José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

sábado, noviembre 28, 2020

La camiseta del 10 sudaba humanidad

           

El entierro de Diego Armando Maradona (Lanús, 20 de octubre de 1960 - Tigre, 25 de noviembre de 2020) generó una multitudinaria manifestación de luto popular en Buenos Aires.

Sus detractores se apresuraron a descalificarlo por su adicción a las drogas y su vida descalabrada. Algunas feministas lo redujeron, de inmediato, al ídolo que necesita el patriarcado para su permanencia. Los políticos de derecha dijeron que los narcotraficantes habían perdido un cliente y el castro-chavismo un portavoz. Ciertos biempensantes repitieron el lugar común de los fariseos: «fue un excelente futbolista, pero una mala persona». La gente de fútbol, en cambio, le rindió homenaje en todo el mundo. Maradona fue un futbolista excepcional, un ídolo popular cuyo valor simbólico está más allá del deporte y un entresijo de pasiones que abarca el claroscuro del ser humano. Los fanáticos lo llaman «D10S» y lloran su muerte.

            «Fue sin dudas y por lejos el más grande futbolista de mi generación y, posiblemente también, de todos los tiempos», dijo Gary Lineker, que fue parte de la selección de Inglaterra en el Mundial de México de 1986. El célebre partido entre Argentina e Inglaterra llevaba mucha bronca. Es cierto, Argentina no recuperó Las Malvinas después de ganarlo, pero el sabor a revancha de una guerra contra el colonialismo inglés quedó estampado en el imaginario latinoamericano: si a los imperios no les importa hacer trampa para perpetuar la dominación colonialista, ¿por qué habríamos de lamentar un gol con la mano? Y, claro, Maradona también marcó el gol del siglo pasado. «Fue lo más cerca que estuve en mi vida de querer aplaudir el gol de otro», recordó Lineker, ahora comentarista deportivo, en su homenaje a Maradona.

 

Maradona se identificó con las causas populares.
            Conocemos la historia del pibe de las villas que tocó el cielo de la fama y la fortuna. Fue el futbolista que enfrentó a los dirigentes mafiosos del fútbol; fue el que se identificó con las causas populares. Maradona, como le pasa a los héroes de la tradición popular, luchó por sus sueños y los consiguió; luego se perdió, en la cumbre del éxito, y cayó al abismo de la derrota espiritual; después, otra vez, se levantó y volvió a caer. Como en el tango, provoca cantarle: «Garufa, vos sos un caso perdido». Para la cancha, es «un mago sin igual», según dijo Cristiano Ronaldo. A un ícono deportivo incrustado en el corazón del pueblo no se le pide que sea el alumno ejemplar de sexto grado; su relación con las masas está en las emociones dominicales que genera sobre esa grama alienante que es el fútbol. Su muerte lo eleva, definitivamente, por sobre las miserias de la vida: «Nos deja pero no se va, porque Diego es eterno», tuiteó Messi.

 

            Basta ver de dónde provino la moralina conservadora desatada contra la vida de excesos de Maradona apenas murió, para darnos cuenta de qué lado él estuvo y qué odios desató. Y, justamente, porque también fue drogadicto, camorrista y machirulo es que Maradona se acerca a la condición humana de la gente común; quiero decir, a ese amasijo de virtudes y defectos que somos todas las personas. Me recuerda a otro ídolo del descarrío: nuestro Julio Jaramillo. Por lo demás, nadie le está entregando el premio a la buena conducta de los colegios religiosos, sino reconociendo en él al genio del futbolista. La dos veces campeona mundial (2015 y 2019) y capitana del equipo de fútbol de EE. UU., publicó una foto junto al jugador y escribió en su cuenta de Tuiter: «Un gran momento de mi carrera haber podido conocer a Maradona. Un verdadero grande y otra leyenda se nos va demasiado pronto».

            El 10 de noviembre de 2001, en la Bombonera, se enfrentaron la selección de Argentina contra la del Resto del Mundo. Fue el partido de despedida de Maradona y, más allá de los dos goles que hizo en un encuentro que terminó 6-3, nos quedan las palabras de su legado moral: «Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha».

 


 


domingo, noviembre 22, 2020

Resistencia y resiliencia de los que claman justicia

             


El 1 de junio de 1978, el dictador Jorge Rafael Videla inauguró aquel mundial de fútbol, ejemplo de despilfarro y corrupción, que ganaría Argentina. En las calles de Buenos Aires, las Madres de la Plaza de Mayo denunciaban ante el mundo la desaparición forzada de sus hijos y la dictadura, con la complicidad de los grandes medios argentinos, justificaba la violencia criminal del Estado como una estrategia de la guerra contra la subversión. Aquel día, la vida de Julián Martínez, 50 años, soltero, sin hijos, quedó partida en el ayer de la militancia política clandestina y la sobrevivencia que vendría, al convertirse en un linyera. El Hogar, de José Henrique, es una novela que engancha a sus lectores a partir de una intriga desarrollada con el lenguaje de la crónica y la investigación periodísticas, del diario personal y del relato policial.  

            En la primera parte, Julián escapa de la persecución de la dictadura, que ha allanado su casa, convirtiéndose en un habitante de la calle. Su transformación en un desechable urbano lo pone a salvo de la tortura y, al mismo tiempo, lo convierte en nadie. La dictadura fue capaz de convertir en nadie a miles de seres humanos: Videla dijo de los desaparecidos que eran seres sin entidad. Solo que los desparecidos de Videla estaban muertos. Julián tiene una muerte civil: ha dejado de ser para transformarse en un no-ser. Desde la invisibilidad política, en la miserable libertad que da la calle, Julián contempla la represión de un poder dictatorial que ha puesto bajo sospecha a todos los habitantes del país. En la calle, Julián se topa con la miseria de los miserables: Pedro, otro linyera como él, representa el miedo, la cobardía, la comodidad del ciudadano común; ese mismo que decía de los torturados en centros clandestinos: “Si están ahí, por algo será”. Esta sección se cierra con un acto de justicia, por parte de Julián, que reivindica su dignidad de ser humano.

            En la segunda, Julián es enviado a Necochea a un hogar de ancianos de la calle, aunque él no lo es; no obstante, lo acogen porque la calle y la enfermedad lo han envejecido y puede fingir serlo. Julián continúa escapando de la represión; el militante que fue es un recuerdo lejano: se ha transformado en un viejo que ha perdido una mano. Julián necesita pensar políticamente para no perderse, dice el narrador. El hogar de ancianos es una suerte de alegoría: en ese micro país existen la corrupción, los soplones, los represores, los militantes clandestinos, así como la gente común que resiste en silencio, con ese callar que sobrevive agazapado, y está siempre a punto de reventar. El discurso novelístico se convierte en un policial. Julián decide investigar el crimen de una prostituta que es atribuido por las fuerzas represivas a un marinero yugoslavo. Hay un barco afantasmado de por medio. La investigación lleva a Julián a descubrir los efectos de la dictadura en la vida cotidiana de un hogar de ancianos. De la misma manera que en la primera parte, Julián busca la realización de un acto de justicia para recuperar, una vez más, la dignidad perdida.

            El Hogar, de José Henrique, es crónica que milita en la resistencia y resiliencia del ser humano y se inscribe en una tradición literaria que convoca a Rodolfo Walsh y Osvaldo Soriano. En esta novela hay una trama que entreteje el sórdido crimen de una prostituta y la represión de la dictadura militar; la existencia callejera de los linyeras y la vida de encierro de los ancianos en un hogar de acogida. Sus recursos narrativos incluyen las imágenes de las noticias de periódicos de la época, con lo que inserta el tiempo de la ficción en el de la historia. En tanto lectores, lo que nos genera un profundo estremecimiento es que en esta novela están presentes la memoria que nos enfrenta a la crueldad del poder militar y la búsqueda de un claro día de justicia por sobre las prácticas tenebrosas de una dictadura.

 

Henrique, José. El Hotel. Buenos Aires: Final Abierto, 2020.


miércoles, octubre 14, 2020

Perla guayaquileña (1820-2020)

El 9 de octubre pasado se cumplió el bicentenario de la declaración de independencia de Guayaquil. Mi poema quiere celebrar este bicentenario con la convicción de que una perla es la belleza de la esfera que nunca pertenece a nadie, aunque ella nos posea en el cautiverio libre del amor. Devolverla a su hogar es la única alternativa para poseerla por siempre en la memoria, es decir, en el corazón. 


Atardecer con noria iluminada (Fotografía de Cristina Velasco, marzo de 2018).

   

Descubrirte

perla del Guayas

mansedumbre de ría;

andas en manglar agreste,

bañada y cantora,

en la luz nocturna

de la noria del malecón.

 

Empaparme

en tu piel de aurora

plácida y libérrima;

refulges, perla,

húmeda y caliente

orgiástica y exultante

talismán de la razón.

 

Extasiarme

sensualidad de iguana

en tus ojos de cafetal;

existes, guayaquileña,

perla de fuego y tierra

por las calles guácharas,

en la flor del guachapelí.

 

Incendiarme

bajo soles de octubre

en hamacas de miel;

debo devolverte, perla,

a la profundidad de la ría,

tras el dulce cautiverio

de mi fiel libertad en ti.