En Salamanca,
del 12 al 15 de octubre, con el lema Bajo la sombra de los vencejos, se desarrolló el
XXVIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, coordinado por el tan generoso como
infatigable poeta Alfredo Pérez Alencart. El encuentro rindió homenaje a Carmen
Martín Gaite (1925-2000) en su centenario; a Gabriel Chávez Casazola, de Bolivia,
y Carlos Aganzo, de España. Asimismo, Salvador Madrid, de Honduras, y Juan Carlos
Mestre, de España, fueron reconocidos como Huéspedes Distinguidos de Salamanca,
y yo recibí la Medalla Fray Luis de León de Poesía Hispanoamericana.
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| El ciego y el lazarillo, a orillas del río Tormes, en el puente romano, Salamanca. (Foto: R. Vallejo, 2025) |
Con el
ciego y el lazarillo, a orillas del río Tormes
Cuenta Lázaro
de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, que a su madre que estaba
en el molino, situado en el cauce del río, le tocó el parto una noche: «Mi
nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre». Lázaro,
ya de ocho años, es entregado al ciego, su primer amo. Antes de salir de
Salamanca, se detienen frente al animal de piedra parecido a un toro, a la
entrada del puente romano, y el ciego le dice al niño que pegue su oreja al
animal para que oiga un gran ruido dentro. «Y como sintió que tenía la cabeza
par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabaza en el diablo
del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome: —Necio,
aprende: que el mozo de un ciego un punto ha de saber más que el diablo. Y rio
mucho de la burla». (28)
Nada más mirar
la escultura de bronce del ciego y el lazarillo, a orillas del río Tormes, junto
a la escultura del animal de piedra, que toda mi adolescencia lectora apareció ante
mí: entonces, recordé que mi ñaño Tito me regalaba semanalmente los Clásicos
Ariel de la Literatura Ecuatoriana, la Biblioteca Básica Salvat y otros libros.
Mientras contemplaba la escultura, el monumento y el río, la emoción bullía en
mi adentro por esa posibilidad de vivir con mis sentidos, lo que imaginé con mi
lectura adolescente. Mi ñaño ya no está en este mundo, pero permanece conmigo
en el ejemplar del Lazarillo que aún conservo subrayado y anotado con la manía del
solitario que empieza a descubrir el mundo que palpita en la literatura. Intuía
la poesía en el mundo y la poesía se develaba ante mí en los libros.
Cátedra de Fray Luis de León en la Universidad de Salamanca (Foto: R.Vallejo, 2025)
En la
cátedra de Fray Luis de León
Los
malquerientes de Fray Luis de León lograron que la Inquisición lo encarcelara por
casi cinco años por su trabajo intelectual. La traducción del Cantar de Cantares
del hebreo directamente al castellano y su afán hermenéutico sobre los textos bíblicos
desde la lengua original antes que desde la Vulgata de San Jerónimo fueron
consideradas posiciones heréticas. Ese mismo Cantar que, siglos más
tarde, resuena en los versos de Paola Valverde Alier, de Costa Rica, cuando
canta al amado en alas de murciélagos: «Dame tu miel embravecida. / Tu miel de
rapadura; / dulce y punzante. / Tu miel agreste. / Tu miel blanca. // Quiero el
néctar, / la corola, / bajar al cáliz de la flor. / Frotar mi cara en el polen.
/ Pincharme con tus espinas».
El domingo 12,
visitamos el aula en donde Fray Luis impartía cátedra. La soledad del aula, que
olía a siglos de saber, estaba poblada de seres invisibles que, a través del tiempo,
permanecen atentos a lo que el fraile decía ayer y que nos ha legado hasta nuestro
presente. Así lo cree Alfredo Pérez Alencart: «Pasa que pernocto Salamanca solo
para que Fray Luis / se me descuelgue desde el recuerdo carnoso de sus liras, /
desde su cuaderno de deberes que va cayendo —siemprevivo— / esta noche arrugada
en que le planto conversa».
Sucede, además,
que el artista Miguel Elías ha plasmado en el lienzo a un Fray Luis en púrpura luminoso
de trazos expresionistas y yo lo recibo como parte de un inmenso e inesperado
honor por causa del modesto quehacer literario que me define como persona. Y
pienso en Fray Luis y su amigo Francisco Salinas, el músico ciego, que, al
decir poético de Carlos Aganzo: «Toca el órgano / cual si tocara nubes en un
cielo / de ardiente oscuridad. // Luz no usada, decía / Fray Luis cuando
escuchaba / en la memoria el gozo de Salinas». (35)
El espíritu
de Unamuno
Miguel
de Unamuno es parte de la historia no solo de la Universidad de Salamanca, sino
de la esperanza del ser humano y su resistencia contra al fascismo. El 12 de
octubre de 1936, pronunció sus célebres palabras antes la arremetida brutal del
general Millán-Astray que al grito de «¡Mueran los intelectuales! y «¡Viva la
muerte!» interrumpió su discurso de orden como rector. Enfrentando al tumulto
que ocasionó la virulencia de los gritos fascistas, Unamuno concluyó:
Acabo de oír el grito de ¡viva la muerte! Esto suena
lo mismo que ¡muera la vida! Y yo, que me he pasado toda mi vida creando
paradojas que enojaban a los que no las comprendían, he de deciros como
autoridad en la materia que esa paradoja me parece ridícula y repelente […] Venceréis,
pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no
convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis
algo que os falta en esta lucha: razón y derecho.
Lo recuerdo
ante el aula que lleva su nombre, pero quiero recordarlo más en un poema de Gabriel
Chávez Casazola que evoca a Miguel de Unamuno así: «Por si no hay otra vida
después de esta / haz de modo que sea una injusticia / nuestra aniquilación; de
la avaricia / de Dios sea tu vida una protesta». (75) Y esa fuerza del lenguaje,
esa verdad paradojal de la poesía, esa persistencia del martillo sobre el
herraje apoyado en el yunque cuando se convierte en el sonido azul de las
campanas es, asimismo, celebración del intelecto al que apela el magisterio de
Unamuno y que encuentro en estos versos de María Ángeles Pérez López: «Las
palabras también piden ser viento / que arrase los paisajes de la usura, /
también piden ser fuego y tolvanera, / respingo que celebra en su osadía / la
roja ceremonia de vivir».
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| Biblioteca,, U de Salamanca (Foto: R-Vallejo) |
Hai
excomunión reservada a su Santidad…
El
martes 14, temprano en la mañana, visitamos la Biblioteca General Histórica de
la Universidad de Salamanca. Se encuentran ahí los famosos incunables del siglo
XV al igual que más de sesenta mil ejemplares salvados de la carcoma del tiempo,
y se respira ese polvillo invisible que se desprende de las páginas del saber acumulado
de los siglos. Manuscritos, documentos, mapas, libros, la palabra en el papel
iluminado como memoria de un mundo que le ha legado un saber antiguo al mundo
de hoy. Y, nosotros, herederos de tanto pensamiento, de tantos sentires, de tanto
asombro, marcados por la persistencia de la escritura.
El
hondureño José Antonio Funes contempla los estantes y su mirada se enciende porque
sabe de la complicidad y los afectos que los libros encierran en el lugar
preciso: «La casa se hacía cada vez más pequeña. / Mis libros, los advenedizos,
/ iban incomodando, / ganaban espacio a los muebles, desplazaban a los objetos […] Tuve que huir con ellos, / asilarnos en casa de amigos donde a los tres días apestábamos […] Hoy me defienden de esta
soledad donde la casa es grande, / cierran filas, centinelas de mis sueños».
En
las esquinas de la biblioteca, la severidad del claustro anuncia, no sin que
nos llegue el mensaje con cierta ironía contemporánea, pues hoy se dice que nadie
roba libros, sino que los expropia: hai excomunion / reservada a su santidad / contra qualesquiera personas, /
que
quitaren, distraxeren, o de otro cualquier modo / enagenaren algun libro, / pergamino, o
papel / de esta
bibliotheca, / sin
que puedan ser absueltas / hasta que esta esté perfectamente reintegrada.
Una
diversidad de versos que aún resuenan en mí
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| Retrato de familia, XXVIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, frente a la entrada principal de la Universidad de Salamanca, (Foto: Luis Aguiar, 2025) |
Un
encuentro de poetas es una celebración de la poesía y sus diversas formas expresivas:
que la variedad del mundo sea posible en cada verso y que los más distintos
tipos de poemas sean una posibilidad para la existencia de la poesía es una
fiesta sin fin de la palabra y las más disímiles formas de su belleza.
La
incertidumbre es una arista de la poética del colombiano Alejandro Cortés González,
que con La luz de la vida detenida, ganó el XII Premio Internacional de
Poesía Pilar Fernández Labrador: «La poesía que leo me ha quemado los ojos / La
poesía que rayo me ha quemado los huesos / Cuerpo que dibuja en el piso las
fronteras de su propio cadáver // Ahora que soy ceguera de vísceras frente al
precipicio / Ahora que me abismo ante espejos negros // ¿De dónde me sostengo». Y
esa incertidumbre lo lleva a indagar en la poesía de varios de quienes lo
antecedieron —Dylan Thomas, María Luisa Bombal, Ernesto Cardenal, Sylvia Plath,
etc.— hasta alcanzar a su coterránea María Mercedes Carranza, que regresa a su
casa después de morir: «La cortina tiene el peso de las moscas / lentas /
gordas / perezosas / No hay corriente que las espante / Moscas a contraluz de
los velos […] No hace falta hablar para construir a alguien / En esta casa de
moscas ya se dijo la última palabra» (83-84).
Josefina
Aguilar Recuenco nos leyó algunos pasajes de Leonora dentro, XLII Premio
Leonor de Poesía 2023. Se trata de un poemario que tiene la cualidad de
estremecer de manera sostenida y profunda a través de un texto poético que es
un extenso alegato desde el interior de la lúcida locura de la pintora Leonora
Carrington, que fue internada en un sanatorio psiquiátrico, en Santander, en
1940. Uno se encuentra en cada página con versos tan conmovedores como este: «Llamo
a todas las coníferas a mi cama Una orgía
de bosque puede arder de blanco Ellos dejan
que pasen la noche conmigo Mi cama se
hunde de bosque / Ellos creen que mi bosque está sujeto por sus
débiles camisas de fuerza». La
insania de la creación artística, el fluir alucinado de la mente brillante, el
dolor de estar atrapado en la prisión de la mente a donde todo confluye y en
donde todo se mezcla: «Leonora con cinco clavos al costado del mar Cinco clavos en la muñeca para que pinte
monstruos, los monstruos de la nana mexicana
Cinco es el número donde resucito después de Cristo» (55). Y en el
poemario, todo se precipita sin sosiego hacia la sima de aquel abismo en donde
se estrella la lucidez enajenada, la paradoja trágica de ser consciente de la
locura. Lo sabemos, pero vale la pena recordarlo: eran los tiempos del fascismo
y Leonora sufrió una violación grupal de los requetés y la separación de Max
Ernst, cuando este fue enviado al campo de concentración de Les Milles por los
nazis que ocuparon Francia. Leonora necesita sanar, pero para sanar debe volver
de aquel inframundo del sanatorio: «Leonora al fondo del vaso. Leonora al fondo
del bosque aúlla con piedra de lobo Aúlla con agua de nube Tiene dientes para el ratón y diente para el
hombrecito que sale de casa y cierra la ventana
Para que todo el universo entre por ella» (74-75). Y ella escapará del
sanatorio, regresará de aquella nada con el poder de una sacerdotisa que ha dejado
atrás el abismo de la locura y vuela: «Mi habitación de alquimista tiene fiebre
de pájaros Soy ese pájaro de plomo que
vuela en oro» (107).
Versos
piadosos y apasionados, versos limpios y luminosos que dan cuenta de una
tradición y sus rupturas: «Cada isla es escala, / cada marea viaje, / cada
colina ancla, / cada almendro amarre, / cada puerto la posibilidad / de una
nueva travesía. // Odiseo fue el primero, / tras él embarcamos todos». El
arte de Maru Bernal no solo reside en la manera como su cuerpo interpreta su
poesía, sino en la reescritura de la mitología griega. No todos volvimos de
Troya, XXV Premio de Poesía Ciudad de Salamanca, es una particular teogonía
de viajeros que perennizan los mitos. Ellos nos interrogan desde la antigüedad
porque las preguntas continúan siendo las mismas y, a su vez, distintas: somos
viajeros extraviados, sedientos de verdad y necesitados de expiar nuestras
culpas, igual hoy que ayer. ¿Es posible que Jasón vuelva al lecho de Medea? ¿Es
posible evitar la tragedia del abandono y el crimen? ¿Habrán transcurrido los
siglos en vano? «Pero Medea había ensanchado de caderas / y la preciada túnica
se apolillaba en el arcón. / Quizá la culpa fuera de sus pechos caídos, / de la
piel agrietada, / de ese rictus amargo, / de una sonrisa siempre crispada. / “¡Cuesta
ser extranjera en tierra bárbara!”» (49).
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| Teatro Liceo de Salamanca. Escenario de la ceremonia inaugural del XXVIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos y de los recitales del 12 y 13 de octubre de 2025. (Foto: Josefina Aguilar Recuenco) |
Verónica
Delgadillo (Bolivia) sabe del verso preciso imbricado en la imagen de una «Mujer
inmóvil en la ventana»: «A veces basta un solo verso / para coser lo que / la
noche desgarró». Jorge Hurtado (Perú) da
cuenta de la dureza de la vida y la poesía: «…un mundo donde la enajenación /
es deslumbrante / y mi cadáver, bajo un árbol pétreo: / un chorro de palabras»
(204). Marta Eloy Cichoka (Polonia), nos descubre lo que sucede tras una anomalía
de la virtualidad y nos propone otra forma de confrontar al mundo: «hay que
tener los ojos muy abiertos / para ver las cosas como son // pero hay que tener
los ojos bien cerrados / para ver lo que se esconde detrás» (166). Alejandro
Banda (Chile), que conoce el arte de juglares, expone y disecciona las huellas transeúntes
en su patria: «Los ecos son difíciles de asir en Valparaíso / de repetir como únicos
/ de tomarlos en el aire / y regresarlos a la arboleda […] Del recuerdo se
desgajan / los ecos militantes / los ecos que meditan / que intentan, que
crecen: / son tomados por el viento» (156).
Dennis Ávila
(Honduras), migrante por amor, se internó en la montaña para ofrecernos la revelación
que le entregó comunicación íntima con la naturaleza en Los excesos milenarios,
VII Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador: «Hay un epicentro
en el felino que creo que lo desiertos. // Cámara lenta el alud, / cuarto de máquinas
un volcán […] Las deidades olviden lamerse / como jaguares / en su instante sabático.
// El planeta resiente cada paso. / Hay un felino en el epicentro de sus días». Leocádia Regalado (Portugal) habla de la
nostalgia y los recuerdos que se anclan a lo cotidiano: «Desde lejos / me acerco
a esos aires / que se impregnan cada día más / en esta espera del ansiado
regreso / a las cosas sencillas / y sinceras / de la isla» (37). Clara
Schoenborn (Colombia) indaga la condición de mujer en sus versos y también los
dolores de su país, con una palabra que fluye sencilla y profunda: «Nunca
pensamos en los buitres / hasta la mañana en que nos masacraron. // Nadie nos
dijo que hablarían en nuestra lengua, / que nos bailarían majestuosos la danza
del adiós […] A qué hora terminará su ceremonia, / tal vez cuando nuestros ojos
/ se sumen a la redondez del cielo» (178).
Podría
seguir ejemplificando la variedad expresiva de los oficiantes de la poesía que
participaron del encuentro. Esta crónica se ha vuelto excesiva, a lo mejor porque
la poesía es un torrente de agua fresca que fluye inagotable sobre el desierto
de un mundo hostil con la palabra poética. Una hostilidad que atraviesa los
tiempos, tal vez porque la poesía confronta al ser humano con la única certeza posible
que es su finitud. Y termino esta crónica con la plegaria que eleva Mar Russo
(Argentina) a una línea familiar de mujeres que están presentes en ella, igual
que la poesía está presente en nuestros espíritus: «Tu acento respira en el mío,
/ las olas deshacen campanas en su garganta, / y un murmullo inesperado se abre
detrás de la puerta: / allí estás, madre, / constelación que aún arde en mi
signo. // Abuela Estela abrió la orilla, / vos resguardaste su marea, / y yo,
Marisa, me alzo / en corrientes que avivan fuegos antiguos» (129).
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| Colegio y Hospedería Arzobispo Fonseca, lugar de alojamiento del Encuentro (Foto: Josefina Aguilar Recuenco, 2025) |