José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

jueves, septiembre 17, 2015

Primera carta a la Comunidad de la UASB




Me acuerdo cuando la universidad todavía era la ilusión de algunos soñadores empecinados en hacer de la educación pública un espacio académico de calidad. En aquel entonces, estábamos en un piso del edificio Abya-Yala, en la avenida 12 de Octubre y las clases se impartían en las aulas del Seminario de los salesianos, que quedaba contiguo a dicho edificio. Recuerdo con cuánto orgullo yo enseñaba mi tarjeta de presentación en los diferentes ambientes universitarios y culturales a los que asistía y con cuánta discreta sospecha era observado por mi interlocutor al momento que este leía la tarjeta. ¿Una universidad que funciona en el tercer piso de un edificio? Así de modestos fueron los inicios de una idea que hoy es la matriz que alberga las muchas ideas que siempre habrán de circular en el ambiente universitario que, a su vez, las genera como esa cascada inagotable que es el conocimiento.
            Quienes asisten hoy día a la UASB, sede Ecuador, podrían creer que esta universidad, tal como la conocen, ha sido siempre lo que ahora es; pero la institucionalidad que hoy tenemos, con sus virtudes y defectos, es la obra de muchas personas que la hemos construido bajo la dirección de un educador e infatigable realizador de sueños como Enrique Ayala Mora. Muchos conocemos de cerca los trabajos y los días que él ha dedicado a la constitución institucional, programática y a la superación profesional del cuerpo docente que hoy tiene la universidad para servir a la región. Enrique, con perseverante empeño y vocación de servicio, ha logrado el estupendo y práctico campus que hoy tenemos. Pero no se trata únicamente del hormigón sino del alma de la institución: he sido testigo del trabajo puntilloso de Enrique en el diseño de los programas académicos de las distintas áreas en trabajo conjunto con los equipos de cada una de ellas, en la preocupación constante para la difusión del pensamiento y la investigación en las diferentes revistas —una de las cuales, Kipus. Revista Andina de Letras, dirijo—; en la búsqueda del estudio permanente en la planta docente y en la profesionalización del personal administrativo.
            Hoy, la UASB está posicionada en el país y la región como un espacio académico de calidad. Sus fortalezas son de variada índole: una infraestructura funcional, que incluye un excelente servicio de alojamiento para el estudiantado y el cuerpo docente visitante; una biblioteca que, poco a poco, se ha ido situando como un centro de consulta con los servicios de la biblioteca contemporánea; un programa de becas que ha contribuido notablemente a la democratización de la educación superior; un sistema administrativo eficiente y, por supuesto, una planta docente de prestigiosos académicos e investigadores.
            Soy parte del equipo de fundadores de la UASB, sede Ecuador, que ha compartido con Enrique el ideal de la educación pública de calidad. Estoy convencido de la necesidad de avanzar en el fortalecimiento institucional de nuestra universidad; creo que ella puede aportar en el establecimiento de nuevas sedes, con programas diferentes, en los países andinos que aún no las tienen; y estoy consciente de la tarea de profundizar la calidad de la docencia, la pertinencia de la investigación y, en general, el servicio de la universidad a la región. Por lo dicho, he presentado mi candidatura en el marco del proceso de nombramiento de Rector de nuestra sede, llevado a cabo por el Consejo Superior de la Universidad Andina Simón Bolívar, organismo nominador de la máxima autoridad de nuestra sede.
            Como es de conocimiento público, me encuentro con licencia desde enero de 2011, toda vez que vivo en Bogotá, Colombia, sirviendo a nuestro país como Embajador. En la sociedad y en la academia es fundamental llevar adelante el ideal de Bolívar expresado en la Carta de Jamaica (1815), cuando invocaba a la unión de los pueblos: "Yo diré a V. lo que puede ponernos en aptitud de expulsar a los Españoles y de fundar un Gobierno. Es la unión, ciertamente; mas esta unión no nos vendrá por prodigios divinos, sino por efectos sensible y esfuezos bien dirigidos". En esta misión he trabajado en el proceso de recuperación de la confianza entre ambos países, en la sanación de las heridas luego de la ruptura de relaciones diplomáticas, y contribuyendo a hacer de nuestra frontera común, un territorio de paz. Debido a mi residencia en Bogotá, he escogido este medio para presentar mis ideas sobre la universidad ante la comunidad de la UASB, aquella que germinó desde el tercer piso del edificio Abya-Yala, a comienzos de los 90.

Fraternalmente,
Raúl

Enrique Ayala Mora, Consuelo Naranjo y Raúl Vallejo








La foto corresponde a la presentación de la edición española de La victoria de Junín. Canto a Bolívar, de José Joaquín Olmedo, en Madrid, el 6 de noviembre de 2012, en la Librería Científica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC, de España..  


domingo, septiembre 06, 2015

"Somos un pequeño género humano"


La Carta de Jamaica, fechada en Kingston, el 6 de septiembre de 1815, es un documento fundamental y fundacional para entender la visión de Simón Bolívar —el héroe de formación neoclásica y espíritu romántico—, sobre la inevitable como indispensable independencia de nuestra América[1]. En ella, Bolívar analiza la coyuntura política y, al mismo tiempo, recorre el pasado histórico de la patria que habrá de liberar, y proyecta lo que habrá de ser su futuro.

Bolívar llegó a Jamaica, derrotado y empobrecido, con el ánimo de conseguir la ayuda de Inglaterra para la causa de la Independencia. Estaba empeñado en convencer a los ingleses de que la dominación española atentaba contra sus propios intereses al restringir el desarrollo económico de las colonias y prohibir el comercio con aquellos: “La Europa misma, por miras de sana política, debería haber preparado y ejecutado el proyecto de la independencia americana; no solo porque el equilibrio del mundo así lo exige; sino porque este es el medio legítimo y seguro de adquirirse establecimientos ultramarinos de comercio”.[2]
A pesar de su pertenencia a la aristocracia criolla de Caracas, Bolívar desarrolló un profundo sentimiento antiespañol que se explica en la medida en que el destino del héroe era la liberación de nuestra América. En la Carta de Jamaica, Bolívar da cuenta de una situación espiritual de un sector de la intelectualidad criolla que evidencia, ya en el ámbito de lo personal, el carácter que lo empujaría hacia la gloria, que puede ser entendida como el rechazo de un sector consciente de una clase para con el dominio de su propia clase.

El suceso coronará nuestros esfuerzos porque el destino de la América se ha fijado irrevocablemente; el lazo que unía a la España está cortado; […] más grande es el odio que nos ha inspirado la Península, que el mar que nos separa de ella; menos difícil es unir los dos continentes que reconciliar los espíritus de ambos países.[3]

Estamos, como en 1805, ante un paisaje magnificente. Bolívar hizo su famoso juramento desde una de las colinas que rodean a Roma: contemplando la ciudad desde lo alto, con la mirada atenta que lo abarcaba todo, con el pensamiento crítico sobre la historia que aquella ciudad arrastra por siglos, con la idea encendida de un destino heroico que estuvo dispuesto a asumir con la fuerza de su carácter. Similar al personaje que aparece en “El caminante ante un mar de nubes”, el famoso cuadro de Caspar David Friedrich (1774 – 1840), que se extasía ante lo sublime de la naturaleza; igual que toda alma romántica, Bolívar, sobre uno de las colinas que rodean a Roma, contempla no solo la naturaleza sino también la historia.
En la Carta de Jamaica, la montaña ha cedido su lugar al mar como expresión simbólica de la lucha inmensurable que habrá de emprender, como imagen de la tarea libertaria que el héroe se ha autoimpuesto. El odio, aquí, es un sentimiento político que enmarca la situación subjetiva de la lucha independentista en el ánimo de los criollos que la han emprendido. La Naturaleza, en la imagen del mar, se muestra grandilocuente para representar el estado del espíritu de los patriotas. Bolívar remarca con el símil de un imposible natural la situación irreversible de la lucha contra España. La expresión de odio revela la imposibilidad de la reconciliación con quien se ha definido como el opresor del espíritu libre de los americanos y ya se había expresado en el Decreto de Guerra a Muerte a los españoles y canarios, firmado por Bolívar el 13 de junio de 1813, durante la Campaña Admirable.[4] Desde el monte romano al mar de Jamaica, la naturaleza se funde con el espíritu de Bolívar, tormenta y pasión,[5] el héroe que lucha por la independencia de América como la realización plena de su destino y gloria.
Bolívar expone en la Carta de Jamaica la consciencia del instante en que está viviendo reconociendo la relación conflictiva entre la tradición política heredada de Europa y lo nuevo que ya emerge de la propia realidad americana: “Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil”.[6]
¿De qué se trata ese pequeño género humano? Bolívar es consciente de su condición étnica y de clase; sabe, por lo tanto, que no representa a los indígenas y que, al mismo tiempo, ha roto todo vínculo con España. El pequeño género humano es, en cierta forma, un ser humano nuevo como producto del mestizaje del Nuevo Mundo. El voluntarismo del romántico otra vez se sobrepone, desde la escritura, a las contradicciones y percibe el nacimiento de lo original y novedoso en medio de los males ancestrales. Pero el voluntarismo de Bolívar está, de todas maneras, anclado a un análisis político de la realidad que lo lleva a definir la situación de su ser social con todos sus límites: “…no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar estos a los del país y mantenernos en él contra la invasión de los invasores”.[7]
Y, más allá de las vicisitudes que describe y vislumbra en la Carta de Jamaica, Bolívar tiene claridad acerca de su sueño político, cuya realización, sin la ayuda de los ingleses y el trabajo unitario de los patriotas, no considera posible en el momento, en que escribe aunque sabe que su coronación sería gloriosa. Esta manera de trabajar las dificultades desde la reflexión teórica, formada en la herencia racionalista, marcada por los ideales que parecen imposibles, bañada de espíritu romántico, que se van ajustando a los resultados de la acción política, convierten a Bolívar en el héroe que supera constantemente las dificultades en pos del destino que se ha marcado desde cuando realizó el Juramento de Roma.
            La Carta de Jamaica es respuesta a una misiva del 29 de agosto que no conocemos hasta hoy, remitida por un habitante jamaiquino llamado Henry Cullen quien, por las citas que hace el mismo Bolívar en la suya, le pide al Libertador que le comente acerca de la conducta de los españoles para con los pueblos indígenas y le requiere, además, que le haga una descripción de la situación política. De ahí que el nombre original del documento sea “Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla”.
La carta fue dictada por Bolívar a su secretario Pedro Briceño Méndez y en ella, el Libertador vio la oportunidad de dirigirse a un público más amplio pues, con el pretexto de responder las inquietudes de Cullen, Bolívar aprovechó para exponer ante cierto sector influyente de la isla sus ideas respecto de la independencia de los pueblos de América del Sur y, sobre todo, reclamar el apoyo de Europa a la causa. No obstante lo dicho, vale precisar que la importancia histórica de la Carta es una construcción posterior al momento de la lucha independentista: fue publicada por primera vez, en inglés, en 1818, y en español, fue parte de una recopilación de documento del Libertador, realizada en 1833.[8]
La Carta comienza señalando la crueldad de la dominación española ejercida contra los pueblos originarios y reivindicado la figura de fray Bartolomé de Las Casas, “el filantrópico obispo de Chiapas”, a quien asume como fuente confiable del testimonio de aquellos sucesos: “Barbaridades que la presente edad ha rechazado como fabulosas, porque parecen superiores a las perversidades humanas; y jamás serán creídas por los críticos modernos si constantes y repetidos documentos no testificasen estas infaustas verdades”.[9]
Más adelante, citando una parte de la carta de Cullen, Bolívar aprovecha para resaltar el trato inhumano que los conquistadores dieron a los gobernantes de los pueblos indígenas. Él hace una comparación del trato recibido por Carlos IV y Fernando VII, luego de que Bonaparte los hubo capturado: “Existe tal diferencia entre la suerte de los reyes españoles y de los reyes americanos, que no admite comparación; los primeros son tratados con dignidad, conservados, y al fin recobran su libertad y trono; mientras que los último sufren tormentos inauditos y los vilipendios más vergonzosos”.[10]
Bolívar plantea asimismo que la dominación española ha mantenido a los ciudadanos de las colonias en una especie de infancia permanente: “Los americanos, en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupar otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y cuando más, el de simples consumidores”.[11] Es decir que los americanos no habían sido educados por los españoles ni en la administración ni en el gobierno del Estado, ni en el comercio con otras naciones. En este sentido, Bolívar reclama la necesidad de la independencia para salir de esa situación y erigirse con madurez cívica en medio de las naciones del mundo.    
Justamente por esa situación de ciudadanía pueril es que Bolívar se opone a la construcción de la democracia federal para los pueblos de nuestra América y prefiere la constitución de 15 o 17 países. El Libertador conoce las limitaciones del espíritu cívico de los habitantes de nuestra América: “No convengo en el sistema federal entre los populares y representativos, por ser demasiado perfecto y exigir virtudes y talentos políticos muy superiores a los nuestros; por igual razón rehúso la monarquía mixta de aristocracia y democracia, que tanta fortuna y esplendor ha procurado a la Inglaterra”.[12]
A la Carta de Jamaica se la conoce también con el nombre de profética por cuanto en ella Bolívar vislumbra lo que habrá de ser el destino de las naciones una vez independizadas. Así, si bien señala que “La Nueva Granada se unirá con Venezuela” y “esta nación se llamaría Colombia como un tributo de justicia y gratitud al creador de nuestro hemisferio” también intuye que “es muy posible que la Nueva Granada no convenga en el reconocimiento de un gobierno central, porque es en extremo adicta a la federación; y entonces formará, por sí sola, un estado que, si subsiste, podrá ser muy dichoso por sus grandes recursos de todo género”.[13]
Bolívar es consciente de las limitaciones de la realidad política pero, al mismo tiempo, está convencido de lo que anhela conseguir; no obstante, en la Carta de Jamaica, la racionalidad del análisis político supera el voluntarismo romántico y si bien es capaz de exponer su utopía integracionista a Henry Cullen, también señala con claridad las dificultades de llevarla a cabo:

Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente tener un solo Gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse; mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América.[14]

            Ya al final de la carta, Bolívar apela a la unión como aquello que le falta a los pueblos de América para lograr su independencia total, en medio de las disputas entre conservadores y reformadores. Hay que recordar que, en Jamaica, Bolívar está derrotado luego de haber vencido en la Campaña Admirable, sin recursos luego de pertenecer a una familia de ricos criollos, y a la espera de un permiso para viajar a Inglaterra en pos de apoyo para la causa de la independencia. Y, sin embargo, el destino heroico está por cumplirse guiado por el carácter del patriota: “Yo diré a Vd. Lo que puede ponernos en actitud de expulsar a los españoles y de fundar un gobierno libre: es la unión, ciertamente; mas esta unión no nos vendrá por prodigios divinos sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos”.[15]
Tanto el Juramento de Roma como la Carta de Jamaica, tienen la importancia que la historia de las ideas les ha asignado por cuanto la tarea liberadora que se impuso el héroe, fue realizada como destino. Pero no se trata del destino con sentido místico que se desprende de la tragedia sino del destino como ideal del genio. Bolívar no es el personaje trágico cuya voluntad no cuenta para los dioses que le han impuesto un destino, Bolívar es el individuo que ha señalado para sí un destino que habrá de procurarle la gloria y que sabe, en su fuero íntimo, que para alcanzarlo requiere andar un sendero poblado de dificultades. El destino, en esta acepción, es la realización plena del ideal conseguido con base en la perseverancia, como consecuencia de un carácter superior.[16] La Carta de Jamaica es un testimonio más de que para Bolívar la tarea libertaria autoimpuesta desde la cima de uno de los montes que rodea Roma, en su juramento del 15 de agosto de 1805 ante su maestro Simón Rodríguez, fue un destino por cuyo logro trabajó, desde la perseverancia de su carácter heroico. 


[1] Simón Bolívar, “Carta de Jamaica”, en Doctrina del Libertador [1976], Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2009.
[2] Bolívar, ob. cit., p. 71 [énfasis añadido].
[3] Bolívar, ob. cit., p. 67 [énfasis añadido].
[4] Las líneas finales del Decreto, firmado en el Cuartel General de Trujillo (Venezuela), decían: “Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables”.
[5] El famoso Sturm und Drang, de los románticos alemanes, con Goethe como cabeza visible del movimiento en el mundo (s. XVIII y XIX).
[6] Ibídem, p. 73.
[7] Ibídem, pp. 73 – 74.
[8] La carta fue traducida al inglés el 20 de septiembre de 1815 y está fechada en Falmouth, donde residía Cullen. En 1945, el investigador colombiano Guillermo Hernández de Alba encontró este manuscrito en el Archivo Nacional de Colombia y es conocido como el Manuscrito de Bogotá. El historiador ecuatoriano Amílcar Varela descubrió en 1996 un ejemplar de la Carta en español, en el archivo histórico del Banco Central, en el Fondo Jijón, cuya autenticidad fue determinada en 2014. El Parlamento Andino y la Embajada de Ecuador en Colombia, de manera conjunta, organizaron el pasado viernes 4 de septiembre una seminario con la presencia de Jorge Núñez Sánchez e Inés Quintero, presidentes de las academias de Historia de Ecuador y Venezuela, respectivamente; así como con la participación de Juan Camilo Rodríguez, presidente de la Colombia, quien, aunque no pudo estar, envió su texto. Asimismo, participamos el historiador Amílcar Varela y yo, que soy el editor de la edición facsimilar y bilingüe de la Carta de Jamaica, del Parlamento y de la Embajada, cuya portada reproducimos en la ilustración de esta entrada del blog, que es un resumen de la presentación que hago de la Carta para esta edición. Agradezco al senador Luis Fernando Duque, presidente del Parlamento, y a Eduardo Chiliquinga, secretario general, por el entusiasmo y apoyo para la realización del seminario y el libro.
[9] Bolívar, ob. cit., p. 67.
[10] Ibídem, p. 72.
[11] Bolívar, ob. cit., p. 75.
[12] Ibídem, p. 79.
[13] Ibídem, pp. 82 y 83.
[14] Ibídem, p. 84 [énfasis añadido].
[15] Ibídem, p. 86.
[16] En su conocido artículo “Destino y carácter”, Walter Benjamin puntualiza: “Como en Nietzsche cuando dice: ‘Quien tiene carácter tiene también una experiencia que siempre vuelve.’ Ello significa: si uno tiene carácter, su destino es esencialmente constante. Lo cual a su vez significa —y esta consecuencia ha sido tomada de los estoicos— que no tiene destino” (Ensayos escogidos, Buenos Aires, Editorial Sur, 1967, p. 132).