José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
Mostrando entradas con la etiqueta Premio Nobel de Literatura. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Premio Nobel de Literatura. Mostrar todas las entradas

lunes, octubre 23, 2023

«Trilogía», de Jon Fosse: la inocencia perversa del amor

Descubrir una obra literaria de un escritor o escritora, de quien no hemos leído nada, es explorar un mundo desconocido y estar dispuestos a maravillarnos, a través de una experiencia inédita de lectura, con todo aquello que conmueva nuestro espíritu. No conocía a Jon Fosse (Haugesand, Noruega, 1959), premio Nobel de Literatura 2023. Por fortuna, unos días después de que se anunciara la concesión del Nobel a Fosse, llegó a mis manos su novela Trilogía (2014, Premio de Literatura del Consejo Nórdico, 2015), que es la única obra que he leído de él. Trilogía, de Jon Fosse, me ha estremecido porque, más allá de que la novela esté —como toda buena literatura— anclada en una tradición nacional y un espacio cultural propios, es una provocación moral y estética sobre los límites del bien y el mal, tiene un ritmo trepidante y rompe constantemente la norma del tiempo y la realidad.

            «Vigilia», la primera parte, se inicia con la llegada a Bjørgvin[1] de Asle, que es violinista y pescador, y Alida, que está embarazada, provenientes de Dylgja, un pueblo en donde hay apenas unas cuentas granjas y casitas de pescadores. Ellos llegan en busca de alojamiento y trabajo, pero nadie quiere alquilarles una pieza, ni siquiera para unos días. El peregrinaje de la pareja actúa como una metáfora de la búsqueda de un nuevo hogar de los migrantes y el rechazo espontáneo que sufren por los prejuicios contra el extranjero, por el odio irracional que genera el pobre y el extraño. La joven pareja enfrenta los problemas con el amor que se profesa, con la felicidad que han construido y llevan a cuestas, pero nada es suficiente para estar a salvo del mal. Lo que empieza como una bella historia sobre la persistencia del amor por encima de las dificultades se va transformando en una desasosegante historia signada por el horror del crimen. A lo largo de la novela, las vicisitudes de los personajes nos enfrentan a los límites de la justificación del mal en nombre del amor que se enfrenta a la iniquidad y el odio, de tal manera que quien lee se ve atragantado y exhausto ante un dilema moral.

            En «Los sueños de Olav», la justicia expedita lleva a cabo la ejecución del asesino. Luego de vender su violín, Asle, bajo la identidad de Olav, regresa a Bjørgvin, movido por su amor a Alida, que ahora se llama Åsla, para comprar sus anillos de matrimonio. Asle es un asesino múltiple, pues ha matado al joven dueño de la caleta donde vive la pareja y a la comadrona dueña de la casa donde Alida parió y se sospecha que también asesinó a la madre de Alida. Alida es una mujer que parece no darse cuenta de lo que sucede a su alrededor, de la manera oscura como Asle resuelve los problemas, y, sin decir nada sobre su presente, pasa imaginando lo que quiere vivir. Esa mezcla de los niveles de lo real y lo onírico es constante en la novela y se acrecienta en «Desaliento», la parte final. El monólogo interior rompe continuamente el sentido del tiempo, pues mientras está sucediendo algo en el presente, de manera simultánea, el personaje está viviendo, mentalmente, ya sea el pasado de esa línea del suceso o su posibilidad de futuro. La relación de Asle y Alida está marcada por la inocencia de un amor adolescente y profundo, pero carente de culpa ante el crimen. Asimismo, el encuentro de Åsla, la hija a quien Alida le puso el nombre que adoptó para esconderse, con el fantasma de Alida es la culminación que mezcla tiempo y niveles de realidad para ofrecernos un final catártico, purificador. El autor parece decirnos que, en medio de la turbulenta oscuridad del mal, se vislumbra un destello de luz que, en alguna forma, purifica a quien ha caído en dichas tinieblas.

            Trilogía tiene un ritmo trepidante dado por una forma de contar que recupera la velocidad de la oralidad al despojar a la narración de la puntuación tradicional: la coma se vuelve un instrumento al servicio del punto de vista subjetivo de los personajes. A lo dicho contribuye una constante repetición, como un leitmotiv musical, de lo que se dice que, en ocasiones, revela el acoso al que están sometidos los personajes protagónicos por el mundo hostil que impide su felicidad y los persigue sin tregua. La novela evoca una tradición musical familiar que empieza con padre Sigvald, sigue con Asle y continúa con Sigvald, el hijo de Asle y Alida. La presencia de la música en la novela no se desarrolla únicamente a nivel de la historia sino en la tesitura musical que tiene una narración de vigorosa evocación. 

          

Winje Agency
 Jon Fosse es conocido, sobre todo, por su obra dramatúrgica que, con más de treinta obras teatrales, ha tenido alrededor de mil montajes en el mundo. Debutó como novelista en 1983 con Rojo, negro y, luego de pasar por una crisis de alcoholismo y convertirse al catolicismo en 2013, publicó Trilogía y lo que la crítica considera su obra maestra: Septología (2019-2021), un conjunto de siete novelas en tres volúmenes: El otro nombre (I-II), Yo es otro (III-V) y Un nuevo nombre (VI-VII). El Premio Nobel de Literatura 2023 le fue concedido «por sus obras teatrales y prosa innovadoras, que dan voz a lo indecible»: así sucede en Trilogía, una novela que da voz a la inocencia perversa del amor, frente a la que nos ahogaremos durante su lectura, en medio de un permanente dilema moral y estético que nos llenará de ansias de perdón y afán de castigo.

          


[1] El puerto de Bergen es, en la actualidad, la segunda ciudad más poblada de Noruega y fue conocido como Bjørgvin hasta 1850. Bergen es la entrada a los famosos fiordos noruegos.


lunes, octubre 10, 2022

«El acontecimiento», libro y película: el lenguaje sustantivo del yo y los conflictos de género y clase


El doloroso momento del aborto clandestino, tiempo detenido en el que se entrelazan la muerte y la vida, es el instante de purificación de la protagonista, pero nada sucede sin la violencia a la que el cuerpo es sometido y todo pasa en medio de una soterrada lucha de clases. En el texto, la autora, desde la verdad del recuerdo y la escritura, describe el suceso: «No sabemos qué hacer con el feto. O. va a buscar a su dormitorio una bolsa de galleta vacía y lo meto dentro. Voy hasta el cuarto de baño con la bolsa. Pesa como si llevara una piedra adentro. Vuelco la bolsa encima del retrete. Tiro de la cadena»[1]. En la película, Anne (Anamaria Vartolomeu), la protagonista, desde la verdad del presente de la protagonista, le suplica a su amiga que vaya a buscar unas tijeras a la habitación para cortar el cordón umbilical mientras el feto cuelga sumergido en el agua del inodoro. Tanto el relato El acontecimiento (2000), de Annie Ernaux, como su homónima versión cinematográfica (2021), dirigida por Audrey Diwan, manejan un lenguaje sustantivo, en su respectivo arte, desde la complejidad del yo autobiográfico y evidencian, a través de la soledad de la protagonista, las marcas de género y clase a las que esta debe enfrentarse.

La narradora del relato es la propia autora. Annie Ernoux cuenta que, en octubre de 1963, descubrió que estaba embarazada y que no quería tener ese ser no deseado, pues la maternidad hubiese truncado sus estudios de literatura y la posibilidad de romper el círculo de pobreza en el que había nacido. Desde ese momento se enfrentará a la Ley y a los prejuicios sociales pues en esa época el aborto, en Francia, era ilegal y no le importará el peligro para su vida que implica el aborto clandestino. La película, desde una cámara subjetiva —ya que la directora no es el personaje— que todo el tiempo sigue a la protagonista en sus desplazamientos, consigue narrar la misma angustia y el mismo coraje del yo autobiográfico de Ernaux. Así como la escritura de Ernaux es directa y sustantiva, desgarradoramente desnuda, la película, mediante primeros planos y planos cerrados, usando un encuadre académico —como el de Casablanca (1942)—, logra despojarse de la preocupación de la escenografía para concentrarse en la angustia de la protagonista. El drama del pequeño pero definitivo universo personal de Anne atraviesa el relato y la película; esta mezcla de lo íntimo en su valor político se resume en la reflexión de Ernaux: «Millares de chicas han subido alguna vez una escalera parecida a aquella y han llamado a una puerta detrás de la cual había una mujer de la que no sabían nada y a quien iban a confiar su sexo y su vientre»[2].

           

El acontecimiento es un relato frontal y duro, descarnado, y la película está narrada en el tono de un doloroso hiperrealismo. La protagonista es, esencialmente, una mujer en soledad que debe enfrentar lo que sucede en su propio cuerpo y la incidencia que en este evento tienen una sociedad clasista y patriarcal que utiliza al Estado y la Ley para perpetuar su dominio sobre el cuerpo de las mujeres. La reflexión de Ernaux en su texto autobiográfico se centra en la urgencia de convertir la escritura de su experiencia personal en un arma política feminista, atravesada por una perspectiva que siempre recuerda su origen de clase proletaria: «(Es posible que un relato como este provoque irritación o repulsión, o que sea tachado de mal gusto. El hecho de haber vivido algo, sea lo que sea, otorga el derecho imprescriptible de escribir sobre ello. No existe una verdad inferior. Y si no cuento esta experiencia hasta el final, contribuiré a oscurecer la realidad de las mujeres y me pondré del lado de la dominación masculina del mundo)»[3]. La película, a través de las escenas de acoso que sufre Anne en la residencia universitaria por parte de sus compañeras de clase alta y el rechazo que los estudiantes, sus compañeros, hacen del chico bombero, también marca esta confrontación de clase. Asimismo, el orgullo de la madre y el padre por los estudios universitarios de la hija remarca la idea de que el espacio educativo es una posibilidad de ascenso social. Cuando Anne está de visita en el colmado de la familia, una amiga le dice: «Mira tus manos: son muy blancas. No sirven para trabajar. ¿Ves? —le muestra su mano derecha que tiene un cigarrillo entre los dedos—: las mías se tiñeron en la fábrica. Así es la vida. No las reconozco más».

           

El texto de El acontecimiento desarrolla la dimensión política del aborto y la película contribuye a ello en este tiempo de regresión de derechos ante el avance del conservadurismo que, como en la distopía de Margaret Atwood, ha vuelto con fuerza para controlar el cuerpo de las mujeres y, en general, sobreexplotar el trabajo asalariado de los seres humanos. El feminismo que no cuestiona al capitalismo corre el riesgo de convertirse en tan solo una disputa del poder patriarcal, en términos políticos y económicos, por parte de mujeres privilegiadas por su origen burgués o pequeño burgués. Ernaux apoyó en las elecciones pasadas al candidato de izquierda Jean-Luc Mélechon, fundador del movimiento Francia Insumisa y acaba de firmar un manifiesto a favor de la marcha contra la vida cara en su país: «Ante el mercado extremo que corrompe todo, ante la extrema derecha que aprovecha la desolación para avanzar sus peones racistas, sexistas y liberticidas, llamamos a unir nuestras fuerzas en la calle y a marchar juntos»[4]. Tal vez por eso, Ernaux plantea su dilema como un elemento de la lucha de clases: «Yo era la primera persona de mi familia que estudiaba una carrera. Todos los demás había sido obreros o pequeños comerciantes […] y lo que estaba creciendo dentro de mí era, en cierto sentido, el fracaso social»[5]. En la película, cuando Anne le pide las clases atrasadas al profesor luego de su primera visita a la abortera, él le pregunta si ha estado enferma: «La enfermedad que solo afecta a las mujeres y las convierte en amas de casa», le responde. Las marcas de género y clase quedan expuestas en esta conversación que concluye con una reivindicación personal por parte de Anne: «—¿Todavía quiere enseñar? —No, no es lo que más me importa, señor. —¿Y qué es? —Quiero escribir».

La francesa Annie Ernaux (Lillebone, 1940) acaba de ganar el Premio Nobel de Literatura, según la Academia, «por el coraje y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, los extrañamientos, y las trabas colectivas de la memoria personal. En su escritura, Ernaux, consistentemente y desde diferentes ángulos, examina una vida marcada por fuertes disparidades relacionadas con el género, el lenguaje y la clase»[6]. La escritura autobiográfica para Annie Ernaux es una forma de ser etnóloga de sí misma, según lo dejó asentado en La vergüenza (1997): «No deseo escribir ningún relato, pues eso significaría crear una realidad en lugar de buscarla»[7]. Su novela El acontecimiento y la versión cinematográfica —que ganó el León de Oro del Festival de Venecia de este año— son un alegato político y estético en favor de la libertad de la mujer sobre su cuerpo, su vida y lucha contra los prejuicios de una sociedad moralmente hipócrita y socialmente clasista.



[1] Annie Ernaux, El acontecimiento, traducción de Mercedes y Bertha Corral Corral (Barcelona: Tusquets Editores, 2019), pos. 643, edición Kindle.

[2] Ernaux, El acontecimiento…, pos. 477.

[3] Ernaux, El acontecimiento…, pos. 340. Énfasis añadido.

[4] «Ernaux encabeza manifiesto en favor de manifestación contra la vida cara», Swissinfo.ch, 09 de octubre de 2022, acceso 09 de octubre de 2022, https://www.ssinfo.ch/spa/francia-protesta_arnaux-encabeza-manifiesto-a-favor-de-manifestación-contra-la-vida-cara/47965352

El manifiesto —según la noticia— acusa a Emmanuel Macron, de aprovechar «la inflación para aumentar la brecha de riqueza, para dopar los beneficios del capital por encima del resto» y «evitar la fiscalidad suplementaria de esos beneficios». También afirma el manifiesto: «Los neoliberales nos martillean desde hace 40 años con que no hay alternativa. No dejemos a los herederos de Thatcher destruir la esperanza y liquidar nuestros derechos sociales». Finalmente, agrega: «Otro mundo es posible. Basado en la satisfacción de las necesidades humanas, dentro de los límites de nuestros ecosistemas».

[5] Ernaux, El acontecimiento…, pos. 157.

[6] «The Nobel Prize in Literature 2022», The Nobel Prize, acceso 08 de octubre de 2022, https://www.nobelprize.org/prizes/literature/

[7] Annie Ernaux, La vergüenza, traducción de Mercedes y Berta Corral Corral (Barcelona: Tusquet Editores, 2020), pos. 218, edición Kindle.


lunes, septiembre 26, 2022

José Saramago, persona de sus personajes

De mi archivo: con motivo de conmemorarse el centenario del natalicio de José Saramago (1922-2010), les ofrezco estas entrevistas con él y Pilar del Río que fueron publicadas en la revista Mundo Diners # 264 (mayo 2004).

 


José Saramago, mi esposa Alina, mi hijo Sebastián, Pilar del Río y yo después de cenar, en Quito, el 19 de febrero de 2004.

 

            Saramago es el nombre de una hierba de cuyas hojas se alimentaban los pobres de Azinhaga, el pequeño poblado portugués donde nació. Él lo ha contado varias veces. José de Sousa se hubiera llamado si es que al funcionario del registro civil no se le ocurre añadir, por iniciativa propia, el apodo con el que la familia paterna era conocida en el pueblo. Ya lo dijo antes. Él, José de Sousa Saramago, nació el 16 de noviembre de 1922, pero sus documentos dicen que nació el día 18: es que su padre no lo inscribió en el tiempo señalado por la ley y para evitarse el pago de la multa cambió la fecha. También ha dicho que, criado en medio de una familia de campesinos sin tierra, tuvo una infancia melancólica, que fue un niño serio.

            De lo que no ha hablado, por su sencillez, es de la luminosidad ética que su figura emana. Él, que estudió cerrajería mecánica, que no tuvo un libro propio hasta los dieciocho años y que leía cuanto creyó necesario en bibliotecas públicas, es ahora conocido como José Saramago, escritor que, como la hierba de su pueblo, alimenta el espíritu de los que todavía creemos en el valor de la palabra.

            Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, estuvo en nuestro país entre el 16 y el 21 de febrero. Durante su estadía recibió en la Capilla del Hombre, la condecoración Guayasamín – Unesco: “Tomo la medalla no por lo que haya hecho, sino por lo que tenga que hacer”, expresó en sus palabras de agradecimiento.

            Varias instituciones lo homenajearon. Ante la avalancha de medallas, le pregunté que qué significaban para él, que es un escritor crítico, las condecoraciones. “No significan nada... sencillamente sería de mala educación rechazarlas”. Y lo dijo sin ninguna pose, lo hizo con la misma afabilidad con la que firmó  el ejemplar de El Evangelio según Jesucristo, de una muchacha que lo abordó durante un paseo por el Centro Histórico de Quito.

            Lo dijo con la misma naturalidad con la que aceptó firmar los libros de cientos de lectores en algunas librerías. “Cómo puedo negarme a firmar un libro si esa persona se ha tomado la molestia de ir a una librería, de comprarlo, de leerlo... por respeto a esa persona no considero que sea una molestia el acto de firmar un libro a un lector”, me comentó el jueves 19, en la mañana, mientras recorría junto a la periodista  Pilar del Río, su esposa y traductora, el Museo de la Fundación Guayasamín. A las nueve de la noche de ese día, en una sala de reuniones del hotel donde se alojaba, José Saramago, la persona, se convirtió en el personaje de esta entrevista.

 

            Existe una imagen de Ricardo Reis, en El año de la muerte de Ricardo Reis (1984) en que sonríe a Lidia mientras él hace un gesto de despedida: “...hay momentos perfectos en la vida dice el narrador, éste fue uno, como hay una página que estaba escrita y que aparece blanca otra vez”. ¿Qué de usted, la persona, está en ese instante?

 

            Me parece que eso es algo que ocurre mucho en mis novelas, que son instantes, momentos. Yo creo que se podría definir como un momento en que el autor se asume en la plenitud de su propia conciencia, en la conciencia que tiene de su trabajo, y en ese momento el autor para hablar de los casos concretos, de Ricardo Reis y Lidia, el autor es Ricardo Reís, es Lidia y la mirada que se cruza entre ellos. Eso lo estoy viviendo yo, eso lo vivo yo.

 

            Usted comienza su discurso del Nobel con la frase: “El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida, no podía ni leer ni escribir”. ¿Cómo explica ese tipo de homenaje un hombre, como usted, que ha hecho de la lectura y la escritura su forma de vida?

 

            Mira, si queremos ser intelectualmente honestos, yo no lo estoy diciendo de una forma retórica. Ese hombre era mi abuelo materno, Jerónimo Mairinho. Yo, a los doce años, lo miraba como el hombre más sabio del mundo. No diré que no, pero tampoco puedo afirmar rotundamente que yo tuviera esa idea un poco literaria, un poco idealizada, que ese hombre que era mi abuelo y que me quería y que yo quería al igual que a mi abuela, fuera para mí muy importante. La verdad es que yo busco para los que no son personajes de ficción un lugar; los coloco en una especie de galería de figuras en que ellos son presencias humanas. Entonces cuando yo he dicho eso, es verdad, sobretodo es verdad desde el punto en que me encuentro ahora y sobre todo si lo miramos desde el marco de esa relación que yo he creado entre las figuras reales y las figuras de ficción. Y solo eso me ha permitido arrancar el discurso en la Academia sueca dónde hablé de los personajes de ficción que han hecho de mí lo que yo soy; personajes de los que yo he aprendido.

 

            Usted ha dicho sobre sus personajes que “sin ellos no sería la persona que soy hoy día.” ¿Cuánto pone usted de sí mismo en sus personajes y cuanto de ellos recae sobre su propio espíritu una vez que el personaje literario ya vive con su vida propia en sus novelas?

 

            Yo creo que no pongo nada mío en mis personajes. Es decir, en todo lo que yo he escrito hasta ahora no hay ningún elemento de carácter autobiográfico, ni siquiera transpuesto. Definitivamente no lo hay. Ahora, existe una presencia continua en todas mis novelas, incluso desde Manual de pintura y caligrafía (1977), de lo que llamaríamos un narrador muy particular, que escapa a las caracterizaciones académicas del narrador. En el fondo representa con más intensidad o menos intensidad, con más vehemencia o menos vehemencia, la opinión o el resultado del análisis que el autor está haciendo sobre lo que escribe y sobre la forma que se están comportando los personajes. Ahí es donde se puede decir, que es como si yo interrumpiera el discurso narrativo y empezara un discurso ensayístico. El objeto de análisis es la situación, el conflicto que se está narrando y lo que están haciendo y diciendo los personajes. Lo que pasa es que, cuando yo digo que he aprendido con ellos, creo que sí en el sentido en que yo no quisiera, como persona, ser menos que ellos. Es decir, mi forma de aprender supongo que en el fondo hay una forma de aprendizaje, es el convencimiento de que yo no puedo quedarme atrás de mis personajes gente común, que no tiene nada de particular, que carece de poder, y en ese sentido es como si, paulatinamente, novela tras novela, yo fuera aprendiendo con ellos.

 

            En El año de la muerte de Ricardo Reis usted hace personaje a un personaje para ser exactos: heterónimode Fernando Pessoa. ¿Que aprendió del personaje de una Persona ...si es válido el juego de palabras?

 

            En ese caso quizá no tenga que ver con un aprendizaje en el mismo sentido que estábamos hablando antes. A los 18 años yo, que había leído a Fernando Pessoa, no había leído a Fernando Pessoa sino a Ricardo Reis. La poética de Ricardo Reís me fascinó instantáneamente. Creí, durante algunos meses, que Ricardo Reis efectivamente existía, porque en una revista que yo estaba leyendo, llamada Athena, dirigida por Fernando Pessoa, me encontré con algunas odas firmadas por Ricardo Reis. Yo no sabía nada de esa historia de los heterónimos; simplemente creí que había un señor llamado así. Más tarde alguien me avisó que se trataba de un heterónimo. Entonces yo entré más en la lectura de Fernando Pessoa: Ricardo Reis, Alvaro del Campo, Alberto Caeiro... todos los heterónimos, y me encontré con una postura de Ricardo Reís que me irritaba a pesar de que, como poeta, me fascinaba al mismo tiempo. El primer verso de un poema de Reis dice: “Sabio es el que se contenta / con el espectáculo del mundo”. Durante muchísimos años a lo largo de mi vida desde entonces he vivido, en mi relación con Reís, entre la fascinación y el rechazo. Es decir, tú me fascinas, de acuerdo, pero yo no puedo permitir y aceptar lo que tú estás diciendo: que la sabiduría consiste en contentarse cada uno con el espectáculo del mundo. Entonces yo, como Fernando Pessoa se muere el 30 noviembre del 35, hago volver a ese Ricardo Reis, que había emigrado a Río de Janeiro, a Portugal y eso es lo que está en la novela. ¿Y por qué? A ese hombre que decía que la sabiduría consiste en contentarse con el espectáculo del mundo, me propuse enseñarle ese espectáculo del mundo. Y mira, es una época tremenda, es una época en que de alguna forma se presenta el huevo de la serpiente. Es la creación de las milicias fascistas en Portugal en el 36; es la guerra civil de España que empieza el 36; es la primera ocupación de Renania por las tropas nazis; es la guerra de Italia contra Etiopía. Lo que se propone la novela es decirle a Ricardo Reis: Usted ha dicho que la sabiduría consiste en contentarse cada uno con el espectáculo del mundo, pues entonces aquí tiene el espectáculo del mundo, y ahora dígalo de nuevo, por favor, diga si contentarse con eso es ser sabio.

 

            ¿Y el humor, cuál es su función en su literatura?

 

            Yo no sé si se podría llamar exactamente humor, si no sería más bien ironía. Aunque ciertas veces es puro humor, pero es sobre todo... quizá eso tenga una explicación antigua. Cuando yo era muy joven, mi padre, policía de la calle, era amigo de los porteros de los teatros de Lisboa, y como a mí me gustaba mucho la música y la ópera, yo me ponía por ahí, cerca de los porteros, y cuando el espectáculo estaba punto del comenzar el portero me decía “entra” y yo entraba. Yo subía hasta el “gallinero” a dónde íbamos los que no teníamos billete. Recuerdo, que el teatro tenía, cerrando el arco del palco, una corona enorme dorada, pero incompleta en la parte de atrás. La gente de las butacas y los palcos creía ver la una corona completa, pero los que estábamos en el “gallinero” veíamos una corona incompleta, hueca y sucia y con telarañas y con polvo. Digamos, esa doble contradictoria mirada es la que aparece como ironía en mis novelas. Hay siempre un otro lado y mientras no hayamos dado la vuelta completa a las cosas no sabremos cómo las cosas son. La ironía, probablemente, tiene esa función. Creo que el humor es mirar las cosas por el otro lado.

 

            ¿Cómo explica que El Evangelio según Jesucristo que es un libro, teológicamente heterodoxo, les hable a muchos lectores como si les permitiera renovar su fe?

 

            Hay de todo. Sé que un religioso brasileño muy conocido, Frei Betto, ha dicho a otro religioso, muy conocido también, llamado Leonardo Boff, que cuando terminó de leer El Evangelio según Jesucristo se arrodilló para orar. Y yo de eso no tengo la culpa. A veces me decía, si Dios quiso que yo escribiera ese libro pues se va a arrepentir. Lo que me llevó a escribir esa novela fue ese suceso insoportable que es la matanza de los inocentes. En la novela, la frase final de Jesús, ya en la cruz, cuando dice, refiriéndose a Dios: “Hombres, perdonadle, porque él no sabe lo que hizo”, es la parte heterodoxa, herética incluso, de la novela que el Vaticano no ha perdonado nunca. ¿Por qué es que un Dios se permite aceptar como una cosa obvia, para salvar a Jesús de la ferocidad de Herodes, el sacrificio, según las estadísticas del tiempo, de 23 ó 24 mil niños varones con menos de dos años de edad? ¿Era necesario? Y si fue necesario para fundar una religión, entonces esa religión está equivocada porque no puede fundarse a partir de un hecho de crueldad tan absurda.

 

            Lo me que dice me recuerda que en sus textos literarios y en sus intervenciones públicas, la función ética es muy fuerte, ¿le asigna usted alguna función ética a la literatura?

 

            A la literatura no le atribuyo ninguna función ética. Ninguna. Lo que pasa es que yo no separo, en mí, el escritor del ciudadano. Suena un poco retórico pero, bueno, es así. Cuando tengo que hablar como escritor yo no puedo callar la otra voz que, en el fondo es la misma voz, que es la voz del ciudadano. Si tengo que presentar un libro que acabo de publicar lo más seguro es que yo hable 10 minutos de literatura y 50 minutos del mundo.

 

            Su crítica al poder, sin embargo, parece cerrar los caminos para la realización de la democracia de los derechos humanos.

 

            Mira, Raúl, yo no cierro caminos, lo que sucede es que los caminos están cerrados. Ese es el problema. Es que nosotros no podemos seguir hablando de democracia como si eso fuera una realidad de todos los días cuando desde la praxis social amplia sabemos que no lo es. No lo es en el sentido más obvio. ¿Cómo podemos seguir hablando de democracia si no hacemos nada más que ir en días determinados a poner un papel en una urna para poner un parlamento y un gobierno que hará lo que quiera y que además no puede hacer mucho porque encima está otro poder, porque hay otro poder que no es democrático: yo no he elegido los cinco miembros que administran el gobierno de Fondo Monetario Internacional ...y eso sí que es el poder. Así, los caminos están, efectivamente, cerrados.

 

            Pasemos a algunas preguntas sobre el oficio de escritor. ¿Cómo escribió usted antes del Nobel y como escribe después de él?

 

            No hay ninguna diferencia. Es decir, el Nobel no me ha inhibido. Cuando yo escribo ahora no estoy pensando que yo tengo por detrás del Premio Nobel. Mi relación con la escritura es idéntica, en el sentido de que si hay un riesgo, yo lo asumo. No. El Nobel ocurrió, y yo he seguido sencillamente con mi trabajo. Y desde entonces he publicado, La caverna, El hombre duplicado y ahora publicaré el Ensayo sobre la lucidez. Y en el caso del Ensayo sobre la lucidez, se trata de un auténtico riesgo. No hablaré de la novela pero pronto ahí estará y si El Evangelio escandalizó a muchos, esta novela, donde Dios no entra, escandalizará a muchos más. Pero lo que quiero decirte es que, frente a los hábitos de trabajo, a la relación con la escritura, al proceso de surgimiento de ideas, no ha cambiado nada.

 

            Hay escritores que tienen manías, formas de vencer el miedo a escribir o de iniciar una jornada de trabajo, ¿tiene usted alguna?

 

            Nada, nada... ninguna... y quizá eso tenga que ver con esta idea que yo tengo y mantengo: que escribir es un trabajo. Normalmente escribo entre las cinco de la tarde y las nueve de la noche y no escribo más que tres folios. Podría estar inspiradísimo y decir que puedo escribir diez folios, pero, no señor, es como si yo tuviera que andar tres kilómetros por día y al terminar los tres kilómetros, pues ahí paro y al día siguiente vuelvo a andar.

 

            ¿Suele hablar sobre su trabajo literario durante el proceso de escritura?

 

            La única persona que tiene conocimiento de lo que yo estoy haciendo y con quien de vez en cuando intercambiamos ideas, opiniones, es con Pilar. Con el resto no hablo. Puedo decirle a un amigo algo, pero en términos tan generales que ellos no pueden saber de qué se trata.

 

            Finalmente, usted habla un hermoso e inusual nosotros en el mundo intelectual en el que incluye siempre a Pilar del Río, su esposa y traductora. ¿Cómo definir el amor que hay entre ustedes dos?

 

            Yo creo que el amor no se puede definir. Y por otra parte si intentáramos definirlo sabemos que sólo podemos definirlo con palabras y, probablemente, esas palabras que más recurrentemente usamos para definir el amor son palabras que están cansadas, desgastadas y que acaban por no decir mucho, o por decir muy poco. Sólo te puedo decir: Yo quiero a Pilar... así, sencillamente. Y se acabó. Definir, no se puede... no se puede.

 

 

Entrevista con Pilar del Río, la compañera, la traductora

 

 

            ¿Cómo conjuga usted esa condición de ser traductora de la obra de su compañero, aparte de periodista a tiempo completo?

 

            Es, relativamente fácil. José escribe y cuando llega la noche él me baja de su estudio las páginas que ha escrito. Yo las leo, las releo, las dejo dormir y a la mañana siguiente las vuelvo leer y las traduzco. Es algo casi natural... es que vivir juntos comporta también el hecho de traducir.

 

            Saramago pone en boca de Magdalena, en El Evangelio: “las mujeres tenemos otro modo de pensar, quizá porque nuestro cuerpo es diferente”. En qué ve su diferencia con él.

 

            Saramago no es precisamente el ejemplo más claro, porque José es un hombre del que casi todas las mujeres decimos que está de nuestro lado, es un hombre que tiene valores femeninos. Pero con la mayor parte de los hombres, con la masculinidad, sí que tenemos muchas diferencias. José es un hombre, como el resto de los hombres. Padece de alguna de las esclavitudes que todos los hombres padecen. Pero José tiene el privilegio de haberse dado cuenta de ello.

 

            ¿Cree en la utopía?

 

            No, a mí no me interesa, ni la utopía, ni dios, ni la historia, ni la inmortalidad, ni el futuro. No tengo capacidad abstracción para ninguna de estas entelequias. Tengo sí, la urgencia de hacer de mi vida algo útil, que repercuta en la gente. Hay una sola consigna que acepto en estos momentos: otro mundo es posible. Lo dice la gente del foro de Porto Alegre. Son la gente de Le Monde que defienden la aplicación de la “tasa Tobin” en las transacciones internacionales. Bueno, esto, la “tasa Tobin”, no es una utopía. Los expertos dicen que en tres o cuatro años se podría acabar con el hambre del mundo si se aplicara la tasa Tobin. En esto creo.

 

            ¿Es difícil convivir con un escritor?

 

            Un día le dije: José, estás insoportable. ¿Estás a punto de tener una idea para comenzar una novela? Acababa de publicar El hombre duplicado, y habían pasado unos meses. Yo le decía: José está pasando algo en ti y tú no quieres darte cuenta. Al día siguiente tenía la idea del Ensayo sobre la lucidez y me tuvo que reconocer que tenía razón. Hay momentos en los que por dificultades en la narración o directamente por lo que implica la dureza de lo que está contando, el autor está tenso. Y entonces hay que andar de puntillas y tener mucho cuidado.

 

            ¿Hasta qué punto la traducción es un trabajo de creación?

 

            Yo creo que un buen traductor no tiene un trabajo libre. Un buen traductor lo que tiene que tener muy claro, y saber muy bien, y dominar muy bien, en su propio idioma. Y luego tiene que tener un sentido de la fidelidad a prueba de bombas. Por eso quizá no sean los escritores los mejores traductores de otros escritores porque de pronto sienten la tentación de dar una pincelada.

 

            Saramago siempre habla en un nosotros que la incluye a usted de manera muy profunda...

 

            Desde el punto vista intelectual yo sería una imbécil si dijera nosotros. Porque no somos nosotros, es él y a otra distancia estoy yo. Pero como hombre y mujer, como pareja, ahí sí somos nosotros. Entonces ahí queda la sabiduría que da la convivencia.