José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
Mostrando las entradas para la consulta Acerca de la poesía ordenadas por fecha. Ordenar por relevancia Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta Acerca de la poesía ordenadas por fecha. Ordenar por relevancia Mostrar todas las entradas

lunes, septiembre 30, 2024

Aquiles critica a Homero: las cartas de Bolívar y Olmedo sobre «La victoria de Junín»

De mi archivo: En la entrada del pasado 16 de septiembre escribí sobre la amistades atravesadas por la literatura. Como una prolongación de tal asunto, les ofrezco este texto que da cuenta de la relación de Olmedo y Bolívar, que tuvo las cercanías y alejamientos de los avatares políticos, en el tiempo en que Olmedo escribía La victoria de Junín. Canto a Bolívar.


Etna Velarde Perales (Lima, 1940-2014). Batalla de Junín, 1974. Museo del Ejército Fortaleza Real Felipe, ubicado en la Plaza Independencia, Callao, Perú.

Bolívar y Olmedo, el guerrero y el poeta, fueron legisladores y hombres de Estado. Los dos, protagonistas de un momento épico de la patria naciente: el uno como adalid de la guerra de independencia transformado en héroe de un poema, el otro como poeta de esa lucha que hizo del guerrero el héroe mítico del canto que celebra dicha gesta. Pero, además, con la particularísima condición de actores de la inédita situación, vital y literaria, de ser el poeta y el héroe del poema que discuten entre sí acerca del plan de la obra lírica, de la presencia del héroe frente al resto de personajes, y de los logros y fallos de la expresión poética.

En carta del 31 de enero de 1825, Olmedo le revela a Bolívar su proyecto literario: «Vino Junín, y empecé mi canto. Digo mal; empecé a formar planes y jardines; pero nada adelanté en un mes […] Vino Ayacucho, y desperté lanzando un trueno. Pero yo mismo me aturdí con él, y avanzado poco. Necesitaba de necesidad 15 días de campo, y no puede ser por ahora […] Apenas tengo compuestos 50 versos: el plan es magnífico».[1]

A fines de abril del mismo año, Olmedo le envía una copia manuscrita por él mismo de La victoria de Junín. Canto a Bolívar. La respuesta de Bolívar a Olmedo es la de un hombre culto, de sólida formación clásica, que se manifiesta maravillado luego de la primera lectura de un poema. Según se desprende de su carta fechada en Cusco, el 27 de junio de 1825, Bolívar recibe con pudor su conversión en héroe literario, aunque todavía no sabía que el poema ya había sido publicado días antes: «Vd., pues, nos ha sublimado tanto, que nos ha precipitado al abismo de la nada, cubriendo con una inmensidad de luces el pálido resplandor de nuestras opacas virtudes»[2].

Consciente de la importancia relativa del individuo en las gestas históricas, Bolívar parece curarse en salud al momento de valorar en menos su propia actuación heroica al compararla con la memoria literaria que nos ha quedado de la guerra de Troya: «Si yo no fuera tan bueno y Vd. no fuese tan poeta, me avanzaría a creer que Vd. había querido hacer una parodia de la Ilíada con los héroes de nuestra pobre farsa»[3]. No lo dice pero lo vive en su condición de persona: la caída en el abismo de la nada se debe a la fuerza de la poesía.

En la carta del 15 de mayo de 1825, Olmedo le describe con largueza el plan del poema, «grande y bello (aunque sea mío)». La minuciosa descripción del plan por parte de su autor se ha convertido en un documento sustancial tanto para la historia de la escritura del Canto, cuanto para la crítica del mismo. En dicha carta quedan establecidos el problema básico de composición que enfrentó el poeta y la meditada solución que le encontró, el programa político que formularía en el Canto, la épica que pretendía construir, y la narrativa que desarrollaría en él.

La aparición del Inca, su presencia prolongada en el poema y, sobre todo, el contenido político de su discurso son las objeciones frecuentes que se han hecho al Canto. Bolívar fue el primero: «El plan del poema, aunque en realidad es bueno, tiene un defecto capital en su diseño». Tal parece que la queja del Libertador es una queja argumentada como interpretación política y, sin embargo, develada como reclamo del héroe al sentir su protagonismo disminuido:

 

El Inca Huaina-Cápac parece que es el asunto del poema: él es el genio, él la sabiduría, él es el héroe en fin. Por otra parte no parece propio que alabe indirectamente a la religión que le destruyó; y menos parece propio aún, que no quiera el restablecimiento de su trono, para dar preferencia a extranjeros intrusos, que aunque vengadores de su sangre, siempre son descendientes de los que aniquilaron su imperio: este desprendimiento no se lo pasa a Vd. nadie. La naturaleza debe presidir a todas las reglas, y esto no está en la naturaleza. También me permitirá Vd. que le observe que ese genio Inca, que debía ser más leve que el éter, pues que viene del cielo se muestra un poco hablador y embrollón...[4]

 

Bolívar, además, realiza en su carta algunas observaciones menores al poema —observaciones que, en su mayoría, sirvieron para que Olmedo corrigiera la piel del texto en la edición que publicó en Londres en 1826— mas, en lo sustancial, el Libertador es tremendamente elogioso acerca del poema y no se limita a realizar una alabanza genérica sino que va señalando la parte que corresponde al juicio celebratorio. No obstante las críticas de sobre la presencia del Inca, el entusiasmo de Bolívar por el poema es indiscutible y lo expresa sin melindres:

 

Confieso a Vd. humildemente que la versificación de su poema me parece sublime: un genio lo arrebató a Vd. a los cielos. Vd. conserva en la mayor parte del canto un calor vivificante y continuo: algunas de las inspiraciones son originales; los pensamientos nobles y hermosos: el rayo que el héroe de Vd. presta a Sucre es superior a la cesión de las armas que hizo Aquiles a Patroclo. La estrofa 130 es bellísima: oigo rodar los torbellinos y veo arder los ejes: aquello es griego, es homérico. En la presentación de Bolívar en Junín, se ve, aunque de perfil, el momento antes de acometerse Turno y Eneas. La parte que Vd. da a Sucre es guerrera y grande.[5]

 

Bolívar y Olmedo, dada su cercanía y confianza, solían utilizar un tono de chanza en su correspondencia. En la carta del 27 de junio ya citada, en párrafo posterior, el Libertador menciona que para la misión diplomática que le ha encomendado en Inglaterra ha unido a ella al señor José Ignacio Paredes, un matemático, «porque no fuese que llevado Vd. de la verdad poética, creyese que dos y dos formaban cuatro mil; pero nuestro Euclides ha ido a abrirle los ojos a nuestro Homero, para que no vea con su imaginación sino con sus miembros, y para que no le permita que lo encanten con armonías y metros, y abra los oídos solamente a la prosa tosca, dura y despellejada de los políticos y de los publicanos»[6].

De hecho, ese tono informal también lo usaba Olmedo con el Libertador en los términos en que una relación de amistad así lo permite. Cuando el poema todavía estaba en la etapa de su nacimiento, en la carta ya citada del 31 de enero de 1825, el poeta que, al parecer, había recibido alguna recomendación por parte de Bolívar para que la presencia del Libertador dentro del poema no sea lo protagónica que terminó siendo, le responde:

 

Usted me prohíbe expresamente mentar su nombre en mi poema. ¿Qué, le ha parecido a usted que, porque ha sido dictador dos o tres veces de los pueblos, puede igualmente dictar le­yes a las Musas? No, señor. Las Musas son unas mozas voluntariosas, desobedientes, rebeldes, despóticas (como buenas hembras), libres hasta ser licenciosas, indepen­dientes hasta ser sediciosas. […] Si a usted no le gusta que le alaben, ¿por qué no se ha estado durmiendo, como yo, cuarenta años?[7]

 

Al final de cuentas, lo que nos queda es el testimonio de la amistad de Bolívar y Olmedo, condicionada por la política y en medio de la literatura. Esta relación nos ha permitido conocer las opiniones primeras de Bolívar acerca del Canto que constituyen un testimonio especial y único que parece extraído de la metaliteratura cervantina: un personaje histórico con consciencia de ser un personaje de la ficción literaria que se ve a sí mismo en un libro ofrecido al público en una librería. La mirada del guerrero Aquiles confrontada con la ceguera visionaria del poeta Homero, la atronadora confusión de la guerra con la silenciosa iluminación de la poesía.



[1] Esta entrada del blog es un extracto del apartado «Aquiles critica a Homero: las cartas de Bolívar», del capítulo «José Joaquín Olmedo: cantautor de la Independencia», de mi libro Patriotas y amantes. Románticos del siglo XIX en nuestra América (Bogotá: Lumen, 2017), 190-202.

[2] La carta está reproducida por Manuel Cañete en su estudio sobre Olmedo, aparecido en R. Blanco Fombona, compilador, Autores americanos juzgados por españoles, (París: Casa Editorial Hispano-Americana, 1902), 128-129.

[3] Ibidem, 129.

[4] Autores americanos juzgados por españoles, 131.

[5] Ibidem, 132-133.

[6] J.J. Olmedo, La Victoria de Junín. Canto a Bolívar, edición facsimilar de la edición londinense de 1826, comentada por Rafael Bernal Medina, (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 1974), 96.

[7] Epistolario, 246.


lunes, junio 10, 2024

FIL-Quito 2024: un espacio público y diverso para la ciudadanía lectora

            ¿Hay algo más patético que escuchar las lamentaciones y reclamos de una persona que escribe por no haber sido invitada a una feria de libro? No es obligación de ninguna feria de libro invitar a cada persona que escribe en el paisito, aparte de que es un imposible práctico. En una feria de libro no hay nadie imprescindible, aunque las amistades tuiteras se pregunten por qué no invitaron a fulana o a mengano. Yo mismo podría, sin mucho esfuerzo, elaborar una lista de gente que escribe y que, con más mérito que el de quienes se quejan, no ha sido invitada; pero es claro que las invitaciones dependen, entre otros factores, de la institución que organiza la feria, de la curadoría, de las editoriales que participan, de la disponibilidad de la agenda de las personas que escriben y, aunque parezca obvio decirlo, también del presupuesto. Además, existe una prensa que desconoce la deontología del periodismo y que funciona como la policía fascista y cuelga el sambenito inquisitorial de correísta a quienes son —como si ser de una tendencia política fuese un delito— y a quienes no, con tal de construir una narrativa criminalizadora, tal como hicieron los nazis con los judíos. En este marco ideológico, la FILQuito 2024 no ha estado exenta de los ataques de algunos políticos de derecha y sus aliados mediáticos, cuyas mentiras ya fueron refutadas y su bajeza puesta en evidencia. Contra los ataques y las quejas, los hechos. La lista de participantes y el programa de la FIL-Quito 2024 demuestran que el evento tiene pluralidad ideológica, escritoras y escritores de primer orden y una agenda pensada en la comunidad lectora. No voy a caer en la estulticia de enlistar a escritoras y escritores según su afinidad política e ideológica, pero sí señalaré que quienes fueron invitados están en el programa de la feria para hablar de literatura y leer poesía: por supuesto que lo harán desde su particular forma de entender el mundo porque nadie carece de ideología y en esa libertad de decir reside el debate democrático. Lo que sí resaltaré es la presencia de Colombia como país invitado y una delegación muy representativa de su hacer literario. Entre los invitados colombianos destacaré la presencia de Piedad Bonnett, a quien recientemente le ha sido entregado el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en su XXIII edición, uno de los galardones más importantes de la lengua española. En una entrevista, a propósito del premio, Bonnett ha dicho: «La literatura está para mover las emociones y para movilizar las ideas».[1]  Hay varios invitados de otras latitudes cuyos nombres registran una obra literaria destacada como Mario Montalbetti y Gabriela Wiener (Perú), Mario Bellatin (México), Fernanda Frías (Uruguay), y Gabriela Cabezón Cámara (Argentina), entre otros. También están invitados ecuatorianos que viven en el extranjero como María Fernanda Ampuero, en España, y Huilo Ruales, en Francia, para citar solo dos nombres; o que viven en ciudades que no son la capital como Yuliana Ortiz, Roy Sigüenza, María de los Ángeles Martínez, Juan Carlos Morales, Andrea Crespo, Ernesto Torres Terán, Solange Rodríguez Pappe, Jeovanny Benavides, María Paulina Briones y Hans Behr, entre muchos más. Además, la curaduría ha logrado equilibrio de género en la programación de los aproximadamente300 eventos de la feria y aunque falta una mayor representación regional, el mapa literario del país, en general, está presente. Incidentes que tienen que ver con la cultura de la cancelación o con la sobrerrepresentación de una u otra tendencia política fueron tratados con tino por la organización de la feria. Finalmente, el reto de una feria de libro inclusiva es que en ella participen ángeles y demonios: cada persona escogerá a quien y qué escuchar y se formará su criterio sobre lo que escucha. Adicionalmente, la agenda aborda una gran variedad de temáticas y dedica espacios importantes a la mediación lectora para públicos infantiles y juveniles y talleres de creación. Asimismo, la feria rinde homenaje al centenario de La vorágine, del colombiano José Eustasio Rivera (Neiva, 1888 – New York, 1928), novela que marcó la narrativa regional y que, hoy día, nos permite entender de mejor manera la lucha por la supervivencia de la Amazonia. La frase última de la novela, «¡Los devoró la selva!», referida al protagonista Arturo Cova y sus compañeros, es apoteósica por su valor simbólico en la historia de la confrontación del ser humano con la naturaleza y por la metáfora que envuelve el final de una tendencia literaria. Valeria Coronel, actual secretaria de Cultura del Municipio de Quito,[2] con criterio y mesura señaló: «La Feria del Libro no es una pasarela de artistas sino el cumplimento de un derecho de la ciudadanía […] hicimos una apuesta por preservar el espacio público y no dar cabida a la intolerancia que afecta a la sociedad». Ahora bien, una feria no hace milagros por el libro, sino que refleja el nivel de la industria editorial y el nivel de la actividad lectora del país y la ciudad. No hace milagros, pero los provoca: lo fundamental es que la FIL-Quito 2024 sea un espacio público y diverso al que la ciudadanía lectora de la capital debe hacer suyo y disfrutarlo.



[1] Acerca del libro más conocido de Bonnett y el diálogo con la exposición Embozalados y autorretratos, de su hijo Daniel Segura Bonnett, escribí hace diez años en este blog la entrada «El único acto de la vida sin atenuantes es el suicidio»: «La poeta Piedad Bonnett, su madre, expone su espíritu doliente con el pudor de la confesión en Lo que no tiene nombre (Alfaguara, 2013), testimonio de un duelo, escrito con el estremecimiento de una palabra honda, auténtica y trágicamente bella. La escritura es también otra manera de sobrellevar una pérdida».

[2] Valeria Coronel es Ph.D. por el Departamento de Historia de la Universidad de Nueva York (NYU, 2011) y magíster en Historia Andina por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede Ecuador. Ha sido profesora titular en la Universidad Javeriana de Colombia (1996-2000), investigadora invitada en la Universidad de Massachussets (2019) y la Universidad de Köln (2015) y la Universidad de Guadalajara (2020). Fue vicerrectora general académica de la FLACSO-Ecuador 2016-2018 y co-directora del laboratorio de investigación sobre regulación y desregulación de la riqueza en América Latina, CALAS, sede central México 2020-2022. Sus publicaciones abordan la contienda sociopolítica republicana, los partidos políticos con énfasis en la configuración de corrientes democráticas de raigambre popular. Estudia el republicanismo democrático, las izquierdas y los orígenes del Estado de previsión social en la crisis de entreguerras siglo XX.


lunes, febrero 05, 2024

In memoriam Jorge Aguilar Mora: un intento de descubrir los secretos del aire

           

Jorge Aguilar Mora (Chihuahua, 9 de enero de 1946 - Bethesda, MD, 5 de enero de 2024). (Foto: Tyrone Maridueña, Guayaquil, 2018).

En la nota «Al lector» de Sueños de la razón 1799 y 1800. Umbrales del siglo XIX, Jorge Aguilar Mora, JAM, explica el ambicioso proyecto intelectual en el que se propuso una reflexión de la cultura del siglo XIX, año por año, a través de un testigo anónimo cuyo punto de vista narrativo tenía un límite: «puede dar testimonio de lo que ha ocurrido ese año y relacionarlo con cualquier hecho o suceso del pasado; pero carece del poder de narrar el futuro»[1]. En este y los otros libros de su proyecto existe una mirada lúcida sobre los protagonistas que construyen el espíritu romántico; al exponer las ideas que alumbrarán los tiempos por venir, con la creatividad narrativa de un novelista, JAM presenta el saber de una época como una narración en la que los personajes y sus ideas —Goethe, Humboldt o Madame de Staël— configuran un mapa del saber que nos permite seguir las huellas de su espíritu. Jorge Aguilar Mora (1946-2024) fue un maestro generoso, un ensayista deslumbrante y un creador que no hacía concesiones a sus lectores. La dedicatoria de este libro no es un dato menor porque la intención primigenia del autor era escribirlo como si se lo estuviera contando a su hijo: «Este proyecto nació cuando nació mi hijo Diego, en 1992. El libro es suyo»[2].

En el año lectivo 2006-2007, JAM obtuvo el reconocimiento Distinguished Scholar and Teacher, que otorga la Universidad de Maryland. Como maestro, JAM demostró en cada una de sus clases no solo su amplio y profundo dominio de la materia que enseñaba sino también una habilidad extraordinaria para conseguir que sus estudiantes nos apasionáramos por los temas que trataba. Sus clases eran charlas magistrales durante las cuales el saber fluía como si se tratase de lo que actualmente es un podcast. Además, siempre estuvo presto al trabajo de tutor en generosos horarios adicionales a los ofrecidos normalmente. Él, puntual en sus horarios, en la guía y corrección de trabajos, hizo de cada sesión un espacio esperado por sus estudiantes, dado los desafíos intelectuales que su cátedra planteaba en todo momento. En una carta de julio de 2009, dirigida a sus colegas y estudiantes del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Maryland, cuando se jubiló, dijo sobre su docencia:

 

Y para mí, enseñar significa simplemente dar señas, señalar, dar signos. No es decir “Miren lo que sé y miren lo que tienen que saber”, sino “Miren los caminos que existen y de los cuales conozco muy pocos, miren cómo yo he recorrido esos caminos y en algunos me he perdido, en otros no sé dónde estoy y otros me han llevado a la felicidad de conocer obras que me acompañarán toda la vida, que son vida y son mi vida. Y no soy, ni me he visto nunca como ejemplo de nada, ni de nadie: soy simplemente un caso, alguien que en soledad, forzosa, se enfrenta a lo que tienen de vital las obras de arte”. Nunca me ha interesado manifestar lo que sé, me ha apasionado siempre mostrar cómo viven las ideas. Como enseñar a volar: no decir cómo mover las alas, sino intentar descubrir los secretos del aire.

           

El segundo libro sobre el siglo XIX es Fantasmas de la luz y el caos 1801 y 1802 y en él la historia se mueve hacia nuestra América. El libro se abre con un Goethe enfermo que, «en la madrugada del 5 de enero, comenzó a toser violentamente y a desvariar: hablaba con amigos ya muertos y con Jesucristo»[3]. A través de sus páginas, asistimos a la estrategia conspirativa de Thomas Jefferson para anexar la Luisiana a los Estados Unidos, al viaje de Humboldt y Bonpland de Cartagena a Lima, pasando por Popayán y Quito, con la frustrada asistencia de Francisco José Caldas y la participación apasionada de Carlos Montúfar y todo lo que aquello significó para el estudio de la naturaleza andina. La mirada perspicaz de JAM lo lleva a una reflexión sobre la participación de aquellos que han quedado al margen de la historia a partir del relato de Caldas cuando a punto de perder la vida en el cráter del volcán Imbabura es rescatado por su guía, el indio Salvador Chuquín, sobre quien dice Caldas «es justo nombrarle»:

 

Era justo nombrarlo, no solo por el mismo Salvador Chuquín, sino por todos los indios que han acompañado a todos estos exploradores y han quedado en la sombra, en el simple y banal olvido o, en raras ocasiones, solo mencionados para burlarse de sus supersticiones y de sus miedos […] No sabemos nada más de Salvador Chuquín; quizás después de salvarle la vida a Francisco José Caldas siguió ganándose la vida recogiendo hielo del volcán para venderlo en las casas de los criollos nobles de la ciudad. Quizás, como muchos otros, un día resbaló en la nieve y cayó a su muerte.[4]

 

            JAM dejó inédito un tercer volumen titulado El verbo del deseo 1804-1804. Junto a los dos anteriores, este libro también es una precisa reconstrucción del mundo intelectual de comienzos de ese siglo diecinueve con una meticulosa puesta en escena de las ideas que han marcado el pensamiento de hoy, imbuida en una narración novelesca que da cuenta de las vicisitudes de sus brillantes protagonistas (Humboldt, Caldas, Goethe, Hölderlin, Madame de Staël, Napoleón, Beethoven, etc.) en el entretejido de sus relaciones personales y el desarrollo de sus ideas frente al surgimiento de una nueva sensibilidad en el mundo. La lectura de los tres libros es uno de esos placeres que se encuentra en el discurso crítico porque su palabra tiene la concentración de la sapiencia de los libros contada con la fluidez de la oralidad de los abuelos; esos abuelos que, en las comunidades rurales, son los que albergan y transmiten el saber y la tradición. Los tres libros son la crónica reflexiva de las ideas que nos han cobijado, a partir de su emergencia en el siglo diecinueve, para marcar su impronta en la sensibilidad contemporánea. Estos libros son un deleite intelectual de la lectura y una lectura para el deleite del intelecto.

 

            Una pérdida atravesaba el espíritu de JAM, un muerto cargaba en su peregrinaje vital e intelectual: ese muerto era su hermano David. «A David Aguilar Mora lo capturó la guardia judicial [de Guatemala] a mediados de diciembre de 1965. No sé la fecha exacta de muerte, pero lo fusilaron en el interior de la base de Zacapa, y sus verdugos fueron el subteniente Carlos Cruz y Cruz, “El serrucho”, y los G2 César Guerra Morales y Rigoberto García, “El gato”»[5]. En Cadáver lleno de mundo, una novela experimental, introspectiva, situacional, con un narrador que entra y sale del texto en el acto mismo de la escritura, la presencia de David es un fantasma que recorre toda la novela. Hacia el final, en una suerte de nota al pie de página que es parte de la estructura narrativa, aparecen las preguntas que acompañarán a JAM durante su vida: «¿Por qué ese afán de ocultar una muerte? ¿Por qué rechazar la petición de esa misma muerte y tergiversarla? […] ¿No era cierto que David sería una presencia obsesionante con solo mencionar su nombre? ¿No, que David era imposible de resucitar, precisamente por su muerte tan rotunda?»[6].

            En Los secretos de la aurora, Aguilar Mora construye una ciudad de cuyos dramas quienes leemos nos sentimos partícipes porque la atmósfera del lenguaje que la envuelve nos acerca a la intimidad de los personajes que habitan dicha ciudad. Una intimidad cargada de secretos que se van develando a medida que los personajes se apropian de la ciudad y de su propia historia. La novela deviene paradigma de lo que es la autonomía del texto literario y la creación de mundos de ficción que funcionan en el territorio de la escritura. Un lenguaje de tesitura barroca, con la persistencia de la música en el acontecer de los personajes y un erotismo reflexivo, como cuando Ana y Santiago hacen el amor con la mirada: «El deseo de sus miradas apenas les tocaba la piel con sus dedos de humo […] se olvidaban de sus nombres, se olvidaban de lo que eran y se volvían —como una madeja sin hilo— placer como objeto y acto al mismo tiempo, y se dejaban infinitamente mirar para volverse mirada»[7]

 

La gente que protagonizó la gesta de la Revolución mexicana fue también una obsesión de JAM. En Una muerte sencilla, justa, eterna, Aguilar Mora indaga el proceso revolucionario desde una voz que es autobiográfica al tiempo que desentraña el proceso de investigación y escritura, e ilumina con la profundidad reflexiva de su prosa cargada de poesía el sentido de los acontecimientos históricos. En este libro, el tema de la muerte es el leit motiv de una cultura en pleno fervor revolucionario: a partir de la narración de los dramas individuales de sus protagonistas se busca el sentido de la historia general, lo que hace del libro un texto con una mirada tan honda como piadosa sobre las vicisitudes del ser humano en medio de sucesos históricos que superan la voluntad de las personas. Esa manera de convertir la historia en narración y reflexionar a partir de ella la encontramos, por ejemplo, en este pasaje:

 

¿Seguimos esperando con el lenguaje? ¿Esperamos el hecho? El lenguaje estuvo antes, y estará después. Mas he aquí el hecho.

A Santiago Ramírez lo fusilaron en Saltillo. Lo fusilaron en Saltillo. Y cuando le ofrecieron un licorcito, cuando le ofrecieron un cognac, cuando le obsequiaron su última voluntad, muy generosos los verdugos, Ramírez replicó: “No quiero licor, me hace daño al hígado”. Era la naturalidad, era la perfecta naturaleza.

Y luego, cuando ya era inminente el fogonazo, cuando ya lo requería el paredón, se volvió a una señorita de Saltillo que hasta allí lo había acompañado: “No muero como un reo, muero traicionado”, le dijo. Y así murió.

[…]

Para mí, Santiago Ramírez fue el último fusilado.[8]

 

Es ya un clásico su ensayo La divina pareja. Historia y mito en Octavio Paz, un libro que deconstruye las ideas de Paz sobre la poesía, la historia y la cultura mexicana y desmitifica su apoliticismo. La crítica de JAM reconoce en toda su extensión la valía de la obra de Paz, pero no deja de señalar con dureza sus contradicciones, lo que da cuenta de su espíritu libre en un mundo intelectual lleno de aduladores. Esa dureza se sintetiza en su conclusión: «En el caso de Paz, no hay ningún sistema construido, no hay ninguna elaboración: hay la negación de la historia, hay intentos de gramaticalizarla, hay descripciones constantes de la otredad, del mito, de la analogía, porque en el fondo siempre ha creído que no es necesario demostrar nada»[9]. Ese libro se complementa con su ensayo «La fuga de la identidad. Tres estaciones de Octavio Paz», en el que, décadas después, JAM analiza la ambición secreta del premio Nobel que era, según él, «que el joven Octavio Paz tuviera la lucidez del Octavio Paz maduro, y que este tuviera la frescura de aquel»[10]. La visión de JAM sobre Paz es un ejercicio del criterio desde la admiración a su poesía y sus ideas sobre la poesía, pero desdeñando la adulación hacia el poder intelectual del propio Paz.[11]

En el libro en donde aparece el ensayo sobre Paz, JAM publicó también un texto sobre Rulfo: «Yo también soy hijo de Pedro Páramo». Es un ensayo sobre la muerte y la ubicuidad del muerto, sobre la orfandad y la asunción de la paternidad, sobre Pedro Páramo y sus hijos y sobre Jorge Aguilar Mora y su hijo Diego y la manera como se entrecruzan los afectos filiales. En la escritura de este ensayo dirigido al debate académico aparece otra escritura que está dirigida a su hijo, que es una manera de entender su propia condición de padre de Diego y de hijo de Pedro Páramo: «Querido Diego, si hay algo en lo que Pedro Páramo es un texto para más vivir y para dejar de sobrevivir, ese algo es su prodigiosa singularidad para hacer, en cada lectura, que el encuentro de la literalidad de la vida y de la opacidad del mundo nos permita acceder, en cuerpo y alma, a una realidad de acontecimientos puros y de actos de lenguaje»[12].

 

            No quiero terminar esta celebración de la vida creativa de Jorge Aguilar Mora sin referirme, de manera breve, a dos de sus poemarios. Con el uno compartimos nuestra afición por la música sacra. En Stabat Mater, la figura de la madre doliente frente al hijo – hijo de Dios reivindica todo el sentido terrenal del ser humano frente a la muerte y la imposibilidad del reino de lo eterno. Se trata de un poema extenso que sostiene una plegaria de la humanidad huérfana de la presencia divina, abatida frente a la redención imposible. Ese dolor que no tiene nombre, ese dolor de la madre que pierde a su hijo me duele en estos versos: «Y, al pie de la cruz, estaba la madre. / Estaba la muerte al pie de la huida. / Ese río de lobos era maldiciones, / y alguien de su mano recogió alegría, / recogió la hora, al pie de la muerte»[13].

La bella molinera, que entabla un diálogo intertextual con el ciclo de canciones de Schubert de título homónimo, es un poemario que conjuga las tristezas del amor romántico en la posmodernidad que ha matado la ilusión romántica, con la esperanza en la poesía —embebida de racionalidad—. En el poemario, la poesía es entendida como el espacio de realización del amor contradictorio del molinero y su amada, aceptando los devaneos de la bella molinera con el caminante, con todos los caminantes que le ofrecen una libertad que se atreve a tomar. Este es un poemario que canta a la imposibilidad del amor romántico, al anhelo de libertad, a la sabiduría del sufrimiento y el miedo a ser libre: «Como si tú fueras los frutos y el deseo, / Y yo cantara baladas que nadie escucha / Porque solo la bella molinera sabe que existen»[14], canta el caminante desdeñado.

 

Jorge Aguilar Mora., en Guayaquil, durante su participación en el III Encuentro de Investigación en Artes, organizado por la Universidad de las Artes, en julio de 2018. (Foto: Tyrone Maridueña)

El martes 9 de enero de 2024, Jorge Aguilar Mora habría cumplido 78 años. Nos lo arrancó de la vida la ruptura de un aneurisma aórtico abdominal el aciago viernes 5, pero no podrá la muerte arrebatarlo de la memoria de quienes lo queremos y hemos aprendido de su magisterio. Cuando Saúl Sosnowski me dio la noticia, a las 13h20 de aquel día, reventé en llanto. Ya calmado, me acordé de la felicidad que tenía la voz de Jorge cuando me contó, a fines de junio de 2022, que en julio se iría a Los Ángeles, para asistir a un concierto de Kraftwerk, invitado por Diego, que se convirtió en el destinatario de una larga carta para el hijo en la que Jorge quiso que se transformara su escritura. Mientras escribo, escucho el disco The Man-Machine y releo un párrafo de la carta de 2009 ya citada:

 

No nací para escritor. Nací para ser compositor musical y las circunstancias de la vida me lo impidieron. Me convertí en escritor porque fue la única manera que encontré de sustituir la melodía, la armonía y el ritmo de la música. En cierto sentido, fue un fracaso anunciado porque quise dominar primero las palabras antes de conocer sin miedo a los seres humanos, antes de aceptarlos con sus complejidades, con sus oscuridades, con sus iluminaciones.

 

            Él era un melómano y su afición fue también un saber que compartía con el entusiasmo creativo del que habló Madame de Staël. Y si la vida es un texto que cada uno escribe, quiero imaginar que, en el inconsciente de Jorge, en aquella habitación de hospital en donde agonizaba, sus propias palabras habrían resonado como un eco luminoso, musical y eterno: «Oíamos unos estudios de Liszt y nada nos trascendía. Todo estaba encerrado en ese cuarto y estaba también más lejos. El cielo estaba amorosamente apocalíptico y al fin este texto terminaba»[15]. Son sus palabras que se convierten en nuestras palabras y que, mientras aprendemos a volar con ellas, nos acompañan en el descubrimiento de los secretos del aire.



[1] Jorge Aguilar Mora, Sueños de la razón 1799 y 1800. Umbrales del siglo XIX (México D.F: Ediciones Era, 2015), 11. Este libro obtuvo, en México, el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2015. Las fotografías de los libro que ilustran esta entrada son mías.

[2] Aguilar Mora, Sueños de la razón…, 13.

[3] Jorge Aguilar Mora, Fantasmas de la luz y el caos 1801 y 1802 (Ciudad de México: Ediciones Era, 2018), 14.

[4] Aguilar Mora, Fantasmas…, 317.

[5] Jorge Aguilar Mora, Una muerte sencilla, justa, eterna. Cultura y guerra durante la Revolución mexicana (México D.F.: Ediciones Era, 1990), 26.

[6] Jorge Aguilar Mora, Cadáver lleno de mundo (México D.F.: Editorial Joaquín Mortiz, 1971), 274-275.

[7] Jorge Aguilar Mora, Los secretos de la aurora (México D.F.: Ediciones Era, 2002), 377. Está inédita su novela Puentes, de la que su autor, en una suerte de introducción, señala: «El nombre completo de esto que quiere apenas ser un horizonte (abriéndose siempre) es Puentes que atraviesan los peregrinos que se pierden… Son los puentes de una ciudad ocupada por caminantes extraviados; habitantes que abren las puertas, sin saberlo, a todo lo inverosímil, lo absurdo y lo común que define su horizonte. Ellos la hacen, la soportan, la mantienen, la destruyen, la olvidan y la transforman. También la quieren, con una pasión que, como dice el poeta, cuando no se cumple, se vuelve alucinación. La ciudad entonces es la que tolera a sus ocupantes, les cuida sus caprichos, y hasta se los procura. Ellos siguen cruzando los puentes, los numerosos puentes, sin estar nunca seguros de que podrán llegar a la otra orilla. Ni siquiera los puentes estén seguros de que hay otra orilla».

[8] Aguilar Mora, Una muerte sencilla…, 399. Su libro El silencio de la Revolución y otros ensayos (México D.F.: Ediciones Era, 2011) aborda estos asuntos analizando la literatura del período y textos claves como los corridos villistas, Cartucho, de Nellie Campobello, las novelas de Martín Luis Guzmán y Rafael F. Muñoz.

[9] Jorge Aguilar Mora, La divina pareja [1978] (México D.F.: Ediciones Era, 1991), 224.

[10] Jorge Aguilar Mora, La sombra del tiempo. Ensayos sobre Octavio Paz y Juan Rulfo (México D.F.: Siglo XXI Editores, 2010), 8.

[11] Esta postura crítica causa confrontación con el coro de aduladores y también con los admiradores de la obra de Paz. Apenas fallecido JAM, un polemista brillante como Christopher Domínguez publicó en Letras Libres —«heredera de la tradición y el ánimo» de Vuelta de Octavio Paz—, una necrología que resultó, más bien, un ajuste de cuentas con Aguilar Morla por su crítica a las imposturas de Paz. Lo definitivo en esta polémica, rotundo como la muerte, es que Jorge Aguilar Mora ya no le puede responder a Domínguez.

[12] Aguilar Mora, La sombra del tiempo…, 126.

[13] Jorge Aguilar Mora, Stabat Mater (México D.F: Ediciones Era, 1996), 52.

[14] Jorge Aguilar Mora, La bella molinera (San Joaquín, Chile: El Juglar, 2011), 16. En Kipus. Revista Andina de Letras, # 33 (I semestre 2013): 173-176, apareció una reseña mía sobre el poemario.

[15] Aguilar Mora, Una muerte sencilla…, 403.


lunes, noviembre 20, 2023

XVI Festival de Poesía Ileana Espinel Cedeño: el mundo compartido en la poesía

           

Johanna Carvajal, Shiva Prakash, Rafael Courtoisie, Paula Andrea Pérez y Khédija Gadhoum, en el museo Presley Norton, el 13 de noviembre. (Foto: R. Vallejo)

¿Qué es un festival de poesía sino el espacio para compartir la palabra de la vida y sus afectos? A un festival de poesía acuden voces maduras y las que emergen, voces de palabra exacta y las que tantean, pero todas, las experimentadas y aquellas que lo serán, son voces que están en búsqueda de la poesía, que es un instante que perdura huella en el verso, que es memoria. Un festival de poesía es un espacio de encuentro de versos de diversas latitudes, de distintas maneras de entender el mundo y el uso de la palabra que permite nominarlo.

            El XVI Festival de Poesía Ileana Espinel Cedeño, que tuvo lugar, en su versión presencial, del 13 al 17 de noviembre, estampó su camiseta emblemática con un verso de Maritza Cino Alvear (Guayaquil, 1957): «Habitarme es un placer que me reservo», porque la voz de la poeta protege su intimidad, ese lugar vedado para los demás, ese lugar tan solo del yo. Ese yo de la poesía que es, al mismo tiempo, uno y comunidad que comparte la palabra poética, como lo hicieron algunos de los poetas invitados que en esta crónica breve menciono.

Así, intimidad y voz comunitaria, es la poesía de Marwan Makhoul (Boquai’a, Palestina, 1979) que, en «Wajd» (Éxtasis religioso), nos comparte su íntima felicidad por el hijo que ha nacido: «¡Qué inútil fue todo antes de ti / y después de ti, qué hermoso se volvió todo, / hijo mío! / ¡Qué insensato fue que yo postergara tu vida / y mis dos hoyuelos iguales a dos brazos abiertos / para darte la bienvenida!» y, también, como un profeta, nos habla en su verso acerca del dolor de su patria ocupada y en guerra: «Para escribir una poesía que no sea política / debo escuchar los pájaros / pero para escuchar los pájaros / hace falta que cese el bombardeo».

HS Shiva Prakash (Bangalore, India, 1954), compartió sus canciones de cuna, sus cánticos rituales, su visión espiritual del mundo, como en «Despedida»: «La gran ciudad —la guarida de los insomnes— / estaba en la cama / con la diosa del sueño oscuro / Medio cubierta por el sari / de las farolas encendidas / Me despedí de mi amada prisión / para entrar / en la impenetrable jungla de / rugientes torrentes de lluvia / donde me encontré / con las flores relampagueantes / y los frutos del trueno». Shiva supo llegar a los más pequeños, en los recitales que se dieron en las instituciones educativas, con su cántico teatral.

Con su capacidad de convertir a los clavos y su parentela (la aguja, el tornillo y otros) y con su hacer del verso una erótica de la palabra, Rafael Courtoisie (Montevideo, 1958) nos entregó también una poesía desnuda: «En la erótica del espacio el espejo es la piel del “otro lado”, del lado imposible de las cosas. Las palabras son apenas un gesto de las cosas, pero el espejo ignora ese gesto y desnuda la mirada de toda adyacencia, de todo ese estar vestigial para establecer un ser absoluto en la razón del deseo, en su carne»[1]. Además, él compartió esa palabra agridulce del sur, que sabe que «la poesía no está hecha solamente con palabras, / está hecha con sangre humana. / Sangre viva».

Políglota y especialista en literatura latinoamericana, la poeta tunecina-norteamericana Khédija Gadhoum (1959), no solo contribuyó con la interpretación de algunos poetas extranjeros, sino que, también, desde su palabra transeúnte nos convocó a interpretar la experiencia del ser humano que es peregrino del mundo de afuera y artífice de su mundo más íntimo. Ella sabe cómo conjugar ese peregrinaje y esa necesidad de mirarse hacia adentro: «tierra mía de ayer. hoy reducida a un puro destierro. / ¿habrá algún terruño mañana? / enseña la agridulce lección, / sin extraviarme fuera de las sabias palabras»[2].

Y, claro, también hay una poesía que confronta la racionalidad de quien la lee y lo lleva a meditar sobre diversos momentos de la existencia a partir de un verso que va hilando una filosofía poética capaz de interpelarnos. Para Juan Carlos Abril (Los Villares, Jaén, 1974), en cuya poesía anota que «nos hacen únicos las imperfecciones», un consejo es una manera de ser ante la vida: «No te conviene / la rara habilidad de la nostalgia, / ni distinguir debilidad de orgullo, / si es que se tipifica / la suma de sus partes. / En ti / de muchos modos se acordó el futuro. // Y cuando nos enrojecemos, al menos no lo lamentamos. / En eso puede consistir la vida: aprender a soñar, a despedirse»[3].

Desde Polonia, nos acompañó Sergiuz Adam Myszograj (Wroclaw, 1974). No solo hizo gala de un enorme sentido del humor, sino, y sobre todo, de una poesía que embellece la cotidianidad de los afectos y la contemplación del prójimo. En «Señorita Mayumi», la voz del deseo y su sublimación se entreteje en el verso que da cuenta de lo extraordinario: «Cada mañana / la señorita Mayumi alimenta sus peces / con monedad […] Hoy / la señorita Mayumi está bailando / Las mariposas la rodean y las pequeñas aves también. / Saltaré al alféizar de la ventana / con la esperanza de que ella me note escondido entre las flores…». [En la foto, Sergiuz con el poeta ecuatoriano Augusto Rodríguez, quien es el fundador del festival de poesía Ileana Espinel Cedeño] 

Poeta, historiadora y saxofonista: así se define Johanna Carvajal (Medellín, 1993). De su investigación acerca de las mujeres condenadas por la Inquisición, surge un poemario que es memoria del horror y también memoria del valor. Ella ha convertido en poesía, el espíritu de las mujeres que expandieron formas distintas del conocimiento y fueron sacrificadas por ello: «Navego por el mundo / solo usando las estrellas […] por cada noche de desvelo / que paso entre jardines lánguidos / ofrendo mis ojos a la oquedad / para nunca salir de este sueño»[4].

Ella es una abogada defensora de los derechos humanos, con enfoque en las víctimas del conflicto armado colombiano. La poesía de Paula Andrea Pérez Reyes (Medellín, 1983) nos entrega una mirada lúcida sobre los hechos problemáticos que acontecen al ser humano, con un verso de palabra conmovedora: «No padecen la muerte de Otro / Los amantes sufren el olvido más que la muerte / Ellos sienten el frío al descender al infierno de pasar la próxima página […] No es la pobreza / es el hambre que no se sacia / No son los gritos / Son las palabras que se callan».

También estuvo en el festival, invitado por la valía del conjunto de su obra, el novelista colombiano Jorge Franco (Medellín, 1962), conocido, entre otros textos, por Rosario Tijeras (1999), Melodrama (2006) y El mundo de afuera (2014, Premio Alfaguara). Franco habló acerca de su quehacer literario y, dada su formación de guionista, sobre la relación entre cine y literatura y de qué manera su lenguaje literario tiene cercanía con el lenguaje del cinematográfico. En todo caso, Franco dijo que él escribe sus obras concentrado, básicamente, en la expresión literaria como tal, sin pensar en una posible adaptación al cine; de hecho, comentó, se asombró cuando le propusieron adaptar Rosario Tijeras. ¿Cómo adaptar la paradoja vital que encierra el comienzo de la novela en una escena sangrienta?: «Como a Rosario le pegaron un tiro a quemarropa mientras le daban un beso, confundió el dolor del amor con el de la muerte»[5]. [En la foto: el autor de esta crónica con la poeta Siomara España, el cineasta David Grijalva y Jorge Franco]

Obviamente, el festival de poesía Ileana Espinel Cedeño, también reunió a decenas de poetas ecuatorianos que participamos en él compartiendo nuestro quehacer hecho de diversos tonos. Al final de la jornada, la poesía nos convocó sin acartonamientos: en la sencillez de las lecturas, los versos de distinta índole fueron el alimento comunitario de un público que asume la poesía como una fiesta del espíritu.

 

Retrato de familia en casa de la poeta Siomara España.


[1] Rafael Courtoisie, La palabra desnuda (Montevideo: Yaugurú, 2021), 9.

[2] Khédija Gadhoum, «Viñetas para soñar», Más allá del mar (bibènes) (Madrid: Editorial Cuadernos del Laberinto, 2016), 79.

[3] Juan Carlos Abril, «Consejo», En busca de una pausa (Madrid: Editorial Pre-Textos, 2020), 69 y 71.

[4] Johanna Carvajal, «Paula de Eguiluz», El llanto de las sibilas (Medellín: InkSide Ediciones, 2023), 41. Paula de Eguiluz, mujer negra y esclava, natural de Santo Domingo, fue condenada, en 1624, por el Tribunal del Santo Oficio de Cartagena de Indias, acusada de practicar la brujería.

[5] Jorge Franco, Rosario Tijeras [1999] (Bogotá: Editorial Planeta Colombiana, 2004), 11.