José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

jueves, marzo 27, 2008

La palabra obliga

Autorretrato, dibujo de Felipe Guamán Poma de Ayala, en su Nueva corónica y buen gobierno (circa 1615). En el dibujo, Guamán Poma está escuchando las relaciones de los indios, que por sus tocados se nota que son de varias provincias y de varios rangos


Por Raúl Vallejo

Durante el tránsito del siglo XVI al XVII, el cronista Guaman Poma de Ayala estuvo empeñado en una tarea monumental que, en medio de su malhumor y angustia por las miserias que estaban viviendo él y toda la antigua nobleza yarovilca, habría de tomarle la vida entera. Desde la palabra, hizo una invención de sí mismo; se concibió a como Autor y Príncipe para dirigirse al Rey y denunciar ante Su Majestad las iniquidades del régimen colonial caracterizadas en el abuso de frailes y encomenderos, describir el pensamiento y el sentido de la cultura indígena cuya muestra paradigmática es la antología de poesía quechua que presenta en la crónica, y proponer las formas que debía adoptar el buen gobierno cuya filosofía residía en el nombramiento de los despojados nobles indígena como gobernadores en nombre del Rey; se construyó una identidad paradójica que lo mismo lo identificaba con los pobres de Jesucristo así como con la nobleza indígena ­–ambos, sin embargo, desplazados hacia el margen y despojados de una voz propia con presencia significativa en la sociedad colonial–; peregrinó llevando en su alforja el imaginario de dos culturas, y en esa errancia fue construyendo su palabra en una lengua que no era la suya pero de la que se apropió y a la que incorporó el decir de las lenguas vernáculas desde una nueva voz que dotó de la memoria de la palabra escrita a los saberes antiguos.

La crónica de Guaman Poma fracasó en el cometido que su autor perseguía; larga carta dirigida al Rey que no pudo llegar a su destinatario, naufragó durante cuatrocientos años hasta atracar ­–sin que aún se conozca por causa de qué intrigas de palacio, de qué enmarañamientos burocráticos­, de qué novelesca travesía– en la biblioteca Real de Dinamarca, desde donde fue dada a conocer al mundo por el empeño de los académicos ansiosos de incorporar la voz perdida de Guaman Poma al concierto de voces de la colonia temprana y construir una polifonía renovada de lo fue el discurso colonial.

El fracaso de la empresa de Guaman Poma en el siglo XVII, sin embargo, se ha convertido, cuatrocientos años después, en la representación metafórica de un triunfo de la palabra escrita que perpetúa en la memoria de los pueblos las voces que contribuyen a la construcción de una identidad propia que, en estos tiempos, deberá acudir al mercado global lo más fortalecida posible para evitar ser arrasada por el poder de las corporaciones transnacionales que anhelan convertir al mundo en una aldea plagada de locales de Blockbuster y Pizza Hut, y en donde el payaso Ronald McDonald es el icono sonriente del hartazgo prometido de la posmodernidad: consumo de fetiches –llámese conceptos como globalización, instituciones de burócratas dorados como el FMI, monedas como el dólar, o la sonrisa coqueta de Brad Pitt–; industria del entretenimiento destinada a banalizar el sentido de la vida; comida chatarra encargada de atrofiar el gusto y el estómago; y los concursos de la caja idiota tipo “el que piensa... ¡pierde!”.

Testigos del fin de una utopía que fuera destruida simbólicamente por quienes derrumbaron el Muro de Berlín –esas personas que tiempo después se congregaron para cantar el anhelo de romper los muros de la represión individual junto a Pink Floyd en el concierto de The Wall– y que fuera aniquilada como proyecto histórico por quienes instituyeron el autoritarismo burocrático en nombre del pueblo y la fe estalinista; testigos, al mismo tiempo, de la instauración de un único poder planetario llamado corporaciones transnacionales cuyo proyecto de dominación pretende reducir el arcoiris de lo diverso a la lúgubre uniformidad del espectáculo de neón, es decir, convertir al mundo en la tierra de Disney y pintar la tierra con los colores de Beneton. Testigos también de la rebeldía anoréxica de los y las modelos de Calvin Klein, de las humoradas de los hackers, esos terroristas juveniles del ciberespacio que marcan la Internet como el territorio propicio para la dulce anarquía contra el mundo del negocio electrónico, de la irreverencia política de los indios de Chiapas que arruinaron la fiesta de presentación de la quinceañera economía mexicana el 1 de enero de 1994 aupados por el pensamiento de sus voces ancestrales, el desenfado del rock y la poesía de la nueva trova, Snoopy y la filósofa argentina Mafalda; nosotros, escritoras y escritores del tránsito del siglo XX al XXI, sabemos que la palabra obliga aún más en el reino de la sociedad de tele-veedores, que el uso de la palabra compromete más todavía en el paraíso de plástico que pretende convertir a ciudadanas y ciudadanos en tarjetahabientes, que la toma de la palabra pública es una obligación ética para quienes somos artesanos solitarios de la palabra creativa y creadora.

Más allá de las tendencias estéticas construidas desde el proyecto y el gusto personales, de los demonios interiores de cada cual, exorcisados o no en el texto literario, y las quisquillosidades y veleidades con las que escritoras y escritores podemos amargar y amargarnos la vida, me parece que escribimos literatura porque todavía creemos que la palabra poética se inserta en el espíritu de las personas y las conmueve desde el vértigo que nace en las tripas hasta la monstruosa racionalidad instalada en el hipotálamo, enfrentándolas a su rastro desnudo, desmaquillado y fresco, a su experiencia de soledad, exaltada y doliente, a sus secretos abisales, instalados con la fuerza de la intensidad de la vida, al estremecido goce del lenguaje que desde Rimbaud no sólo permite dar color a las vocales sino sabores fuertes a sustantivos y verbos y fragancia sutil a los adjetivos; todavía creemos que la palabra poética indaga de manera compleja en la condición del ser humano y se vuelve fiesta, no en el sentido espectacular de la fácil felicidad y su sonrisa bobalicona, sino en el sentido profundo del éxtasis lúdico y su desbordamiento vital; escribimos literatura porque todavía creemos en el sentido irreverente de la palabra poética, en su vocación por la sospecha y tolerancia y en su enfrentamiento perenne contra todo tipo de autoritarismo, sea el político que el Estado y sus instituciones ideológicas ejercen, sea el académico en cuya red metalingüística nos puede hundir nuestra propia autosuficiencia y vanidad, o el cotidiano del que no podemos zafarnos sin dificultad en nuestro relación con el Otro.

La palabra obliga y obliga más a quien más la usa y a quienes, como escritores y escritoras, tenemos mayores posibilidades de que ésta se vuelva palabra pública. Es por ello que, al igual que Guaman Poma, y aunque intuyamos que en la empresa se nos puede ir la vida y la empresa misma terminar en fracaso, debemos comprometer nuestra palabra en la crítica al poder. Ese compromiso ya no puede ser asumido desde la pretensión de vanguardia de la sociedad, sino desde la modesta asunción de nuestros deberes de ciudadanía, incorporando nuestra voz a la polifonía del discurso crítico que construye la resistencia que desenmascara los intereses vinculados del poder y la propuesta distinta que señala siempre el margen desde donde se plantea, aunque en ocasiones el solo ejercicio de la resistencia se convierte por la naturaleza de sus conceptos en la formulación de la vía alternativa.

Ya no existen largas cartas al rey; existen ahora las infinitas posibilidades de comunicación del mundo virtual, están las potencialidades lúdicas de los multimedia, o la redefinición de las categorías de tiempo y espacio que configuran una humanidad que fluye entre simulacros virtuales y espíritus ancestrales que la acercan a la tierra. Sin embargo, por encima de los asuntos mágicos de la tecnología, el ser humano continúa interrogándose por su la identidad del ser, el sentido de la vida, o la irrupción la de la fiesta. Nosotros, escritoras y escritoras, somos tan sólo un bite de información en la autopista del espacio cibernético, pero somos también, un bite de generación explosiva y concatenada, fiesta multiplicada en los vericuetos exaltados del alma humana.

Cuenca, abril 28, 2000

martes, marzo 25, 2008

Un libro, un concierto

Sebastián Vallejo,
Aida Corral de Vallejo, en cuya memoria está escrito el poemario Missa solemnis,
y Raúl Vallejo en la Mitad del mundo.



Por Jorge Dávila Vázquez

El Mercurio, domingo 23 de marzo de 2008

De manera particularmente hermosa, el libro más reciente de Raúl Vallejo Corral, Missa Solemnis, se ha ligado a la música. En efecto, tanto en Quito, la noche del lunes 17 de marzo –en el marco maravilloso y barroco de la Iglesia de la Compañía de Jesús, con el fondo emotivo de “Las siete últimas palabras de Cristo” de Haydn-, como en Cuenca, su presentación se enmarcó en el Festival de Música Sacra, del que disfruta la capital desde hace años, y que en éste, por iniciativa de la Municipalidad cuencana, con el apoyo de la Fundación Teatro Nacional Sucre, lo ha disfrutado nuestra ciudad, aunque sea de modo parcial.


El libro de Vallejo es un conjunto de poemas de índole religiosa, que el autor dedica a la memoria de su madre. Lo he expresado en otra parte: cuando oímos hablar de poesía religiosa, sentimos cierta desconfianza, y nos preguntamos si no se tratará de un conjunto de versitos devotos y aun beatos. Pera la fuerza, la energía líricas, humanas, intensas, con que el autor ha concebido esta gran Missa, con su tono entre lo amargo y lo glorioso, nos apartan de todo pensamiento negativo sobre el tema. Este libro, de un escritor que nos ha dado cuentos de los mejores de su generación, novelas y dos tomos de lírica, muestra hondos valores religiosos, pero, al mismo tiempo, es un canto desgarrado del hombre frente a sus circunstancias vitales, su soledad, sus temores, su lucha con el dolor y la muerte, y, asimismo, su “resurrección”, más allá de todas las crucifixiones, para proclamar una fe inquebrantable.

Hay que leer esta obra, despaciosamente, disfrutando de sus valores de todo tipo, no solo literarios, sino culturales; como el gran conocimiento de la Biblia que exhibe Vallejo, su dominio de los textos cristianos, como el medieval de Jacopone da Todi, que habla de la presencia de María junto a la cruz, que dio origen a los innumerables “Stabat Mater” de la música occidental, o su familiaridad con los rituales católicos, y, naturalmente, su nueva visión de cuanto tiene que ver con la palabra de Cristo, tantas veces tergiversada a lo largo del tiempo.
Complemento de esta poesía magnífica fue la presentación, la noche del martes 18, en el Teatro Sucre de Cuenca del Ensamble Vocal Español “Albada”, que exhibió un precioso repertorio de obras, que iban desde el siglo XIII al XVII. Extraordinaria habilidad la de estos músicos, cantores y danzarines, que usando de instrumentos de época, hilvanaron para un público fascinado, la historia de Eneco, que sale en pos de su destino y recorre parte de la Edad Media y el Renacimiento.

Pocos elementos, una ambientación lograda a base de cirios encendidos, un vestuario apropiado, un gran sentido de lo teatral, y la música entrando en el corazón del público de un modo excepcional.

Creo que nadie olvidará esta experiencia, que combinó una poesía totalmente actual con unas melodías venidas de otros tiempos, de forma completamente armónica y ejemplar.

Missa solemnis o la fe agónica en la poesía de Raúl Vallejo


Los cantos son glosa, reescritura y una muy actual reinterpretación de textos bíblicos y litúrgicos

Por Diego Araujo Sánchez, Subdirector Editorial de HOY. Sábado 22 de marzo de 2008

La obra se abre con un canto de alabanza, el Salmo 150 del "Libro de Salmos" de la Biblia y se cierra con la reescritura de ese canto, desde el aquí y ahora de la voz del poeta, con un timbre que recuerda los Salmos del nicaragüense Ernesto Cardenal. Siguen después el Magnificat y las secuencias canónicas de la Misa: Kyrie, Credo, Sanctus, Padrenuestro y Agnus Dei, y otro grupo de poemas en "Las siete palabras de Cristo en la cruz" y, para concluir la obra, el Stabat Mater y la "Resurrección y ascensión de Cristo, según el Evangelio apócrifo de María Magdalena".

Es clara la voluntad de composición del conjunto del libro, según señala Manuel Corrales en el análisis introductorio al libro. Es significativo que, en el canto inicial y los dos grupos de poemas con los cuales concluye la obra, el yo poemático corresponda a voces femeninas, la de la Virgen María del Magnificat y la de la misma madre junto a la cruz, y la de María Magdalena, desde cuya mirada se registra la resurrección y ascensión de Cristo. Esa visión femenina remite a un motivo clave del libro: la exaltación de la madre, la victoria de la mujer sobre el dolor, la fecunda capacidad de este amor pleno y generoso, su poder germinativo que perpetúa la vida. Los poemas de Raúl Vallejo son reinterpretación, glosa, escritura sobre escritura, a partir de la Biblia y la tradición litúrgica. Más allá de este referente que condiciona el lenguaje poético de Missa solemnis, los poemas nos remiten a una fe agónica, en el sentido etimológico y unamuniano de agonía: lucha, combate. No son cantos piadosos los de Vallejo. Así, por ejemplo, el poema inicial del "Gloria" invierte la alabanza al Dios en las alturas y expresa la ausencia, el vacío o el silencio de Dios en el mundo ("Tu mudez es un trueno que me aterra/ responde a la plegaria de tus hijos"). En la visión de yo poemático, se expresan dos dimensiones: una metafísica y existencial, con el motivo de la transitoriedad humana o el de la experiencia vital como peregrinaje, que señala también como motivo central del libro Manuel Corrales; y otra dimensión colectiva y política, en la cual los males sociales se materializan en el Imperio.

No sobresale el lenguaje poético por la eufonía y musicalidad; tampoco por una profusa sensorialidad de las imágenes; es lo conceptual la fuente de intensidad de ese lenguaje, y son las desviaciones de los textos bíblicos o litúrgicos de los que proceden los cantos los principales sustentos de esta poesía. La intensidad de aproximación a lo sagrado fluctúa entre dos extremos: la desolación del hijo en la cruz y, allí mismo, la fortaleza de la madre, "el rayo que rasga la tiniebla".

domingo, marzo 09, 2008

Transfiguración de cobre en blanco

(Motivo sobre un cuadro de Edgar Carrasco)

Por Raúl Vallejo








Moraba en tierra milenaria con sueño de espantamiento.
Sin historia ni cataclismos ni dioses que me identifiquen.
¡Oh tiempo del silencio y la materia silente!
¡Oh rastro sin rostro y volcanes de llamavientos!
Soy la entraña vida de meandros y caminos sinuosos.
Soy el surco que arado alguno habrá de señalar.

Después han sido en mí las mutaciones.
Contacto del drama que sepultó el futuro en la minasorda.
¡Oh quebrada de seres anónimos que van haciendo el poema!
¡Oh risco del riesgo y barrancos de vértigosiesta!
Existo en la posibilidad de cuencas vaciadas y llantosdesgracia.
Existo en los sueños de un par de manos sacrificadas.

¿Qué me aguarda en la nueva esfera de mi existencia?
¿Qué soy ahora que no soy olvido en medio de la tierra?
¿Dónde existo si la memoria avanza petrificada y luego estalla?
Manos, ácido, largaesperas.
Quietud, neuronas, humanocontacto.
Dioses del incesto,
Antropófagos del siglo XX y los neutrones:
Heme aquí,
Para castigo de la soberbia
Y permanencia de la pazvida,
Cobre transfigurado en blanco.

Segundo Premio en el Concurso Nacional de Poema Mural “Fundación de Guayaquil”, 1986

sábado, marzo 08, 2008

Hacer el amor con amor


Por Raúl Vallejo


Paradigmático libertino del siglo XVIII, el marqués de Sade, de quien Apollinaire dijo que era el “espíritu más libre que haya existido jamás”, planteó a lo largo de sus escritos la ausencia de límites en la experiencia de lo sexual. Han compartido tales ideas, desde los hedonistas de las civilizaciones antiguas hasta los feligreses del new age, que practican un libertinaje light. La definición de dicha búsqueda implica necesariamente impedir la presencia del amor en la práctica del sexo.

El sexo a través del perfeccionamiento de la gimnasia erótica de los cuerpos, efectivamente, nada tiene que ver con el hecho de estar enamorado. El psicoanálisis de bolsillo ya nos enseñó que el funcionamiento inconsciente de la libido y que la pulsión constante del deseo nos avergonzaría ante el prójimo cercano si quedara en evidencia. El amor, entonces, sería tan sólo una sublimación de la lujuria natural del ser humano que la moral católica condena como uno de los pecados capitales.

Pero en medio del sudoroso jadeo de los cuerpos y la realización de cualquier fantasía erótica por descabellada que parezca a la represión atávica que existe en todos, el almizcle del amor que emana del roce encendido de la piel de los amantes actúa como un afrodisíaco más poderoso que la raíz de ginseng o que un ceviche que combine concha, pulpo y calamar o que el famoso caldo guayaquileño de “vena de toro”. Creo que los afrodisíacos, incluso, surten mayor efecto cuando están combinados con las pulsiones interiores de aquella víscera que representa al amor y que cuando deja de funcionar es porque ya estamos muertos.

Las palabras dulces y las expresiones procaces que los amantes suelen decirse en medio del éxtasis, suenan como un parlamento inauténtico recitado por malos actores cuando están vacías de amor. Las palabras que utilizan quienes se aman durante la excitación sin tregua de su intimidad traspasan las técnicas que divulgadas por las versiones populares del Kamasutra. Las palabras que se dicen cuando ya los cuerpos reposan complementan el placer con el placer de la ternura.

Y, por supuesto, están los besos. Largos y húmedos besos. Labios que se someten a los mordiscos de la pareja e intercambio exultante de lenguas ansiosas. Morosos besos en la piel abierta que van señalando rutas que conducen a placeres que siempre descubren alguna arista inédita. Los besos cargados de amor son más poderosos que los recursos circenses de ese clásico del porno duro que es “Garganta profunda”. El beso de los que se aman convierte a las bocas en imanes que acercan los cuerpos de manera irresistible y exacerban los sentidos.

No podría plantear que carezca de placer la realización del acto sexual con alguien por la pura exacerbación de la libido pues caería en una insufrible mojigatería; solamente digo que el sexo multiplica su goce, incluso más allá de los argumentos físicos y técnicos, cuando el amor provoca y mantiene la estimulación erótica. Es decir, cuando se hace el amor con amor.

Santa Ana de Nayón, 15-05-05

Erótica literaria


Por Raúl Vallejo

Entre la aparente aventura que ofrece el turismo sexual, la promiscuidad sin riesgos y el perfeccionamiento de las técnicas del sexo solitario, se ha llegado a confundir hedonismo con erotismo. Y, aunque el erotismo contenga ciertas prácticas del hedonismo en él, éste último, que es una búsqueda del placer como fin de la existencia, está reñido con el conflicto humano que aquél conlleva.

Ninguna aventura erótica para serlo debería estar atravesada por la transacción monetaria. La prostitución, en este sentido, está más ligada a la pornografía que al erotismo: aunque lo disfrace de búsqueda exótica, el cliente sabe que lo que busca está garantizado por el poder del dinero de quien alquila el uso del aparato genital. Por el contrario, el tránsito por los caminos del erotismo está impregnado de dolor: es el vencimiento de las dificultades lo que multiplica el alcance del placer.

La erótica literaria siempre presenta de manera compleja la sexualidad humana. En Las edades de Lulú, de Almudena Grandes, lo que implica el proceso de aprendizaje y crecimiento erótico de una mujer está narrado desde los abisales lugares de la exploración del deseo hasta donde un cuerpo es capaz de llegar y resistir. En Elogio a la madrastra, de Mario Vargas Llosa, la perversión está planteada de manera inversa a la moral establecida: no es la madrastra quien corrompe al niño, sino el niño quien, carente de culpa, termina por corromperla. Lo erótico, en estos textos, enfrenta a los seres humanos a sus placeres inconfesables.

Esa complejidad provoca una problematización estética. Antológico es el capítulo 68 de Rayuela, de Julio Cortázar: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes [...] y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.” Cortázar plantea, en un extremo, que ya no existen palabras para hablar del amor erótico o que las palabras que existen están desgastadas, por tanto, es necesario inventar palabras para inventar maneras de amar. El significado erótico está dado aquí por la manera cómo suenan esos neologismos.

En El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, el eros genital se funde con el eros gástrico: “...lo descuartizó presa por presa con una ternura maligna, le echó sal a su gusto, pimienta de olor, un diente de ajo, cebolla picada, el jugo de un limón, una hoja de laurel, hasta que lo tuvo sazonado en la fuente y el horno listo a la temperatura justa.” La carga erótica de la escena reside en lo que no se dice y, formalmente, se resuelve en la imaginación del lector.

La escritura erótica también rompe tabúes. Sus bordes, en relación con la pornografía, son borrosos y migrantes pues un texto erótico puede combinar elementos exóticos, obscenos y pornográficos. Finalmente, es en la organización de los sentidos en donde se realiza la erótica literaria.

Santa Ana de Nayón, 13.06.04

Oficio de solos

Joseph K. (Anthony Perkins) y Leni (Romy Schneider) en una escena de la película The Trial (1962), dirigida por Orson Welles, basada en la novela El proceso, de Franz Kafka.


Por Raúl Vallejo

Walker Percy contó que en 1976 recibió la visita de una anciana que le pedía que leyera una novela escrita a principios de los 60 por su finado hijo. Percy, obviamente, quería eludir tamaña tarea pero la perseverancia de la señora fue tal que terminó aceptándola; la aceptó con la esperanza de que la novela fuera lo suficientemente mala como para leer algunas páginas y dar por cumplido el compromiso. Cuenta que a medida que leía, la novela lo fue ganando; había resultado excepcionalmente buena. La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, fue publicada en 1980. Thelma D. Toole, la anciana madre del escritor que se suicidó en 1969 pensando que era un escritor fracasado, abrumado por la soledad, recibió en nombre de su hijo el premio Pulitzer por una novela que hoy es indispensable en la literatura norteamericana.

La soledad de cierto tipo de escritores es de orden existencial tal vez porque el oficio así lo exige y quizás por eso los encuentros de escritores sean un despropósito en el sentido de que se trata de una congregación de soledades. La soledad, en primer lugar, es un imperativo para escribir; esto que parece obvio implica una condición patológicamente antisocial del escritor y que puede empezar por el desafecto a la propia estructura familiar. Se puede, sin embargo, ser un hombre de intensa vida social como lo fue Truman Capote pero en ese ámbito el escritor se encuentra perdido aunque lo disfrute. Capote que tocó el cielo del éxito de público con A sangre fría en 1965 no volvió a escribir nada de la misma calidad literaria hasta su muerte, consumido por el alcohol y las drogas, en 1984. Y es que el éxito lo llevó a ser parte de los ricos y famosos, y en ese conglomerado bullicioso mató el silencio y la soledad necesarios para la escritura.

En segundo lugar, la soledad es la consecuencia de cierto ensimismamiento de los escritores debido a un minucioso proceso de interiorización del mundo que los enfrenta al vertiginoso tiempo exterior. Arthur Rimbaud escribió toda su obra antes de cumplir los veinte años. Rimbaud, que decía “Yo soy el Otro”, se dedicó a escupir al mundo y, al hacerlo, se escupía a sí mismo consumiéndose en la rabia del solo. Quizá sintió que el mundo que lo rodeaba era demasiado amargo como para seguir rumiándolo hacia adentro y abandonó la escritura; prefirió irse al África, dedicarse al tráfico de armas y morir en Marsella, en 1891, después de que su pierna derecha le fuera amputada.

Franz Kafka, que le pidió a su amigo y albacea Max Brod que quemara toda su obra literaria inédita, escribió un cuento llamado “Un artista del hambre”. En él, Kafka desarrolla la metáfora por excelencia del artista solitario: incomprendido en su arte por el empresario del espectáculo a quien sólo le interesa ganar dinero, incomprendido por el público que sospecha que el artista hace trampa, y que muere olvidado y confundido entre la paja de la jaula en donde ha permanecido ayunando, solo, en la tarea de perfeccionar su arte hasta morir.

Santa Ana de Nayón, 16.11.05

domingo, julio 29, 2007

Carta del editor (y poeta) Marcelo Báez a El Universo

Guayaquil, lunes 23 de julio de 2007

Sr. Dn.
Carlos Pérez Barriga
DIRECTOR DIARIO EL UNIVERSO
Ciudad

Estimado señor:

Cinco puntos que debo señalar con respecto al texto MINISTRO TUVO TRATO PREFERENCIAL (sábado 21 de julio, sección GRAN GUAYAQUIL), a propósito de la presentación del libro Crónica del mestizo de Raúl Vallejo Corral.

Primero, quiero agradecer la cobertura cultural del diario tanto en la presentación en Quito del 10 de enero de 2007 como la del 18 de julio acá en Guayaquil.

Segundo, debo aclarar que Raúl no tuvo ningún trato preferencial ya que lo que él hizo fue lo que todos los escritores —que hemos ganado premios en alguna bienal de poesía en Cuenca— hemos hecho: publicar en otra editorial. Las bienales cuencanas suelen demorarse demasiado en publicar poemarios ganadores por lo que uno tiene que agenciárselas en otra casa editora. La verdad es que publicar en la Atenas del Ecuador tiene sus bemoles: las ediciones son de escaso tiraje y suelen quedarse encerradas en el Austro, es decir, no hay una adecuada difusión. Hay inclusive algunos casos en que escritores que han publicado en Cuenca se han visto obligado a republicar en editoriales de Quito o Guayaquil para poder difundir mejor sus obras.

Tercero, es mi deber consignar que sólo los escribidores novicios (léase novatos o jovencitos advenedizos de los tantos que pululan por ahí) acostumbran a contratar ediciones, por lo que nombres de consagrados como Abdón Ubidia, Jorge Velasco Mackenzie, Iván Egüez, Miguel Donoso Pareja y del mismo Raúl Vallejo no entran en ese tipo de transacciones. Este último recibió el mismo trato que tienen escritores como los arriba nombrados: su edición fue costeada por el editor y deberá recibir el 10% por cada ejemplar vendido, tal y como lo estipula la ley de derechos de autor.

Como cuarto punto, tengo que aseverar que entre los escritores que forman parte de mi fondo editorial están los mejores de este país, incluyendo el autor de Crónica del mestizo. Basta con solo revisar el índice de la antología de narrativa El escote de lo oculto que preparé con Dalton Osorno, donde están, entre otros, Aminta Buenaño, Sonia Manzano, Javier Vásconez, Jorge Dávila… El hecho de que Raúl sea ministro es circunstancial. Él es un excelente escritor independientemente de su servicio público.

Como quinto y último punto debo recordar que mi editado ganó en 1992, con Fiesta de solitarios, el premio Ismael Pérez Pazmiño, al mejor libro de cuentos. Este certamen fue organizado por los 70 años que cumplió el diario de su acertada dirección. Debería ser grato recordar esta distinción no solo porque se trata de un concurso del periódico sino también porque se trata de un antepasado suyo, señor director, ancestro que hizo mucho por la cultura de nuestro país. Es un premio que solamente ha sido obtenido por contados escritores y que debería ser de orgullo para el periódico que usted dirige. Por eso, cuando se hable del escritor de Crónica del mestizo habría que consignar siempre lo siguiente: Raúl Vallejo Corral, ganador del Ismael Pérez Pazmiño de Diario El Universo.

Sin más que añadir, quedo de usted.

Marcelo Báez
EDITOR DE CRÓNICA DEL MESTIZO

Contrarréplica a El Universo

Quito, 29 de julio de 2007

Señor
CARLOS PÉREZ BARRIGA
Director de diario El Universo
Guayaquil-

De mis consideraciones:

Toda vez que a El Universo le incomoda que un ciudadano argumente in extenso sobre un tema fundamental, escribo esta contrarréplica de manera breve:

1) Al publicar mi carta, no me “están dando gusto”, como dicen: sólo cumplen una obligación consagrada en el artículo 23, numeral 9 de la Constitución.

2) Mi opinión personal no es la del gobierno: es un punto de vista que como intelectual siempre he defendido. Punto de vista, además, expresado con altura académica.

3) Al no responder al análisis sobre el sensacionalismo de los medios, ustedes reducen mi argumentación a un reclamo puntual; lamento que confundan lo sustantivo con lo adjetivo.

4) La explicación que dan acerca de la noticia sobre la inauguración de las escuelas solo ratifica lo dicho por mí: ustedes se habían fijado de antemano un objetivo; no obstante, la realidad es diferente y así debieron informarlo.

5) No ha habido ningún trato preferencial en la edición de mi libro: yo pedí, con la delicadeza del caso, la autorización correspondiente a los organizadores y esa autorización me fue dada por mi trayectoria de escritor. En el supuesto no consentido de que haya habido un trato preferencial como ustedes creen eso sería responsabilidad de los organizadores y no mía. Por lo demás, desconozco si algún autor en el pasado pidió dicha autorización y le fe negada. El que ustedes insistan en su interpretación sólo demuestra incapacidad para la autocrítica por parte de los editores que redactaron la respuesta.

6) Efectivamente, “noticia es lo que ocurre en la realidad,” mas sucede que la realidad no abarca sólo la mala noticia: ¿o ustedes creen que únicamente ocurre en la realidad lo que se publica en la sección de crónica roja? En todos los casos, es un editor de noticias el que decide qué informa, en qué espacio, y qué no publica o qué publica de manera minimizada.

7) Insisto en que el lector tiene el derecho de conocer cuál es la tendencia de quien escribe y ésta debe ser reseñada de buena fe. Es todo lo contrario a la intolerancia que ustedes pretenden endilgarme: en mi carta señalé que los artículos de opinión deben ser escritos de manera libérrima. Yo, en lo personal, no suelo encasillar a las personas por su ideología sino que trato de entender sus argumentos. Así lo he hecho siempre, así lo continuaré haciendo más allá de la confrontación política coyuntural.

Este saludable debate profundiza la libertad de expresión, que tanto usted, señor director, como yo defendemos. Por lo mismo celebro con esperanza su actitud democrática al publicar mi carta anterior.

Saludos cordiales,
Raúl Vallejo Corral
Ministro de Educación

Respuesta de El Universo a mi carta

Reproduzco lo aparecido en diario El Universo, el domingo 29 de julio de 2007.

El ministro de Educación, Raúl Vallejo, dirigió esta larga carta a Diario EL UNIVERSO y exigió que la publicáramos sin ediciones. Estamos conscientes de que al darle gusto al ministro estamos restringiendo el derecho de otros lectores a expresar sus puntos de vista, pero también creemos que el texto permite comprender la concepción que este régimen tiene de la labor de los medios de comunicación, por lo que la publicamos, haciendo excepción a nuestro derecho de editar las cartas, que nos lo reservamos (como se anuncia siempre en esta página) para distribuir el espacio disponible entre varios lectores.

Respuesta al ministro Vallejo

La extensa carta del ministro Raúl Vallejo se explaya sobre tantos temas y con tanta amplitud que para responderle con propiedad deberíamos emplear un espacio igual o mayor al suyo. El ministro nos critica, por ejemplo, cómo titulamos las noticias de fútbol; le molesta que no precisemos la ideología de cada columnista y hasta discute sobre cómo deberíamos presentar las noticias sobre la modelo chilena Cecilia Bolocco.Son preocupaciones sin duda todas muy interesantes, pero por respeto al tiempo de los lectores y economía de espacio debemos escoger solo aquellas que reclaman especial atención.

Comencemos por lo que entendemos que le preocupa al Ministro: el enfoque que supuestamente ha tenido en nuestras páginas su gestión y de manera especial el poco espacio que le habríamos dado a su participación en algunos eventos de los que este Diario informó el 19 de julio. Según el Ministro, en esa nota “se silenció, no sé si de manera deliberada, la presencia del ministro de Educación: jamás publicaron una foto del acto”. Lamentablemente, el Secretario de Estado parece no haber reparado en que esa nota no tenía como objetivo informar de su labor sino que fue parte de una serie de artículos (que se publicaron entre el 4 y el 24 de julio, casi a día seguido) para informar las actividades del Alcalde de Guayaquil en el mes de la ciudad. De allí su título: ‘Nebot, entre tarimas y ofertas’. Otros títulos de esa misma serie fueron: ‘Nebot inauguró 4 escuelas y recorrió el Guasmo’ (13 de julio), ‘Alcalde Nebot entregó 1.057 títulos de propiedad’ (15 de julio), ‘Nebot no pedirá dinero al Gobierno’ (17 de julio), ‘Nebot: Habrá sanción si Interagua no cumple’ (18 de julio).Al Ministro se lo mencionó en la nota del 19 porque ese día estuvo junto al Alcalde. Con el mismo espíritu, los demás días se mencionó a otras personas que hasta la fecha no se han quejado.Aun así, ese mismo 19 de julio nos escribió la asesora de Comunicación del Ministro para informarnos del malestar del secretario de Estado y para invitarnos a que hagamos un “gesto de reconocimiento” de las “buenas acciones” de Raúl Vallejo.

Por las razones expuestas, consideramos que el reclamo no tenía fundamentos, pero respetuosos de la crítica ajena informamos de esa carta el 21 de julio bajo el título ‘Ministro pide se resalte su trabajo con Nebot’.Para nuestra sorpresa, aquello también disgustó al Ministro, que ahora nos acusa de emplear un título “tendencioso” y de usarlo “como un pretexto para priorizar la confrontación”.Hubiese sido útil que el Secretario especifique dónde encontró ese supuesto ánimo nuestro de “confrontar”. ¿En el titular, que destaca el pedido del Ministro de que se resalte su buena relación con el Alcalde? ¿En el texto de la nota, que se limita a reproducir la carta de su asesora? ¿O en la foto, que muestra al Alcalde y el Ministro en un gesto muy caballeroso entre ambos?

El Ministro nos critica también porque en esa misma página se incluyó otra nota sobre la publicación de un libro suyo.El hecho ocurrió cuando Raúl Vallejo era ministro de Educación en el gobierno de Alfredo Palacio y consiguió que la entidad que posee los derechos de edición de ese libro le dé la autorización correspondiente, siendo que ese derecho se les había negado antes a otros escritores. Al Ministro ese trato preferencial le parece normal y lo atribuye a su destacada carrera literaria. Lamentamos no coincidir, por mucho que reconozcamos sus méritos como escritor. Uno de los mayores problemas del país es que los funcionarios públicos constantemente les piden a los ciudadanos e instituciones privadas un trato especial, lo que constituye el mejor caldo de cultivo para posteriores abusos.

Respuesta al ministro Vallejo (II)

Pero aun si eso no fuese suficiente, ocurrió además que las invitaciones al lanzamiento del libro en Guayaquil (que se realizó el día anterior a nuestra nota) fueron cursadas en papelería del Ministerio de Educación y a través de su departamento de Prensa. Fue todo eso lo que le dio actualidad y valor noticioso a ese asunto, y por eso lo publicamos.De tal modo que no ha habido mala fe con el Ministro, ni hemos manipulado las noticias sobre su gestión, ni mucho menos hemos querido afectar su buen nombre.

Pero como el Ministro necesitaba darles más piso a tan frágiles críticas, nos acusa también de ser un diario de oposición. ¿Con qué pruebas? Que pusimos en primera plana el alza de precios de algunas medicinas y solo en la página once la reunión del Presidente con algunos emigrantes en España.Es fácil entender que la primera noticia se refiere a la salud de millones de ecuatorianos y la segunda a un acto proselitista del Gobierno, que aprovechó un viaje pagado por los contribuyentes para hacer propaganda de sus candidatos. No tenemos ninguna duda de cuál fue en aquella ocasión la noticia importante y cuál la secundaria.

El Ministro agrega también que solo publicamos cartas contra el Gobierno. Pero cualquier lector podrá comprobar que eso no es cierto si revisa las ediciones de los últimos meses, donde hay varias cartas publicadas a favor del régimen. Debemos reconocer, eso sí, que en general a nuestra redacción llegan pocas cartas que aplauden la gestión del presidente Correa, o vienen acompañadas de insultos y agravios o sin firma de responsabilidad. Aun así, expurgamos los epítetos para publicar las misivas que sean rescatables.

Lo que el Ministro sí pudo haber argumentado es que Diario EL UNIVERSO ha criticado muy severamente a este Gobierno. Pero en ese caso le habríamos respondido que lo mismo se ha hecho con el Alcalde, el Prefecto, los diputados, los dirigentes de los distintos partidos políticos, etcétera. Nunca privilegiamos a ningún actor político sobre los demás. De todos señalamos sus logros y sus desaciertos. No es casual que muchos mandatarios y políticos de distinta tendencia, sobre todo en años recientes, se hayan expresado sobre EL UNIVERSO en términos incluso peores a los que ahora utilizan el ministro y el presidente Correa.

Digamos finalmente que el Ministro nos hace varias sugerencias que no podemos acoger. Nos pide, por ejemplo, que tomemos “la iniciativa en la búsqueda y producción de noticias esperanzadoras” (el destacado es nuestro). Solo podemos responderle que noticia es lo que ocurre en la realidad. Si se trata de buenas noticias, tanto mejor. A diferencia de lo que mucha gente cree, los lectores sí quieren leer sobre acontecimientos positivos. Pero rara vez ocurren en nuestro mundo político, y no es tarea del periódico fabricarlas o “producirlas”.Por último, el Ministro nos propone que identifiquemos ideológicamente a las personas que escriben artículos de opinión en nuestras páginas: este es liberal, el de más allá conservador, el otro socialista, y así.Semejante sugerencia es imposible de aplicar. El Ministro, por ejemplo, se considera “socialdemócrata”; pero eso no aclara nada porque habría que preguntarle de qué línea: ¿la de Tony Blair, la de Raúl Alfonsín o la de Lula?

Pero además es una propuesta que revela un método político intolerante, el mismo que emplea este Gobierno: obligar a las personas a que se encasillen en cierta ideología para luego ubicarlas como aliadas o enemigas.La prensa, naturalmente, no puede caer en semejante error. ¿Nos toca a nosotros decidir qué filiación tienen Javier Ponce, Walter Spurrier, Nelsa Curbelo o el mismo Raúl Vallejo? ¿Es que acaso somos jueces del pensamiento ajeno?

Nuestra única misión es abrir las páginas de EL UNIVERSO a la mayor cantidad de tendencias posibles. Son los lectores los únicos con derecho a juzgar ese pensamiento.

Diario EL UNIVERSO

jueves, julio 26, 2007

Simón Bolívar, un sembrador del mar y la tierra

La reunión de San Martín (derecha) y Simón Bolívar (izquierda) en Guayaquil, Ecuador, el 26 de julio de 1822. (Foto publicada en www.aceros-de-hispania.com/espada-simon-bolivar.htm)




Por Raúl Vallejo

“¡Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!”[1]

Estas palabras las pronunció el joven Simón Bolívar el 15 de agosto de 1805, desde la cima de unas de las colinas de Roma, delante de su maestro Simón Rodríguez. Constituyen el juramento de un romántico del siglo XIX alimentado de la idea sobre el deber que la formación neoclásica enseñaba. Son el sentido vital de la existencia de un ser humano que dedicó su vida a la realización del ideal libertario de Nuestra América.

Bolívar no es un santo para languidecer en el silencio de los altares: a lo largo del tiempo diversos sectores políticos se han disputado la figura del libertador convirtiéndola, sin un ejercicio crítico, en la de un icono que de tan inmaculado se volvió irreal. Bolívar es un personaje fundamental de nuestra historia, bañado de contradicciones como lo están todas las personas que actúan sobre la realidad del tiempo que les toca transformar.

“Nosotros somos un pequeño género humano: poseemos un mundo aparte: cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil,”[2] escribió Bolívar en su célebre “Carta de Jamaica”, del 6 de setiembre de 1815. Este “pequeño género humano” es un cúmulo de diversidad, según lo desarrolla en la misiva y, si bien ésta tiene por objeto denunciar las atrocidades de la dominación española desde el primer día —“todo lo sufrimos de esta desnaturalizada madrastra”[3], escribe— también en ella Bolívar imagina la construcción de una nación mestiza que emergerá de lo nuevo americano y aunque le entusiasma la idea de la unidad del Mundo Nuevo, “ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión,”[4] tiene clara consciencia de la imposibilidad de aquel deseo por cuanto “climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América.”[5] Bolívar, en términos de su comprensión de la política real en el momento en que escribe esta carta, es un soñador con los pies anclados en la tierra.

Tres años después, en una carta desde Angostura, el 12 de junio de 1818, dirigida a Juan Martín Pueyrredón, Supremo Director de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Bolívar señala el anhelo de entablar “el pacto americano que, formando de todas nuestras repúblicas un cuerpo político, presente la América al mundo con aspecto de majestad y grandeza sin ejemplo en las naciones antiguas.”[6] Una Hispanoamérica considerada como un solo cuerpo político será uno de los ejes del pensamiento de Bolívar, idea basada en una historia común y en la búsqueda de una identidad única pese a la diversidad de los pueblos que siempre será reconocida por él; como afirma en el párrafo anterior del ya citado: “Una sola debe ser la patria de todos los americanos, ya que en todo hemos tenido una perfecta unidad.”[7]

Este “pequeño género humano”, en su pensamiento, tiene una identidad clara por diferenciación con la América del Norte y con Europa. En la construcción de este proceso, Bolívar tiene plena consciencia de la confrontación que tendríamos con Norteamérica pero al mismo tiempo reconoce, desde su matriz liberal, el camino del progreso del norte en contraposición con la herencia española que nos tocó. Es conocida la cita de la carta del 5 de agosto de 1829 que, desde Guayaquil, Bolívar dirige al coronel Patricio Campbell, encargado de negocios de S.M.B., respondiéndole que sería casi imposible nombrar un sucesor que sea “príncipe europeo” puesto se opondrían a ello “todos los nuevos estados americano y los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad.”[8]

¿Se desprende de esta idea expresada al paso, mientras trata un asunto diferente, un pensamiento antiimperialista por parte de Simón Bolívar? Me parece que en realidad, más que una posición antiimperialista, lo que mueve a Bolívar es el anhelo de ver a la América, desde el Río Grande hasta el estrecho de Magallanes, como un cuerpo político capaz de, en la carrera del progreso y la felicidad de los pueblos —conceptos en los que se mueve el liberalismo romántico del XIX—, confrontar con éxito al desarrollo de la América del Norte puesto que el proyecto nacional que ésta enarbolaba pasaba por triunfar en dicha carrera y utilizar a los pueblos de Nuestra América como el combustible de su maquinaria en el enfrentamiento que aquella estaba dispuesta a dar contra Europa.

El pensamiento integracionista de Bolívar lo situó como un adelantado a las ideas generales de su tiempo y, al mismo tiempo, desnudó las dificultades que éstas tenían para su viabilidad. Los resultados poco efectivos del Congreso anfictiónico de Panamá, convocado el 7 de diciembre de 1824 y realizado en 1826, así lo demostraron para la gran decepción del Libertador. No obstante estas contradicciones propias de la acción política concreta, la tarea central de Bolívar fue exitosa: la independencia de los pueblos americanos. La gesta libertaria, por sí sola, le permite a Bolívar permanecer en la historia, a despecho de la secta de los promotores de la estulticia que con especulaciones amañadas y descontextualizadas quieren presentar a Bolívar como si fuera un populista embriagado de autoritarismo. Lo que les duele a los promotores de la estulticia es que, en Nuestra América, el concepto de Patria vuelve a tener sentido luego de que los tecnócratas neoliberales pretendieron convertir a nuestras naciones en un mercado de consumidores. Ellos se olvidaron de que nuestros países, diversos, múltiples, antes que mercados eran la Patria y que en el comienzo de esta tradición patriótica sobrevivía Bolívar.

José Joaquín de Olmedo, en La victoria de Junín, subtitulada Canto a Bolívar, publicada por primera vez en 1825, escribe un monumento poético que ratifica la admiración que aquél sintiera por el libertador; aprecio que era correspondido plenamente por Bolívar y que se confirma cuando, en 1826, el libertador le enviara a Olmedo, especial y personalmente, el proyecto de la Constitución de Bolivia para recabar su opinión. Los siguientes versos del poema perennizan en la literatura de un poeta civil, como lo fue Olmedo, la grandeza histórica de Bolívar:

¿Quién es aquel que el paso lento mueve
Sobre el collado que a Junín domina?
¿Que el campo desde allí mide, y el sitio
Del combatir y del vencer desina?

¿Quién aquél que al trabarse la batalla,
Ufano como nuncio de victoria,
Un corcel impetuoso fatigando,
Discurre sin cesar por toda parte…?
¿Quién sino el hijo de Colombia y Marte?[9]

Quien así canta a la gloria de un contemporáneo inició la construcción de un símbolo heroico más allá de las contradicciones políticas de la coyuntura de aquellos años. No obstante vale la pena aclarar, que la anexión de Guayaquil a la Gran Colombia fue un momento del proceso de construcción de la nación. Ese momento, el 12 de julio de 1822, fue el resultado de la solicitud de 226 vecinos principales de la ciudad, situación que ponía fin a la disputa de tres partidos, el autonomista de Olmedo, el peruanófilo y el colombianófilo, que pugnaban por definir el destino de la ciudad, como los demuestra Jorge Núñez en un artículo reciente: “Bolívar no incorporó a Guayaquil por la fuerza, sino que asumió el mando civil y militar de la Provincia y la tomó bajo su protección, atendiendo un pedido de los más prestantes y numerosos ciudadanos del puerto … Así una breve mirada a la nómina de suscriptores nos permite hallar los nombres de los Garaicoa (José y Lorenzo), tíos del Héroe niño de Pichincha, Abdón Calderón Garaicoa, de los Espantoso (Vicente y Tomás), de los Marcos (José Antonio y Manuel), los Elizalde (Juan Francisco y Antonio), los Gómez (José Antonio y dos Antonios más), los Parra, los Roca, los Noboa, los Avilés y los Castro, entre otros.”[10]

Pero, como decía al comienzo, Bolívar no es infalible ni carece de contradicciones. Como todo hombre de acción, la realidad política en la que se desenvolvía lo fue llevando por los caminos de autoritarismo y el temor al ejercicio democrático de las masas, de quienes sospechaba una falta de educación política para resolver los asuntos de la nación. Así, en su discurso en Congreso de Angostura de 1819 dijo: “La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía. Un justo celo es la garantía de la libertada republicana, y nuestros ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo magistrado, que los ha mandado mucho tiempo, lo mande perpetuamente.”[11] Años más tarde, en su mensaje al Congreso de Bolivia, el 25 de mayo de 1826, sostendrá, en cambio: “El Presidente de la República viene a ser en nuestra Constitución, como el sol que, firme en su centro, da vida al Universo. Esta suprema autoridad debe ser perpetua; porque en los sistemas sin jerarquías se necesita más que en otros un punto fijo alrededor del cual giren los magistrados y los ciudadanos: los hombres y las cosas.”[12]

¿Cómo entender esta paradoja en el pensamiento y la acción del libertador? Pues entendiendo las contradicciones políticas que le tocara vivir. En cualquier caso, una lectura crítica de los documentos históricos nos impide utilizar y acomodar una idea a contextos actuales porque siempre correremos el riesgo de manipular la información. No obstante, el Bolívar de 1819 está lleno de entusiasmo e ideales liberales en la gesta libertaria que él mismo está liderando. El Bolívar de 1826 ha pasado, rápidamente, por los avatares y amarguras de la lucha por el poder que llega luego de toda gesta independentista. Para el uno, el ejercicio del poder es todavía la coronación de un ideal; para el otro, es el purgatorio de la ingobernabilidad. Para ambos, a pesar de todo, la Patria es más que un concepto: es la estrella que guía su tortuoso tránsito por la historia. Frente a la propuesta de una presidencia vitalicia y de transferencia personal, y un senado hereditario, junto a otras autoridades de elección libre, el historiador Enrique Ayala Mora, propone que “el Libertador pensaba que éstas eran necesarias limitaciones de la democracia, que garantizaban su vigencia y que permitían un equilibrio político en la etapa de transición entre la colonia y la ‘auténtica’ república.”[13]

En medio del proceso de consolidación de las nacientes repúblicas, la tentación monárquica fue una posibilidad cierta, en la medida en que la participación popular no era parte del proyecto político y el concepto mismo de “pueblo” terminó restringiéndose a los notables pues las masas carecían de conciencia para ejercer sus derechos políticos. No obstante, en una carta del 6 de diciembre de 1829, dirigida a Antonio L. Guzmán, Bolívar reitera su negativa a la opción monárquica: “la nación puede darse la forma que quiera, los pueblos han sido invitados de mil modos a expresar su voluntad y ella debe ser la única guía en las deliberaciones del congreso; pero persuádase Vd. y que se persuada todo el mundo que yo no seré rey de Colombia ni por un extraordinario evento, ni me haré acreedor a que las posteridad me despoje del título de Libertador que me dieron mis conciudadanos y que halaga todo mi ambición.”[14]

Las contradicciones no desmerecen a Bolívar puesto que ellas son el producto de una encarnizada lucha por el poder que de se desató inmediatamente después de la independencia por la disputa de los caudillos locales y que, por sobre ellas, el libertador construyó con éxito efímero su proyecto de la Gran Colombia e intentó, sin fortuna, despertar la consciencia de los pueblos hispanoamericanos. Tal vez por eso, al final de sus días, encontramos un Bolívar desencantado, menos victorioso pero más humano en medio de la derrota política. El 9 de noviembre de 1830, desde Barranquilla, enterado ya del asesinato de Sucre, escribe una misiva cargada de tristeza y desengaño a Juan José Flores, ya presidente de la naciente República del Ecuador, en la que, desencantado, dice que: “servir a una revolución es arar en el mar,”[15]

En este momento próximo a la muerte Bolívar carece de la perspectiva histórica necesaria para que alcance a ver la grandeza de su propia obra: la liberación de los pueblos de Nuestra América. El 10 de diciembre de 1830, desde la hacienda de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, en un acto de desprendimiento vital, luego de perdonar a sus enemigos, proclama: “¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.”[16]

García Márquez, en El general en su laberinto, recrea los últimos días de la vida del libertador. El día del fin, Bolívar “examinó el aposento con la clarividencia de sus vísperas, y por primera vez vio la verdad: la última cama prestada, el tocador de lástima cuyo turbio espejo de paciencia no lo volvería a repetir, el aguamanil de porcelana descarchada con el agua y la toalla y el jabón para otras manos, la prisa sin corazón del reloj octogonal desbocado hacia la cita ineluctable del 17 de diciembre a la una y siete minutos de su tarde final.”[17]

En la persona de nuestro Simón Bolívar, ese héroe de carne y hueso a quien recordamos en un aniversario más de su natalicio, se concentra el militar, el político, el estadista, el pensador utópico, el desencantado. Ahora lo podemos ver como no lo vio Fernanda Barriga, esa negra del Chota, de veintidós años, que cocina para Bolívar y lo ha acompañado hasta San Pedro Alejandrino. Ese 17 de diciembre ella canta, con una voz de tristeza esclava, las canciones que los negros entonan como un rezo para llevar el alma de los agonizantes a la paz de la eternidad. Logra entrar al cuarto del libertador con la camisa prestada que Bolívar vestirá como una mortaja. Se dice que en sus brazos, el Libertador entró en las tinieblas de lo eterno iluminado como el hombre de las vicisitudes, vencedor de las batallas por la libertad, perdedor de las intrigas políticas por el poder; el que cumplió con su juramento de no dar reposo a su alma hasta no liberar a su patria del yugo español, Bolívar, el sembrador del mar y la tierra.

Guayaquil, julio 24, 2007

[1] Simón Bolívar: la vigencia de su pensamiento, Francisco Pividal, comp., La Habana, Casa de las Américas, 1982, p. 15.
[2] Simón Bolívar: documentos, Manuel Galich, comp., 2da. Edición, “Carta de Jamaica,” 6 de setiembre de 1815, La Habana, Casa de las Américas, 1975, pp. 45-46.
[3] Ibid., p. 38.
[4] Ibid., p. 61.
[5] Ibid., p. 61.
[6] Ibid., p. 69.
[7] Ibid., p. 68.
[8] Ibid., p. 329.
[9] José Joaquín de Olmedo, “La victoria de Junín,” en Poesía de la Independencia, Emilio Carrila, editor, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979, p. 10.
[10] Jorge Núñez Sánchez, “Simón Bolívar y Guayaquil”, El Universo, 23 julio 2007, 7A.
[11] Simón Bolívar: la vigencia…, p. 105.
[12] Ibid., pp. 207-208.
[13] Enrique Ayala Mora, ed., Simón Bolívar: pensamiento político, Sucre, Universidad Andina Simón Bolívar, 1997, p. 34.
[14] Simón Bolívar: la vigencia… p. 277.
[15] Ibid., p. 287.
[16] Ibid., p. 290.
[17] Gabriel García Márquez, El general en su laberinto, Bogotá, Editorial Oveja Negra, 1989, p. 266.

domingo, julio 22, 2007

A propósito de Crónica del mestizo

Al finalizar el acto de presentación de Crónica del mestizo, en Guayaquil, en la Casa de la Cultura, el miércoles 18 de julio. En el orden acostumbrado: Lucho, Giselle, Rafaela, Raúl, Daniela y Paul.

La poesía implica un espacio de silencio, una mirada hacia adentro y un proceso de reelaboración del lenguaje. Tal vez por eso la gente tiene cierto temor a la lectura de poesía y los medios de comunicación son reacios a hablar de ella: después de todo, la poesía implica la construcción permanente de un lenguaje metafórico y, al mismo tiempo, la poesía no es un espectáculo mediático sino una manera íntima de acercarse al espíritu a través de la palabra.


La lectura de poesía requiere de un momento especial. Si el poeta se ha mirado para adentro, el lector debe hacer lo mismo: olvidarse del mundo que lo rodea, concentrarse en la repercusión del lenguaje, saborear la profundidad de la imagen, asumir la metáfora como la realidad de la palabra. Esta lectura es lenta e íntima a contracorriente de un mundo que todo lo devora con la omnipresencia del mercado, de una realidad mediática que nos ha hecho creer que la realidad es una cápsula de 30 segundos en donde supuestamente cabe una vida.


La poesía es esa utopía que no ofrece nada más que la contemplación del ser humano en el espejo de su propia finitud.

Carta abierta a El Universo

Quito, 22 de julio de 2007

Señor
CARLOS PÉREZ BARRIGA
Director de diario El Universo
Guayaquil

De mis consideraciones:

El ejercicio de la libertad de prensa implica la asunción de la responsabilidad de aquello que se dice por parte de quien ejerce dicha libertad; la ética de la palabra y el sentido alerta de la autocrítica resultan indispensables. Ahora que se debate el límite borroso que existe entre lo público y lo privado, la manipulación de la noticia a favor de una posición política y la objetividad o no del ejercicio de la opinión, se torna indispensable que las redacciones y los espacios editoriales de los medios actúen con prudencia y la mayor conciencia crítica evitando el desborde de las pasiones.

Considero que el ejercicio de la opinión en una columna editorial es libérrimo pero, al mismo tiempo, es en donde el articulista debe asumir a plenitud la responsabilidad que de sus palabras derivare. En lo personal, siguiendo a Voltaire, puedo no compartir las ideas de algún editorialista pero estoy dispuesto a luchar por el derecho que ése tiene a expresarlas. Al mismo tiempo, es indispensable que el público lector conozca la orientación ideológica o política del articulista puesto que nadie habla desde la imparcialidad; pretender que eso es así es engañar al lector. Por ejemplo, si un sacerdote escribe sobre la despenalización del aborto es más que seguro que su argumentación será en contra de aquella; asimismo, si una militante feminista lo hiciera, seguramente estaría a favor. Lo mismo sucede con otros temas: probablemente un consultor de las petroleras estará por la explotación inmediata del Yasuní y un miembro de una organización ecologista creerá que lo mejor es mantener el petróleo bajo tierra. Lo contrario sería excepcional. En todos los casos, para el público es importante conocer la argumentación pero también lo es saber desde donde viene y en qué proyecto de vida, ideológico, institucional o político ésta se ubica. Esto último es difícil conocerlo porque, por lo general, los medios son reacios a publicar esta ubicación de quien escribe, cosa que se podría solucionar con un par de líneas descriptivas al final del artículo; por ejemplo, si yo escribiera una columna en algún periódico al dejar el ejercicio de mi cargo, tendría que, por lo menos, informar al lector lo siguiente: “Raúl Vallejo, escritor; militante socialdemócrata y ex ministro de Educación.”

En este mismo campo, la línea editorial de un periódico puede ser muy amplia o, entre otras posibilidades, por el contrario, tomar partido frente a un gobierno. Cualquiera de las opciones es legítima pero la segunda significa convertirse en un actor político más con los riesgos que ello conlleva frente al público. Si se ha tomado este camino, que en otras latitudes lo asumen algunos medios, es indispensable que el público lector lo sepa. En el siglo XIX, los periódicos eran espacios militantes que, en América Latina, se definían liberales, conservadores, radicales, católicos, etc. Un periódico como El Universo que parecería, según observo en el tratamiento noticioso y editorial de los últimos meses, ser un espacio militante de crítica y oposición al proyecto político del gobierno de Rafael Correa, tiene todo el derecho de hacerlo pero también tiene la obligación moral de comunicárselo así a sus lectores. Una vez en esta posición, el medio pasa a convertirse en un actor político más y, por tanto, pasa a sujetarse al ámbito de la confrontación política y sus lectores sabrán que la opinión del diario y el tratamiento noticioso está mediatizado por dicha opción. Lo que resulta carente de ética es que, habiendo definido una línea de oposición, se pretenda mantener la neutralidad desde el discurso.
¿Por qué me parece que su periódico ha optado por ser un actor político de oposición? Pues porque mayoritariamente los editoriales del diario han sido opuestos a los diversos actos del gobierno, porque en la sección de “Cartas al director” se han dedicado a publicar, en su mayoría, cartas de ciudadanos en contra del gobierno, porque el editor de opinión del diario únicamente escribe en contra del gobierno y sus miembros. Lo honesto sería que el periódico se declare en la oposición, que explique sus razones al público lector y, por tanto, que asume la responsabilidad política que esta definición implica. Seguir esgrimiendo la imparcialidad y la objetividad, habiéndolas perdido, es engañar al público. Si estoy equivocado en esta apreciación, sería bueno que la dirección del diario revise las observaciones que he realizado.

El tratamiento noticioso no deja de ser preocupante en aras de la objetividad. Se dice que la prensa publica la realidad pero lo que hace es recortar la realidad y publicar de manera prioritaria el segmento de la “mala noticia”. ¿Cómo creer en la objetivad de un sistema que proclama como principio filosófico que la buena noticia no es noticia? Es así como los diarios se llenan de la impudicia de la crónica roja, noticia en la que no se respeta el espacio más íntimo y privado del ser humano que es el de la muerte; los noticieros condensan en treinta minutos todos los desastres y escándalos posibles llenando de desazón y desesperanza a la gente que los ve. Durante los últimos días ustedes se han dedicado a destacar en la primera plana las noticias negativas: en primera plana va un supuesto aumento en determinadas medicinas y en la página once la noticia de la reunión del presidente Correa con los inmigrantes en España. Al parecer, la línea editorial ha decidido que el presidente, salvo crítica expresa, no es noticia de primera plana. Como usted podrá ver ambas noticias son ciertas, pero el editor de noticias decide qué va en primera plana, qué no va, qué va con grandes titulares, qué va con menor espacio. Ese es el dilema ético al que debe enfrentarse una prensa objetiva.

A eso se referían las cartas de mi asesora Dolores Santistevan de Baca que, la semana pasada, dirigiera al editor de noticias del diario. Sobre el tratamiento noticioso voy a retomar algunos puntos. Ustedes publicaron, tiempo atrás, sendos reportajes sobre las escuelas República de El Salvador y Amazonas, ambas de Guayaquil, que tenían seriamente afectada su infraestructura. Hubiera sido esperanzador para la gente publicar otros reportajes, también de media página, en el que se vea a esas escuelas ya reparadas y la alegría que aquello causó a la comunidad. No se trata de “promocionar al ministro”: después de todo, los funcionarios somos servidores, es decir, personas que hacemos todo lo que está humanamente a nuestro alcance para que se cumplan los derechos ciudadanos, en mi caso, en el campo educativo y siempre obrando de buena fe. Coincido con ustedes que hay enorme problemas en el sistema educativo pero creo también que se está trabajando con mucho tesón para solucionarlos. Si la gente votó por convertir al Plan Decenal de Educación, en noviembre del 2006, en una política de Estado –noticia a la que la prensa, en general, según mi parecer, no le dio la importancia que tenía–, es positivo para la esperanza de la gente informarle que, a pesar de las dificultades, el Plan se está cumpliendo. ¿Se solucionaron todos los problemas? Por supuesto que no: justamente por eso hemos definido un Plan de diez años: en este momento atendemos alrededor del 12% de las necesidades de infraestructura pese a que estamos realizando la inversión más grande de la historia (alrededor de 104 millones de dólares); pero si ustedes, al tratar la noticia, ponen énfasis en el 88% que todavía no se atiende, entonces tendremos a la desesperanza como el sentimiento general de los ecuatorianos. Lo mismo puedo sostener sobre el asunto de las nuevas partidas docentes.

Llegado a este punto, me parece por demás tendencioso y con mala intención el titular del sábado 21, en la sección El Gran Guayaquil, página 2: “Ministro pide se resalte su trabajo con Nebot”. Más allá de la muy buena relación personal que me une al Alcalde de Guayaquil, con quien, sin tomar en cuenta las diferencias políticas que tenemos, realizamos una tarea de servicio a los más pobres de la ciudad, el motivo del reclamo –y así lo verá usted si lee las cartas que la señora de Baca enviara al editor de opinión– fue el tratamiento prejuiciado y sesgado que el diario dio a la noticia de las inauguraciones de locales escolares intervenidos integralmente en la ciudad. Al informar tales noticias se silenció, no sé si de manera deliberada, la presencia del ministro de Educación: jamás publicaron una foto del acto, ni siquiera publicaron fotos de las escuelas antes y después de la intervención; no pusieron énfasis en los discursos propositivos y positivos tanto del alcalde como del ministro en lo que tiene que ver con un modelo de intervención ejemplar en el que también participa la Universidad de Guayaquil, y tampoco sacaron las palabras de gratitud de la gente. Apenas si dijeron que el ministro estuvo presente pero sin señalar el porqué de su presencia. Por el contrario, el periódico puso énfasis, tanto en los titulares como en el desarrollo de la noticia, en la confrontación política coyuntural y en resaltar la presencia del Alcalde como si fuera única. No quiero que la opinión pública se confunda: no se trata de “figurar” –cosa que me es ajena–; se trata de que el periódico no utilice una noticia positiva, como es el trabajo conjunto del Ministerio de Educación, la Alcaldía de Guayaquil y la Universidad de Guayaquil, como un pretexto para priorizar la confrontación desde una toma de posición de política que, al parecer, el diario ha hecho sin informar al público lector. La ciudadanía tiene derecho a saber y a formarse la idea de que en el campo educativo debemos superar las confrontaciones coyunturales y trabajar por un proyecto destinado a hacer de la educación un motivo de esperanza para la gente. Concertar es una palabra clave en el campo educativo.

Pero esto no es todo porque cuando alguien toma partido, el espíritu tendencioso no tiene límites. En la misma noticia, un titular de recuadro viene a confirmar la mala disposición informativa para conmigo: “Publicación del libro de Vallejo tuvo trato diferente”. Para empezar, en término periodísticos la una noticia no tiene relación con la otra: es como si, resignados a publicar una aclaración a la que han tergiversado su sentido con un titular que no da cuenta del texto noticioso, tuviesen que, de todas maneras, insistir en un aspecto negativo. En segundo lugar, el contenido de la noticia, muestra un evidente afán de escandalizar en donde no existe razón alguna para ello. Tercero, el recuadro es un ejemplo típico de lo que en periodismo se conoce como la fabricación de una noticia: cuando no se tiene nada en las manos, la especulación es una manera taimada de insinuación maliciosa sin comprometerse. Bastante he leído para que estas trampas del periodismo inescrupuloso me sean desconocidas; lo que me asombra es que un periódico serio y de tradición como El Universo ahora las esté utilizando. La verdad se concentra en la declaración de mi editor Marcelo Báez –cuyo sello Báez editor en conjunto con Libresa tiene un amplio fondo editorial–: “se pudo hacer esta edición (la de mi poemario Crónica del mestizo) cuando el ministro pidió permiso a La Palabra y esta entidad se lo concedió”. Pero el recuadro enloda con sospechas e insinuaciones perversas lo que es un proceso transparente y sencillo: yo gané el premio en abril del 2006; en noviembre de 2006, cuando ya había pasado algunos meses y el libro no era publicado aún, pedí autorización a fundación La Palabra para buscar una editorial por mi cuenta y también para enviar el poema a revistas de fuera del país y tal autorización fue concedida, no por mi calidad de ministro, como la nota insinúa con mala fe, sino por mi calidad de escritor –situación personal que es suficientemente conocida– que es lo que me define. En todo caso, esa decisión libre de la fundación La Palabra no ha perjudicado a nadie como se quiere hacer aparecer, de manera ligera, en la nota de marras. Yo soy escritor y sucede que, por ahora, estoy de ministro y el hecho de que la sección de noticias política del diario haya tomado partido en contra del gobierno al que pertenezco no le da derecho para querer enlodar mi trayectoria literaria. Lo que confirma este afán persecutorio es que el libro fue presentado en Quito, el 10 de enero de este año, y al parecer el departamento de noticias de El Universo recién se entera de que la fundación dio el permiso correspondiente. No obstante lo dicho, reconozco la cobertura que del evento de presentación del libro en Guayaquil se hizo en el mismo diario en la sección Vida y Estilo, página 2, bajo el titular: “Reflexiones sobre el oficio de escribir”, noticia que me llena de esperanza en el sentido de que habrá un espacio de reflexión por parte de la dirección de un diario que por años se ha ganado el respeto y el cariño ciudadanos.

La discusión sobre el borroso límite entre lo público y lo privado cobra sentido, por lo tanto. ¿Es lícito que un reportero invada y viole la intimidad de Cecilia Bolocco y luego publique las fotos de ella en una casa particular? ¿Cuál es el límite del respeto a la intimidad de un personaje público? ¿Es ético que cualquier grabación hecha sin conocimiento de la persona en una situación personal sea transmitida por televisión? Me parece que esa es una discusión ética que conmueve el sentido mismo de lo que se entiende por libertad de expresión. ¿Es moralmente aceptable que el cadáver de una persona, tendido sobre la mesa de autopsia, sea publicado en un periódico en nombre de la libertad de prensa? ¿Es admisible que los cuerpos esparcidos en una tragedia aérea o en un accidente de tránsito sean exhibidos por los noticieros de televisión? ¿Es correcto que, en medio de un duelo, un reportero acuda al velorio e importune a los deudos buscando una entrevista? Me parece que estas preguntas son pertinentes para definir por lo menos de forma aproximada los límites de los que hablé al comienzo del párrafo.

Este aspecto va unido al tratamiento sensacionalista de la noticia que llevan a cabo los medios; por ejemplo, en una noticia deportiva: “México humilló a Paraguay al vencerlo 6-0”. El titular pudo ser objetivo: “México ganó a Paraguay 6-0” o menos simple: “México goleó a Paraguay 6-0”. El problema es que al introducir el subjetivo “humilló” el sensacionalismo de la prensa convierte a un simple partido de fútbol en una cuestión de “honor nacional”. Lo mismo sucede al recordar, en el peor lugar común de estilo periodístico, el “maracanazo” cada vez que juegan Brasil y Uruguay: en estricto sentido habría que recordarlo cuando en un campeonato del mundo, nuevamente se enfrenten en la final ambos equipos; pero hacerlo cada vez y cuando demuestra pereza mental en las redacciones deportivas. Lo mismo sucede cuando juegan Argentina e Inglaterra: recordar la guerra de las Malvinas es de mal gusto histórico y revela falta de imaginación a la hora del comentario deportivo.
Invito al medio de comunicación, fundado e históricamente dirigido por periodistas honorables, testigo y relator de los sucesos más transcendentes de la historia de nuestro país, para que una vez más abra un espacio para el debate sobre los compromisos que conlleva la libertad de expresión y los alcances de la ética periodística.

Invito a El Universo para que tome la iniciativa en la búsqueda y producción de noticias esperanzadoras, que reconozcan la importancia de las mismas en los procesos de construcción de ciudadanía y democracia, como pieza fundamental en el desarrollo social y en el crecimiento de una sociedad propositiva, cuya permanencia va más allá de gobernantes y temas coyunturales.

Yo sé que en una disputa con un medio de comunicación tengo las de perder: ustedes son un poder que todos los días pueden machacar en contra de una persona hasta destruirla y esa persona apenas tendría la posibilidad de enviar una carta con el peligro de que, como ha sucedido con las cartas de mi asesora, sea manipulada. Sin embargo, todavía confío en que el diario El Universo, que usted dirige, sabrá reflexionar sobre estas palabras que no aspiran a ser la verdad sino una parte de ella.

En cumplimiento del artículo 23, numeral 9, de la Constitución vigente, aspiro a que esta carta, a pesar de su extensión y atendiendo a esa libertad de expresión que usted y yo defendemos, sea publicada íntegramente pues una edición de la misma, que desde ya no autorizo, afectaría el sentido global de mi planteamiento.

Saludos cordiales,

Raúl Vallejo Corral
Ministro de Educación

miércoles, marzo 28, 2007

Cuando casi me queman en la hoguera


Por Raúl Vallejo
Diario Expreso, revista Semana, 18 marzo 2007

El martes 26 de octubre de 1976 me desperté con fiebre y falté al colegio. Hacia las nueve de la mañana me llamó Fernando Balseca, que entonces era mi amigo, y me leyó la columna “¡Buenos días, país!” de Eduardo Arosemena Gómez, Edargo, en El Telégrafo. Edargo se escandalizaba de los libros Color de hormiga, de Balseca, y de mi Cuento a cuento cuento, que habíamos presentado la noche anterior en el Cristóbal Colón, colegio salesiano en donde estudiábamos y nos graduamos en enero de 1977. Edargo organizó su artículo con citas que, fuera de contexto, daban la impresión de que los cuentos estaban embebidos de procacidad y concluía con el manido “¡O tempora, o mores!”.
Quedé atónito. Creí que oiría elogios y escuché a Torquemada. Con esa desfachatez propia de los adolescentes me repuse enseguida y sonreí: tuve razón cuando escribí en el programa de mano: “Que muchos criticarán la actitud que he tomado en mis cuentos, no lo dudo; como tampoco dudaré de que quien se queja es porque algo le duele y, precisamente, cuento a cuento quiero hacer sentir esa tachuela en el asiento de cualquiera.” Edargo y los moralistas de una sociedad pacata saltaron hasta el techo al sentarse sobre la inocente tachuela que yo había puesto.
El 31 de octubre, Pedro Tinto, de El Telégrafo, en “Dos cuestiones atroces”, decía: “Un colegio, religioso por añadidura, edita en sus talleres dos libros conteniendo [sic] indignos relatos pornográficos…” y hacía un llamado de inquisidor: “Individuos como aquellos deberían ser expulsados de la casa que ocupan para luego fumigarla y desinfectarla y ser juzgados como malhechores atroces, enfermos de un mal contagioso e indigno.” Tuve un remanso cuando, el 7 de noviembre, Filosofito (Pepe Guerra Castillo), desde Expreso, en “Tinta de calamares”, elogió los libros y nos comparó con los escritores de Los que se van en cuanto a la valentía de la denuncia: “Ellos lo que han hecho en sus cuentos es contar la historia tal como es. Como no la quieren ver los ciegos, encerrados en sus torres forradas de negra tinta.”
Una mañana de noviembre salí de clase porque alguien me buscaba. Bajé hasta la portería y un tipo, facha de personaje de Pablo Palacio, se me acercó y, sacando el recorte del artículo de Edargo del bolsillo interior de su leva, preguntó: “¿Usted vende estos libros aquí?” Yo no sabía si reírme o patearlo, así que opté por la verdad: “Los libros están incautados. Nos los darán cuando nos graduemos”. Años después me enteré de que el P. Eduardo Sandoval, rector del colegio, nos defendió sin aspavientos y con firmeza contra aquellos padres de familia que nos querían arrojar a la hoguera.
Cuando me atreví a releer estos cuentos, ya con más experiencia vital y literaria, los sentí cándidos: en esa escritura yo era un discípulo de Don Bosco escandalizado por la hipocresía del mundo y el pecado. Sin duda, este episodio me definió como escritor: intuí que la literatura sirve para el exorcismo del escritor y para la conmoción de sus lectores.

miércoles, marzo 07, 2007

Deslumbramientos a partir de unas langostas

Con Gabriel García Márquez en La Habana, en 1985, en la Casa de las Américas

—“Me han pedido 61 entrevistas en las últimas 48 horas”, —comentó García Márquez mientras transcurría aquella fresca tarde de diciembre de 1985 y los comensales platicábamos de libros, de esto y lo otro, y devorábamos algunas langostas cubanas recién sacadas de la parrilla. Tuve que bajarme casi un vaso de cerveza Atuey para que me pasara el trozo de langosta atorado en la garganta seca después de escuchar su frase.
Yo era entonces un audaz escritor y periodista de 26 años que comía con un apetito de adolescencia prolongada. Había sido invitado al II Encuentro de Intelectuales por la Soberanía de Nuestros Pueblos y la jefa de la revista en donde trabajaba —Vistazo, la más importante de Ecuador— me dio permiso para el viaje a La Habana con la condición de que regresara con una entrevista al premio Nobel que, dicho sea de paso, yo había asegurado que estaba prácticamente concedida. El adverbio me sostendría la vida al regresar a Guayaquil si la entrevista fracasaba.
Una fascinante mujer llamada Trini Pérez, de la que los escritores solían enamorarse sin que ella diera más motivo que la cautivante amabilidad de sus iluminados ojos, conocía de mis tribulaciones laborales. Como alta funcionaria de Casa de las Américas tuvo la generosa idea de colocarme en un grupo de trabajo donde estábamos Frei Betto, Chico Buarque, Eduardo Galeano, Roberto Fernández Retamar, Osvaldo Soriano, García Márquez, y yo. Me sentí como la canción–acertijo de Plaza Sésamo: “hay una cosa que no pertenece a este lugar”. El problema para mí era que desde el comienzo del encuentro, García Márquez, que acudía a las sesiones cuando el grupo ya había empezado a trabajar y se retiraba discretamente antes de que concluyera, se quejaba sin remedio de esa desmesura cotidiana que viene junto a la fama: “Cada vez que camino por los corredores hay alguien que quiere hacerme una entrevista”.
Luego de oír la frase sobre el número de entrevistas sentí que era la descortesía más deplorable del Caribe el que yo arruinara un almuerzo de langostas con alguna impertinencia; después de todo, habíamos pasado algunos días trabajando juntos en la redacción del manifiesto final del encuentro y me daba vergüenza romper ese clima de confianza. Me movía en una paradoja terrible pues entre más cerca estaba del escritor que tenía que entrevistar más lejana era la posibilidad de hacerlo sin que pareciera un abuso de confianza.
Pero el tiempo de mi estadía en la isla se acababa y me veía sin trabajo por esas calles de mi ciudad “donde los chivos se suicidaban de desolación cuando soplaba el viento de la desgracia”. Además yo estaba con varias Atuey adentro, había hecho una apología sibarita sobre la langosta cubana celebrada ruidosamente por los comensales y Osvaldo Soriano, que durante esa semana llena de sobresaltos me asesoró acerca de la manera de abordar a García Márquez para que me concediera la entrevista, me golpeó sin disimulo en el hombro para que me decidiese a hablar:
—Pues con mi pedido serán 62. —Lo solté de golpe y sin los preámbulos que había repasado frente al espejo de mi habitación del Hotel Riviera y me sentí igual que José Arcadio Buendía cuando anunció a sus hijos que la tierra era redonda como una naranja, “temblando de fiebre, devastado por la prolongada vigilia y por el encono de la imaginación”.
Afortunadamente, García Márquez y Mercedes Barcha, los anfitriones de aquella mesa de cuatro personas, tuvieron a bien reírse de lo que yo había dicho. A lo mejor vieron en mi azoramiento el destello de “los ojos marítimos y solitarios” de aquellos que, como Ulises, el de padre holandés, se extravían por San Miguel del Desierto. Soriano me tranquilizó con un guiño cómplice y mi miró con el mismo asombro con el que lo había hecho cuando, días atrás, le pedí que firmara mi ejemplar de la edición cubana de Triste, solitario y final. Mercedes me ofreció otro pedazo de langosta y García Márquez habló dirigiéndose a Soriano y a mí:
—Las entrevistas son otra forma de la literatura —dijo la frase como una sentencia parecida a la que pronunció Ángela Vicario “cuando el juez instructor le preguntó con su estilo lateral si sabía quién era el difunto Santiago Nasar” y “ella le contestó impasible: Fue mi autor”. Saboreó con los ojos cerrados un bocado de langosta y cuando hubo terminado con él, añadió—: Los periodistas siempre me preguntan lo mismo: sobre la paz mundial, que por qué soy amigo de Fidel y Belisario, que qué significa el color amarillo en mi vida, que no se qué vainas más... y todos quieren tener la exclusiva —bebió media copa de vino blanco y terminó la idea con una nueva sentencia—: es preferible inventarlo todo.
Mas yo no quería entrevistarlo para hablar de los mismos temas de siempre cuyas respuestas básicas, por otra parte, ya están en El olor de la guayaba, el libro de conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza; yo quería entrevistarlo acerca de los deslumbramientos que provocaban algunos episodios de sus novelas. García Márquez, por su lado, no quería hablar de otra cosa que no fuera sobre El amor en los tiempos del cólera, la novela que el 4 de diciembre acababa de ser presentada en Bogotá.
Como se dio cuenta del laberinto laboral en el que estaba atrapado, me propuso la amistosa salida de que yo lo entrevistaría únicamente si leía la novela para el siguiente día y que si no alcanzaba a hacerlo, entonces tenía libertad para asumir en toda su extensión la fórmula que había expuesto. Puesto que no existía un solo ejemplar de la novela a mi disposición en la ciudad, la propuesta me dejó la misma sensación que la del cuento “La mujer que llegaba a las seis”, cuando a la mujer se le ocurre pedir otro cuarto de hora a José, el hombre detrás del mostrador. Trescientos ejemplares viajaban por los cielos del Caribe y las burocracias aduaneras del capitalismo y del socialismo dejaron que los cajones se extraviaran y que los libros llegasen a La Habana justo cuando los últimos invitados al Encuentro regresábamos a nuestros países. Cuando tomaba el avión de regreso a mi país, el martes 10, yo, que esperé como asunto de vida o muerte la llegada de los libros, me identifiqué enseguida con la angustia de Pietro Crespi que regresó a Macondo “a barrer las cenizas de la fiesta, después de haber reventado cinco caballos en el camino tratando de estar a tiempo para su boda”.
Me imagino que todo esto tenía que ver, tal que una maldición gitana, con ese aspecto siniestro de la fama contra el que tanto se queja García Márquez. En aquellos días, copié del Granma una parte de su discurso durante la inauguración del Encuentro en el que contó que “un Premio Nobel de Literatura asegura haber recibido en lo que va del año casi dos mil invitaciones a congresos de escritores, festivales de arte, coloquios, seminarios de toda índole: más de tres diarios en sitios dispersos del mundo entero. Hay un congreso institucional con frecuencia constante y con todos los gastos pagados, cuyas reuniones se suceden cada año en treinta y un lugares distintos, algunos tan apetecibles como Roma o Adelaida, o tan sorprendentes como Stavanger o Yverdon, o en algunos que más bien parecen desafíos de crucigramas, como Polyphénix o Knokke. Son tantos, en fin, y sobre tantos y tan variados temas, que el año pasado se celebró en el castillo de Mouiden, en Amsterdam, un congreso mundial de organizadores de congresos de poesía”.
Me consolé del extravío de los cajones con los libros cuando por fin pude leer El amor en los tiempos del cólera el martes 31 de diciembre de 1985, en la playa de Salinas. Fue una galopante lectura de día completo que terminó una hora antes de que empezaran los fuegos pirotécnicos con los que la gente del balneario celebra el Año Nuevo. Tiempo después, en alguna parte que no recuerdo, leí una declaración de García Márquez en la que decía, con su maniática manera de entreverar ciertos paradigmas de la crítica literaria que El amor en los tiempos del cólera era su mejor novela y aquella por la que sería recordado. No coincido con aquella opinión pero de lo que sí estoy seguro es de que esta novela desparrama una enorme sabiduría, pespunteada de manera original sobre la base de un oficio controlado hasta en su mínimos detalles, sobre el eterno tema del amor erótico, que se resume en la enseñanza de Florentino a la viuda de Nazaret: “nada de lo que se haga en al cama es inmoral si contribuye a perpetuar el amor” o en lo que aprende Florentino de su experiencia con Ángeles Alfaro: “que se puede estar enamorado de varias personas a la vez, y de todas con el mismo dolor, sin traicionar a ninguna”. Cuando llegué a la parte en que América Vicuña toma la iniciativa del amor y arrincona a Florentino Ariza, de tal manera que “lo fue llevando de la mano hasta la cama como a un pobre ciego de la calle, y lo descuartizó presa por presa con una ternura maligna, le echó sal a su gusto, pimienta de olor, un diente de ajo, cebolla picada, el jugo de un limón, una hoja de laurel, hasta que lo tuvo sazonado en la fuente y el horno listo a la temperatura justa”, me acordé de las langostas, aunque éstas eran a la parrilla.
A las cinco de la tarde, de aquel domingo 8 de diciembre, después del opíparo almuerzo, los comensales llegamos al Hotel Riviera y lo que sucedió fue como en esas películas de guiones obvios donde los encuentros casuales con algo o con alguien remarcan los deseos y temores de los protagonistas. No bien habíamos entrado al lobby del hotel, García Márquez fue abordado por un periodista del Clarín de Buenos Aires que le espetó sin preámbulo de ningún tipo y con la cancha de los porteños sus ganas de entrevistarlo, en exclusiva, che. García Márquez negó con algo de fastidio tal posibilidad pero enseguida recuperó su sentido caribeño del humor y le dijo:
—Mira, estas dos personas también son periodistas —Soriano y yo nos miramos y sonreímos como si fuésemos cofrades de alguna secta secreta y antigua— y andan conmigo porque les he hecho prometer que no habrá ninguna entrevista.
¡Qué puedo decir! Nunca más he vuelto a estar cerca de García Márquez ni creo que él se acuerde de este episodio perdido en el laberinto sin fin de sus azarosos episodios de vida huyéndole a las entrevistas exclusivas. Yo, en cambio, aún conservo conmigo el glorioso sabor de las langostas, la serena hospitalidad de Mercedes Barcha, la discreta complicidad epistolar que mantuvimos con Osvaldo Soriano hasta su muerte y la edición de Casa de las Américas de Crónica de una muerte anunciada, con el autógrafo de su autor: Para Raúl, del patriarca. Gabriel, 85.
Por supuesto que me hubiera gustado preguntarle por qué razón se identificó al escribir el autógrafo con el dictador más triste de la literatura, aquel personaje de El otoño del patriarca, de quien dice uno de los narradores de la novela, que es “el anciano más antiguo de la tierra, el más temible, el más aborrecido y el menos compadecido de la patria”. También le hubiera preguntado sobre el final de estilo y sentido simbólico paralelo aunque de resolución anecdótica opuesta de El coronel no tiene quien le escriba: “El coronel necesitó setenta y cinco años —los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: —Mierda”, y de El amor en los tiempos del cólera: “Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches: —Toda la vida —dijo”.
Finalmente, no pude entrevistar a García Márquez. Hube de inventarlo todo.

Publicado en Gaborio. Artes de releer a García Márquez. Julio Ortega, compilador. México DF, Jorale Editores, 2003: 89-93.