José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, julio 15, 2018

El padre y el hijo, la poesía y la muerte


            Versos memorables por el distanciamiento estético que logra el poeta frente al desgarrador hecho vital que poetiza y, al mismo tiempo, por el estremecimiento humano al que nos convoca en medio de estructuras matemáticas. Versos construidos con una singular sapiencia lingüística, y la eterna sensibilidad de lo poético arraigado en la vida y transformado en arte. El comienzo es celebratorio de la continuidad de la estirpe, y nos ubica en medio de una naturaleza, situada en las Galápagos, que da cuenta del tiempo de lo eterno: «el radiograma decía / “tu hijo nació. Cómo hemos de llamarlo” / yo andaba entonces por las islas / dispersa procesión del basalto / coágulos del estupor / secos ganglios de la eternidad / eslabones de piedra en la palma del océano / rostros esculpidos por el fuego sin edad».
            Han pasado cuarenta años desde que Efraín Jara Idrovo publicara su sollozo por pedro jara (estructuras para una elegía), un poema extenso que confronta a un padre —que festeja el advenimiento de su progenie y que, años después, debe llevar el duelo por la pérdida— con la descarnada contundencia que tiene la muerte del hijo. El texto es, también, una de las más atrevidas experiencias poéticas de la lírica de nuestra América, en la que el autor nos plantea una estructura, con precisión matemática, que, al mismo tiempo, posibilita una amplia gama interpretativa a los sentidos simbólicos de sus versos.
La edición de 1978 nos entregó el poema en una sola hoja que se desplegaba como un plano arquitectónico y en la que uno podía contemplar de una vista las 363 líneas versales del texto, articuladas en cinco series, cada una de las cuales desarrolla tres versiones de un mismo asunto. El poema puede ser leído convencionalmente, es decir del primero al último verso, o de manera aleatoria, como una composición armada por el propio lector. En las instrucciones para su lectura, Jara Idrovo pidió que se considere el texto como una estructura de estructuras, e invocó la música serial de Stockhausen, o Boulez, para explicar el sentido programático de esta experimentación poética.
Cuando llegamos a la cuarta serie nos enfrentamos a los desgarradores versos que hablan del hallazgo del cadáver del hijo por el padre: «en verdad / ¿fue verdad?, / ¿eras tú el que pendía de la cadena del higiénico / como seco mechón de sauce sobre el río? / ser ido / ser herido / sal diluida / suicida». Y la constatación del hecho definitivo de que el cuerpo colgado, ya no es el ser humano que fue: «¿eras tú en verdad? / ¿eso de helada indolencia de témpano? / ¿eso de pavesas que la desesperación insta a soplar? / ¿eso que se desmorona en las tinieblas para siempre?». Y, sin embargo, late la vida en la poesía.
El poema sollozo por pedro jara continuará conmoviéndonos porque tiene en su verso la permanencia de la poesía, y porque nos confronta con nuestra propia finitud. Los versos finales no son solo la invocación para el hijo que ya no es, sino para todos nosotros: «¡hijo mío! / somos fervor de espuma de un piélago insondable».

Efraín Jara Idrovo (1926 - 2018). (Fernando Machado / El Telégrafo)
 
Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 13.07.18

domingo, julio 08, 2018

Un cuento tan genial como homofóbico


Afiche de la obra de Aarón Navia sobre el cuento de Pablo Palacio
            El personaje del cuento es un extranjero que llega a Quito y se siente desesperado por cuanto no puede satisfacer su deseo sexual. El hombre «había tenido desde pequeño una desviación de sus instintos, que lo depravaron en lo sucesivo […]». Una explicación, con pretensiones sicológicas, que define a la homosexualidad como una enfermedad. En la medida en que su urgencia sexual aumenta, el personaje deambula por la ciudad, «fijando anhelosamente sus ojos brillantes sobre las espaldas de los hombres que encontraba», hasta el punto que: «Le daban deseos de arrojarse sobre el primer hombre que pasara».

            El antológico cuento de Pablo Palacio, «Un hombre muerto a puntapiés», parte de una noticia del periódico, acentuado el hecho de que la literatura se nutre de la vida, para contar no solo una historia, sino también, el proceso de cómo se construye un relato de ficción. Así, luego de transcribir la noticia de crónica roja, el narrador expone la idea obsesiva de su acto creativo: «Me perseguía por todas partes la frase hilarante: ¡un hombre muerto a puntapiés!».
            El narrador de Palacio, con un tono irónico, va exponiendo las manías del escritor: «Con todo, entre miedoso y desalentado encendí mi pipa. —Esto es esencial, muy esencial»; el método utilizado para la creación: «Cuando se sabe poco, hay que inducir. Induzca, joven»; y, como sucede en el proceso creativo, de manera arbitraria, intuye que el personaje era… «No, no lo digo para no enemistar su memoria con las señoras…». Palacio consigue que su narrador arme los elementos de la realidad —tomados de la noticia del diario— para la ficción y, así, construye a su personaje, a quien nomina Octavio Ramírez. Palacio, al mismo tiempo que está contando una historia, está contando cómo se construye esa misma historia: De qué manera el escritor bebe de la realidad, la reelabora, y la inventa en el texto literario. Ese proceso y ese resultado lo consigue, sin necesidad de recurrir a reflexiones metaliterarias obvias, sino desde el discurso narrativo mismo.
Pero el narrador de Palacio arma un cuento cargado de prejuicios. Cuando Octavio Ramírez ya no encuentra un hombre, decide abusar de un niño de doce años; entonces, el padre del niño lo sorprende y lo golpea hasta matarlo a puntapiés. La caracterización está llena de tópicos homofóbicos, pero el más fuerte tiene que ver con la consideración de que la homosexualidad es una “desviación” y que los homosexuales son seres que no pueden contener su deseo y recurren a al acoso y la violencia sexual, como pasa con Ramírez. Esta caricaturización del homosexual en este cuento de Palacio no se entiende ni siquiera por la ironía palaciana, sino que parecería, por el contrario, reafirmar la homofobia social de su momento.
¿Cómo juzgar un cuento que, al mismo tiempo, es genial por su construcción literaria y homofóbico por los prejuicios que encierra? Tal vez, analizando su propuesta literaria, el tiempo histórico de su escritura, y los límites en su comprensión de lo humano.

Un meme que hice meses atrás
La compilación, estudio introductorio, cronología y bibliografía de la edición de Ayacucho son de mi autoría.
El comic es una adaptación del artista Jorge Cevallos Hernández.
Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 06.07.18

domingo, julio 01, 2018

Persistencia, de Fernando Mieles: contemplación de la Naturaleza y el Arte

Allan Jeffs llevó su instalación en la Antárdida y Fernando Mieles documentó en su filme Persistencia, esta experiencia.

            Cinco figuras, de forma humana, en actitud de recogimiento; figuras construidas en fibra por artesanos de la calle 6 de Marzo, de Guayaquil; cubiertas con un manto de paja toquilla, hecho por tejedores de la provincia de Santa Elena. Cinco efigies de fibra y paja plantadas sobre el hielo, contemplando el mar de la Antártida. En 2012, Allan Jeff, (Santiago de Chile, 1973), montó una instalación con estas figuras en la Antártida, cerca de la estación científica “Pedro Vicente Maldonado”, en la isla Greenwich.
Fernando Mieles (Guayaquil, 1970) capturó esta aventura en su documental Persistencia (2016), que puede ser visto como una meditación sobre la intervención del Arte en la Naturaleza, esto es del ser humano como elemento que dota de historia al paisaje, a través de en una  propuesta fílmica que combina el preciosismo de la fotografía y el protagonismo del sonido, realizada mediante una narración visual impecable.

Fernando Mieles durante la filmación.
 Mieles trabaja con la yuxtaposición de escenas de la naturaleza: los glaciales, el mar, la playa rocosa, leones y elefantes marinos, pingüinos; del seguimiento que la cámara hace del artista caminando con las figuras a cuestas y, luego, montando la instalación en diversos sitios; así como con las imágenes de los científicos realizando sus experimentos en el laboratorio de la estación. Naturaleza, arte y ciencia: el ser humano estudia, interviene y, al final, mediante la imagen cinematográfica, captura la imagen de la huella de su ausencia en el paisaje.
            Las primeras escenas, separadas con fundidos en blanco, nos muestras el paisaje y sus habitantes naturales. De pronto, un poste con letreros, presencia de lo humano, en medio de la desolación nos anuncia el aparecimiento del ser humano. Surge, caminando, el artista con sus figuras a cuestas. Un hombre solo, dominando la inmensidad de la nieve, con el arte a cuestas… solo un hombre. La naturaleza que existe por sí misma pero ahora con la huella del artista en ella y, nosotros, guiados por el cineasta, contemplando un paisaje que empieza a llenarse de historia.

            Más adelante, cuando Allan Jeffs ha instalado las cinco figuras junto a una colonia de pingüinos, estos se acercan a ella: las miran, las tocan, se introducen en ellas. Los monos actores de 2001: Odisea del espacio descubriendo con asombro el monolito. Los pingüinos de Persistencia interactuando con la instalación artística: fundiendo la naturaleza y el arte. Los pingüinos investigan esas presencias igual que los científicos, trabajando con un simbólico mechero Bunsen, investigan la floración de microorganismos. Mieles nos enseña el lenguaje de la edición.
            La perseverancia del viento que nos llega implacable, el eco de los pasos del artista que resuenan sobre la nieve, el contraplano del laboratorio: todo constituye una realidad que existe para nosotros por la mirada del cineasta. Persistencia, de Fernando Mieles, amalgama la naturaleza, el arte y la ciencia en un documental que nos ofrece una maravillosa experiencia visual y sonora.



 Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 29.06.18