José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, julio 22, 2018

Hoguera que huye, escritura que permanece


La hoguera huyente condensa en la historia de un personaje el trágico sacrificio de una generación.
      «Son tiempos imposibles. La revolución se nos escapó a nosotros y también a ustedes. Fue una hoguera huyente. La llama purificadora huyó una vez más», dice Marco, el viejo profesor de sociología que fuera militante clandestino, y que ha renunciado a toda acción política. Se lo dice a Pedro, su joven sobrino y discípulo, que es un guerrillero de Alfaro vive, carajo, AVC, que está recuperándose de sus heridas en la casa paterna, instándolo a huir: «¡Toma el avión que te ofrecen! ¡No te suicides, Pedro!».
      La función política de la literatura es una de las más complejas de asumir por cuanto se enfrenta, sobre todo, a la siempre contradictoria verdad histórica, que tiene más que ver con la construcción de un relato, la ideología de quien lo escribe, y el tiempo histórico de la recepción, antes que con la verdad propiamente dicha. Abdón Ubidia ha logrado manejar con solvencia, esta complejidad en su más reciente novelina La hoguera huyente.
      La novelina se concentra en la historia personal de Pedro: su ruptura con la familia y la clase social a la que pertenece, su firme compromiso ideológico, su enamoramiento atravesado por la política, y el sacrificio de su propia vida. La estrategia que utiliza Abdón Ubidia es la de contar estos sucesos desde el punto de vida de un narrador testigo que asiste a la proyección de una película sobre la vida de Pedro. Con aquel entramos a la sala de cine y vemos el filme con sus ojos.
El lenguaje del narrador es directo, sustantivo, despojado de opiniones. Son los hechos narrados los que problematizan ideológicamente al lector de la novela / espectador de la película, mientras transcurre la lectura de la novelina que es, simultáneamente, el tiempo de proyección de la película. La narración adopta el tono discursivo de un guion de tratamiento: el distanciamiento emocional de la voz narrativa respecto de lo narrado contribuye a que la complejidad política y vital asumida por Pedro conmueva por la dolorosa vitalidad de los hechos.
La confrontación entre el hijo y el padre no es solo una problemática generacional; resume la confrontación de dos visiones éticas sobre el mundo. Mientras el padre le dice: «Usaste tu revolución para librarte de mí», el hijo le responde: «Eres apenas una marioneta más de un mundo corrupto». Dos visiones políticas irreconciliables, dos visiones del mundo y de la vida divergentes, dos visiones que desembocarán en el encuentro del hijo con su final trágico y la resignación del padre ante lo irremediable de la muerte.

           
Abdón Ubidia, Quito, 1944.
Abdón Ubidia logra condensar en La hoguera huyente, mediante la historia de un personaje, el trágico sacrificio de una generación que creyó en la utopía revolucionaria sin percatarse de las reales condiciones históricas del país que intentaban cambiar: el tío Marco es una conciencia crítica y cínica marcada por su derrota histórica y el desencanto; Pedro, la víctima de la lucha contra un imposible histórico; el texto, una escritura diáfana que ilumina la realidad de unos años turbulentos.

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 20.07.18

La fotografía del autor es de la Agencia Andes, del programa "El otro lado de...", conducido por Marco Antonio Bravo.

domingo, julio 15, 2018

El padre y el hijo, la poesía y la muerte


            Versos memorables por el distanciamiento estético que logra el poeta frente al desgarrador hecho vital que poetiza y, al mismo tiempo, por el estremecimiento humano al que nos convoca en medio de estructuras matemáticas. Versos construidos con una singular sapiencia lingüística, y la eterna sensibilidad de lo poético arraigado en la vida y transformado en arte. El comienzo es celebratorio de la continuidad de la estirpe, y nos ubica en medio de una naturaleza, situada en las Galápagos, que da cuenta del tiempo de lo eterno: «el radiograma decía / “tu hijo nació. Cómo hemos de llamarlo” / yo andaba entonces por las islas / dispersa procesión del basalto / coágulos del estupor / secos ganglios de la eternidad / eslabones de piedra en la palma del océano / rostros esculpidos por el fuego sin edad».
            Han pasado cuarenta años desde que Efraín Jara Idrovo publicara su sollozo por pedro jara (estructuras para una elegía), un poema extenso que confronta a un padre —que festeja el advenimiento de su progenie y que, años después, debe llevar el duelo por la pérdida— con la descarnada contundencia que tiene la muerte del hijo. El texto es, también, una de las más atrevidas experiencias poéticas de la lírica de nuestra América, en la que el autor nos plantea una estructura, con precisión matemática, que, al mismo tiempo, posibilita una amplia gama interpretativa a los sentidos simbólicos de sus versos.
La edición de 1978 nos entregó el poema en una sola hoja que se desplegaba como un plano arquitectónico y en la que uno podía contemplar de una vista las 363 líneas versales del texto, articuladas en cinco series, cada una de las cuales desarrolla tres versiones de un mismo asunto. El poema puede ser leído convencionalmente, es decir del primero al último verso, o de manera aleatoria, como una composición armada por el propio lector. En las instrucciones para su lectura, Jara Idrovo pidió que se considere el texto como una estructura de estructuras, e invocó la música serial de Stockhausen, o Boulez, para explicar el sentido programático de esta experimentación poética.
Cuando llegamos a la cuarta serie nos enfrentamos a los desgarradores versos que hablan del hallazgo del cadáver del hijo por el padre: «en verdad / ¿fue verdad?, / ¿eras tú el que pendía de la cadena del higiénico / como seco mechón de sauce sobre el río? / ser ido / ser herido / sal diluida / suicida». Y la constatación del hecho definitivo de que el cuerpo colgado, ya no es el ser humano que fue: «¿eras tú en verdad? / ¿eso de helada indolencia de témpano? / ¿eso de pavesas que la desesperación insta a soplar? / ¿eso que se desmorona en las tinieblas para siempre?». Y, sin embargo, late la vida en la poesía.
El poema sollozo por pedro jara continuará conmoviéndonos porque tiene en su verso la permanencia de la poesía, y porque nos confronta con nuestra propia finitud. Los versos finales no son solo la invocación para el hijo que ya no es, sino para todos nosotros: «¡hijo mío! / somos fervor de espuma de un piélago insondable».

Efraín Jara Idrovo (1926 - 2018). (Fernando Machado / El Telégrafo)
 
Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 13.07.18

domingo, julio 08, 2018

Un cuento tan genial como homofóbico


Afiche de la obra de Aarón Navia sobre el cuento de Pablo Palacio
            El personaje del cuento es un extranjero que llega a Quito y se siente desesperado por cuanto no puede satisfacer su deseo sexual. El hombre «había tenido desde pequeño una desviación de sus instintos, que lo depravaron en lo sucesivo […]». Una explicación, con pretensiones sicológicas, que define a la homosexualidad como una enfermedad. En la medida en que su urgencia sexual aumenta, el personaje deambula por la ciudad, «fijando anhelosamente sus ojos brillantes sobre las espaldas de los hombres que encontraba», hasta el punto que: «Le daban deseos de arrojarse sobre el primer hombre que pasara».

            El antológico cuento de Pablo Palacio, «Un hombre muerto a puntapiés», parte de una noticia del periódico, acentuado el hecho de que la literatura se nutre de la vida, para contar no solo una historia, sino también, el proceso de cómo se construye un relato de ficción. Así, luego de transcribir la noticia de crónica roja, el narrador expone la idea obsesiva de su acto creativo: «Me perseguía por todas partes la frase hilarante: ¡un hombre muerto a puntapiés!».
            El narrador de Palacio, con un tono irónico, va exponiendo las manías del escritor: «Con todo, entre miedoso y desalentado encendí mi pipa. —Esto es esencial, muy esencial»; el método utilizado para la creación: «Cuando se sabe poco, hay que inducir. Induzca, joven»; y, como sucede en el proceso creativo, de manera arbitraria, intuye que el personaje era… «No, no lo digo para no enemistar su memoria con las señoras…». Palacio consigue que su narrador arme los elementos de la realidad —tomados de la noticia del diario— para la ficción y, así, construye a su personaje, a quien nomina Octavio Ramírez. Palacio, al mismo tiempo que está contando una historia, está contando cómo se construye esa misma historia: De qué manera el escritor bebe de la realidad, la reelabora, y la inventa en el texto literario. Ese proceso y ese resultado lo consigue, sin necesidad de recurrir a reflexiones metaliterarias obvias, sino desde el discurso narrativo mismo.
Pero el narrador de Palacio arma un cuento cargado de prejuicios. Cuando Octavio Ramírez ya no encuentra un hombre, decide abusar de un niño de doce años; entonces, el padre del niño lo sorprende y lo golpea hasta matarlo a puntapiés. La caracterización está llena de tópicos homofóbicos, pero el más fuerte tiene que ver con la consideración de que la homosexualidad es una “desviación” y que los homosexuales son seres que no pueden contener su deseo y recurren a al acoso y la violencia sexual, como pasa con Ramírez. Esta caricaturización del homosexual en este cuento de Palacio no se entiende ni siquiera por la ironía palaciana, sino que parecería, por el contrario, reafirmar la homofobia social de su momento.
¿Cómo juzgar un cuento que, al mismo tiempo, es genial por su construcción literaria y homofóbico por los prejuicios que encierra? Tal vez, analizando su propuesta literaria, el tiempo histórico de su escritura, y los límites en su comprensión de lo humano.

Un meme que hice meses atrás
La compilación, estudio introductorio, cronología y bibliografía de la edición de Ayacucho son de mi autoría.
El comic es una adaptación del artista Jorge Cevallos Hernández.
Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 06.07.18