José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, mayo 02, 2022

«Trabajos y desvelos» en la FILBO 2022

En la FILBO 2022, se presentó el poemario Trabajos y desvelos, publicado por la editorial Caza de Libros, de Ibagué, Colombia. El evento fue parte de la programación del XXX Festival Internacionl de Poesía de Bogotá. Asimismo, en la revista colombiana Ulrika, cuyo número 70 fue lanzado en la inauguración del Festival, el 30 de abril, aparecieron dos textos de dicho libro.

            Según los editores, Trabajos y desvelos es un coral cuya tesitura emerge desde el solo del yo, que es autobiográfico y familiar; transita a través de voces femeninas que han protagonizado una historia silenciosa y silenciada; cosecha la voz de la rosa clásica en el poema florecido; hace dúo con imágenes fotográficas; canta una romanza sobre el amor intenso y efímero; evoca la vida que fue en estremecedores trenos; y, en un recitativo de cronista, deja testimonio de este tiempo del coronavirus que aún no termina.

            El poeta mexicano Jorge Aguilar-Mora ha señaldo sobre este libro: «…Y comenzará: «Yo no soy de aquellos seres imprescindibles…» y terminará: «…persistencia de dogo feliz sin calendario». En efecto, no somos imprescindibles: para ser, solo ser, hay que ser prescindible, hermano de mis hermanos, hermano de mis perros, hermano de mis perlas, hijo de mis palabras. Que seguirán volando, cómplices privilegiadas de la eternidad y del lenguaje: ¿qué secreto tienen que así viven de sobra? Aún estamos a tiempo, por lo menos, de indagarlo: aquí está, Trabajos y desvelos, la elegía de Raúl Vallejo. Que en vida descanse».

La poeta ecuatoriana Maritza Cino Alvear, por su lado, dice que Trabajos y desvelos: «es un recorrido de yoes compartidos: la memoria del niño y del hombre que fabula entre fronteras reales y ficcionales; entre la infancia y la experiencia de la adultez para autorreconocerse y nombrarse a partir de personajes y lugares evocados que construyen su imaginario real-existencial. Un riguroso y admirable ejercicio de introspección, misticismo y desdoblamiento que le permite a su autor fotografiarse ante el espejo».

            A continuación, una selección de Trabajos y desvelos que leí durante el XXX Festival Internacional de Poesía de Bogotá:

 

 

Soy un hombre prescindible

 

Yo no soy de aquellos seres imprescindibles,

herederos de Brecht que nunca se jubilan.

Mi vergüenza es el hombre necio de Sor Juana

y voy deseante tras el dios de Juan Ramón.

Aquí, Raúl Vallejo: prescindible, en jueves

de mis húmeros. Desdeño dogmas terrenos,

centros comerciales, desfiles militares,

verbo mesiánico y bíblicos patriarcados.

Amo la rosa blanca de Martí; Macondos,

rayuelas, matapalos; Dulcineas que son

Aldonzas; pizarras de Mistral y a mi perro.

Harto de charlatanes y politiqueros

camino junto al prójimo de cada día,

el de la vida en futuro imperecedero.

He de morir; me llorarán y luego olvido:

mis libros, si acaso, letras de arte burgués;

polvo mi nombre, en nuestro paralelo cero.

 

 

Primero de Mayo

 

Este oficio de escribir: tecla, pantalla y rosa de asfalto.

Este otro oficio de leer: página y rosa de papel.

Estos oficios en los que trabajamos existen por otros

oficiantes del pan y el vino, de las ofrendas del mar y la tierra

en la olla y la mesa del hogar de los días de sol y los ennubecidos,

de las cosas grandes, de las inútiles, de aquellas que tanto nos gustan,

de la electricidad y el agua, del café de la esquina, de todas las calles.

Este oficio de escribir y leer florece en una rosa palabrera sembrada

por oficiantes de hoz y martillo proletarios en el campo y la ciudad.

 

 

Sor Juana y sus filosofías de cocina

para Cecilia Ansaldo Briones

 

La rosa de la sabiduría en el infinito jardín de los libros

es belleza efímera, de unos admirada y por otros maldecida;

es deseada por los hijos del maíz sobre el comal al fuego,

es temida por los inquisidores del verso y el pensamiento.

Chile pasilla, culantro tostado, pimienta y ajo, clavo y canela

molidos y puestos a freír como una redondilla en la cazuela,

que el poema es un aderezo espesito de gracias al Creador;      

puerco, chorizo y gallina: en mesa de monjas se comparte

clemole oaxaqueño, tortillas de cacahuazintle y una oración.

Dulce de nueces para la virreyna dictó Apolo a mi mollera;

por Aristóteles yo me apiado del nogal y purifico los pétalos

de la rosa en el mortero, enserenados bajo la luna de la poeta.

En la cocina del convento de san Jerónimo una mujer filosofa

y guisa; que los buñuelos se espolvorean con tantito de saberes:

Yo, la peor del mundo, rosa presuntüosa de bello entendimiento.

 

 

Nocturno de Pizarnik

 

pétalos de sangre

de la rosa que en el fuego

habita sus heridas.

 

a cantar dulce y a morirse luego.

 

pétalos de seconal

de la rosa que a sí misma

clava sus espinas.

 

 

Gota próxima[1]

 

 


 

Gota que pende del vértice ciego de la hoja trémula; gota que cuelga como el ojo ante el horror del abismo; gota que parpadea, fugaz experiencia del ser.

Gota que sacia

la agonía irredenta

de la nada próxima.

 

 

Un momento grave de la vida

 

            «El momento más grave de mi vida es el haber sorprendido de perfil a mi padre», escribió César Vallejo.

            Movido por la necesidad de enterrar a su muerto querido y de rendirle honores fúnebres, de no abandonarlo al anonimato de la fosa común o a la caridad de un féretro de cartón, un hijo transportó el cadáver de su padre en un viejo Trooper azul desde Guayaquil hasta la parroquia Cerecita, donde había nacido. En el asiento trasero del yip, viajaba sentado el cadáver con una mascarilla de tela blanca que cubría su nariz y boca.

            Sucedió el jueves 9 de abril. Durante el viaje, el hijo compartió el camino hacia la soledad eterna en compañía del difunto. Esa soledad, poblada en vida de los silencios cotidianos con los que platican los varones, se prolongó por cincuenta kilómetros largos. Cuando el hijo regresó del cementerio de Cerecita a la casa familiar —vacía para siempre de padre— pronunció las palabras de su orfandad definitiva:

            «El momento más grave de mi vida es haber visto a mi padre, a través del espejo retrovisor, con una mascarilla que le cubría nariz y boca, sentado y muerto, en el asiento trasero del viejo yip azul».

 

 

Mis yoes de sesenta

 

¡He sido tantos yoes que me espanto! En ocasiones, fui tú; máscara, ante los otros. En el jardín, nuestra rosa desnuda.

Fui místico en su noche oscura. Fui, también, tabernero de un antro de poetas menores.

¿Soy acaso el rostro al afeitarme mañana ante el espejo ajeno? ¿Seré ese niño perdido en el parque? ¿Poeta sepultado en París?

¿Quién despierta insecto? ¿Quién maestra de escuela?

¡Tantos yoes compartidos! Más de sesenta años de prójimo; el pan de mis Vallejos, amoroso. El prometeico caldero de la ironía sin método.

Este poema, de provisorio verso final.

 



[1] La foto es de Marcela Sánchez González, Mara. Pertenece a la sección «Prohibido tomar fotos con flash», de Trabajos y desvelos, que trabaja de manera intertextual con fotografías de dicha artista colombiana.  

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