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Iván Oñate (1948-2025) |
El poemario se abre con una interpelación al Eterno desde la condición de finitud del poeta, en «Al buen Dios»: «¿La muerte? / ¿Qué sabes tú de la muerte?». Parecería que únicamente el ser humano es capaz de conocer el estado de muerte y, aunque Dios todo lo sepa y esté en todas partes, no sabe lo que es dicho estado, ni nunca estará en esa esfera de lo eterno porque Él es inmortal. El ser humano, en cambio, es consciente de la precariedad de su existencia, pero, si al momento de morir todo se acaba, solo conocerá el fin de la vida, pero no la estancia en la muerte. El poeta, sin embargo, la convierte en escritura: «Allá / al final, // verás el cielo / que dejó de estar arriba / y como un dios borracho / descubrirás la profundidad del universo / que se abisma abajo, / siempre abajo. // Es el fin, / allí acaba todo» (123). Y aquel Dios, o su idea, existe siempre para ser interpelado, porque alguien debe ser culpable de la desnudez y el vacío del ser: «Porque Dios / que era el todo / y debía estar / en todas partes. Por un instante, / por un raptus de conmiseración / nos hizo espacio / y nos legó / este terreno baldío, // un asentamiento en la nada»[2].
La sección que lleva el mismo nombre del poemario se abre con el fantaseo de morir por mano propia. Para ello, no es necesario un revólver o una pistola; basta el gesto del dedo índice apuntando a la sien: «Fue un suicidio / íntimo, discreto. // Silencioso» (51). Esa representación gestual del deseo de morir es también una manera de espantarlo y, a la vez, darlo por hecho en el instante silencioso de lo imaginado. En otro texto, el poeta se contempla a sí mismo: cuando nos miramos al espejo vemos nuestro rostro y el de nuestro enemigo, que somos nosotros mismos: «El enemigo que toma cuerpo / con mi miedo. // El enemigo que adquiere rostro, / por fin, / mojado con mi sangre» (62 y 63). En medio de la cercanía con la muerte que le provocó la experiencia del naufragio, el poeta sabe que la muerte no es lo opuesto a la vida sino su complemento fatal y volver de ese lugar es regresar a la nada sagrada, que es el amor, porque «Quien ama más de una vez / También / morirá muchas veces»[3].
Hay un viaje inesperado a lo eterno durante el instante del volcamiento de la nave, en ese momento en el que no se distingue la diferencia entre el mar y el cielo: «Eso que los pilotos llaman / el efecto del muerto. // Quizá yo estaba muerto, bien muerto / y no me daba cuenta» (52). La condición de mortal en la que vivimos está desnuda en la palabra del poeta hasta que despertamos del sueño que somos en vida, lo que implica que hemos topado, por un instante, el territorio eterno de la muerte. Tras la experiencia del naufragio, dice la voz poética: «lo único que atiné a pensar / fue que al fin / conocería / el argumento de ese sueño» (58). Pero estamos solos; somos solitarios de la muerte y solitarios también de la vida, y el poeta, en todo momento, increpando, interpelando, necesitado de Dios, que en su poesía es una ausencia eterna, como el condenado a la horca necesitado de que alguien, en el instante definitivo, corte de un tajo la cuerda: «Hermanos / Parece ser que a Dios / Le cortaron el agua / La luz y el teléfono // Estamos abandonados a nuestra suerte»[4]. Es la orfandad sin consuelo, la soledad más sola del solitario.
Al final resulta que el ansia de la muerte en la poesía es un clamor por la existencia, en la medida en que la escritura da cuenta de que estamos vivos, aunque carezca de optimismo y se sumerja, como en un naufragio, en la angustia de ser que se parece a la profundidad del océano: «La vida se desploma / infamante y solitaria / en su propia nada, / en su callado y devorante / precipicio» (124). Iván Oñate sobrevivió al naufragio aquel mediodía en Atacames, pero ahora, en este instante de duelo y lágrima para los que quedamos en la tierra, nos ha dejado para siempre. Este poema, de aquella experiencia de muerte, es la oración que rezamos en su memoria junto a mi tocayo Raúl Serrano: «Cuando llegue la fecha y su hora // Señor / Te pido // Por un descanso / Sin dolor // Por un dormir / Sin pesadillas // Por un sueño / Con el olvido / garantizado» (42). Que el viaje en el sendero de lo eterno te sea leve.[5]
[1] Iván Oñate, Cuando morí, 2da.ed. (Quito: Mayor Books, 2013), 11. La primera edición de este poemario fue publicada en México por Ediciones Sin Nombre, en 2012.
[2] Iván Oñate, Anatomía del vacío (Quito: Editorial El Conejo, 1988), 11.
[3] Iván Oñate, La nada sagrada (Quito: Corporación Cultura Eskeletra, 1998), 79.
[5] Rumbbb… Trrraprrr… rrach… chaz… over, antología poética publicada por El Ángel Editor, en 2022. Ejerció como profesor de Semiótica y Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central del Ecuador. Era director de la revista Anales, de la Universidad Central del Ecuador. Fue condecorado como Huésped distinguido de la Ciudad de Salamanca, por el Ayuntamiento de Salamanca, en 2019. En 2022, fue el poeta homenajeado por el Encuentro Internacional Poesía en Paralelo Cero, en Ecuador. Publicó, entre otros, los poemarios: En Casa del Ahorcado (1977); Anatomía del Vacío (1988); El fulgor de los desollados (1992); La nada sagrada (1998, 2010); El país de las tinieblas (México, 2008; Perú, 2016); Cuando morí (México, 2012; Ecuador, 2013); Epistemología de la nada (New York 2017). El Festival Internacional Primavera Poética de Lima publicó una antología poética de su obra en 2020. En mayo de 2025 apareció su obra reunida bajo el título Fatiga de materiales, publicado por Editorial Efímera, de Honduras.
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