José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, junio 04, 2017

El plagio de "Redacción Expreso"


          La pereza mental y la ausencia de ética en lo que atañe al respeto frente a la autoría de un texto, parecería una práctica común de cierto periodismo cultural que no tiene ningún escrúpulo a la hora de “cortar y pegar” para hacer sus “notas culturales” de ocasión. En la edición dominical online de Expreso, del 4 de junio de 2017, aparece la nota “Juan Rulfo, piedra, hilos y páramo”, firmada por “Redacción Expreso”.
            La nota es un plagio del artículo del académico manabita Humberto Robles: “Juan Rulfo cumple cien años: piedra, hilos y páramo”. El artículo de Robles ya había aparecido en el portal web de la Revista Literaria Metaforología, el 16 de mayo; en la página web institucional de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, el 17 de mayo; y en la edición online de CartoNPiedra, el 22 de mayo.
            Humberto Robles, Professor Emeritus de Northwestern University, escribe en su artículo: “La capacidad sugestiva de esas obras las ha transformado a lo largo del tiempo en patrimonio de las letras no solo mexicanas. El público las lee, las conversa y las comenta sin tregua. En ese sentido, mérito aparte, Pedro Páramo, diría Borges, es ya un clásico de la literatura iberoamericana.”
El plagiador de Redacción Expreso transcribe: “La capacidad sugestiva de esas obras las ha transformado a lo largo del tiempo en patrimonio y no solo de las letras mexicanas. El público las lee, las conversa y las comenta sin tregua. En ese sentido, mérito aparte, ‘Pedro Páramo’, diría Borges, es ya un clásico de la literatura iberoamericana.” El trabajo del plagiador ha sido añadir un “y” innecesaria.
Pero luego, al plagiador de Redacción Expreso le dio pereza de añadir, quitar o cambiar alguna palabra del texto, así que los dos siguientes párrafos son una transcripción del artículo de Robles. El primer párrafo comienza así: “Recorremos ese texto y sentimos que allí nos descubrimos, que allí rozamos fundamentos del lenguaje y del ethos que nos constituyen.” El otro comienza de esta manera: “Pedro Páramo capta esos umbrales en que colindan la tradición y el cambio, el ser y el estar, propone un mundo que se desmorona y otro que apenas, si algo, se vislumbra.”
Humberto Robles reflexiona y escribe en primera persona en su artículo: “La ilustración de ese precario hilo, la difícil habilidad en lograrlo, es lo que siempre me ha dejado perplejo y alelado cada vez que vuelvo a Pedro Páramo, y en ello quisiera fijarme: compartir a continuación con el lector, a manera de ilustración y homenaje, un conjunto de fragmentos que recogen el poder poético, evocador, que sugiere la prosa de Rulfo.”
El plagiador de Redacción Expreso ni siquiera se da cuenta de la primera persona y transcribe: “La ilustración de ese precario hilo, la difícil habilidad en lograrlo, es lo que siempre me ha dejado perplejo y alelado cada vez que vuelo a leer ‘Pedro Páramo’.” Y lo deja ahí, cortando la frase de Robles. El plagiador no “vuelve” a leer la novela, sino que “vuela” a “cortar y copiar” el texto de Robles.

Humberto Robles, al final de ese párrafo, dice: “Pedro Páramo es todo un oráculo, un manual de imágenes y sensaciones poéticas que nos quieren hacer llegar a ese punto en que se dan umbrales visuales, temporales, olfativos, táctiles y auditivos.” El plagiador, como ha suprimido algunas líneas del texto de Robles, se toma el trabajo de cambiar el comienzo de la oración: “La obra es todo un oráculo, un manual de imágenes y sensaciones poéticas que nos quieren hacer llegar a ese punto en que se dan umbrales visuales, temporales, olfativos, táctiles y auditivos.”
El ensayo de Robles continúa con una serie de citas de la novela y más reflexiones, que el plagiador ya no toma en cuenta. Redacción Expreso también transcribió el párrafo final que comienza: “En la aclamada novela del autor mexicano, el contraste surge de la yuxtaposición de la perspectiva de Juan Preciado con la de los recuerdos teñidos de ensueño de su madre, Dolores.”
¡Ni un solo párrafo entrecomillado! ¡Ni una sola mención a Humberto Robles! ¿Era muy difícil pedir permiso al profesor Robles y publicar el artículo completo con la firma de su autor? El plagiador Redacción Expreso copió los párrafos que quiso, mutiló los que ya no le interesaron, y, sin ningún empacho, firmó la nota de ocasión como si fuera propia.
Esa falta de respeto por el trabajo intelectual es típica de una práctica mediática que entiende la cultura únicamente como espectáculo. De ahí que cuando ese tipo de periodismo requiere profundizar un tema, el único recurso que tiene a mano es “cortar y copiar”.

Artículo de Redacción Expreso 

Adenda:



Después de que subí esta entrada, me llegó una foto de la edición impresa de Expreso.
En ella, el artículo de Humberto Robles sí consta con su nombre como autor. No obstante, el artículo de Robles apareció mutilado, sin que el autor hubiese conocido de su publicación y menos autorizado los cambios que son altamente significativos pues, al mutilar el ensayo de la forma que el editor lo hizo, le quita toda la argumentación con ejemplos de la novela. Esto también es una práctica vergonzosa: mutilar groseramente un artículo académico sin pedir permiso a su autor.
Debo aclarar, además, que fue Humberto Robles quien, a primera hora de la mañana, me escribió indignado —sin saber de la publicación mutilada de su ensayo en la edición impresa—, toda vez que en la edición online, el nombre del autor del artículo es “Redacción Expreso”. Y ha sido el mismo Robles quien, al final del día, me escribió diciendo que él jamás fue consultado para la publicación mutilada de su artículo, y menos que la haya autorizado.
De todas maneras la calavera es ñata: la versión online de Expreso, según lo que escribí, cometió lo que en el mundo académico se conoce como plagio al publicar el artículo y poner como autor del mismo a “Redacción Expreso” y no a Humberto Robles. Y la edición impresa del mismo diario mutiló groseramente el artículo sin autorización alguna de su autor. Dos prácticas aberrantes de ese periodismo que carece de respeto para con el pensamiento académico.

Colofón:

 








Mariella Toranzos, responsable de la página dominical de cultura de Expreso, escribió una entrada en Facebook y un tuit el día de ayer. Yo le respondí a través de tuit largo.
Copio las capturas de pantalla correspondientes. 


 

martes, mayo 30, 2017

Mamar gallo es un asunto personal y del poder queda muy poco. (A propósito del cincuentenario de Cien años de soledad)



Abajo a la derecha, la edición príncipe de Cien años de soledad. Exposición en el Parlamento Andino.
     En el poema “Primer viaje a Macondo”, de Mística del tabernario, reviví  el recuerdo de cómo fue mi primera lectura, “clandestina, pantagruélica, extraviada”, de Cien años de soledad. En ese tiempo no solo leía sino que devoraba libros porque desde entonces he considerado que la literatura tiene una palabra portentosa para enseñarnos a conocer al ser humano y, por ende, a nosotros mismos. A mi tía Maruja le regalaron la novela para la Navidad de 1974 y, después de leer algunos capítulos, la tiró a la basura por “obscena”. Yo, que entonces era un lector quinceañero, la rescaté del tacho y al finalizar la novela, “en los carnavales del 75, luego de las fiebres, / me convertí en ciudadano de Macondo y renació / mi segunda oportunidad de ser sobre esta tierra”.

José Luis Díaz-Granados y Gustavo Tatis.
Hace poco más de un mes, releí por enésima vez la novela, a propósito de una mesa redonda, en Bogotá, sobre los “50 años de Cien años de soledad”, el 28 de abril, a la que fui invitado por el Parlamento Andino. En ella participé junto a los poetas colombianos José Luis Díaz-Granados y Gustavo Tatis Guerra. Fue una mezcla de ese indescriptible placer que proporciona la relectura de un clásico y la ansiedad de preparar una conferencia sobre un texto del que casi no puede decirse algo nuevo. En esta ocasión, sentí la novela como si transitara en medio de la algarabía de una parranda de vallenatos y, al día siguiente, me levantara, hediendo a anís, con el guayabo del aguardientico.
       Es conocida la relación que García Márquez tenía con gente que ejerce o ha ejercido el poder político: basta señalar que era amigo de Fidel, Torrijos, Clinton y Belisario Betancur. O intuir que si coronel Aureliano Buendía hubiese ganado las guerras que perdió, habría sido muy parecido al dictador de El otoño del patriarca. Tal vez por piedad hacia su personaje, el coronel, que “promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos”, termina convertido en un artesano que hace pescaditos de oro y que al morir “metió la cabeza entre los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco del castaño.” (p. 305)
       Pero, el desasosiego mayor que provoca toda lucha por el poder es que se encuentra atravesada por la incapacidad para amar, por esa aridez que hace de la razón de Estado un dogma de fe: “«Cuídate el corazón, Aureliano», le decía entonces el coronel Gerineldo Márquez. «Te estás pudriendo vivo».” (193) Esa sublimación de la superioridad de la idea de la revolución es lo que lleva al coronel Aureliano Buendía a ordenar el fusilamiento de su compadre, el general José Raquel Moncada y pretender que ese acto político y definitivo en contra de un ser humano sea endosado a una entelequia y no a quien lo ejecuta: “—Recuerda, compadre —le dijo—, que no te fusilo yo. Te fusila la revolución.” Hasta aquí una versión literaria de la razón de Estado, pero, en este punto, lo que vuelve subversivo, y tan lleno de resonancias éticas, al texto literario es la respuesta lacónica que da Moncada al coronel: “—Vete a la mierda, compadre —replicó.” (186)
Al final, los excesos de la lucha y los del ejercicio de la autoridad hacen del líder una deidad a la que nadie puede acercársele pues está protegido por un círculo de tres metros de diámetro y rodeado de áulicos dispuestos a todo por complacerlo: “Sus órdenes se cumplían antes de ser impartidas, aun antes de que él las concibiera, y siempre llegaban mucho más lejos de donde él se hubiera atrevido a hacerlas llegar.” (195) Pasa en todos los procesos por puros que estos se autoproclamen; fatalmente, para desilusión de los optimistas de la política, pasa siempre.
Lo peor de todo es que, en el laberinto del poder en el que el coronel termina atrapado, el general Moncada le hace ver, antes de ser fusilado, con aire de filosófica resignación: “«Lo que me preocupa —agregó— es que de tanto odiar a los militares, de tanto combatirlos, de tanto pensar en ellos, has terminado por ser igual a ellos. Y no hay un ideal en la vida que merezca tanta abyección».” (187)
Edición conmemorativa de Cien años de soledad, 2007.
En la primera descripción que el narrador de la novela hace del coronel está la síntesis anecdótica de lo que serán las vicisitudes del personaje pero también la síntesis conceptual del desencanto que, al final de la jornada, provoca la lucha política puesto que del poder queda muy poco: “Lo único que quedó de todo eso fue una calle con su nombre en Macondo”. (125)
Esta visión desencantada tiene su contrapunto festivo en el mamagallismo de los dos últimos capítulos cuando deja expuesto la desacralización de la literatura en función de lo lúdico. El propio García Márquez se introduce en la ficción junto a sus amigos Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor, y Germán Vargas. Los cuatro, junto con Aureliano Babilonia, serán los asiduos contertulios del sabio catalán. A Aureliano, que se tomaba muy en serio sus lecturas, “no se le había ocurrido pensar hasta entonces que la literatura fuera el mejor juguete que se había inventado para burlarse de la gente, como lo demostró Álvaro en una noche de parranda”. (440)
Esta concepción, dicharachera y mamagallista, contrasta con la mitificación que hace el sabio catalán cuando, regresando a su aldea natal, se desata en improperios contra los inspectores del ferrocarril que quisieron impedir que los tres cajones de libros que llevaba consigo lo acompañaran en el vagón de pasajeros: “«El mundo habrá acabado de joderse —dijo entonces— el día en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga».” (453) Ese sabio catalán ficcionaliza a Ramón Vinyes, el tutor literario de lo que podría llamarse “el grupo de Barranquilla”, esos cuatro amigos que se van de Macondo, siguiendo el consejo de aquel.
Pero el mamar gallo va más allá. Gabriel y Aureliano, se sintieron más cercanos, pues ambos eran nietos de dos coroneles liberales: el coronel Gerineldo Márquez y el coronel Aureliano Buendía. Esa cercanía hace que Aureliano Babilonia le encargue a Nigromanta que atienda a Gabriel, a quien “le anotaba las cuentas con rayitas verticales detrás de la puerta, en los pocos espacios disponibles que habían dejado las deudas de Aureliano.” (442) Comparten simbólicamente, un personaje de ficción y su autor, la herencia del desastre de la guerra y las formas románticas del amor mercenario.

Mercedes Barcha. La Habana, 1985. Foto de Raúl Vallejo.
En esta parte de la novela, aparece también Mercedes, “la boticaria silenciosa”, (Mercedes Barcha, esposa de García Márquez). Aureliano es quien ayuda a Gabriel a llenar los formularios para un concurso cuyo premio era un viaje a París, y, casi siempre, ambos hacían esta tarea “entre los pomos de loza y el aire de valeriana de la única botica que quedaba en Macondo, donde vivía Mercedes, la sigilosa novia de Gabriel.” (456) Asimismo, Amaranta Úrsula anhela tener “tener dos hijos indómitos que se llamaran Rodrigo y Gonzalo…” (432), que es el nombre de los hijos de García Márquez y Mercedes. Guiños, juegos para hacer de la literatura un espacio lúdico en donde se pueden entremeter los hechos de la realidad cotidiana del escritor entre las líneas ficción.

Dummy de GGM, en La Cueva, Barranquilla
Como buen mamagallista, García Márquez se describe a sí mismo, en una foto de postal de su partida hacia París, como un aventurero ligero de equipaje: “El pueblo había llegado a tales extremos de inactividad, que cuando Gabriel ganó el concurso y se fue a París con dos mudas de ropa, un par de zapatos y las obras completas de Rabelais, tuvo que hacer señas al maquinista para que el tren se detuviera a recogerlo.” (456, énfasis añadido). Años más tarde, en una entrevista, diría que nombrar a Rabelais fue una cáscara de banano que algunos críticos pisaron y que los llevó a decir que la desmesura de algunos personajes de la novela se debía a la “influencia” de Rabelais en la formación literaria del autor.
Parecería que mamar gallo es un asunto personal de la gente del Caribe colombiano, y que no hay que tomarse tan a pecho los alcances de la literatura ni a sus autores; pero también que tras ese halo de cumbiamba desaprensiva se esparcen verdades tan profundas que confirman la condición efímera de todo poder. Esta relectura reciente de Cien años de soledad me hizo sentir la tristeza y la desolación en medio de la parranda.

García Márquez, Gabriel, Cien años de soledad. Bogotá, Real Academia Española / Asociación de Academias de la Lengua Española. Edición Commemorativa, 2007. 614 pp.