de esta pecadora esos hombres
rudos de
corazón?
A mi Maestro ya no hay que buscarlo entre los
muertos:
yo proclamaré los sucesos de este sepulcro derrotado
por el Amor.
3
¡Que apresuren su llegada a tu sepulcro los que te
negaron!
Aquellos que envenenan con dudas lo que dice una
mujer.
¡Que toquen la huella abierta de tus heridas los
incrédulos!
Los que ignoran la purpúrea pasión de la rosa en la
palabra rosa.
Eres una llama transeúnte que baña de luz
la condición ambulatoria del hombre
fuego vivaz para regocijo de errantes huérfanos
—existencia desértica bañada de tu ausencia
sin tierra prometida donde encontrar reposo.
¡Echen con fe las redes que resistirán al peso de la
pesca!
El Tiberíades dará ciento cincuenta y tres piezas
para hartarnos.
¡Es el Señor pero no lo saben con certeza, es Él y
lo dudan!
Los llamados a perpetuar la vida del Señor en su
palabra.
Llama que guía mi peregrinación sin tiempo
padezco la sed del extraviado en el desierto
fuego que acompaña al que apacienta tus ovejas
—existencia desolada que buscará en vano
tu rastro de eternidad y el pan de los hombres.
4
El llanto de tus mujeres te arrebata de la muerte
elegía que vence la consumación de las horas de los
hombres.
Llanto de madre que emerge desde el arcano del
vientre
desgarrado refugio de la semilla que nos perpetúa.
Grito de mujer que sube desde el pálpito vital de
sus entrañas
hogar en el que mora el sentido de la existencia.
Volcanes en movimiento, bocas de fuego que nos
alumbran.
Desde que volviste victorioso para que tu amor se
quedara
vencer a la muerte es el imperativo sin fin de los
hombres
sobrevivientes por la palabra y su poesía, heridos
de olvido
nada que cubre con su eternidad a la mudez del
cuerpo.
Tus mujeres de indómita sabiduría irradiamos vida
memoria del verso que conjuga el milagro de la
resurrección.
Los peregrinos de Emaús arrastran sus pies
polvorientos y tristes
esperaban que fueras el libertador de Israel y aún
lloran tu derrota.
Caminas a su lado mas no lo saben y atragantan su
dolor en el
silencio
ignoran que el padecimiento era necesario para el
anuncio de tu
gloria.
¡Ahora todos somos peregrinos con el peso de la
libertad a cuestas!
Compartes la plenitud de vida nueva en la alegría
ancestral de tus
mujeres
corazones de eternidad saciados con la repartición
de nuestro pan.
Yo no requiero palpar tu costado para saberte vivo, Rabboní,
me basta la memoria de tu sonrisa y tus ojos que
iluminan mi piel.
Derrotaremos a la muerte con la piel restaurada de
tus
renacimientos,
una y otra vez las heridas habrán de cicatrizar para
nuestro júbilo
en el fuego de cada retorno que incendia las sombras
y las
desvanece.
Yo te llevo en este cuerpo que te acompañó durante
las prédicas,
flor del arenal caliente tocada por la gota de
milagro que me sacia.
No soy digna de que entres en mí pero habitas esta
casa con tu
amor.
5
¿Cómo quieres que crean sin tocar las huellas
de la crucifixión en tus manos y pies
si sólo son hombres que deben
apacentar tus corderos huérfanos?
Dirán de mí que soy la meretriz arrepentida
del placer que tomaron de un cuerpo de mujer
los mismos hombres que la condenan y lapidan
pero soy la que siguió el rastro de tu palabra hasta
la hora del
calvario.
¿Cómo anhelas que crean sin compartir
el pescado asado y el panal de miel
si sólo son hombres que viven
el día de lo que atrapa su pobre red?
Dirán que soy la que abandonó la cocina
natural morada y trabajo de las mujeres
para refugiarme bajo la higuera de tu cuerpo
pero soy la que cincela su amor en la vigilia de tu
sepulcro.
¿Cómo pretendes que crean sin que el espanto
bañe de verdad sus rostros curtidos
si sólo son hombres a los que confías
atar y desatar las almas ancladas en este mundo?
Dirán que ungí con perfume de nardo tus pies
cansados por tu prédica en Betania, que desperdicié
trescientos denarios para beneficio de los pobres
pero soy tu enviada primera, apóstol que proclama tu
victoria final.
Perdona sus dudas, Rabboní, mi bienamado,
¡Que tan sólo son hombres!
¡Que son hombres tan solos!
6
Cuarenta días después de abandonar a los muertos
vamos a Betania en procesión de silenciosa alegría.
En tu hora, Rabboní,
estás junto a tu Padre,
arrebatado ante nuestros azoramiento y envuelto en
nubes
elevas tu antigua humanidad en etérea
transfiguración.
Terminó tu prédica en el desierto de todos los días
ahora la
Gloria
peregrinación celeste hacia la semilla de origen.
Esencia de Dios y el hombre
eres Otro
fragancia que impregna el aire y nos cubre.
7
Tu discípula amada
de la que proclamaste lo que se oculta
conoce que al perderte nuevamente te gana para la Eternidad.
Este es el testimonio de María, la de Magdala,
mortal que yacerá en su finitud a orillas del
Tiberíades
amortajado su cuerpo con el lienzo acariciante de tu
Amor.
De Missa solemnis (Quito, Planeta, 2008)