José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, agosto 04, 2025

El poeta lírico del canto épico y su permanencia en el canon de Nuestra América


En esta tercera y última entrega sobre La victoria de Junín. Canto a Bolívar, abordo la permanencia del poema en el canon de la literatura de Nuestra América. La ilustración es la portadilla de la edición londinense, de 1826.

En la carta de Olmedo a Bolívar en la que el primero responde a la crítica que éste último le hiciera del poema, y que cité anteriormente, el poeta se explaya en la asunción de sí mismo como un poeta lírico: «
¿Pero quién es el osado que pretenda encadenar el genio y dirigir los raptos de un poeta lírico? Toda la naturaleza es suya; ¿qué hablo yo de naturaleza? Toda la esfera del bello ideal es suya». Estos raptos están en el Canto y se refieren al momento creativo de la inspiración del poeta.

 

¿Quién me dará templar el voraz fuego

en que ardo todo yo? —Trémula, incierta,               50

torpe la mano va sobre la lira

dando discorde son. ¿Quién me liberta

del dios que me fatiga...?

 

            El poeta se consume en el fuego de la poesía; imagen más bien de arrebato creativo: la poesía como un estro que conmueve el espíritu del bardo, en agitación fatigosa dentro del pecho, similar a como lo expresara Alfred de Musset en registro romántico, hacia 1835:

 

Dime por qué palpita el corazón.

¿Qué hay dentro de mi pecho que se agita

Y que me hace sentir horrorizado?

[…]

Señor, todo mi cuerpo se estremece.[1]

 

            El poeta, al final de su canto, se da cuenta del abismo de la desolación que tiene frente a sí, al sentir la cumbre coronada: «Mas, ¿cuál audacia te elevó a los cielos, / humilde musa mía? ¡Oh! no reveles / a los seres mortales / en débil canto, arcanos celestiales». Y, luego del canto glorioso, heroico, el poeta revela su anhelo de regresar a la intimidad con la Naturaleza y, en tono bucólico, nos descubre su deseo interior:

 

Y ciñan otros la apolínea rama

y siéntense a la mesa de los dioses,                        885

y los arrulle la parlera fama,

que es la gloria y tormento de la vida;

yo volveré a mi flauta conocida,

libre vagando por el bosque umbrío

de naranjos y opacos tamarindos,                          890

o entre el rosal pintado y oloroso

que matiza la margen de mi río,

o entre risueños campos, do en pomposo

trono piramidal y alta corona,

la piña ostenta el cetro de Pomona;                        895

 

            El Canto, que se abre con un retumbar de truenos y rayos, magnificente, con evocación a las soberbias pirámides, a los sublimes montes, se cierra con un discreto retiro del poeta a los campos de su provincia querida que, en versos de tono intimista, suaves, tan solo anhela como recompensa al elevado canto que alcanzara su musa: «una mirada tierna de las Gracias / y el aprecio y amor de mis hermanos, / una sonrisa de la Patria mía, / y el odio y el furor de los tiranos».

 

El Canto y su permanencia poética

 

La literatura cumple, entre otras, una función histórica y también una función política. Conocemos un poco más acerca del sentido del honor, la amistad, o la cólera que habitaron en el espíritu de los combatientes de la guerra de Troya por los versos de la Ilíada, así como sabemos por el Cantar del Mío Cid las intrigas de las cortes y las rencillas que de ella se derivaban al leer el periplo que va del destierro a la gloria y que prueba la templanza y la lealtad del héroe de las gestas castellanas. Mas lo que define a la literatura es, obviamente, su función poética pues sin ella los textos serían únicamente historia, manifiesto político o recurso didáctico. Pero la función poética no es una función más ni está desmembrada de las otras sino que integra a todas las funciones de manera global a través de la belleza propia del lenguaje literario, más allá de la historicidad del concepto de belleza. Simultáneamente, la literatura es parte sustancial del tiempo histórico en el que es creada; puede ser elemento de la ideología de ese tiempo pero, sobre todo, es presencia estética, poética que trasciende la política.

El Canto a Bolívar, sin duda, no sólo es un elemento fundamental del discurso independentista sino que constituyó, en su tiempo, un episodio estético esencial de la gesta de la Independencia. La construcción del discurso independentista se ha dado a través de las cartas, proclamas, manifiestos, himnos nacionales, textos de poesía popular, etc. En medio de tales documentos, el Canto irrumpe con fuerza fundacional en tono épico, sobre todo, por la grandiosidad sostenida de su verso, celebrada desde un inicio por el mismo Bolívar. Pero el Canto es también parte indispensable de la estética de la gesta de la Independencia: transformó las batallas por la libertad en poesía, moldeó en verso la imagen de nuestros héroes con Bolívar a la cabeza, construyó una imagen poética de la tradición, el valor y la esperanza de la patria naciente.

 

Para adquirir el libro
Andrés Bello, Miguel Antonio Caro, Juan León Mera, Manuel Cañete, Marcelino Menéndez y Pelayo, entre otros críticos del siglo XIX, celebraron sin cortapisas la grandiosidad del estro poético del Canto. Olmedo estaba orgulloso de su plan —y la primera discusión alrededor del Canto se da por los elogios del poeta y las objeciones de Bolívar al plan—, pero no es el plan literario lo que vuelve memorable al poema. Ni siquiera el tema, porque poemas del siglo XIX en honor a Bolívar existen escritos por la pluma de Heredia, Fernández Madrid, los mismos Bello y Caro, Mera y hasta el modernista José Asunción Silva, pero ninguno con la permanencia del Canto. Lo que, finalmente, permite la trascendencia del poema a través del tiempo es su escritura, aquel estro poético sostenido de principio a fin, aquel hablante lírico que abre el Canto con la fuerza de las imágenes grandilocuentes y lo cierra con la emotiva sencillez del que se retira a su morada luego de realizado su deber.

El Canto a Bolívar nos llega como una metáfora de la lucha por la libertad de la patria americana, como el testimonio de un tiempo en el que la escritura formaba parte del nacimiento de nuestras naciones porque les insuflaba el alma de patriotismo y les moldeaba una imagen heroica de sí mismas, como la necesidad política de mantener nuestra memoria poética. El Canto es una lectura de presente porque sus versos nos siguen hablando del heroísmo del ser humano, de sus ideales libertarios, de la génesis de la Patria y de la persistencia de la poesía. 



[1] Alfred de Musset, «La noche de mayo», en Poetas románticos franceses, selección y traducción de Carlos Pujol (Barcelona: RBA editores, 1999), 182.

 

lunes, julio 21, 2025

La edición prínceps de «La victoria de Junín. Canto a Bolívar» y las cuitas del poeta

 

En esta segunda entrega sobre La victoria a Junín. Canto a Bolívar, en su bicentenario, les ofrezco una noticia sobre la edición prínceps de 1825, cuya edición facsimilar, en 1975, se la debemos a la Academia Ecuatoriana de la Lengua. De igual manera, a partir de su correspondencia, comparto una reflexión acerca de las vicisitudes literarias y vitales que padeció J. J. Olmedo durante el proceso de escritura del poema y, en general, sobre el oficio de la poesía en medio de las tareas políticas de los poetas civiles.

 

 

 

 

La edición prínceps de La victoria de Junín. Canto a Bolívar

           

            «Consta el Canto a Bolívar en su edición primera de 28 páginas, no numeradas las 4 primeras ni las 3 últimas. Mide con los márgenes muy anchos 28,5 cm x 18.5. Lleva 22 notas, impresas al pie de las páginas, y al fin del Canto la Advertencia [que es una nota de cuarenta líneas en letra cursiva en la que Olmedo justifica el extenso vaticinio del Inca]»[1]. Así describió Aurelio Espinosa Pólit, S.I., la edición prínceps de La victoria de Junín. Canto a Bolívar, de José Joaquín de Olmedo, que carece de portada, que está firmada como J. J. Olmedo y que, debajo de la Advertencia, lleva el siguiente colofón: «Guayaquil: Imprenta de la Ciudad, por M. I. Murillo, 1825».

            La edición no señala el mes de su impresión, pero deducimos que apareció en mayo por una carta a Bolívar, del 15 de mayo de 1825, en la que Olmedo le confiesa que unos amigos lo han convencido para que imprima el poema a pesar de su reticencia: «Como esta composición es toda de usted, yo no he querido tomarme la libertad de imprimirla. Pero me han asaltado varios amigos […] y todos me repusieron que usted no tiene propiedad alguna, porque todas sus cosas son comunes entre sus amigos y entre los buenos ciudadanos […] Me han convencido y queda bajo prensa».[2]

            El 4 de mayo de 1975, la Academia Ecuatoriana de la Lengua, AEL, conmemoró el primer centenario de vida institucional y con ese motivo, en colaboración con la Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit, BEAEP, publicó una edición facsimilar de la edición prínceps de La victoria de Junín. Canto a Bolívar, que también en aquel año cumplió el sesquicentenario de su aparición.[3] La publicación de la AEL de 1975 utilizó «el único ejemplar conocido en el Ecuador de la Edición Princeps» del Canto que resposa en la BEAEP, según su director de entonces, Julián Bravo, S.I., que escribió la introducción de la publicación que estoy comentando.

Asimismo, esta edición fascimilar tiene una presentación de Julio Tobar Donoso, director de la AEL de aquellos años, titulada «Iniciativa patriótica», en la que señala: «Unánimemente resolvió la Academia la edición facsímil de esa joya que tanto honra la feliz impaciencia con que los amigos de Olmedo anhelaron que el épico canto se vistiese de las escasas galas que podría ofrecerle la misma gloriosa ciudad en que había nacido la sublime inspiración», y dedica una página para la cita de la descripción de la edición prínceps que hizo Aurelio Espinosa Pólit, S.I.

Además, esta publicación reproduce una selección de versos del Canto aparecida en 1826, seguramente, antes de las ediciones de París y Londres, que reproduce el texto según la edición de 1825, en La flor colombiana. Biblioteca escogida de las patriotas americanas o Colección de los trozos más selectos de prosa y verso, tomo primero, publicado en París, en Casa de Bossange padre, Calle de Richelieu, No. 60. La selección en La flor colombiana lleva el título «Fragmentos de un canto a la victoria de Junín por Olmedo».

Finalmente, resulta fascinante que la Advertencia que incluye Olmedo al final de la edición de 1825 tenga que ver exclusivamente con el que será uno de los elementos más controvertidos del Canto, que es la extensa presencia del Inca en el poema, motivo que el propio Bolívar cuestionó al conocer el plan del poeta. Olmedo, invocando el poder de la imaginación y la libertad —asuntos de índole romántica que no le eran extraños a nuestro poeta neoclásico—, concluye:

 

Se dirá en fin que el Inca de este canto sabe más de lo que pudo saber en su tiempo—Pero adviértase que ese es un Inca dotado de espíritu profético, y que según las antiguas tradiciones predijo la invasión de los españoles, la suerte del imperio y el establecimiento de una nueva religión que mandó abrazar á su Pueblo. Sobre todo no debe estrañarse que tenga ideas de religión, de lejislación, de historia de ciencias y de literatura del siglo quien habita la región de la luz y de la verdad. [He corregido la total ausencia de tildes del original, pero mantengo la ortografía de la época]

En el marco de las celebraciones del bicentenario de La victoria de Junín. Canto a Bolívar, de José Joaquín Olmedo, es un acierto que contribuye a la preservación de nuestro patrimonio cultural bibliográfico que el Municipio de Guayaquil haya postulado el manuscrito original del Canto al programa Memoria del Mundo, de Unesco. Sería loable que también publicase una edición facsimilar de la edición guayaquileña de 1825 y, además para el estudio de las nuevas generaciones, complementarla con la edición londinense de 1826, e incluir una selección de estudios realizados en diferentes épocas así como de textos académicos contemporáneos.

La Academia Ecuatoriana de la Lengua, que en este año está celebrando el sesquicentenario de su vida institucional, ha contribuido a la conmemoración del bicentenario de La victoria de Junín. Canto a Bolívar, de José Joaquín Olmedo, con el acceso libre a la versión digital de la edición facsimilar de este poema fundacional de la tradición literaria ecuatoriana e hispanoamericana publicada por la Academia en 1975.

            

 

Las cuitas del poeta ante su poema

 

            Las cartas de Olmedo durante la escritura del Canto nos proveen de un material exquisito para testimoniar la angustia creativa que consume al poeta en situaciones que, desde la teoría literaria, serían más propias de un romántico que de un neoclásico. La primera carta en la que tenemos noticia de que está escribiendo el Canto, o por lo menos que está comenzando a escribirlo, es la que dirige «A Simón Gótico», el 31 de enero de 1825. En ella, Olmedo le confiesa a Bolívar que se sintió conmocionado por la victoria de Junín y que aquella lo motivó a plantearse la escritura de un canto celebratorio de la misma.

El poeta revela, como punto inicial del proceso de creación, su entusiasmo para escribir acerca de un suceso histórico que lo conmueve; frente a ese entusiasmo, sin embargo, la prosaica cotidianidad le impide la escritura. Este es tal vez el problema que más agobia a los escritores: la confrontación del espacio de aislamiento que requiere toda escritura frente a las urgencias de lo cotidiano. En Olmedo, aquello será un queja permanente: no solo las “ocupacioncillas”, sino también las tareas cívicas que asumió durante su vida pública conspiraron contra su escritura; y él lo sentía y lo resentía.

 

…Mucho tiempo ha, mucho tiempo ha que revuelvo en la mente este pensamiento. Vino Junín, y empecé mi canto. Digo mal; empecé a formar planes y jardines; pero nada adelanté en un mes. Ocupacioncillas que, sin ser de importancia, distraen, atencioncillas de subsistencia, cuidadillos domésticos, ruidillos de ciudad, todo contribuyó a tener la musa estacionaria. Vino Aya­cucho, y desperté lanzando un trueno. Pero yo mis­mo me aturdí con él, y he avanzado poco. Necesitaba de necesidad 15 días de campo, y no puede ser por ahora. (Epistolario, 244)

 

En Olmedo también existe de manera constante el descontento con lo que produce su escritura. Es como si la idea que tiene de lo que quiere conseguir con el poema no se compadeciera de aquello que finalmente logra en el texto; como si el poeta, a pesar de todo el trabajo y la entrega que pone en él, estuviera agobiado por la imposibilidad de concretar en el poema la esperanza de realización de lo sublime, de la poesía que lo consume. Esta insatisfacción con el resultado de lo producido parecería ser una manifestación generalizada de los escritores y artistas y radica en el hecho de que todo artista concibe el sentido del arte en una esfera de lo utópico que, por ello, resulta una imposibilidad de realización en sí misma, según lo dice en la carta citada:

 

Por otra parte, aseguro a usted que todo lo que voy pro­duciendo me parece malo y profundísimamente inferior al objeto. Borro, rompo, enmiendo, y siempre malo. He llegado a persuadirme de que no puede mi Musa medir sus fuerzas con ese gigante. Esta persuasión me desalien­ta y resfría. Antes de llegar el caso estaba muy ufano, y creí hacer una composición que me llevase con usted a la inmortalidad; pero venido el tiempo me confieso no sólo batido sino abatido. ¡Qué fragosa es esta sierra de Parnaso, y qué resbaladizo el monte de la Gloria! (Epistolario, 244)

 

            Las dudas, los temores, el abatimiento; los interrogantes, los desconciertos, la incertidumbre; en su proceso de trabajo poético, Olmedo tiene consciencia plena de la magnitud de la tarea en la que se encuentra y, al mismo tiempo, siente que le fallan las fuerzas para lograr su cometido con éxito. No es solamente el pánico frente a la página en blanco, es, más que nada, la lucidez para saber, además de lo que es bueno o malo en poesía, aquello que es sublime. ¡Y cuando se conoce o, incluso, se intuye qué es lo sublime, la escritura se convierte en una tarea cargada de frustraciones por cuanto el poeta se da cuenta de cuán lejos está del ideal que imagina! El 28 de febrero confía sus penurias a su amigo Joaquín Araujo:

 

Me tiene Ud. embarcado en un mar tempestuoso. Las Musas debían cantar las últimas victorias, y yo que sue­lo hacer versos me he creído comprometido con la patria a cantar en un tono que no he de poder desempeñar debidamente. El objeto es grande y sublime y yo me encuentro muy inferior a él. Además, he tenido la des­graciada felicidad de haber concebido un plan grande y magnífico, y éste es otro motivo que me tiene lleno de cobardía y timidez. Las Musas requieren una especie de confianza, que da libertad para emprender el vuelo con alas extendidas; pero cuando un poeta llega a ser avasallado por la desconfianza, como lo estoy yo, el vuelo es rastrero, interrumpido, y las alas parecen mojadas y encogidas. Nada bueno puede esperarse de la situa­cn: así todo lo que voy haciendo me parece fo y vul­gar. (Epistolario, 247)

 

            Durante la escritura del Canto, por la carta del 15 de abril a Bolívar, nos enteramos de qué manera el proyecto se le había ido de las manos a Olmedo. Suele pasar que las Musas — «…mozas voluntariosas, desobedientes, rebeldes, despóticas (como buenas hembras), libres hasta ser licenciosas, indepen­dientes hasta ser sediciosas», según el propio Olmedo— conducen las intenciones del poeta por sus particulares y secretos caminos. Al 31 de enero, el poeta confesaba: «apenas tengo compuestos 50 versos»; dos meses y medio después, esto es lo que le cuenta a Bolívar:

 

Mi canto se ha prolongado más de lo que pensé. Creí hacer una cosa como de 300 versos, y seguramente pasará de 600. Ya estamos 520; y aunque ya me estoy precipitando al fin, no sé si en el camino ocurra dar un salto, o un vuelo a alguna región desconocida. No era posible, mi querido señor, dejar en silencio tantas cosas memorables, especialmente cuando no han sido cantadas por otra musa. (Epistolario, 250)

 

            La versión final del Canto tiene 906 versos y si estuvo terminado para el 30 de abril, según la fecha de la carta con la que el poeta envía el poema manuscrito por él mismo al Libertador, quiere decir que ¡Olmedo escribió más de la tercera parte del poema en menos de quince días y en ese mismo tiempo corrigió el Canto en su totalidad! En esta carta, Olmedo vuelve a expresar su descontento frente al resultado y, sin embargo, con qué satisfacción y modestia, abriendo el paraguas antes de que lluevan las críticas, le envía una copia del poema a su héroe:

 

Pensé que esta carta fuese tan larga como mi canto; pero no puede ser, porque ya el correo apura, y todo el tiempo lo he gastado en copiar mis versos por cum­plir la promesa que hice a usted de remitírselos en este correo. En el que viene haré todas las observaciones que me ocurran contra mí mismo. Porque yo no estoy con­tento con mi composición. Pensaba dejarla dormir un mes para limarla y podarle siquiera trescientos versos, porque su longitud es uno de sus vicios capitales. ¡Cómo va usted a fastidiarse! (Epistolario, 251)

 

La respuesta a las observaciones que hiciera Bolívar en su carta de julio de 1825 llegó recién el 19 de abril de 1926, cuando Olmedo ya estaba en Londres preparando la edición londinense del Canto. Olmedo no responde a Bolívar sino con la reafirmación de la idea que sostiene a su plan, excusándose por los errores de impresión del poema y explicando que ha realizado algunas correcciones: «Después se ha corregido más y se han hecho adiciones considerables [al poema]; pero como no ha se variado el plan, en caso de ser imperfecto, imperfecto se queda» (Epistolario, 263). Pero lo más interesante de la respuesta de Olmedo es la asunción de su parte de la idea romántica de la libertad del poeta sobre la escritura de poesía abiertamente en contra de las reglas de las poéticas clásicas esgrimidas por Bolívar para criticar el plan del Canto:

 

Todos los capítulos de las cartas de usted merecerían una seria contestación; pero no puede ser ahora. Sin embargo, ya que usted me da tanto con Horacio y con su Boileau, que quieren y mandan que los principios de los poemas sean modestos, le responderé que eso de reglas y de pautas es para los que escriben didácticamente, o para la exposición del argumento en un poema épico. ¿Pero quién es el osado que pretenda encadenar el genio y dirigir los raptos de un poeta lírico? Toda la naturaleza es suya; ¿qué hablo yo de naturaleza? Toda la esfera del bello ideal es suya. El bello desorden es el alma de la oda como dice su mismo Boileau de usted. Si el poeta se remonta, dejarlo; no se exige de él, sino que no caiga. Si se sostiene, llenó su papel, y los críticos más severos se quedan atónitos con tanta boca abierta, y se les cae la pluma de la mano. (Epistolario, 264)[4]

 

La preocupación por la obra que habrá de publicar es permanente en Olmedo. El poeta es consciente de lo trascendente y de lo menor en su producción literaria. A su amigo Bello le escamotea textos cuando éste se los pide —París, 12 de junio de 1827: «No puedo prometer versos para El Repertorio. Ya me parece que he perdido esta gracia» (Epistolario, 273)— y, casi al final de su vida, cuando se entera de que Juan María Gutiérrez está preparando una edición de sus poemas, Olmedo, en la misma carta del 31 de diciembre de 1846 en la que le da indicaciones acerca de una última corrección a unos versos del Canto, advierte con preocupación:

 

Mucho me ha asustado Ud. diciéndome que a más de Junín, Miñarica, Epístola de Pope, tiene otras cositas mías para publicarlas. Cuidado amigo. ¿Qué serán esas cositas? No se desacredite Ud. ni me desacredite. Ni mi edad ni mi nombre de Ud., ni el mérito de su empresa, ni el tiempo es de cositas. (Epistolario, 297)

 

            La carta revela, más allá de las quejas constantes acerca de que hubiesen podido ser mejores poemas, aquellos textos poéticos de los que el poeta Olmedo está satisfecho, al menos medianamente: el Canto a Bolívar, la Oda al general Flores, vencedor de Miñarica, y sus traducciones de las tres epístolas del Ensayo sobre el hombre, de Alexander Pope.

Portada de la edición facsimilar (AEL, 1975)
Ante la oda de Miñarica, Olmedo tiene sentimientos encontrados: por un lado, sabe que la Musa, como él dice, volvió a visitarlo con sus mejores versos por causa de un suceso histórico —Al General Flores, el 1 de abril de 1835: «Después de diez años de sueño me despertó la victoria de Miñarica, lo que me sorprendió en términos que me creía poeta o versificador por la primera vez» (Epistolario, 281)—  y está, más que probable, consciente de que este poema es un texto que se acerca en mucho a lo sublime poético que él imaginaba. Al mismo tiempo, pasado los años y desarrollados los acontecimientos históricos en la peor dirección que hubiera podido esperar, se da cuenta de que, políticamente, el poema al general Flores resultó un fiasco. En carta del 18 de noviembre de 1840, dirigida al doctor José Fernández Salvador, al tiempo que le envía dos ejemplares del poema le explica: «La oda a Miñarica… El argumento no es favorable. No es bueno cantar guerras civiles: el elogio de los vencedores no puede hacerse sin mengua de los vencidos; y vencidos y vencedores, todos son nuestros hermanos. Con todo mi corazón quisiera borrar algunos versos de esa composición». (Epistolario, 293)

            Parecería que Olmedo conoce y asume que el trabajo literario es un encuentro incesante con la dificultad para la realización plena del proyecto estético que ha sido concebido en el marco de un ideal de belleza; sabe que la tarea del poeta está confrontada de manera permanente con la cotidianidad doméstica, y, en el caso de los poetas civiles como él, con las ocupaciones derivadas de los deberes políticos; y reconoce que, a medida en que se crece en lecturas y en la propia experiencia poética, se vuelve mucho más complicada la escritura puesto que la insatisfacción con lo escrito siempre será mayor. En carta al general Flores, del 8 de abril de 1836, durante el proceso de escritura de la oda de Miñarica, Olmedo desarrolla su concepción de la dificultad del oficio:

 

Cuando yo era niño componía con facilidad extrema, ya porque la niñez es una estación mágica, ya porque no emprendía composiciones serias y elevadas, ya en fin porque, conociendo menos el arte, me aterraba menos el espectro de la perfección. Después avanzando más en edad y un poco más en el arte, he tenido siempre la desgracia de no componer en la situación que me convenía. Necesito de tantos accidentes que no es fácil reunirlo; y por esto compongo rarísimas veces. Necesito estar perfectamente libre de toda clase de ocupación; necesito de un lugar cómodo, agradable, con vista a los campos, a los ríos, a los montes; necesito de amigos que me critiquen, de jueces que me aplaudan, y aun de porfiados que disputen sobre cada palabra, frase o pensamiento; porque he observado que la disputa me despierta más las ideas y me calienta más que el vino. […] La idea sola de que puedo ser Diputado a la Convención me tiene en inquietud, será más cuando lo sea, y la pobre oda a Miñarica no aparecerá, como el gracioso yaraví de la cieguecita. (Epistolario, 283-284)

 

            El poeta es muy cuidadoso acerca de lo que estima poesía de buena ley; muy exigente con aquello que quiere que se publique; muy avaro con lo que considera digno de mostrarse al público. Y, no obstante, fallecido el poeta, aparecen los académicos que se empeñan en publicar cualquier papelillo que encuentran garabateado en el escritorio del poeta, ya indefenso, con la excusa de que así la posteridad conocerá mejor la obra del poeta cuando el mismo académico es el primero en desdecir de la calidad literaria del inédito encontrado. A Olmedo le sucedió lo dicho con poemas de ocasión y versos familiares que, junto a su obra trascendente, fueron reunidos como libro —algunos inéditos, otros publicados para la ocasión— después de su muerte. Las cuitas y los pudores del poeta fueron, como en el caso del héroe de su Canto, un arar en el mar.

 

Publicación de 1826, en formato in-16, donde aparecieron fragmentos del Canto de la versión de 1825.
 


[1] José Joaquín Olmedo, Poesía - Prosa, edición de Aurelio Espinosa Pólit, S.I. (Puebla: Editorial Cajica, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, 1960), 92. Esta descripción está reproducida en la edición facsimilar de la edición prínceps de la que estamos hablando. Las negritas están marcadas en el original.

[2] José Joaquín Olmedo, Epistolario, edición de Aurelio Espinosa Pólit, S.I. (Puebla: Editorial Cajica, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, 1960), 255.

[3] José Joaquín Olmedo, La victoria de Junín. Canto a Bolívar, edición facsimilar de la edición prínceps de 1825 (Quito: Academia Ecuatoriana de la Lengua, 1975). Agradezco a Alejandro Casares por la digitalización de esta publicación que reposa en la Biblioteca Carlos Joaquín Córdova, de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, y que se puede descargar en la página web de la AEL.

[4] El 30 de septiembre de 2024, en este blog, publiqué una entrada acerca de la correspondencia entre Bolívar y Olmedo con el título «Aquiles critica a Homero: las cartas de Bolívar y Olmedo sobre La victoria de Junín».

 

lunes, septiembre 30, 2024

Aquiles critica a Homero: las cartas de Bolívar y Olmedo sobre «La victoria de Junín»

De mi archivo: En la entrada del pasado 16 de septiembre escribí sobre la amistades atravesadas por la literatura. Como una prolongación de tal asunto, les ofrezco este texto que da cuenta de la relación de Olmedo y Bolívar, que tuvo las cercanías y alejamientos de los avatares políticos, en el tiempo en que Olmedo escribía La victoria de Junín. Canto a Bolívar.


Etna Velarde Perales (Lima, 1940-2014). Batalla de Junín, 1974. Museo del Ejército Fortaleza Real Felipe, ubicado en la Plaza Independencia, Callao, Perú.

Bolívar y Olmedo, el guerrero y el poeta, fueron legisladores y hombres de Estado. Los dos, protagonistas de un momento épico de la patria naciente: el uno como adalid de la guerra de independencia transformado en héroe de un poema, el otro como poeta de esa lucha que hizo del guerrero el héroe mítico del canto que celebra dicha gesta. Pero, además, con la particularísima condición de actores de la inédita situación, vital y literaria, de ser el poeta y el héroe del poema que discuten entre sí acerca del plan de la obra lírica, de la presencia del héroe frente al resto de personajes, y de los logros y fallos de la expresión poética.

En carta del 31 de enero de 1825, Olmedo le revela a Bolívar su proyecto literario: «Vino Junín, y empecé mi canto. Digo mal; empecé a formar planes y jardines; pero nada adelanté en un mes […] Vino Ayacucho, y desperté lanzando un trueno. Pero yo mismo me aturdí con él, y avanzado poco. Necesitaba de necesidad 15 días de campo, y no puede ser por ahora […] Apenas tengo compuestos 50 versos: el plan es magnífico».[1]

A fines de abril del mismo año, Olmedo le envía una copia manuscrita por él mismo de La victoria de Junín. Canto a Bolívar. La respuesta de Bolívar a Olmedo es la de un hombre culto, de sólida formación clásica, que se manifiesta maravillado luego de la primera lectura de un poema. Según se desprende de su carta fechada en Cusco, el 27 de junio de 1825, Bolívar recibe con pudor su conversión en héroe literario, aunque todavía no sabía que el poema ya había sido publicado días antes: «Vd., pues, nos ha sublimado tanto, que nos ha precipitado al abismo de la nada, cubriendo con una inmensidad de luces el pálido resplandor de nuestras opacas virtudes»[2].

Consciente de la importancia relativa del individuo en las gestas históricas, Bolívar parece curarse en salud al momento de valorar en menos su propia actuación heroica al compararla con la memoria literaria que nos ha quedado de la guerra de Troya: «Si yo no fuera tan bueno y Vd. no fuese tan poeta, me avanzaría a creer que Vd. había querido hacer una parodia de la Ilíada con los héroes de nuestra pobre farsa»[3]. No lo dice pero lo vive en su condición de persona: la caída en el abismo de la nada se debe a la fuerza de la poesía.

En la carta del 15 de mayo de 1825, Olmedo le describe con largueza el plan del poema, «grande y bello (aunque sea mío)». La minuciosa descripción del plan por parte de su autor se ha convertido en un documento sustancial tanto para la historia de la escritura del Canto, cuanto para la crítica del mismo. En dicha carta quedan establecidos el problema básico de composición que enfrentó el poeta y la meditada solución que le encontró, el programa político que formularía en el Canto, la épica que pretendía construir, y la narrativa que desarrollaría en él.

La aparición del Inca, su presencia prolongada en el poema y, sobre todo, el contenido político de su discurso son las objeciones frecuentes que se han hecho al Canto. Bolívar fue el primero: «El plan del poema, aunque en realidad es bueno, tiene un defecto capital en su diseño». Tal parece que la queja del Libertador es una queja argumentada como interpretación política y, sin embargo, develada como reclamo del héroe al sentir su protagonismo disminuido:

 

El Inca Huaina-Cápac parece que es el asunto del poema: él es el genio, él la sabiduría, él es el héroe en fin. Por otra parte no parece propio que alabe indirectamente a la religión que le destruyó; y menos parece propio aún, que no quiera el restablecimiento de su trono, para dar preferencia a extranjeros intrusos, que aunque vengadores de su sangre, siempre son descendientes de los que aniquilaron su imperio: este desprendimiento no se lo pasa a Vd. nadie. La naturaleza debe presidir a todas las reglas, y esto no está en la naturaleza. También me permitirá Vd. que le observe que ese genio Inca, que debía ser más leve que el éter, pues que viene del cielo se muestra un poco hablador y embrollón...[4]

 

Bolívar, además, realiza en su carta algunas observaciones menores al poema —observaciones que, en su mayoría, sirvieron para que Olmedo corrigiera la piel del texto en la edición que publicó en Londres en 1826— mas, en lo sustancial, el Libertador es tremendamente elogioso acerca del poema y no se limita a realizar una alabanza genérica sino que va señalando la parte que corresponde al juicio celebratorio. No obstante las críticas de sobre la presencia del Inca, el entusiasmo de Bolívar por el poema es indiscutible y lo expresa sin melindres:

 

Confieso a Vd. humildemente que la versificación de su poema me parece sublime: un genio lo arrebató a Vd. a los cielos. Vd. conserva en la mayor parte del canto un calor vivificante y continuo: algunas de las inspiraciones son originales; los pensamientos nobles y hermosos: el rayo que el héroe de Vd. presta a Sucre es superior a la cesión de las armas que hizo Aquiles a Patroclo. La estrofa 130 es bellísima: oigo rodar los torbellinos y veo arder los ejes: aquello es griego, es homérico. En la presentación de Bolívar en Junín, se ve, aunque de perfil, el momento antes de acometerse Turno y Eneas. La parte que Vd. da a Sucre es guerrera y grande.[5]

 

Bolívar y Olmedo, dada su cercanía y confianza, solían utilizar un tono de chanza en su correspondencia. En la carta del 27 de junio ya citada, en párrafo posterior, el Libertador menciona que para la misión diplomática que le ha encomendado en Inglaterra ha unido a ella al señor José Ignacio Paredes, un matemático, «porque no fuese que llevado Vd. de la verdad poética, creyese que dos y dos formaban cuatro mil; pero nuestro Euclides ha ido a abrirle los ojos a nuestro Homero, para que no vea con su imaginación sino con sus miembros, y para que no le permita que lo encanten con armonías y metros, y abra los oídos solamente a la prosa tosca, dura y despellejada de los políticos y de los publicanos»[6].

De hecho, ese tono informal también lo usaba Olmedo con el Libertador en los términos en que una relación de amistad así lo permite. Cuando el poema todavía estaba en la etapa de su nacimiento, en la carta ya citada del 31 de enero de 1825, el poeta que, al parecer, había recibido alguna recomendación por parte de Bolívar para que la presencia del Libertador dentro del poema no sea lo protagónica que terminó siendo, le responde:

 

Usted me prohíbe expresamente mentar su nombre en mi poema. ¿Qué, le ha parecido a usted que, porque ha sido dictador dos o tres veces de los pueblos, puede igualmente dictar le­yes a las Musas? No, señor. Las Musas son unas mozas voluntariosas, desobedientes, rebeldes, despóticas (como buenas hembras), libres hasta ser licenciosas, indepen­dientes hasta ser sediciosas. […] Si a usted no le gusta que le alaben, ¿por qué no se ha estado durmiendo, como yo, cuarenta años?[7]

 

Al final de cuentas, lo que nos queda es el testimonio de la amistad de Bolívar y Olmedo, condicionada por la política y en medio de la literatura. Esta relación nos ha permitido conocer las opiniones primeras de Bolívar acerca del Canto que constituyen un testimonio especial y único que parece extraído de la metaliteratura cervantina: un personaje histórico con consciencia de ser un personaje de la ficción literaria que se ve a sí mismo en un libro ofrecido al público en una librería. La mirada del guerrero Aquiles confrontada con la ceguera visionaria del poeta Homero, la atronadora confusión de la guerra con la silenciosa iluminación de la poesía.



[1] Esta entrada del blog es un extracto del apartado «Aquiles critica a Homero: las cartas de Bolívar», del capítulo «José Joaquín Olmedo: cantautor de la Independencia», de mi libro Patriotas y amantes. Románticos del siglo XIX en nuestra América (Bogotá: Lumen, 2017), 190-202.

[2] La carta está reproducida por Manuel Cañete en su estudio sobre Olmedo, aparecido en R. Blanco Fombona, compilador, Autores americanos juzgados por españoles, (París: Casa Editorial Hispano-Americana, 1902), 128-129.

[3] Ibidem, 129.

[4] Autores americanos juzgados por españoles, 131.

[5] Ibidem, 132-133.

[6] J.J. Olmedo, La Victoria de Junín. Canto a Bolívar, edición facsimilar de la edición londinense de 1826, comentada por Rafael Bernal Medina, (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 1974), 96.

[7] Epistolario, 246.