Presentación de En la ciudad se ha perdido un novelista. La narrativa de vanguardia de Humberto Salvador, de Raúl Serrano Sánchez. (Quito, Ministerio de Cultura de Ecuador / UASB, 2009).
Auditorio de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador. Jueves 29 de abril de 2010.
En una entrevista a Wilfrido Corral publicada recientemente [Rodrigo Villacís Molina, “La polémica es parte del oficio”, entrevista a Wilfrido Corral,
Mundo Diners (Quito) # 334 (marzo 2010): 20 – 26.], Rodrigo Villacís, al formular una pregunta sobre Humberto Salvador, le dice a su entrevistado: “ya dije en otra oportunidad que tú has venido a rescatarlo” y Corral responde que “estaba olvidado, en efecto,” y explica que al ser consultado por una editorial española él sugirió el nombre de Salvador y de
En la ciudad he perdido una novela para su publicación. A continuación, Villacís afirma que aquí “se subestimó” a Salvador. Corral responde que así fue al igual que se hizo con Palacio, “porque ninguno de los dos estaba en la línea del realismo social”. Más adelante, Villacís insiste en señalar a Corral como el académico que está “reivindicando” a Salvador y aquél hace una precisión: “También otros críticos y estudiosos, como se verá en el anunciado número de Kipus… ” [Se refiere al número de
Kipus, de próxima aparición, que rinde homenaje a los escritores cuyo centenario se celebró en 2009: Demetrio Aguilera Malta, Ángel F. Rojas y el propio Salvador, entre otros.]
Parecería que en nuestro medio cultural nos estamos acostumbrando a escuchar opiniones desinformadas y tendenciosas como que si fueran juicios definitivos e inobjetables. Con Pablo Palacio sucedió algo parecido. El mismo Wilfrido Corral, Leonardo Valencia y otros esgrimieron la tesis de que Palacio había sido un escritor marginado por cuanto no adhirió al realismo social y que ellos lo estaban reivindicando. En la introducción que hice a la obra narrativa de Palacio publicada en la Biblioteca Ayacucho demostré cómo la obra de Palacio ha tenido, salvo en el período dominado por los epígonos del realismo social, una recepción celebratoria [Pablo Palacio,
Un hombre muerto a puntapiés y otros textos, Caracas, Biblioteca Ayacucho, # 231, 2005]. Tanto
Un hombre muerto a puntapiés como
Débora fueron muy bien recibidas por los escritores, compañeros de generación de Palacio, puesto que todo ellos estaban enfrentados a los epígonos del romanticismo y del modernismo. Sin embargo, cuando apareció
Vida del ahorcado, dado que el realismo social fue la ruta del movimiento vanguardista y su politización expresa, las opiniones de sus compañeros de generación se dividieron. La cubana
revista de avance, Raúl Andrade, Gonzalo Escudero, todos ellos elogiaron los cuentos de Palacio. La novela
Débora, también tuvo una recepción elogiosa. Y es sabido que la crítica consagratoria de estos dos libros llegó de manera temprana con un artículo de Benjamín Carrión publicado en su memorable
Mapa de América, en 1930.
Palacio fue incluido, sin bien con alguna incomprensión teórica, en la Biblioteca Ecuatoriana Mínima, publicada en 1960. En 1964 la Casa de la Cultura Ecuatoriana publica la primera edición de las
Obras completas. Los jóvenes escritores de
La Bufanda del Sol fueron los primeros en apropiarse de la figura de Palacio —a tal punto que en julio de 1974 le dedicaron el número ocho de su revista que circuló con el póster que sirve de ilustración a la portada de este libro—, para convertirlo en un antecedente de sí mismos dentro de la tradición literaria ecuatoriana. De ahí en adelante, sus obras fueron publicadas en varias ediciones aquí y en otros países y los estudios se multiplicaron hasta llegar al canónico trabajo de María del Carmen Fernández [Me refiero a
El realismo abierto de Pablo Palacio en la encrucijada de los 30, Quito, Ediciones Libri Mundi, 1991.]
Al parecer se quiere hacer lo mismo con Salvador. Los hechos, sin embargo, son los que desmienten a quienes realizan afirmaciones antojadizas. Para empezar, tanto Villacís como Corral silencian en la entrevista la edición de
En la ciudad se ha perdido una novela, que estuvo a cargo de María del Carmen Fernández y que apareció en 1993 [Humberto Salvador,
En la ciudad he perdido una novela. [1930], Estudio introductorio de María del Carmen Fernández. Quito, Libresa, Colección Antares # 94, 1993]. Suficiente tiempo para que un periodista especializado y un crítico se enteren acerca de la aparición de un libro. Pero, además, parecería que desconocen la publicación de
La navaja y otros cuentos, (1994), que incluye textos de
Ajedrez y
Taza de té, la novela
Trabajadores, incluida en la colección “La gran literatura ecuatoriana del 30”, (1985) , o del cuentario
Sacrificio, en la colección “Letras del Ecuador” (1978) , pues en la entrevista Corral afirma, y Villacís acepta, que Salvador fue un escritor relegado, que ha sido olvidado por cuanto no adscribió al realismo socialista, y que ahora Corral va a la cabeza del rescate. La realidad, no obstante, es bastante más compleja.
El libro de Raúl Serrano
En la ciudad se ha perdido un novelista. La narrativa de vanguardia de Humberto Salvador, viene a poner en orden ciertas afirmaciones por cuanto toma en cuenta, para afinar la visión acerca de un autor y su obra, los claroscuros que siempre existen en el análisis de la producción literaria. El libro de Raúl Serrano clarifica la recepción de la obra de Salvador, su tránsito estético, y las vicisitudes de todo autor en su periplo vital y su producción literaria, concentrado en el análisis de los libros de su etapa vanguardista. “Salvador, cuya obra de vanguardia en su momento fue muy bien comentada por la crítica extranjera y en algo la local, después del ciclo de su narrativa vanguardista, opta por la literatura proletaria, o adscribe al ‘realismo integral’ con novelas como
Camarada [1933],
Trabajadores [1935] y
Noviembre [1939], textos que lo convertirán en la figura del supuesto ‘realismo socialista’, del que no es ni epígono peor su cultor.”
Para evitar apropiaciones y elogios fáciles, lo primero que debemos considerar para un análisis adecuado de la obra de Salvador, es lo que señala Raúl Serrano en su libro: “En los trabajos críticos que dan cuenta de la obra y la generación del 30, la obra de ruptura de Salvador es omitida o relegada, destacándose su literatura proletaria.” En otras palabras, no es que Salvador sea un autor al que se ha relegado de manera intencional por cuanto existe una entelequia estéticamente atrasada que todavía hoy desconoce la validez de los textos de la vanguardia. Si precisamos las cosas, Serrano nos plantea que Salvador es un autor cuya obra vanguardista fue silenciada por incomprensión estética y sectarismo político pero cuyo reconocimiento se da por la literatura proletaria que produjo. La tarea que se viene desarrollando en los últimos años, entonces, ha sido la de releer a Salvador desde sus textos vanguardistas y entender, entonces, que la llamada literatura proletaria que escribió es de un espesor mucho más profundo que la del realismo socialista propagandístico.
En el prólogo a la obra de Pablo Palacio, editada por Ayacucho, ya señalé que Salvador se mueve desde el vanguardismo de técnica pirandelliana de
En la ciudad he perdido una novela, hacia el realismo integral de
Camarada (1933) —novela en la que Freud y Marx son los símbolos de los nuevos tiempos— y
Trabajadores (1935). En
En la ciudad…, el narrador – autor, que recorre Quito de manera reflexiva, asume para el texto literario la imposibilidad de la ilusión realista:
En mi ciudad andina pueden encontrarse argumentos de toda clase, para todos los gustos, que satisfagan todas las doctrinas.
Cada barrio simboliza una tendencia. Tiene motivos y personaje propios, para hacer triunfar su norma estética.
[…]
La vanguardia se puede buscarla en la ciudad a través de todos los barrios.
Pero la emoción novelesca es forzoso encontrarla en Victoria. Ella es la belleza estilizada, no el interés de la farsa. La novela perfecta sería la que sin personajes ni argumento, presentara a Victoria desnuda en su maravilloso ritmo [énfasis añadido].
En cambio, en
Trabajadores, novela que exhibe la injusticia del capitalismo, el narrador vislumbra a Quito, ya no como la ciudad – espacio en la que construye una novela imposible sino como una ciudad donde la tristeza y el dolor existen como realidades sociales:
Después de la medianoche, la ciudad de Quito es un cementerio. Se paralizan sus movimientos. Huye de ella la vida.
Tiene la pobrecita ciudad una tristeza opaca. Es como si se hubiera hundido en la muerte.
En los arrabales cantan las guitarras de los novios. Quejidos hondos, entrañables. El trago puro consuela a los vagabundos. Sombras, dolor.
El policía es el único real. El simboliza toda la pena escondida. Angustia, frío. Ausencia de mujeres. Deseo sexual siempre insatisfecho. Hambre. Así es para el pobre la ciudad de Quito.
Así, en estas dos novelas, Salvador se constituye en un ejemplo de cómo la noción de vanguardia se desplazó hacia una literatura ubicada en la vanguardia revolucionaria a partir de la temática escogida y que terminó renegando —o que fue silenciada por la imposición de una nueva práctica estética y porque no pudo superar el rechazo que desde un primer momento originó en la crítica oficial, todavía ligada al modernismo— de su línea primigenia.
En general, la crítica ha opuesto, por ejemplo, al vanguardismo contra el indigenismo como dos expresiones completamente divorciadas. En el caso latinoamericano resulta curioso que durante la década del veinte, al mismo tiempo que aparecen
Memorias sentimentales de Juan Miramar (1924), de Oswald de Andrade,
El juguete rabioso (1926) y
Los siete locos (1929), de Roberto Arlt, o
La tienda de los muñecos (1927), de Julio Garmendia, también se publican
La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera; Don Segundo Sombra (1926), de Ricardo Güiraldes, o
Doña Bárbara (1929), de Rómulo Gallegos. Sigo creyendo que la presencia de estas obras comprueba que la vanguardia latinoamericana encontró varias vías de expresión que fueron desde el ultraísmo hasta el indigenismo, pasando por el nativismo y otras tendencias. Raúl Serrano comparte esta tesis en una entrevista reciente, a propósito de la presentación de su libro, en la que él responde: “En la generación del 30 todos son vanguardistas para su tiempo. El realismo y el indigenismo fueron la vanguardia.”
Uno de los valores, justamente, del libro de Raúl Serrano es que se concentra en el análisis de los textos del periodo vanguardista de Salvador logrando una lectura contemporánea de los mismos y, por tanto, dando complementariedad a la visión que sobre la obra de Salvador podemos tener hoy día. Al mismo tiempo, toma en cuenta el ensayo de Salvador Esquema sexual, como un elemento constitutivo de la estética vanguardista del autor, considerando que
no es un mero receptáculo de los planteamientos freudianos, sino que, a partir de esos postulados, lleva adelante todo un trabajo de aplicación y de hermenéutica respecto del régimen sexual imperante en la sociedad de su tiempo. Este ensayo no ha perdido vigencia a pesar de los nuevos debates que en torno al psicoanálisis se han dado en estos años, creemos que su vigencia se mantiene porque su mérito estriba en ser una suerte de para-texto dentro de lo que es la vanguardia ecuatoriana, quizás uno de los pocos y extraños casos que operaron en América Latina a este nivel.En este sentido, Raúl Serrano plantea que la obra realista de Salvador no debe ser ubicada dentro de los cánones del realismo social, entendido éste como la obra literaria escrita desde una visión plana y propagandística de las tesis marxistas, sino como la elaboración estética de un realismo integral que por la profundidad de los personajes, por la complejidad humana de las situaciones vitales y por el punto de vista crítico del narrador, hace de las novelas citadas de Salvador, textos de un realismo proletario preocupado por construir una palabra artística capaz de bucear, de forma problemática, en la condición humana.
Ahora bien, Raúl Serrano sí ajusta cuentas en su libro con la tradición crítica que relegó la obra vanguardista de Salvador y que redujo al escritor a ser un representante del realismo socialista, en el sentido más literal de dicho realismo. Ese ajuste de cuentas contribuye de forme notable al enriquecimiento del debate que reconstruye la presencia de un movimiento de vanguardia vigoroso en su época en nuestro país, en el que los nombres de Salvador, Palacio y el de Hugo Mayo son imprescindibles.
Para evitar arrogarse méritos que corresponden a varios intelectuales y a un proceso de la crítica generada en el país, tanto Villacís como Corral deberían saber que, como indica Raúl Serrano en su libro: “Desde 1990, la obra de Humberto Salvador ha entrado en un proceso de relectura y revaloración, dejando atrás el terrible silencio al que fue condenada, y del que ha sabido salir dispuesta a conquistar esos lectores que aparentemente no existían, cuando sucede que sólo estaban extraviados.” Este proceso de relectura y revaloración no ha terminado, por supuesto: todavía la obra de Salvador se enfrenta al desconocimiento de un sector de la crítica, como bien lo señala Raúl Serrano al constatar la ausencia de Salvador como cuentista en una antología reciente, publicada por Alfaguara, con el auspicio del Ministerio de Cultura, preparada por Mercedes Mafla y Javier Vásconez [VV. AA.,
Antología de cuento. Literatura de Ecuador. Selección de Mercedes Mafla y Javier Vásconez, Madrid, Alfaguara, 2009].
En la ciudad se ha perdido un novelista. La narrativa de vanguardia de Humberto Salvador, de Raúl Serrano, es un excelente trabajo académico, escrito con la fluidez de un narrador, que contribuye al debate sobre las vanguardias a partir del análisis de la poco estudiada narrativa vanguardista de Salvador, que realiza una documentada lectura contemporánea de su obra en este proceso de revaloración de la literatura de Humberto Salvador.