José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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miércoles, octubre 14, 2020

Perla guayaquileña (1820-2020)

El 9 de octubre pasado se cumplió el bicentenario de la declaración de independencia de Guayaquil. Mi poema quiere celebrar este bicentenario con la convicción de que una perla es la belleza de la esfera que nunca pertenece a nadie, aunque ella nos posea en el cautiverio libre del amor. Devolverla a su hogar es la única alternativa para poseerla por siempre en la memoria, es decir, en el corazón. 


Atardecer con noria iluminada (Fotografía de Cristina Velasco, marzo de 2018).

   

Descubrirte

perla del Guayas

mansedumbre de ría;

andas en manglar agreste,

bañada y cantora,

en la luz nocturna

de la noria del malecón.

 

Empaparme

en tu piel de aurora

plácida y libérrima;

refulges, perla,

húmeda y caliente

orgiástica y exultante

talismán de la razón.

 

Extasiarme

sensualidad de iguana

en tus ojos de cafetal;

existes, guayaquileña,

perla de fuego y tierra

por las calles guácharas,

en la flor del guachapelí.

 

Incendiarme

bajo soles de octubre

en hamacas de miel;

debo devolverte, perla,

a la profundidad de la ría,

tras el dulce cautiverio

de mi fiel libertad en ti.

 


domingo, julio 21, 2019

Roberto Fernández Retamar, paradigma de lucidez y poesía en nuestra América



Roberto Fernández Retamar (La Habana, 9 de junio de 1930 – 20 de julio de 2019), con su típica boina, el 21 de enero de 2019, durante la instalación del jurado de la 60 edición del Premio Casa de las Américas.

            Eran los tiempos en que intelectuales y artistas formaban brigadas para ser parte del trabajo voluntario en la Cuba que anunciaba la utopía, siempre inconclusa, de la justicia y plenitud del ser humano. El poeta se conmueve ante esa realidad social que hay que transformar; la realidad de esa clase social a la que no pertenece porque no es parte de su historia de opresión, pero frente a la que su palabra se transforma, se vuelve solidaria y hace del verso una ética de vida, con la vergüenza de no cargar los mismos dolores de aquel pueblo del que forma parte, pero aún desconoce: «Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela. / Llegué casi al amanecer, con las que pensé que serían ropas de trabajo, / pero los hombres y los muchachos que en sus harapos esperaban / todavía me dijeron señor». Al final del poema, el poeta reafirma el recuerdo de su amada en medio del trabajo voluntario, en medio de ese aprendizaje de la solidaridad: «No hay momento/ en que no piense en ti. / Hoy quizás más, / y mientras ayude a construir esta escuela / con las mismas manos de acariciarte».
Roberto Fernández Retamar (1930 – 2019) es un corazón generoso que albergó una lucidez, heredera y estudiosa del pensamiento martiano, que divulgó la obra de Martí; la misma lucidez que nos replanteó el sentido de la imagen de Calibán en la antinomia civilización y barbarie, e iluminó la mirada de la literatura de nuestra América desde la construcción de la palabra crítica propia. Al mismo tiempo, Retamar es un espíritu de la poesía que emerge desde la contemplación de lo cotidiano y que reivindica el “deber y derecho de escribir sobre todo”: «Para ti, para este instante, para este poema / que se escribe gracias al aliento exhalado por Miranda o por Jenofonte, / con un trozo sobrante de Casiopea.»
La vigencia de la Casa de las Américas, como centro de pensamiento y creación artística y literaria, es el testimonio de la tarea cultural que Fernández Retamar lideró durante gran parte de su vida, confiando siempre en la juventud y llenando la Casa de la frescura de nuevas propuestas creativas, al tiempo que mantuvo y trabajó en la memoria y la tradición de una literatura continental. Y, no digo más, porque sé que estas palabras mías hubiesen abrumado al poeta, que nos legó algunos versos para su epitafio: «Se equivocó más de una vez, y quiso sinceramente hacerlo mejor. / Acertó, y vio que acertar tampoco era gran cosa. / De todas maneras, llegado al final, declaró que volvería a empezar si lo dejaran».
Nos enseñó la ética de la vergüenza del poeta, aquella que enfrenta la inutilidad de la poesía para las tareas prácticas, esas tareas que algunos escriben con mayúsculas. Y, sin embargo, también nos enseñó que el poeta persiste en su escritura por esa necesidad de que la poesía exista por sí misma, sin justificaciones, que la poesía exista para sobrevivir al horror del mundo y para vivir en la belleza del mundo. «Nosotros, los sobrevivientes, / ¿a quiénes debemos la
sobrevida? / ¿quién se murió por mí en la ergástula, / quién recibió la bala mía, / la para mí,
en su corazón?».

Con el poeta, en Casa de las Américas, el 10 de febrero de 2017.
 Envío: a Roberto Fernández Retamar, cuyo espíritu es parte de mis calles habaneras y sus cenizas yacen en el cielo de aguas profundas del Caribe. «Es lo mismo de siempre: / ¡Así que este hombre está muerto! / ¡Así que esta voz / delgada como el viento, hambrienta y huracanada / como el viento, / es la voz de nadie!». Pero yo no estoy escuchando un disco de Benny Moré como tú, sino escuchando otro disco, ese en el que los poemas hablan con tu propia voz, que ya es la voz de nadie, pero también es la voz de la permanencia de ti en tu poesía, que, en medio de la diversidad, pervive «…toda temblor, toda ilusión».

lunes, junio 10, 2019

Medardo Ángel Silva: tres versiones distintas y una muerte verdadera



            «La trágica muerte del poeta Medardo Ángel Silva.- El inspirado vate, en momentos de ofuscación y de locura, se quita la vida, con un tiro de revólver, en la casa de su propia novia, la señorita Rosa Amada Villegas». Así rezaba el titular a cuatro columnas de El Telégrafo, del miércoles 11 de junio de 1919. El domingo 8, el poeta había cumplido la mayoría de edad. Un manuscrito de «El alma en los labios», que conservaba Abel Romeo Castillo, su biógrafo, está firmado con esa fecha, a las 12 ¾. La dedicatoria: «Para mi Amada».
            José Joaquín Pino de Ycaza, de los primeros en llegar a la casa de los Villegas, jamás aceptó la idea del suicidio. Él acusó al comisario Segundo Savinovich de falsear la investigación. «De nada valió el que sus amigos y discípulos —escribió en 1954— hiciéramos notar la absoluta falta del tatuaje de pólvora en la mano que debió empuñar el revólver, ni la ausencia de soflama en el cabello que cubría la parte del cráneo que recibió el impacto […ni que el orificio de la bala estuviera…] cinco o seis centímetros, tras del lóbulo superior de la oreja». Pino de Ycaza da cuenta de los prejuicios del comisario al citar lo que les respondió: «Hombre, ¿a qué tanto caramillo? Tratándose de un poeta y pobre, por añadidura, es inobjetable el suicidio. ¿Quién iba a querer matarlo?».
            La investigación policial determinó que el «proyectil deformado es el mismo que corresponde a la vainilla descargada y encontrada en la manzana» del revólver Smith & Wesson, calibre 32, hallado junto al cadáver. Según el testimonio judicial de la madre del poeta, doña Mariana Rodas, el revólver lo llevó su hijo, «de la casa de la familia Ampuero, el día 8 de junio pasado por la noche después de regresar de un baile…» y lo «conservaba en el cajón del peinador». La noche del suceso, Silva tomó el revólver de la peinadora, le dio a ella un beso de despedida y salió rumbo a la casa de los Villegas. Según la madre, «la muerte de su hijo, fue a consecuencia de un acto primo, ocasionado por él mismo…».
El domingo 15, fue publicado el informe de los médicos de la policía, A. J. Ampuero y C. C. Cucalón, que concluye: «… aseguramos que el Sr. Silva falleció a consecuencia de la herida por arma de fuego descrita en el cráneo, herida que por ser en el lado derecho, y encontrarse algunos granos de pólvora en el cuero cabelludo, indica que fue disparado el proyectil que le ocasionó la muerte, por el mismo Señor Silva». El juez de la causa, el poeta Francisco Falquez Ampuero, dictó sentencia el 22 de julio de 1919: «… está acreditado que el Sr. Don Medardo Ángel Silva atentó él mismo contra su vida…».

            Abel Romeo Castillo, en cambio, no cree ni en la hipótesis del asesinato ni en la intención suicida de Silva, sino en «una trágica muerte». En una carta del poeta a Rosa Amada, publicada el 15 de junio, escribe: «—“El dar el cuerpo, cuando se ha dado el alma, es la verdadera gracia del amor”—, dice Verhaeren, en un libro que anoche, hubiera querido leer junto a ti; un bello libro de amor y muerte, luminoso y trágico, Amada, parecido a tus ojos…». El poeta habría fingido una escena suicida frente a Rosa Amada, para que corresponda su deseo amoroso, levantando el revólver sin apoyarlo en la sien. Castillo añade las circunstancias de que el poeta le sacara al revólver dos balas, dejando tres, y que no escribiera una carta o un poema de despedida. «Pero como nunca había manejado un arma, involuntariamente apretó levemente el gatillo y entonces descerrajó el tiro sin querer hacerlo…».
En páginas interiores de El Telégrafo, aquel 11 de junio, apareció la última crónica que escribiera el poeta bajo el seudónimo de Jean D’Agreve: «El nuevo mariage de Maurice Maeterlinck». La crónica habla del matrimonio del dramaturgo de cincuenta y ocho años con Renée Dahon, de veinticuatro, en Niza, cinco semanas después de que el escritor se divorciara de la actriz Georgette Leblanc. Al urgir a Rosa Amada para que acceda a sus requerimientos, en la carta ya citada, el poeta le implora: «…y una palabra tuya me haría feliz para siempre y para siempre esclavo tuyo, y cómo destrozaría, otra, mi vida que te pertenece». Jean d’Agreve suspira al final de su última crónica: «Sueños de poeta, inefables, inextintos sueños de poetas...».

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 07.06.19