Al comienzo parece el rescate de una comunidad de desplazados. Enseguida, nos damos cuenta de que se trata del horror sin fin de una guerra absurda. 430 personas son conducidas, a través de la selva, por unos hombres armados que ejercen sobre ellas todo tipo de violencia mediante conductas arbitrarias. Los pobladores no saben si son prisioneros o rescatados, ni hacia donde los llevan. Durante la marcha, se van dando cuenta de que son prisioneros de una guerra absurda y que solo pueden ser conducidos hacia la muerte. En medio este desplazamiento forzoso, Óscar Collazos (Bahía Solano, Chocó, 1942) construye, en su novela Tierra quemada (Mondadori, 2013) historias personales que humanizan esta narración de violencia asfixiante.
Elena, el personaje principal de la novela, es una joven maestra que camina con Julieta, su hija de once meses, y su prima Elvira, una adolescente de 14 años “que ha enmudecido de pánico”. En ella se concentran las desventuras del éxodo y también la esperanza de la lucha por la vida; Elena no desarrolla su heroísmo como si fuera un personaje extraordinario: ella es una heroína de la cotidianidad que resiste, al borde de lo que humanamente es posible, la sevicia a la que los desplazados son sometidos. Elena, aún en la más dura de las humillaciones, mantiene la dignidad espiritual necesaria para tener el valor de continuar. El abuso sexual al que la somete el comandante Anselmo le enseña a utilizar su cuerpo para seguir con vida: “Con lo pendejos que son los hombres, son capaces de creer las declaraciones de amor de la mujer que están violando.” (p. 126). Es como si, durante la guerra, el cuerpo de la mujer fuera convertido en tierra quemada por la sevicia de los hombres.
El ambiente
que envuelve a los protagonistas de Tierra quemada es apocalíptico. Una
selva devastada por la guerra; unos seres humanos deshumanizados por la
violencia; unos combatientes que parecen zombis en tarea de exterminio a la
humanidad. El Estado carece de presencia institucional y Dios es apenas un
lejano recuerdo de cuando se podía creer. “Las ciudades habían sido blindadas
en cada uno de sus flancos, impidiendo el acceso de refugiados del campo. […]
El campo era a duras penas habitado por quienes sobrevivían en medio de la
resaca de las guerras.” (p. 351). La maldad atraviesa la esencia de todos los
bandos: las fuerzas regulares del Estado, la Empresa y los insurgentes, también
llamados bandidos. A su paso, todo ser humano es considerado sospechoso de
colaborar con el enemigo; la tierra y los seres vivos que la habitan son
arrasados si así lo determina el miedo disfrazado de fuerza de los
combatientes, sin que importe a qué bando pertenecen.
Estamos
ante una guerra carente de ideales que, por el carácter alegórico de la novela,
podría ocurrir en cualquier parte pero que tiene una clara semejanza con el
conflicto colombiano. En la novela de Collazos, el narrador va entretejiendo
una red de alianzas y rivalidades entre los diferentes bandos que hace de la guerra
un fin en sí mismo: en el momento en que aparecen los personajes de esta
historia de crueldades, ya no se sabe por qué se combate, o contra quién, o
hasta cuándo. Hay quienes creen que son vencedores y que la guerra está próxima
a su fin por lo que sus ataques deben multiplicarse: “Pasaba al final de toda
las guerras; los derrotados no aceptan la derrota, dijo uno de los vigilantes.
Por eso, hay que derrotarlos muchas veces. Pisarlos como cucarachas, quemarlos
vivos, si es que siguen vivos.” (p. 16)
Tierra quemada está escrita
con un estilo descarnado, sin asomo de complicidad con lectores acostumbrados a
la moda de textos hedónicos con fachada de malditos. Aquí la radicalidad
del texto reside en la desmitificación de la violencia histórica con una prosa
limpia y con la construcción deslumbrante, por profunda y dolorosa, de
personajes de todo tipo que humanizan la atmósfera apocalíptica de ese éxodo
sin tierra prometida en el que se desarrolla la intriga de la novela. Al final,
los pocos sobrevivientes, tienen consciencia de que son una imagen que deben
“recomponer en cada una de sus partes” (p. 370) para seguir andando en la vida.
Tierra
quemada, de Óscar Collazos, es un sobrio retrato novelesco sobre una guerra
sin fin —que puede estar ubicada en cualquier parte—, su violencia e
irracionalidad, a partir de la historia del éxodo hacia ninguna parte de un
grupo de desafortunados que son conducidos, como si fuesen prisioneros de
zombis, por una columna de irregulares armados. La novela ofrece un destello de
esperanza, que ilumina la resistencia de los personajes que sobreviven al
horror, y permite respirar a los lectores que han sido conducidos, con una
narración maestra, hasta el fondo de la deshumanización más abyecta y, al borde
la asfixia, son expuestos al aire de la redención posible gracias a “una
historia de amor silenciosa y profunda” (p. 369). Tierra quemada es una
novela de lenguaje sustantivo escrita para lectores de literatura dura, no como
moda sino como sello de autenticidad creadora.
Óscar Collazos, en la librería Ábaco, en Cartagena de Indias. (Foto de Marcela Sánchez) |