Como
si fuera una novedad de la literatura de esta modernidad, hoy se habla de
“metaficción”, “metaliteratura”, “autorreferencialidad”, etc. Para quienes
desconocen los clásicos, es como si la literatura naciera con las novedades que
promociona el mercado de la novela contemporánea. Es cierto que el lenguaje es
diferente porque diferente es el mundo en el que se escribe; es cierto también
que la voz narrativa es cada día más introspectiva y confesional; pero no es
menos cierto que las novedades de la novela contemporánea, por lo menos, en
castellano, tienen una antigüedad que se remonta al Quijote.
Mucho
se ha comentado la audacia cervantina cuando afirma: «Yo soy el primero que ha
novelado en lengua castellana…». No se refiere, claro está, al Quijote sino al tipo de narración de sus
Novelas ejemplares. Pero, en
realidad, es el Quijote el texto que
nos sirve de paradigma para hablar de la antigüedad inaugural de lo moderno del
género novelesco.
Aquello
que entendemos por “metaliteratura” lo encontramos en el capítulo VI de la primera
parte cuando se narra el escrutinio de la biblioteca de don Quijote que llevan
a cabo el cura y el barbero. Ellos pasan revista a los libros de caballería
señalando los que son canónicos y los que son una saga sin valor estético. Así,
salvan de la hoguera a Los cuatro de
Amadís de Gaula porque, según el criterio del barbero, «es el mejor que de
todos los libros de este género se han compuesto; y así, como a único en su
arte, se debe perdonar». Asimismo, aquellos personajes juzgan La Galatea, del propio Cervantes: «Su
libro tiene algo de buena invención; propone algo y no concluye nada: es
menester esperar la segunda parte que promete; quizá con la enmienda alcanza
del todo la misericordia que ahora se le niega…». Solo que, hasta donde se sabe,
Cervantes nunca escribió aquella segunda parte tan prometida.
Cervantes
también da cuenta de sí mismo, no solo como autor literario, sino como un
soldado que tiene una destacada participación en la batalla de Lepanto. La narración
está a cargo del cautivo Ruy Pérez de Viedma, quien cuenta que durante su
cautiverio bajo el cruel Azán Agá, «solo libró bien con él un soldado español
llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la
memoria de aquellas gentes por muchos años y todas por alcanzar libertad, jamás
le dio palo ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra».
Y, si
abrimos el hilo de la “metaficción”, en la segunda parte, desde el capítulo II,
tenemos a don Quijote y a Sancho que se saben a sí mismos como personajes de un
libro que está siendo leído por todos. Es Sancho el que va con la noticia donde
su amo, diciéndole que ha llegado Sansón Carrasco hecho bachiller y le ha
contado que «andaba en libros la historia de vuestra merced, con nombre de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la
Mancha; y dice que me mientan a mí con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y a
la señora Dulcinea del Toboso…».
Es el propio
Carrasco quien da cuenta de lo que hoy llamaríamos la recepción que ha tenido
el libro, cuando aclara, ante las dudas de don Quijote acerca de la escritura
de su historia: «los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la
entiendes y los viejos la celebran, y, finalmente, es tan trillada y tan leída
y tan sabida de todo género de gentes, que, apenas han visto algún rocín flaco,
cuando dicen “Allí va Rocinante”».
En el
capítulo LXII, Cervantes se apropia de don Álvaro Tarfe, personaje del Quijote de Alonso Fernández de
Avellaneda. Cervantes hará que don Quijote convenza a Tarfe de que él es el
verdadero don Quijote y que no lo es el falso inventado por Avellaneda. Así,
don Quijote hace firmar a don Álvaro Tarfe, personaje de Avellaneda, ante un
escribano, que él, don Quijote, «no era aquel que andaba impreso en una
historia intitulada: Segunda parte de don
Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de
Tordesillas». Tremendo juego literario es un antecedente indispensable para
novelas tan radicalmente experimentales como, por ejemplo, Rayuela, de Julio Cortázar.
Estatua de Miguel de Cervantes en el parque central de Alcalá de Henares (Fotografía de Raúl Vallejo, noviembre 2919). |
Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 07.12.19. Una versión más corta de este texto fue mi discurso de recepción del Premio RAE 2018 que recibí por El perpetuo exiliado en Sevilla, el 6 de noviembre de 2019, durante el XVI Congreso de Asociación de Academias de la Lengua, ASALE.