José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, mayo 12, 2019

La máquina de coser Singer


Aída Mercedes Corral Macías (1925 - 2004)

Para hablar de la máquina de coser Singer, la que me amamantó con su dulce tucutucu, debo remendar el corazón destartalado por tantos avatares en habitaciones olvidadas.
Para hablar de aquella a quien amo, aunque su ronroneo ya cesó, debo hacer la limpia de mi cerebro y su vanidad. ¿De qué sirve tanta perniciosa inteligencia?
Para hablar de la sencillez de sus costuras debo curarme de tanto palabrerío, de tantas inquinas en la borra de mis cafés.

De niño, extraviado, me refugiaba en el arco de la Singer. Sentado sobre su pedal, una alfombra de hierro para mis pueriles aventuras, me sentía el viajante de caminos lluviosos.
La rueda enorme era el volante feliz de mi camión bananero, y yo era mi padre que regresaba a casa. Todo olía a tela nueva y aceite Tres en Uno.
Un manojo de fierros dulces, los abrazos de doña Aída durante mis asmáticos desasosiegos nocturnos, una máquina instalada en la casa para coser soledades.

De la Singer nacían los vestidos de mi hermana según la última Burda Moden. Los moldes extendidos sobre la mesa del comedor: preludio de la costura doméstica.
Mi madre, manos de tizas y tijeras que daban forma a la tela. Mi madre, una costurera silenciosa en claroscuro al óleo. Mi madre, la máquina Singer que armaba las piezas y las sonrisas.
De la máquina de coser emergieron el hilván de mis pantalones, los disfraces escolares, los cuellos volteados de mis camisas. De ella, la vergüenza oculta de la pobreza digna.

El tiempo encogió la Singer. Mis ojos dejaron de verla como un refugio. Los años y mis piernas me llevaron lejos de su tucutucu. ¡Ah, el cansancio del alma!
La edad enmoheció los hierros y se esparció inmisericorde sobre ella. Todos somos transeúntes de la vida. Mi madre, esa mujer herida por las dagas del abandono, tampoco está.
      Adiós a su tucutucu.
      La máquina de coser Singer puede convertirse en ceniza, pero no en olvido. Ella es una memoria encendida. Y esta palabra se enhebra en la aguja de aquella que cosió los retazos de mi vida.


Este dibujo me lo envió una amiga meses después de que leyera el poema.

2 comentarios:

  1. Anónimo6:30 p. m.

    Maravilloso poema. Cuanta nostalgia . Salufos gracias por recordarme tiempos de sñoranza.

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  2. Hermoso y melancólico. Como en una película pude ver tus letras. Felicidades

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