José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

sábado, mayo 12, 2012

Pedro Jorge Vera, reeditado en Cuba


Pedro Jorge Vera (Guayaquil, 1914 – Quito, 1999) nos enseñó con su literatura la manera de contar historias como un clásico del género, a construir el tinglado de la intriga y la sorpresa final con la sencillez natural de un narrador que sorprende a sus lectores, a delinear en pocos trazos el conflicto interior de los personajes, a mantener la ética del compromiso político pero también a mantener la libertad creativa en nombre del arte literario. Con el ejemplo de su vida y su militancia consecuente, nos enseñó a ser honestos con nuestras ideas y a defender la causa de los pueblos de nuestra América.
La editorial Arte y Literatura, de Cuba, nos ha entregado a comienzo de este 2012, una colección de los cuentos de Pedro Jorge Vera bajo el sugerente título de Diana ha regresado y otros cuentos, preparada por el académico y crítico cubano Emmanuel Tornés Reyes (Manzanillo, 1948) y el escritor y académico ecuatoriano Raúl Serrano Sánchez (Arenillas, 1962), quienes estuvieron a cargo de la selección, el prólogo y las notas de esta edición que, al final, nos ofrece una acuciosa bibliografía de las primeras ediciones de las obras de Vera.
La selección incluye los cuentos más conocidos de Vera: “Luto eterno”, “Un ataúd abandonado”, “Ava y las palmas” y “¡Jesús ha vuelto!”. Asimismo, dos relatos magistrales: el uno, “Los mandamientos de la ley de Dios”, compuesto de diez cuadros que van desentrañando la hipocresía de la religión institucionalizada y, otro, “El destino”, una nouvelle de suspenso y terror, heredera del mejor Poe. La selección se complementa con textos en donde las preocupaciones éticas y estéticas de Vera están remarcadas con su manejo particular de la truculencia: así, “La muerte propia”, “La apuesta”, “El retrato de la víctima” o esa joyita demencial, sostenida por la vigilia de la sinrazón y el horror, que es el cuento que da nombre a la selección.
El prólogo a dos manos de Tornés y Serrano es no solo una introducción general a la obra de Vera sino un estudio concienzudo y de lectura cercana de cada uno de los cuentos de la selección. Con agudeza crítica, van dando cuenta de las características particulares de cada relato contextualizadas en las características generales de la narrativa de Pedro Jorge Vera. Así, Tornés y Serrano, señalan la diversidad de preocupaciones temáticas del Vera: la hipocresía de los individuos y los funcionarios, la religión como fuente de los prejuicios sociales, las ideas y acciones extremistas, la doble moral, las injusticias sociales y política y el abuso del poder, así como la violencia permanente de la sociedad y la condición humana.
Tornés y Serrano, con acierto de lectores consumados, llaman la atención sobre un sello particular de la narrativa de Vera: “…su propensión a contaminar las historias con la sátira, el sarcasmo, la ironía y el humor. Tales recursos permiten desdramatizar los comúnmente complicados y dolorosos trances en los que se ven envueltos los protagonistas verianos. En lo tocante al lector, constituyen un ardid para distanciarlo emocionalmente (una especie de extrañamiento brechtiano) de la ficción, de manea que alcance así una lucidez más ajustada a los fines del relato.”
Diana ha regresado y otros cuentos, de Pedro Jorge Vera, selección de relatos preparada por Emmanuel Tornés Reyes y Raúl Serrano Sánchez, es un libro que, con seguridad, acercará a los lectores cubanos a los más intensos cuentos de la narrativa de Vera así como les entregará una mirada profundamente crítica, desde los textos escogidos, de unos de los autores más representativos de la literatura de nuestra América de la segunda mitad del siglo veinte. Con estos cuentos, Pedro Jorge Vera visita nuevamente la isla de cuya revolución fue siempre un militante solidario.

domingo, abril 22, 2012

La evanescencia de la vida es memoria en el poema


            El agua como elemento en el que se realiza la transparencia de la palabra poética, el agua como torrente en el que fluye la memoria, el agua como un maná líquido que nos baña desde el cielo. La huella en el agua es una existencia de lo imposible; esa huella efímera es símbolo de la evanescencia de la vida mientras la misma vida fluye. La memoria es posible porque se transforma en escritura.
            La voz poética se presenta con un sueño: “Soñé que regresaba / con un libro escrito / en las escamas de un pez” (19). Como todo sueño, inasible. El poeta sabe que solo en el poema existe la posibilidad de que aquello que se esfuma pueda ser retenido para derrotar al olvido; pero esa retención es posible gracias a un artificio que requiere confrontar el silencio de lo cotidiano con la carga sonora de la palabra: “Algo me aleja y salgo a respirar / el lenguaje que serpentea por la calle / con sonidos de metal y arcilla” (209). La permanencia de lo vivido, que es huella en el agua —realidad que se deslíe—, solo es posible en los intersticios de la derrota a la que, de antemano, estamos sometidos frente al olvido: “Y soy mirado / por la escritura inútil / que avanza entre los dedos” (121). El escribiente vive permanentemente en la vigilia que le habla hacia adentro: “Sonámbulo / detiene el trajín de abonar / con leves puñados el olvido”. El escribiente conoce también el antídoto que permite el triunfo de la memoria: “Por años / el deseo forma las palabras / y elige el centro de su estrella” (118).
            Eros ampara al hablante lírico y esa explosión del instante, que es la orgásmica muerte, encuentra en la celebración de la noche y su piel la posibilidad de lo eterno. “La muchacha que golpea con sus piernas / el viñedo en el anochecer / es el rojo que busco” (71) es el anhelo de insaciable deseo del hablante lírico que requiere convertir a la noche en el instante cómplice de una eternidad orgásmica que solo es posible, como toda la cotidianidad, en la perennidad de la palabra: “Amada noche / que el día no nos manche / con su cuerpo” (72). Esta confrontación romántica de la perennidad del deseo con la condición pasajera del cuerpo se resuelve en los silencios del poema que están marcados en verso corto, conciso, exacto, como la lucidez que se requiere para encontrar al monstruo del Loch Ness, el que “al amar no infringe roce en el abismo” (36). El hablante lírico también alcanza a retener a la mujer que se esfuma en la imagen etérea en la que existe gracias a la poesía: “Y el deseo se ilumina / en las ondulaciones de la vida: / Una mujer desnuda bañándose en el aire” (153). Agua y aire, elementos conjugados para la festiva realización de aquella maroma que realiza el deseo.
            Los retornos de la memoria, la recuperación de la infancia y la madre, la vuelta a la naturaleza como símbolo de libertad: “Y el mundo brilla / en el lomo oscuro de un delfín rosado” (80). Esa evocación de la vida que ya no es pero todavía pesa tiene lugar en el viaje, así: “El viajero extiende / una carpa de lejanas costumbres / y su mirada incendia la memoria” (101). La voz poética suele asirse a una tradición de la poesía; en la figura simbólica de Borges encuentra la posibilidad de ser ella misma, acepta que “el ciego brillo de los espejos / ha infectado mis años” y que el tiempo, ese inasible, ese anhelo de eternidad de todos los mortales “…labra en perversa precisión / El rostro del hombre / que se parecía a sí mismo” (111). Finalmente, el hablante lírico se considera una huella en el agua, es decir una muerte que ha de convertirlo en nada, y por eso quiere “que una masa de agua / sea mi fosa / Y la tierra nunca alcance a cubrirla” (152). Evanescencia permanente de la vida.
            Huellas en al agua, de Antonio Correa Losada, es una selección de textos que dan testimonio del tránsito de un escritor por una poesía de profunda riqueza simbólica e imágenes alucinantes, escrita con los significativos silencios del verso corto; en ella, la memoria de la evanescencia de la vida, quiebra la coraza del olvido y fluye, agua transparente, río vital, lluvia de nostalgia, gracias a la escritura del poema: “Al atardecer / brota un verdor oscuro / en la conversación desnuda con el agua / La memoria viene / por un caudaloso e incontenible río […] Y se lleva / La fija sombra de lo que ya no está” (124) Antonio Correa es poeta de profundo y permanente asombro de la poesía que yace en la existencia que pugna por ser rescatada de la frágil memoria con la que vivimos.

jueves, marzo 29, 2012

César Vallejo, el 29M en Sevilla


Ha sido jueves pero no de Otoño

Como esos días de huesos húmeros en París.

Este jueves de Primavera ha sucedido

En la España de cuyo cáliz bebió Vallejo

Pero esta vez no hubo Viernes Santo

Hermandad de la Cruz bajo la Giralda.

Tampoco cayó Andalucía y en las calles

La esperanza es un campo sembrado

De olivares abanderados en sangre viva.

Los combatientes son los vecinos

Que defienden la caña del mediodía

Alrededor de un barril y la charla amiga.

Los combatientes llevan el beso nocturno,

De los labios que comparten la palabra,

Bajo la sábana apasionada que los desarropa.

Los combatientes están cansados de morir

En los mataderos electrónicos de la codicia

Que olvidan los corazones tras los despidos.

Este jueves de huelga obrera en Sevilla

Te evocamos César Vallejo de los Andes

—¡No mueras, te amo tanto!

Republicano de trinchera en la poesía

En cada paso de cada pierna de cada cuerpo

De cada pecho de cada seso de cada ser;

En esa hermandad de parias de la aldea,

Patria planetaria blindada de arco iris.

¡Y tu cadáver, ay, siguió viviendo!