José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

sábado, marzo 12, 2016

La ludopolítica cortazariana


          

En enero de 1975, se reunió en Bruselas el Tribunal Russell II del que Julio Cortázar fue uno de sus miembros y García Márquez uno de sus vicepresidentes. El objetivo del Tribunal fue investigar las violaciones a los derechos humanos individuales y colectivos en América Latina cometidos por las diferentes dictaduras que entonces asolaban al continente. A propósito de las deliberaciones del Tribunal, Cortázar utiliza al personaje de Fantomas, la amenaza elegante, para escribir un texto lúdico en el que los niveles de ficción y realidad, como en toda su obra, se trasladan de un campo a otro movidos por la reflexión política. 
La revista de Fantomas escogida para este juego literario transgenérico es La inteligencia en llamas[1], que había circulado un mes después de la reunión del Tribunal. En esta aventura, Fantomas se enfrenta a una secta que ha decido quemar los libros y las bibliotecas del mundo por considerar que no hay libros buenos y que son una invención del diablo. En su investigación para dar con los fanáticos, Fantomas habla con algunos escritores: Susan Sontag, que ha sufrido un atentado por condenar esa “ola de terror cultural”; Alberto Moravia, amenazado de muerte; Octavio Paz, a cuya casa han intentado incendiar; y llama también a Julio Cortázar, a quien la secta le ha dicho que si escribe una novela más, lo degüellan. 
El relato de Cortázar se titula Fantomas contra los vampiros multinacionales y la portada nos muestra a Fantomas en acción, saltando sobre una hoguera de libros; tiene un llamado, como si fuera la portada del comic, que dice: “Una utopía realizable narrada por Julio Cortázar”. El relato comienza con el regreso del narrador de Bruselas a Paris, luego de una semana de trabajo en las escuchas de testigos y deliberaciones del Tribunal Russell II; en el puesto de revistas de la estación del tren, el narrador compra la revista de Fantomas y comienza a leerla durante el viaje. Desde el comienzo, la narración nunca mantiene un humorístico tono que desacraliza a cada instante la posible solemnidad del discurso político, dado el tema que atraviesa el relato:


…parecía casi idiota abrir una revistita llena de colorinches en cuya tapa un gentleman de capa violeta y máscara blanca se lanzaba de cabeza hacia el lector como para reprocharle tan insensata compra, sin hablar de que en el ángulo inferior derecho había un avisito de la Pepsi-Cola. […] Pero las revisas de tiras cómicas tienen eso, uno las desprecia y demás pero al mismo tiempo empieza a mirarlas y en una de esas, fotonovela o Charlie Brown o Mafalda, se te van ganando y entonces FANTOMAS, La amenaza elegante, presenta,

LA INTELIGENCIA EN LLAMAS
           
—Boletos —dijo el guardia.

Un episodio excepcional… arde la cultura del mundo… ¡Vea a
FANTOMAS en apuros, entrevistándose con los más grandes escritores contemporáneos!
           
“¿Quiénes serán?”, pensó el narrador, ya captado como sardina en la red de nailon pero decidido a aceptar la ley del juego y leer figurita por figurita sin apurarse como manda la experiencia del placer que todo zorro viejo conoce y acata, un poco a la fuerza es cosa de decirlo.[2]

Cortázar es la voz narrativa en primera persona del texto. Mientras lee la revista de Fantomas, descubre que él es uno de los “grandes escritores contemporáneos”, a los que se refiere el editor del texto que introduce las notas al pie de página frente a los parlamentos de Fantomas. Cortázar, mediante la descripción y reproducción de algunas páginas del comic, va leyendo la revista junto al lector de su texto y, al mismo tiempo, comparte con este sus reflexiones sobre el trabajo realizado en el Tribunal. Haciendo de la hibridez una forma de narrar, Cortázar —asumido plenamente como el narrador de la historia— cuenta lo que sucede en el vagón con los otros pasajeros, los hechos del comic que está leyendo y cómo él mismo ve el efecto práctico del trabajo del Tribunal, cuestión que, con el pesimismo crítico que caracteriza a Cortázar, le provoca cierta desazón:

…qué difícil escapar al calambre de la culpabilidad, de no hacer lo suficiente, ocho días de trabajo para qué, para una condena sobre el papel que ninguna fuerza inmediata pondría en ejecución; el Tribunal Russell no tenía un brazo secular, ni siquiera un puñado de Cascos Azules para interponerse entre el balde de mierda y la cabeza del prisionero, entre Víctor Jara y sus verdugos.[3]

            Entonces viene la sorprendente fusión de los niveles de realidad, en una típica vuelta de tuerca cortazariana. El narrador, ya en su departamento de París, recibe una llamada de Susan Sontag, llamada que fusiona los planos de los diferentes niveles de la realidad literaria: Sontag, personaje de la ficción de Fantomas, se encarna como persona de otra ficción: la que está escribiendo Cortázar y, entonces, ocurre la mezcla de lo fantástico y lo real, aunque ambos discursos pertenezcan al campo de la literatura, es decir, al de la ficción. No obstante, la narración de Cortázar está anclada a un hecho real: las sesiones del Tribunal Russell y sus deliberaciones que, en forma de apéndice, forman parte del texto de Cortázar que estamos leyendo:

—Estás enterado, claro —dijo Susan.
—¿De qué? ¿De dónde me hablas? ¿Por qué tengo la impresión de que te pasa algo malo y eso que no soy telépata ni vidente?
—Lo mío no interesa —dijo Susan—, pero después que me rompieron las piernas tuve tiempo para pensar que…
¿Las piernas?
—Ah, entonces no estás enterado. ¿Pero cómo puedes no estar enterado si Fantomas te llamó por teléfono antes que a mí?[4]

            Cortázar continúa con la lectura del comic que dejó inconclusa durante el viaje. Lectura del comic y realidad de la ficción que está escribiendo son todo y uno al momento de la lectura que estamos haciendo. A partir de este momento, los niveles de la realidad se mezclarán completamente. Cuando Cortázar termina de leer la revista, aparece Fantomas como personaje de la historia de la que el mismo Cortázar es narrador y, entonces, la aventura contra la secta que quemaba libros se convierte en la aventura contra “los vampiros multinacionales", que sostienen a las dictaduras latinoamericanas.
            Así, junto a Cortázar y Fantomas,—debido a un recorte que Osvaldo Soriano ha enviado a Fantomas dese Buenos Aires— nos enteramos de la existencia de una empresa privada que, en Estados Unidos, vende equipos para asesinar y que se los ofreció a un agente del Departamento de Justicia; también asistimos al develamiento del mapa de golpes de Estado organizados por la CIA en todo el mundo y del apoyo de las multinacionales, particularmente, al golpe en Chile que derrocó al presidente Salvador Allende. De la ITT aparece el facsímil de una carta, personal y confidencial, fechada el 17 de septiembre de 1970, que al hablar de Chile dice: “Por ejemplo, una solución constitucional podría nacer de desórdenes internos masivos, huelgas, y guerrilla urbana y rural. Esto justificaría moralmente una intervención de las fuerzas armadas por un período indefinido”[5]. El narrador le completa el panorama a Fantomas y le muestra una carta de la Química Hoechst, filial de Chile, que escribe a su central en Alemania, el 2 de octubre de 1973: “…una acción preparada hasta el último detalle y realizada brillantemente… El gobierno de Allende ha encontrado el final que merecía… Chile será en el futuro un mercado cada vez más interesante para los productos Hoechst”[6]. Información que hace que Fantomas, que ya había hinchado el pecho hasta casi reventar la camiseta cuando leyó el oficio de la ITT, interviniera así: “—Que las aspirinas se les queden atravesadas en el culo —dijo amablemente Fantomas”[7]. La amenaza elegante, entonces, decide emprender su acción de héroe solitario contra las multinacionales que, como es de esperarse, está llena de pequeños éxitos individuales y un gran fracaso en términos colectivos. Al final de la aventura, Fantomas vuelve a reunirse con Cortázar, a quien le admite: “—Me pregunto si no tenían razón, intelectuales de mierda, —dijo Fantomas—, días y días de acción internacional y no parece que las cosas cambien demasiado”[8].
Fantomas contra los vampiros multinacionales —cuyas regalías fueron donadas por el autor al Tribunal Russell II—, es un texto transgenérico, un espacio lúdico en el que los lectores asisten a un juego literario donde los niveles de ficción y realidad están amalgamados con la política. Este texto es un singular ejemplo del compromiso político de Cortázar y, al mismo tiempo, de su búsqueda estética en los productos de la cultura popular y la permanencia de esa perspectiva desacralizadora que caracteriza a su obra literaria.


Un cronopio solidario y pequeño burgués

           
Ernesto Cardenal, Eduardo Galeano y Julio Cortázar; Managua, 1984
            En enero de 1984, Julio Cortázar estuvo en Nicaragua. En esa oportunidad, el poeta y ministro de Cultura, Ernesto Cardenal, su amigo con quien había ingresado clandestinamente a Solentiname, en 1976, le impuso la Orden de Independencia Cultural “Rubén Darío”. El año anterior, Cortázar había publicado Nicaragua, tan violentamente dulce, un libro políticamente solidario con el proceso revolucionario sandinista[9]. En este libro, Cortázar recoge una serie de textos que poetizan, narran, reflexionan, analizan, dialogan sobre la situación política en la Nicaragua sandinista amenazada por la administración Reagan y la CIA que apoyaba a la “contra”. La actitud que animó a Cortázar para escribir este libro puede ser resumida en una carta a su madre, del 17 de enero de 1982, en donde le cuenta su activismo político a favor de la revolución sandinista y reitera su dilema ético entre el tiempo dedicado a la literatura y el tiempo entregado a la acción política:

…dedico muchos esfuerzos a Nicaragua, que tan admirablemente lucha por mantener su soberanía frente a los Estados Unidos que quisieran aplastarla. Supongo que los diarios que leés te dan una idea completamente opuesta a lo que te digo, pero aquí sabemos que luchar por Nicaragua y sobre todo por El Salvador es en estos momentos luchar por el destino de la humanidad entera. Como te imaginás, esto supone continuas ocupaciones, desplazamientos, reuniones… No me queda mucho tiempo para escribir, pero siento que a veces llega el momento en que alguien como yo tiene que escribir con actos más que con palabras.[10]

            Al recibir el premio Rubén Darío, y con todo el testimonio ético de su práctica política solidaria, Cortázar insiste en la libertad del arte y del artista. En “Apuntes al margen de una relectura de 1984”, uno de los textos del libro sobre Nicaragua, Cortázar vuelve a ser crítico del “caso Padilla”, al tiempo que enmarca sus posiciones en la ratificación de su compromiso por el socialismo. Cortázar siempre bregó por la libertad de creación artística, al mismo tiempo que expresó su militancia política sin peros de ninguna especie. En el discurso de recepción del premio, un mes antes de morir de leucemia, Cortázar expone una bella metáfora sobre aquel asunto, largamente tratado en su obra:

La cultura revolucionaria se me aparece como una bandada de pájaros volando a cielo abierto; la bandada es siempre la misma, pero a cada instante su dibujo, el orden de sus componentes, el ritmo del vuelo van cambiando, la bandada asciende y desciende, traza sus curvas en el espacio, inventa de continuo un maravilloso dibujo, lo borra y empieza otro nuevo, y es siempre la misma bandada y en esa bandada están los mismos pájaros, y eso a su manera es la cultura de los pájaros, su júbilo de libertad en la creación, su fiesta continua.[11]

            Cortázar nunca dejó a un lado la función lúdica de la literatura y menos en el terreno de la política, como ya lo vimos. Por eso, el subversivo sentido del humor de sus collages está expuesto en la contratapa de Último round. En la esquina inferior derecha, un pequeño anuncio actúa con la fuerza simbólica de la ironía: el título es “Las grandes biografías de nuestro tiempo” y el texto firmado por Ramiro de Casasbellas, aparecido en Primera plana, en junio de 1969, dice: “…el escritor Julio Cortázar, un pequeño-burgués con veleidades castristas”. Una nota entre paréntesis[12] nos llevará al artículo “Acerca de la situación del intelectual latinoamericano”, ya comentado. Y, por esa recurrencia de lo cíclico que utiliza Cortázar en su obra, regreso a la entrevista para LIFE en la que en su párrafo final —develando, con el sentido de anticipación que encontramos en su obra y en su vida, la perversidad militante de Plinio Apuleyo Mendoza—, reafirma Julio Cortázar su visión política de la literatura: “El verbo sólo será realmente nuestro el día en que también lo sean nuestras tierras y nuestros pueblos”[13].

PD: Esta es la última de las cuatro entregas en las que dividí el artículo "Cortázar: revolu-cronopio-nario", Casa de las América (La Habana) # 278 (enero - marzo 2015): 10-26. 


[1] Fantomas, la amenaza elegante, La inteligencia en llamas, argumento de Gonzalo Martré y dibujos de Víctor Cruz, (México, editorial Novaro) No. 201 (18 de febrero de 1975).
[2] Julio Cortázar, Fantomas contra los vampiros multinacionales, México DF, Excélsior, 1975, pp. 13 y 14.
[3] Ibídem, p. 21.
[4] Ibídem, p. 25.
[5] Ibídem, p. 49.
[6] Ibídem, p. 50.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem, p. 64 y 65.
[9] En 1984, aparece una nueva edición que incluye, entre otros textos, el discurso de recepción de la condecoración que el dio el gobierno sandinista.
[10] Aurora Bernárdez y Carles Álvarez, editores, Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico, Bogotá, Alfaguara, 2014, p. 193.
[11] Julio Cortázar, “Discurso de recepción de la orden Rubén Darío”, en Nicaragua, tan violentamente dulce, Buenos Aires, Muchnik Editores, 1984, p. 51.
[12] (Para más detalles, véase p. 265 ss., tomo 2)
[13] “Un escritor y su soledad”, p. 55.

sábado, marzo 05, 2016

Aquello que horroriza a los ebúrneos



 
Ilustración de Enrique Breccia para la edición de Reunión (Buenos Aires, Libros del Zorro Rojo, 2007)
            Una primera noticia del cuento “Reunión”, que forma parte del libro Todos los fuegos, el fuego (1966), la encontramos en una carta de Cortázar a Roberto Fernández Retamar, fechada en París, el 24 de diciembre de 1965: “Me emocionó todo lo que me dices del Che, porque lo comparto plenamente. En marzo saldrá en Buenos Aires un nuevo tomo de cuentos míos, donde irá naturalmente el que escribí después de leer las páginas del Che sobre el desembarco con Fidel”. Y continúa con su tono burlón, consciente de cuánto molestará el cuento a los ebúrneos: “No sabes lo que me alegra que ese cuento se edite en la Argentina, donde le arañará los ojos a tanta gente que sigue lamentando lo que llaman mi ‘entrega’. En cuanto al Che, comprendo de sobra que su destino se sigue cumpliendo como debe ser, como él quiere que sea”[1].  En la ya citada entrevista para LIFE, Cortázar habla de ciertas reacciones de gente que lo felicitaba por el libro pero que lamentaban la aparición del cuento “Reunión”, “cuyos personajes eran transparentemente el Che y Fidel”[2]. Su concepción sobre la función política de la literatura es mucho más amplia que la defensa coyuntural de su propio cuento:

Los ebúrneos, en cambio, se dicen que los temas de la historia contemporánea suelen desgastarse o descalificarse rápidamente y, por ejemplo, nunca dejan de mencionar en este contexto ciertos poemas del Canto general, de Neruda; no parecen darse cuenta de que aún equivocándose históricamente, Neruda era el poeta de siempre, y que la imposibilidad de aceptar hoy en día sus elogios de Stalin no altera para nada el hecho de que haya sido sincero al escribirlos. […] Para lo ebúrneos, en efecto, esos no son temas literarios.[3]

La anécdota de “Reunión” recrea el desembarco de los del Gramma en Cuba para iniciar la guerra de guerrillas contra la dictadura de Batista, aunque sin nombrar ningún lugar o personaje de la realidad histórica. Su intriga está dada por la imperiosa necesidad que dos grupos de insurgentes, perdidos el uno del otro por unos días, tienen de encontrarse y de saber que el líder de uno de los grupos, Luis, “(que no se llamaba Luis, pero habíamos jurado no acordarnos de nuestros nombres hasta que llegara el día)”[4], debe vivir para que la causa política triunfe. La tensión está dada por las dificultades que se generan para este encuentro, pues la voz narrativa, primera persona protagonista, pertenece a uno de los miembros del grupo que no sabe por dónde anda Luis.
El cuento se abre con un exergo del Che, quien, en el momento más duro del desembarco, recuerda “un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista apoyado en un troco de árbol, se dispone a acabar con dignidad su vida”[5]. Por su parte, el narrador protagonista del cuento, que puede ser asumido sin dificultades como el propio Che, recuerda un tema de Mozart, que es el movimiento inicial del cuarteto para cuerdas No. 17, K 458, La caza. A partir de este paralelismo con el texto del Che, Cortázar construye, desde la música de Mozart, el símbolo de la lucha en la que se encuentra los protagonistas de “Reunión”, que son, a su vez y al momento de la publicación del libro, los protagonistas de la revolución cubana. Este, es tal vez, el más claro homenaje que un escritor e intelectual puede hacer a dos guerreros y estadistas y, al mismo tiempo, es la declaración más sentida de un compromiso político con un proceso revolucionario en marcha:

Y todo eso es también nuestra rebelión, es lo que estamos haciendo aunque Mozart y el árbol no puedan saberlo, también nosotros a nuestra manera hemos querido trasponer una torpe guerra a un orden que le dé sentido, la justifique y en último término la lleve a una victoria que sea como al restitución de una melodía después de tantos años de roncos cuernos de caza, que sea ese allego final que sucede al adagio como un encuentro de luz. Lo que se divertiría Luis si supiera que en ese momento lo estoy comparando con Mozart, viéndolo ordenar poco a poco esta insensatez, alzarla hasta su razón primordial que aniquila con su evidencia y su desmesura todas las prudentes razones temporales. Pero qué amarga, qué desesperada tarea la de ser un músico de hombres, por encima del barro y la metralla y el desaliento urdir ese canto que creíamos imposible, el canto que trabará amistad con la copa de los árboles, con la tierra de vuelta a sus hijos.[6]

Tres años después, en 1969, el texto que abre Último round es “Sílaba viva”, un lúdico homenaje al Che, que arranca con una expresión que dialoga con el título del tango “Qué vachaché”, de Santos Discépolo. Si la letra del tango, como tantas de Discepolín, es una descarnada visión del culto al dinero que acosa al siglo, el poema de Cortázar es una experiencia lúdica del lenguaje que, sobreponiéndose a la muerte del Che, rezuma esperanza en la permanencia simbólica del guerrillero. El texto, como se verá, es una muestra de cómo Cortázar se resiste a la obviedad del “mensaje” pero, al mismo tiempo, de cómo Cortázar quiere expresar, desde la experiencia literaria, una posición política contestaría y claramente comprometida, luego de la muerte de la Che.

Qué vachaché, está aunque no lo quieran,
está en la noche, está en la leche,
en cada coche y cada bache y cada boche
está, le largarán los perros y lo mismo estará
aunque lo acechen, lo buscarán a troche y moche
y él estará en el que luche y el que espiche
y en todo el que se agrande y se repeche
él estará, me cachendió.[7]
  
Cortázar en Solentiname, Nicaragua, invitado por Ernesto Cardenal, en 1976
La cuestión política también fue abordada de manera explícita por Cortázar en otros textos literarios. En “Apocalipsis de Solentiname”, Cortázar logra una mixtura de elementos realistas y fantásticos con la que consigue, tras el sorprendente desenlace del cuento, una dimensión política que rebasa las expectativas del lector. Cortázar narra su ingreso clandestino a Nicaragua, en marzo de 1976, en compañía de Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez y Óscar Castillo desde Costa Rica, en una avioneta Piper Aztec; y, luego, en el jeep del poeta José Coronel Urtecho hasta la hacienda “Las brisas” y, de ahí en lancha, hasta llegar a la isla Macarrón, del archipiélago de Solentiname, donde queda la comunidad fundada por Cardenal. Una de las visiones que tiene el personaje, ya en su casa en Paris, proyectando las diapositivas de las fotos que había tomado en Solentiname, es la de la ejecución de Roque Dalton en medio de otras fotos de la represión de las dictaduras latinoamericanas que irrumpen sin explicación lógica en la proyección que el narrador, Cortázar, está revisando en la soledad de su estudio. Lo interesante es que la muerte de Dalton no fue a manos de la dictadura salvadoreña sino por causa del sectarismo de sus propios compañeros de guerrilla. Así, Cortázar reafirma la actitud política crítica que lo acompañó toda la vida:

Nunca supe si seguía apretando o no el botón, vi un claro de selva, una cabaña con techo de paja y árboles en primer plano, contra el trono del más próximo un muchacho flaco mirando hacia la izquierda donde un grupo confuso, cinco o seis muy juntos le apuntaban con fusiles y pistolas; el muchacho de cara larga y un mechón cayéndole en la frente morena los miraba, una mano alzada a medias, la otra a lo mejor en el bolsillo del pantalón, era como si les estuviera diciendo algo sin apuro, casi displicentemente, y aunque la foto era borrosa yo sentí y supe y vi que el muchacho era Roque Dalton, y entonces sí apreté el botón como si con eso pudiera salvarlo de la infamia de esa muerte…[8]

Los registros que utiliza Cortázar para introducir la política en su literatura son variados. El cuento “Graffiti”, al contrario de “Apocalipsis de Solentiname”, desarrolla su intriga desde lo no dicho, desde la insinuación como estrategia narrativa, y, en el marco de espacio y tiempo realistas, logra su desenlace a partir de un elemento simbólico que determina el carácter monstruoso de la represión dictatorial en el cono sur. Lo que comienza como una comunicación amorosa entre dos enamorados clandestinos termina siendo considerado un acto subversivo por la dictadura: Cortázar consigue crear la atmósfera de terror estatal en una ciudad sitiada por la dictadura, y en medio de aquella represión, el amor se impone como un acto subversivo por sí mismo. Durante el desarrollo del cuento, la policía arresta a ella y él sabe, como todos en la ciudad, lo que ocurre con los detenidos. Después de buscarla durante un tiempo, él ve, junto a su dibujo, el dibujo de ella que, con pocos trazos, refleja el inmenso horror de la tortura. Al final del relato, en un giro cortazariano, descubierto por el lector que ella es quien narra el relato, leemos conmocionados:

Te acercaste con algo que era sed y horror al mismo tiempo, viste el óvalo naranja y las manchas violeta de donde parecía saltar una cara tumefacta, un ojo colgando, una boca aplastada a puñetazos. Ya sé, ya sé, ¿pero qué otra cosa hubiera podido dibujarte? ¿Qué mensaje hubiera tenido sentido ahora? De alguna manera tenía que decirte adiós y a la vez pedirte que siguieras.[9]

Entre los textos literarios políticamente explícitos está la novela El libro de Manuel (1973) que, aquellos críticos que quieren olvidar esta parte de la producción literaria de Cortázar, pasan rápidamente como “una obra menor”, muy a pesar de que la novela ganara, en 1974, el prestigioso Premio Médicis étranger. Se trata de una novela política de corte experimental, construida como un gran collage que utiliza recortes de periódicos, transcripción de entrevistas, télex, cuadros estadísticos, y poemas; una novela con múltiples voces narrativas que, con humor y chanza, construyen el discurso político de unos revolucionarios anarquistas, empeñados en atentar contra la estabilidad burguesa y los símbolos del capitalismo.
La novela está armada como el libro que el grupo revolucionario elabora para Manuel, el hijo de Susana y Patricio, una pareja del grupo en cuya casa se reúnen para discutir sobre la política mundial y planificar sus acciones subversivas, destinadas a alterar la paz burguesa de la sociedad de consumo, como actos simbólicos en contra del capitalismo. Así:

…Susana va consiguiendo recortes que pega pedagógicamente, es decir, alternando lo útil y lo agradable, de manera que cuando llegue el día Manuel lea el álbum con el mismo interés con que Patricio y ella leían en su tiempo El tesoro de la juventud o el Billiken, […] y qué carajo, dice Patricio, hacés bien, vieja, vos pegoteale nuestro propio presente y también otras cosas, así tendrá para elegir, sabrá lo que fueron nuestras catacumbas y a lo mejor el pibe alcanza a comerse estas uvas tan verdes que miramos desde tan abajo.[10]

No es una novela condescendiente con la izquierda latinoamericana pues en el texto quedan al descubierto todas las contradicciones de quienes quieren transformar la realidad social pero viven sumidos en las prácticas ideológicas de las relaciones de poder patriarcales. El sentido político que se desprende de la novela, es que se trata de llegar a una revolución que abarque la totalidad de lo humano, empezando por lo sexual y las relaciones de poder en la pareja, y no solo lo político o lo social. Al mismo  tiempo, el sentido del humor y el tono de chanza logran desacralizar las discusiones ideológicas y políticas, de tal forma que los diálogos quedan alivianados y exentos de cualquier tono discursivamente panfletario: “Qué querés, a mí lo que siempre me gustó en el rusito es que realmente vino a meter espada, agarró a Galilea y la dio vuelta como un panqueque, no fue culpa de él si después le fabricaron una iglesia, como tampoco a Lenin le vas a reprochar la Unión de escritores soviéticos, no te parece”[11].
El libro de Manuel —cuyas regalías fueron donadas por su autor para la atención de los presos políticos en Argentina—, generó más de un escozor en los lectores de Cortázar que estaban acostumbrados a su literatura fantástica o al genio existencial de Rayuela. En esta novela la distancia entre realidad y ficción es transgredida a medida que la escritura va dando cuerpo al propio texto: los sucesos de la novela van coincidiendo con los hechos de la realidad, que en forma de texto, están organizados para el lector que, al final, resulta el Manuel para quien va dirigido un libro que, muy a pesar de estar pensado para el futuro, se realiza en el presente de la lectura: “Manuel comprenderá —le dije—, Manuel comprenderá algún día”[12]. Los únicos que todavía no comprenden la función política de la literatura son los ebúrneos de siempre.

PD: Esta es la tercera de las cuatro entregas en las que he dividido el artículo "Cortázar: revolu-cronopio-nario", Casa de las América (La Habana) # 278 (enero - marzo 2015): 10-26. 


[1] Julio Cortázar, “Carta a Roberto Fernández Retamar, 24 de diciembre de 1965”, en Casa de las Américas (La Habana) No. 145 – 146 (Julio – Octubre 1984), p. 25 - 26.
[2] “Julio Cortázar. Un gran escritor y su soledad”, p. 52.
[3] Ibídem.
[4] Julio Cortázar, “Reunión”, en Cuentos completos / 1, Bogotá, Alfaguara, 2004, p. 537. El cuento está en Todos los fuego el fuego (1966).
[5] Ibídem.
[6] Ibídem, p. 541.
[7] Julio Cortázar, “Sílaba viva”, en Último round, t. I, [1969], México, Siglo XXI Editores, 1986, p. 8.
[8] Julio Cortázar, “Apocalipsis de Solentiname”, en Cuentos completos / 2, Bogotá, Alfaguara, 2004, p. 159. El cuento está en Alguien que anda por ahí (1977).
[9] Julio Cortázar, “Graffiti”, en Cuentos completos / 2, Bogotá, Alfaguara, 2004, p. 400. El cuento está en Queremos tanto a Glenda (1980).
[10] Julio Cortázar, El libro de Manuel [1973], Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1975, p. 264.
[11] Ibídem, p. 206.
[12] Ibídem, p. 385.