José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, mayo 15, 2011

Una reflexión vital desde la literatura

Abdón Ubidia durante la ceremonia de inauguración de la Feria de Libro de Bogotá, el jueves 5 de mayo, en el momento en que ofrecía el discurso de orden. Tuve el honor de participar como comentarista y entrevistador en la presentación de su libro La aventura amorosa y sus personajes, el viernes 13, en el auditorio "Jorge Enrique Adoum". A continuación, mi comentario acerca del mismo.

En Ciudad de invierno, novela corta que es ya un clásico de la literatura ecuatoriana, Abdón Ubidia disecciona con maestría la angustia interior del personaje / narrador que experimenta su condición de amante abandonado para convertirse en esposo engañado e imaginar a su rival convertido en el Amante y, al final, a partir de la traición que lleva a cabo contra su amigo y rival, decide perderse para la vida: “Han pasado pocos años de esto. Ahora me dejo vivir en una ciudad sin paisaje. No se ven montañas. No se ve el sol, ni llueve nunca. Está como abandonada en el desierto. Hay un mar. Pero ese mar es un remedo. La bruma lo ahoga siempre. A veces le cuento esta historia a alguna prostituta del puerto. A veces, alguna finge creerme”.

Bruno, el pintor, y AleXandra, la burguesa aventurera, ambos personajes de La madriguera, novela finalista del Rómulo Gallegos del 2004, encarnan al Amante de la aventura amorosa: el primero, buscador empedernido de lo erótico; la segunda, descubridora de sus deseos en la joven madurez de sí misma. Y en esa novela, Armando, el escritor que “no estaba metido en ninguna aventura ni búsqueda existencial como no fuese la literaria” asume el papel del Confidente. La gente de la ciudad pasa a convertirse en el Coro de los demás, dispuesto a crear el rumor, a vivir de él y en él: rumor que de tanto repetirse pasa a convertirse en verdad irrefutable.

Ahora, Abdón Ubidia, nos trae La aventura amorosa y sus personajes, un libro escrito con la intensidad que emerge de la vida y se hace literatura, con la sabiduría que proporcionan los libros y la experiencia vital, con la fluidez que da el oficio de escritor y la agudeza para escarbar en la condición humana que da el oficio de lector. Un libro que conmueve por la sinceridad con la que toca el campo de la realización amorosa y por la manera cómo presenta la imbricación de literatura y vida en dicho campo. Un libro que estremece por las verdades del amor que hombres y mujeres a veces nos resistimos a aceptar por la preferencia hacia la institucionalidad por sobre la opción del riesgo. Una escritura que se sostiene en la idea de que “el arte y, en especial, la literatura son las únicas formas eficaces para testimoniar, completa y complejamente, el amor humano. Que vida y literatura son equivalentes. Que la literatura es el significante mayor del significado más profundo de la vida humana.” (23)

En La aventura amorosa y sus personajes, Abdón Ubidia reflexiona sobre el estado más hermoso de tal aventura que es la fase heroica (no hay nada más bello que un amor que empieza) y señala que “los grandes ensayos dedicados al amor, escritos en el siglo XX y lo que va del XXI, son libros tristes porque ponen énfasis especial en la fase trágica de la Aventura amorosa” (19). Y la reflexión que realiza está poblada de ejemplos literarios, lo que hace del libro no sólo un camino de reflexión sobre la aventura amorosa sino una peregrinación festiva a través de las grandes obras de la literatura: El Quijote, Madame Bovary, Lolita, Bella del señor, El amante, El cuarteto de Alejandría —especialmente, Justine— , El final de la aventura, El arte de amar, etc.

Abdón Ubidia, como en el estudio de los cuentos maravillosos populares que hizo Propp, señala que en toda aventura amorosa intervienen ocho personajes (Propp señaló 7 y Ubidia, en su estudio sobre el cuento popular ecuatoriano aplicó dicha caracterización): el Amante, el Amado, el Engañado, el Rival, El confidente, El alcahuete, el Coro Social, y el Sustituto. Su libro se divide en dos partes: la primera, que nos habla acerca de la aventura amorosa, la pasión y el matrimonio como esferas enfrentadas a veces, concurrentes, otras; la segunda, que desarrolla el sentido de cada uno de los personajes de la aventura amorosa, confrontando, al final, el principio de realidad contra el principio romántico, concluyendo que: “existe un ‘principio romántico’ que se opone al ‘principio de realidad’. Y que tal principio romántico, con su carga emotiva, sensible, a veces desesperada, nada ‘cuerda’, es el que posibilita el inicio o realización plena de nuestras Aventuras amorosas, por momento embrujadas, por momentos hipnóticas.” (160)

Este libro es también una plática erudita entre la experiencia vital que construye la aventura amorosa y la manera cómo la literatura la representa en sus textos. En esta plática, a partir de decenas de ejemplos de la literatura, el autor nos confronta con algunos imposibles: la eternidad de las relaciones amorosas, el final feliz de tales relaciones, la existencia de la fidelidad en los amores, y la viabilidad de la institución matrimonial para la pervivencia del amor.

Al mismo tiempo, el libro de Ubidia, desarrolla el papel que cumplen cada uno de los ocho personajes de la aventura amorosa partiendo del postulado de que “la Aventura amorosa se arma como un drama en toda línea, con una estructura que implica un comienzo, un desarrollo y un fin previsto, y, desde luego, con una dramatis personae ya definida.” (79) Toda aventura amorosa habrá de acabarse porque el principio de realidad así lo exige pero durante su existencia ella unirá lo superficial y lo profundo. Y sostiene que “la Aventura amorosa, frágil, perentoria, es el paso previo tanto del Matrimonio que da fin, como de la Pasión que quiere, en vano, prolongarla.” (47)

Abdón Ubidia también desarrolla la idea de que el ser humano es una dualidad viviente que, por un lado, gusta del calor de hogar por lo que de seguridad tiene y que aquello lo hace sentirse en paz, calmo, confortable, y que, por otro, gusta de la aventura que lo convierte de doméstico en heroico, de conservador en arriesgado y que es, justamente esa dualidad, la que permite que convivan tanto la aventura amorosa como el matrimonio. Por ello, el autor afirma: “Este libro está hecho para que ese reconocimiento sea posible. O por lo menos para que ella, la Aventura amorosa, llegue a ser admitida, de modo privado, persona, como un derecho individual, como una ‘amante’ esporádica y necesaria; como el espacio de libertad y locura festiva, que acompañe, ‘infielmente’, el normal y normado amor del matrimonio, mientras éste subsista.” (49)

Estamos ante un libro que da cuenta de una lucha perdida: la lucha por la felicidad que libran los amantes en el decurso de la vida. Por fortuna, existe la literatura para curar las heridas que provoca la aventura amorosa a fuerza de metáforas. Y, a pesar de estas verdades, “al final de una Aventura, otra Aventura vendrá” (152) porque siempre el ser humano estará dispuesto a jugarse el pellejo en nombre de la libertad, a arriesgar su paz de espíritu en nombre de la delicias de eros, a sentir el vértigo que provoca el abismo antes que la calma de los crepúsculos, a preferir el viaje hacia la noche —tópico romántico de la aventura— antes que las mañanas bucólicas de los domingos… o, quizás no, quizás el ser humano quiere ambos estados: quiere, imposible de imposible, tenerlo todo.

La aventura amorosa y sus personajes, de Abdón Ubidia, es un libro que reafirma la condición triste del amor, dado su sentido efímero, aún cuando su autor se detenga en la fase heroica; un libro cuya lectura, alimentada por la plática profunda de la vida con la literatura, vuelve menos dura la aceptación del principio de la realidad y más esperanzadora la práctica vital del principio romántico. Un libro cuya lectura será una aventura en sí misma en la medida en que el amor como experiencia vital está sazonado por la literatura como experiencia intelectual de la vida y por cuanto sus planteamientos repercutirán en más de una persona lectora. Un libro atrevido pensado en quienes se atreven a ser parte de la aventura amorosa aunque se sepa, de antemano, que el final siempre será triste.

Abdón Ubidia, La aventura amorosa y sus personajes. Quito, Editorial El Conejo, 2011, 167 pp.

domingo, mayo 08, 2011

Una muestra con traje de feria

En febrero de este año, almorzando con Leonel Giraldo, gerente de Planeta en Bogotá, nació la idea de preparar una muestra de la literatura ecuatoriana destinada a la promoción de nuestros escritores frente al público colombiano. Con ese objetivo preparé este libro que reúne a 13 cuentistas, 15 poetas y 6 ensayistas ecuatorianos de distintas generaciones y corriente estéticas. Ayer se presentó en el auditorio Jorge Enrique Adoum de la XXIV Feria Internacional del Libro de Bogotá. Para armar la muestra conté con la colaboración desinteresada de los autores que aparecen en ella y de Jorge Velarde cuyo cuadro “Anabela leyendo” (óleo sobre lienzo, 145 x 200 cm, 1994, colección del autor) ilumina la portada: a todos ellos mi gratitud por su respuesta generosa al momento de aportar con sus textos en la construcción de este muestrario. A continuación, un fragmento del prefacio que escribí.

Hay quienes piensan que el Ecuador es tan solo una línea imaginaria e incluso se solazan con el enunciado teorético de que nuestro país no existe. Tal vez no existe como ellos hubiesen querido que el país sea: intelectuales que reniegan del lugar en donde nacieron porque —vanidosos que se avergüenzan de su patria igual que el nuevo rico de la madre que no terminó la secundaria—, imaginan que su obra tendría mejor suerte si hablaran francés o español con escupitajos madrileños. Nos tocó el destino de ser nominados por causa de nuestra ubicación geográfica pero las tierras del Ecuador encierran una cultura signada por la diversidad, un espacio que conjuga maneras diferentes de ser y estar en el mundo. Y, a pesar de las lucubraciones, la línea imaginaria existe: atraviesa la conciencia de nuestra nación plural.

En esa gran patria que es la lengua habitan nuestras patrias chicas, aquellas que compartiendo el territorio del español tenemos formas expresivas y acentos propios como propia es la historia y la cultura múltiple que encierran el territorio que nos define como Estados. Porque, si bien es cierto, pertenecemos al inmenso ámbito de la literatura escrita en español también formamos un territorio más pequeño que continúa, como en los tiempos de la colonia, distante de la metrópoli porque en esta globalización del tránsito libre de los capitales se han erigido, cruel paradoja, las mayores barreras para el paso libre de las personas. Y, aunque compartimos la patria de la lengua, padecemos para la obtención de nuestros visados y una vez allá somos motejados sudacas.

Existimos como cultura de variada expresión, como territorio de la diversidad, como historia particular que nos ha hecho ser lo que somos, como nación múltiple que se construye a sí misma de manera permanente, como una identidad contradictoria, múltiple y mutante. Existimos con nuestras señas particulares, con una vida propia al margen de ese mundo global del que somos discriminados por un pasaporte motivo de sospecha en las aduanas de la segregación y el miedo a nuestra piel. Existimos con una identificación marcada en el rostro que nos vuelve una comunidad en cualquier punto del planeta que habitemos.

Es como si las palabras de la tribu se perfumaran de cacao de aroma o de café de altura, se vistieran de sombreros de paja toquilla de Montecristi o de poncho otavaleño, se presentaran en el sabor único de nuestros langostinos, se musicalizaran en la dulce voz atenorada de Julio Jaramillo o en el rítmico carnaval de la marimba esmeraldeña, se divirtieran en el fútbol entusiasta y pundonoroso de nuestra selección nacional, se fundieran en la naturaleza biodiversa de la Amazonia o las islas Galápagos.

Y nuestra literatura —no por su color local sino por la tradición cultural en la que está embebida— es una de las tantas expresiones que nos diferencia de y nos acerca a las otras patrias chicas. Se trata de una literatura más bien desconocida entre los habitantes de la patria de la lengua española pero también de una literatura que, embebida de la tradición literaria del país, se alimenta sin complejos de la tradición de la lengua y del mundo. Una literatura que da cuenta de la diversidad que constituye esa unidad de formas múltiples y disímiles llamada Ecuador.

domingo, mayo 01, 2011

Acoso al sacralizado Dios texto


En octubre del año pasado, conocí la edición de Un hombre muerto a puntapiés / Débora, de Pablo Palacio, con introducción de Alicia Ortega, y la de Catálogo de ilusiones, el cuentario de Raúl Serrano, ambos libros publicados por la editorial argentina Final Abierto. A instancias de mi tocayo, en noviembre envié un ejemplar de Acoso textual —en ese momento tenía a mano la edición cubana— para que dicha editorial la leyera y resolviera publicarla o no en su fondo. Afortunadamente, la novela les gustó a los lectores de Final Abierto y ahora está en circulación la edición argentina de Acoso textual. Reproduzco la contratapa escrita por José Henrique, director de la editorial.


Por José Henrique

Buenos Aires, marzo de 2011

Cuando parecía que el teléfono y la televisión devoraban al texto… (Ese mismo, cargado de profundidad, que se empeñaba en tirar ancla, para que a las palabras no se las lleve el viento. El que fue objeto filoso para legar ideas antiguas, para volver a desenterrarlas, cuestionarlas y vociferarlas a multitudes, transformándose en guillotina de mucha edad media. El que se vistió de sepulturero, con su traje rojo, para asentar, una a una, las palabras de los obreros en las páginas de la Historia. Es ese viejo zorro dialéctico que también trata de justificar las atrocidades más despreciables de una parte de la humanidad. Esa arma de doble filo que aterró a la Iglesia, enjaulándola para sí, como bestia hambrienta, en oscuros monasterios. En fin, el portador infatigable de los grandes relatos que el posmodernismo, en sintonía clerical, quiso confinar.) …resurgió de las cenizas de la mano de los jóvenes, inagotable fuerza de reserva humana, que con brutalidad, se encargaron de mandar millones de mails, formateando sus reglas, para acosar a los cuidadores de la gramática.

Acoso textual, la novela del ecuatoriano Raúl Vallejo, que desde Final Abierto, presentamos por primera vez en la Argentina, tiene el mérito no sólo de percibir el fenómeno (la novela es del año 1999) sino que organiza su obra a partir de mails. Es increíble como esta falta de respeto literaria que comete el autor, funciona, y al pasar las páginas, deja de hacer ruidos extraños para, constituyéndola, fundirse en un todo novela.

Acoso… acosa al sacralizado Dios texto, para ponerlo en el potente lugar de la herramienta más sofisticada para transmitir lo más complejo, inclusive lo que no se llega a entender del todo, las sensaciones. Hay, en la hiperrealidad que le otorga este recurso, una relegitimación del valor de “verdad” al registro ficcional para representar la realidad. Como dice Philip Roth La verdad es que nunca me planteo su veracidad. Más bien las inscribo en el tipo de relato que suministra al narrador una mentira mediante la cual puede expresar su indecible verdad.

El personaje en crisis, que gracias a la web puede ser muchos él/ella, inventándose cuerpos, trabajos, angustias, deseos…, logra generar tanta materialidad en él y en otros, que inclusive llega a descubrir su necesidad de frotarse activamente con el mundo, silenciando, al desconectarse, las voces de sus propios fantasmas.