José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

miércoles, julio 28, 2010

Sesión abierta de un taller literario


A propósito de la presentación de El sacrilegio de Maruja Hernández, de Alfonso Oramas Velasco
Parque Histórico de Guayaquil, Samborondón, 9 de junio de 2010; Libri Mundi, Quito, 6 de agosto de 2010.


Parecería que las palabras de la crítica literaria están condenadas a ser un galimatías en sí mismas. No aparecen cuando el proceso de escritura de la obra se desarrolla que es, tal vez, el momento cuando el autor más las necesita, aunque las mayor parte de las veces los escritores estamos, por deformación del genio creativo, poco dispuestos a escucharlas. Y, sin embargo, aparecen cuando la obra está publicada y ya no le sirven al autor sino para saber si su creación se inscribe en corrientes de moda, se ancla en el pasado o propone alguna novedad, si lo escrito merece la pena de ser leído.

¿Es inútil, entonces, la crítica? Hasta donde me cobijan mi práctica de escritura y mi tarea académica, la crítica literaria puede llegar a ser una visión iluminada e iluminadora sobre una obra o conjunto de obras que dialogan entre sí, y con ello construir una lectura inteligente y sensible que despierte nuevas lecturas en otras inteligencias y sensibilidades. Pero la crítica sirve muy poco a la hora de la creación, ese tiempo sagrado en el que un autor o autora se enfrenta a su intimidad en plena batalla con sus propios modos expresivos en la necesidad de decirle algo a alguien. En mi experiencia de escritor he comprobado que poco ayuda la crítica a resolver la íntima confrontación con las palabras a la que se ve abocado todo escritor, toda escritora.

Así que no voy a abordar con las palabras de la crítica literaria esta primera novela de Alfonso Oramas Velasco, El sacrilegio de Maruja Hernández pues cualquier expresión, justamente por lo solemne, me parecería ligeramente banal frente a un hecho escriturario que es una fiesta, y como toda fiesta, manifestación lúdica de la libertad. Quiero, más bien, celebrar junto a ustedes la aparición de esta, literariamente hablando, esperanzadora opera prima con una especie de sesión abierta de taller literario a propósito del libro que en esta noche presentamos.

Por lo dicho acerca de la crítica es que, a lo mejor, el espacio del taller tiene una razón de existir. Igual que en el Medioevo los aprendices se reunían alrededor de un Maestro para aprender artes y oficios mediante la pedagogía colectiva del hacer y deshacer, del producir y corregir, del mostrar y ver, en el taller literario, los aprendices de brujo se reúnen con el ánimo de convertir las palabras de la lectura crítica del texto en proceso en palabras que influyan en su escritura. Para que este milagro suceda el aprendiz tiene que despojarse de la soberbia del creador y asumir la dolencia que implica la intervención ajena en la obra propia.

Es cierto que la proliferación de talleres ha traído consigo la proliferación de escribidores que confunden un proyecto estético de escritura con el cumplimiento de textos-tareas y creen que todo lo que se lee y trabaja en el taller debe ser publicado de inmediato. Pero no es menos cierto que el taller, como espacio de aprendizaje comunitario, permite confrontar los textos de un proyecto de escritura con lectores atentos, privilegiados, y, al mismo tiempo, asumir las herramientas básicas de la literatura a partir de la observación mutua y el diálogo franco.
Dije que estamos ante una esperanzadora primera novela entre otras cosas porque se siente en ella la pasión por dar testimonio del ser humano y de la necesidad de justicia y compasión. Maruja Hernández y su hijo Jackson son personajes salidos de la realidad de nuestra gente, seres en quienes la felicidad y los sueños viven intactos. El capítulo XXII, en el que Maruja cuenta sus “momentos felices” es de una sencillez y una veracidad conmovedoras: en él está sintetizado el cariño del autor por sus personajes y, en términos de composición, la condensación de esa vida que va a ser confrontada con la dureza indecible del stabat mater.

Pero, en medio de la esperanza que provoca su obra inicial, debe saber Alfonso Oramas que la literatura es una pasión excluyente. En ella se vierten todas las pasiones humanas y por ella una vocación se convierte en necesidad vital. La literatura no es un pasatiempo para llenar los ratos libres; es el centro de la libertad del espíritu de quien la escoge para ser, para vivir. En este sentido, no basta con tener talento para escribir, como indudablemente lo tiene nuestro aprendiz de brujo —y, en esta novela, su escritura desenvuelta, clara a la hora de narrar, así lo demuestra—; hay que escribir con todo el talento posible para ser en la vida.

Tal vez alguien piense que estoy exagerando pues cómo se puede decir de manera tan definitiva que la escritura nos define el vivir cuando, en nuestro medio, ni siquiera permite sobrevivir. Pues, justamente en esa paradoja existencial, reside el sacrilegio de quienes opta(n)mos por la literatura. De alguna manera, quienes creemos en la literatura somos los Jackson Caicedo de la novela de Alfonso Oramas que soñamos con una España amable y acogedora como madre patria que se dice que es de nuestros pueblos, aunque nos topemos con la realidad de la intolerancia frente a lo que no se considera productivo, en el sentido económico del término, tal como los migrantes que esperan ser recibidos con los brazos abiertos se topan con los puños cerrados de la xenofobia.

Para escribir novelas se requiere vivir con intensidad no sólo aquello que nos toca, sino también aquello que buscamos vivir. Alfonso Oramas lo entenderá con el inevitable paso de los años y, seguramente, verá con mayor profundidad y criticidad, y, a lo mejor, con mayor desenfado y desengaño, al personaje de Juan José Torrenti porque la escritura es también una morosa (y, a veces, también amorosa) exploración de uno mismo. Su novela de hoy, asume retos vitales importantes y sale airosa la más de las veces: la narración en primera persona de Maruja Hernández podría ser un exceso al momento de adentrarse en la sicología profunda del personaje pero revela la audacia de un autor que no le teme a los retos: aunque a veces la expresión no corresponde al personaje, hay pasajes conmovedores que revelan el alma sencilla de Maruja. Pero, creo que es la experiencia vital lo que nos permite darle voz al alma de cada personaje: por eso es tan compleja y difícil la primera persona narrativa.

Seguramente, nuestro joven autor, pasó por la experiencia de sentir que la literatura es un combate perdido con el lenguaje. ¿Por qué digo perdido? Pues porque siempre nos queda resonando la frase en un punto de nosotros mismos donde sabemos que pudimos haber dicho de mejor manera lo que finalmente dijimos. ¿Cómo decir lo que queremos sin suene a lugar común, a superficial, a manido? En esta novela, el autor ha huido del lugar común como de la peste; se adentra en profundidades filosóficas en las que queda en evidencia su juventud pero también su búsqueda esencial de lo profundo.

No me gusta dar consejos porque no me gusta que me sermoneen. Y los profesores solemos caer frecuentemente en este vicio paternal. Recuerdo que Truman Capote, uno de mis escritores favoritos en alguna época de mi vida puesto que uno va cambiando de favoritos a medida que crece —aunque es necesario precisarlo: lo esencial para uno, permanece inamovible: en mi caso, Cervantes, Flaubert, Henrich Böll, García Márquez, Jorge Enrique Adoum, entre muchos otros— dijo que si tenía que dar un consejo a un escritor joven le diría que nunca, jamás, le hiciera caso a ningún maldito crítico.

No obstante, con la sospecha de que Alfonso Oramas no me hará caso, quiero hablarle sobre su segunda novela. No tengo la menor idea de cómo será. Sólo sé lo que he leído en la solapa de la edición de su primera novela: “Actualmente trabaja en su segunda novela.” Pues… me parece muy bien que siga trabajando en ella y que en cada jornada de trabajo recuerde que a la segunda novela los lectores críticos no la dejarán respirar siquiera: lo que en la primera es esperanza de buen escritor, en la segunda será esperanza frustrada; lo que en la primera es error de principiante, en la segunda será incapacidad para la escritura.

Sé, por experiencia propia, que lo más difícil para un escritor que empieza es aceptar que no es lo mismo querer publicar libros, que no poder vivir sin escribir literatura. Si Alfonso Oramas ya está trabajando en su segunda novela es porque la literatura le importa, es porque el talento para la escritura habrá de convertirse en él en escritura, así de simple; claro está que a condición de que se dé cuenta de que a la literatura la enmohece la domesticidad de los Cáncer puesto que nació bajo el signo de Piscis: siempre quiere ser el centro de la vida.

Confieso que leí El sacrilegio de Maruja Hernández, de Alfonso Oramas Velasco, con agrado, con alegría, con gusto, con esperanza. Tiene la frescura, la inocencia y los errores típicos de los primeros textos de un autor pero sobre todo tiene las ganas de narrar, el fluir de las lecturas del autor, y, algo que para mí es fundamental pero que ha sido olvidado con la amoralidad posmoderna, tiene pasión y compasión por la condición humana.

domingo, mayo 30, 2010

(pre)texto de una elegía para jorgenrique [adoum, por más señas del curriculum mortis]


Hoy día, en la Mitad del Mundo, se realiza el pregón del II Encuentro Internacional de Poetas en Ecuador, 2010, Poesía en Paralelo O. Uno de los actos del encuentro es un homenaje a Jorge Enrique Adoum (1926 - 2009) que consiste en la lectura de uno de sus poemas y la recreación del mismo por parte del poeta participante. Yo escogí "en el principio era el verbo". A continuación el inimitable poema de Adoum y "el pobre palabreo mío". (Gracias a Bonil por darnos esa hermosa caricatura de JEA con la que ilustro esta entrada).

en el principio era el verbo
Por Jorge Enrique Adoum (1926 - 2009)

te número te teléfono aburrido
te direcciono (callo caso y escalero)
y habitacionada ya te lámparo te suelo
te vas te enfósforo te libro
te disco te destoco te desvisto desoído
te camo te almohado enciendo descobijo
te pelo te cadero me cinturas
nos trasvasamos labio a labio
me embotello en tu adentro
nos rehacemos te desformo me conformo
miltuplicada tú yo mildividido

de “Prepoemas en posespañol”, en No son todos los que están, 1979.

(pre)texto de una elegía para jorgenrique
[adoum, por más señas del curriculum mortis]


te palabro te memorio te presente
texto con personaje, los (pre)textos
tus prepoemas, tu poslenguaje.
tu/mi ecuador amargo, yaravioso
tu corazón maltrecho de tanta patria
ladrimugidolúgubre tanto.
bendita bichito entre todas
pielicarne, amalgama, convexada-concavida.
te indignación mundoalrevés
te rabia dolohorror la encuadernada tierra
triste estremecimiento de la inteligencia
amigente felicisteza avodkada,
jorgenrique, escriturante sumergido,
transeúnte y aprendiz, reflotado
en la angustia de la literatura:
te permaneces, te persistes —poetamente.

Mayo 30, 2010

lunes, mayo 24, 2010

En la ciudad se ha encontrado al novelista de una novela perdida








Presentación de En la ciudad se ha perdido un novelista. La narrativa de vanguardia de Humberto Salvador, de Raúl Serrano Sánchez. (Quito, Ministerio de Cultura de Ecuador / UASB, 2009).
Auditorio de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador. Jueves 29 de abril de 2010.


En una entrevista a Wilfrido Corral publicada recientemente [Rodrigo Villacís Molina, “La polémica es parte del oficio”, entrevista a Wilfrido Corral, Mundo Diners (Quito) # 334 (marzo 2010): 20 – 26.], Rodrigo Villacís, al formular una pregunta sobre Humberto Salvador, le dice a su entrevistado: “ya dije en otra oportunidad que tú has venido a rescatarlo” y Corral responde que “estaba olvidado, en efecto,” y explica que al ser consultado por una editorial española él sugirió el nombre de Salvador y de En la ciudad he perdido una novela para su publicación. A continuación, Villacís afirma que aquí “se subestimó” a Salvador. Corral responde que así fue al igual que se hizo con Palacio, “porque ninguno de los dos estaba en la línea del realismo social”. Más adelante, Villacís insiste en señalar a Corral como el académico que está “reivindicando” a Salvador y aquél hace una precisión: “También otros críticos y estudiosos, como se verá en el anunciado número de Kipus… ” [Se refiere al número de Kipus, de próxima aparición, que rinde homenaje a los escritores cuyo centenario se celebró en 2009: Demetrio Aguilera Malta, Ángel F. Rojas y el propio Salvador, entre otros.]

Parecería que en nuestro medio cultural nos estamos acostumbrando a escuchar opiniones desinformadas y tendenciosas como que si fueran juicios definitivos e inobjetables. Con Pablo Palacio sucedió algo parecido. El mismo Wilfrido Corral, Leonardo Valencia y otros esgrimieron la tesis de que Palacio había sido un escritor marginado por cuanto no adhirió al realismo social y que ellos lo estaban reivindicando. En la introducción que hice a la obra narrativa de Palacio publicada en la Biblioteca Ayacucho demostré cómo la obra de Palacio ha tenido, salvo en el período dominado por los epígonos del realismo social, una recepción celebratoria [Pablo Palacio, Un hombre muerto a puntapiés y otros textos, Caracas, Biblioteca Ayacucho, # 231, 2005]. Tanto Un hombre muerto a puntapiés como Débora fueron muy bien recibidas por los escritores, compañeros de generación de Palacio, puesto que todo ellos estaban enfrentados a los epígonos del romanticismo y del modernismo. Sin embargo, cuando apareció Vida del ahorcado, dado que el realismo social fue la ruta del movimiento vanguardista y su politización expresa, las opiniones de sus compañeros de generación se dividieron. La cubana revista de avance, Raúl Andrade, Gonzalo Escudero, todos ellos elogiaron los cuentos de Palacio. La novela Débora, también tuvo una recepción elogiosa. Y es sabido que la crítica consagratoria de estos dos libros llegó de manera temprana con un artículo de Benjamín Carrión publicado en su memorable Mapa de América, en 1930.

Palacio fue incluido, sin bien con alguna incomprensión teórica, en la Biblioteca Ecuatoriana Mínima, publicada en 1960. En 1964 la Casa de la Cultura Ecuatoriana publica la primera edición de las Obras completas. Los jóvenes escritores de La Bufanda del Sol fueron los primeros en apropiarse de la figura de Palacio —a tal punto que en julio de 1974 le dedicaron el número ocho de su revista que circuló con el póster que sirve de ilustración a la portada de este libro—, para convertirlo en un antecedente de sí mismos dentro de la tradición literaria ecuatoriana. De ahí en adelante, sus obras fueron publicadas en varias ediciones aquí y en otros países y los estudios se multiplicaron hasta llegar al canónico trabajo de María del Carmen Fernández [Me refiero a El realismo abierto de Pablo Palacio en la encrucijada de los 30, Quito, Ediciones Libri Mundi, 1991.]

Al parecer se quiere hacer lo mismo con Salvador. Los hechos, sin embargo, son los que desmienten a quienes realizan afirmaciones antojadizas. Para empezar, tanto Villacís como Corral silencian en la entrevista la edición de En la ciudad se ha perdido una novela, que estuvo a cargo de María del Carmen Fernández y que apareció en 1993 [Humberto Salvador, En la ciudad he perdido una novela. [1930], Estudio introductorio de María del Carmen Fernández. Quito, Libresa, Colección Antares # 94, 1993]. Suficiente tiempo para que un periodista especializado y un crítico se enteren acerca de la aparición de un libro. Pero, además, parecería que desconocen la publicación de La navaja y otros cuentos, (1994), que incluye textos de Ajedrez y Taza de té, la novela Trabajadores, incluida en la colección “La gran literatura ecuatoriana del 30”, (1985) , o del cuentario Sacrificio, en la colección “Letras del Ecuador” (1978) , pues en la entrevista Corral afirma, y Villacís acepta, que Salvador fue un escritor relegado, que ha sido olvidado por cuanto no adscribió al realismo socialista, y que ahora Corral va a la cabeza del rescate. La realidad, no obstante, es bastante más compleja.

El libro de Raúl Serrano En la ciudad se ha perdido un novelista. La narrativa de vanguardia de Humberto Salvador, viene a poner en orden ciertas afirmaciones por cuanto toma en cuenta, para afinar la visión acerca de un autor y su obra, los claroscuros que siempre existen en el análisis de la producción literaria. El libro de Raúl Serrano clarifica la recepción de la obra de Salvador, su tránsito estético, y las vicisitudes de todo autor en su periplo vital y su producción literaria, concentrado en el análisis de los libros de su etapa vanguardista. “Salvador, cuya obra de vanguardia en su momento fue muy bien comentada por la crítica extranjera y en algo la local, después del ciclo de su narrativa vanguardista, opta por la literatura proletaria, o adscribe al ‘realismo integral’ con novelas como Camarada [1933], Trabajadores [1935] y Noviembre [1939], textos que lo convertirán en la figura del supuesto ‘realismo socialista’, del que no es ni epígono peor su cultor.”

Para evitar apropiaciones y elogios fáciles, lo primero que debemos considerar para un análisis adecuado de la obra de Salvador, es lo que señala Raúl Serrano en su libro: “En los trabajos críticos que dan cuenta de la obra y la generación del 30, la obra de ruptura de Salvador es omitida o relegada, destacándose su literatura proletaria.” En otras palabras, no es que Salvador sea un autor al que se ha relegado de manera intencional por cuanto existe una entelequia estéticamente atrasada que todavía hoy desconoce la validez de los textos de la vanguardia. Si precisamos las cosas, Serrano nos plantea que Salvador es un autor cuya obra vanguardista fue silenciada por incomprensión estética y sectarismo político pero cuyo reconocimiento se da por la literatura proletaria que produjo. La tarea que se viene desarrollando en los últimos años, entonces, ha sido la de releer a Salvador desde sus textos vanguardistas y entender, entonces, que la llamada literatura proletaria que escribió es de un espesor mucho más profundo que la del realismo socialista propagandístico.

En el prólogo a la obra de Pablo Palacio, editada por Ayacucho, ya señalé que Salvador se mueve desde el vanguardismo de técnica pirandelliana de En la ciudad he perdido una novela, hacia el realismo integral de Camarada (1933) —novela en la que Freud y Marx son los símbolos de los nuevos tiempos— y Trabajadores (1935). En En la ciudad…, el narrador – autor, que recorre Quito de manera reflexiva, asume para el texto literario la imposibilidad de la ilusión realista:

En mi ciudad andina pueden encontrarse argumentos de toda clase, para todos los gustos, que satisfagan todas las doctrinas.
Cada barrio simboliza una tendencia. Tiene motivos y personaje propios, para hacer triunfar su norma estética.
[…]
La vanguardia se puede buscarla en la ciudad a través de todos los barrios.
Pero la emoción novelesca es forzoso encontrarla en Victoria. Ella es la belleza estilizada, no el interés de la farsa. La novela perfecta sería la que sin personajes ni argumento, presentara a Victoria desnuda en su maravilloso ritmo [énfasis añadido].

En cambio, en Trabajadores, novela que exhibe la injusticia del capitalismo, el narrador vislumbra a Quito, ya no como la ciudad – espacio en la que construye una novela imposible sino como una ciudad donde la tristeza y el dolor existen como realidades sociales:

Después de la medianoche, la ciudad de Quito es un cementerio. Se paralizan sus movimientos. Huye de ella la vida.
Tiene la pobrecita ciudad una tristeza opaca. Es como si se hubiera hundido en la muerte.
En los arrabales cantan las guitarras de los novios. Quejidos hondos, entrañables. El trago puro consuela a los vagabundos. Sombras, dolor.
El policía es el único real. El simboliza toda la pena escondida. Angustia, frío. Ausencia de mujeres. Deseo sexual siempre insatisfecho. Hambre. Así es para el pobre la ciudad de Quito.

Así, en estas dos novelas, Salvador se constituye en un ejemplo de cómo la noción de vanguardia se desplazó hacia una literatura ubicada en la vanguardia revolucionaria a partir de la temática escogida y que terminó renegando —o que fue silenciada por la imposición de una nueva práctica estética y porque no pudo superar el rechazo que desde un primer momento originó en la crítica oficial, todavía ligada al modernismo— de su línea primigenia.
En general, la crítica ha opuesto, por ejemplo, al vanguardismo contra el indigenismo como dos expresiones completamente divorciadas. En el caso latinoamericano resulta curioso que durante la década del veinte, al mismo tiempo que aparecen Memorias sentimentales de Juan Miramar (1924), de Oswald de Andrade, El juguete rabioso (1926) y Los siete locos (1929), de Roberto Arlt, o La tienda de los muñecos (1927), de Julio Garmendia, también se publican La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera; Don Segundo Sombra (1926), de Ricardo Güiraldes, o Doña Bárbara (1929), de Rómulo Gallegos. Sigo creyendo que la presencia de estas obras comprueba que la vanguardia latinoamericana encontró varias vías de expresión que fueron desde el ultraísmo hasta el indigenismo, pasando por el nativismo y otras tendencias. Raúl Serrano comparte esta tesis en una entrevista reciente, a propósito de la presentación de su libro, en la que él responde: “En la generación del 30 todos son vanguardistas para su tiempo. El realismo y el indigenismo fueron la vanguardia.”

Uno de los valores, justamente, del libro de Raúl Serrano es que se concentra en el análisis de los textos del periodo vanguardista de Salvador logrando una lectura contemporánea de los mismos y, por tanto, dando complementariedad a la visión que sobre la obra de Salvador podemos tener hoy día. Al mismo tiempo, toma en cuenta el ensayo de Salvador Esquema sexual, como un elemento constitutivo de la estética vanguardista del autor, considerando que

no es un mero receptáculo de los planteamientos freudianos, sino que, a partir de esos postulados, lleva adelante todo un trabajo de aplicación y de hermenéutica respecto del régimen sexual imperante en la sociedad de su tiempo. Este ensayo no ha perdido vigencia a pesar de los nuevos debates que en torno al psicoanálisis se han dado en estos años, creemos que su vigencia se mantiene porque su mérito estriba en ser una suerte de para-texto dentro de lo que es la vanguardia ecuatoriana, quizás uno de los pocos y extraños casos que operaron en América Latina a este nivel.

En este sentido, Raúl Serrano plantea que la obra realista de Salvador no debe ser ubicada dentro de los cánones del realismo social, entendido éste como la obra literaria escrita desde una visión plana y propagandística de las tesis marxistas, sino como la elaboración estética de un realismo integral que por la profundidad de los personajes, por la complejidad humana de las situaciones vitales y por el punto de vista crítico del narrador, hace de las novelas citadas de Salvador, textos de un realismo proletario preocupado por construir una palabra artística capaz de bucear, de forma problemática, en la condición humana.

Ahora bien, Raúl Serrano sí ajusta cuentas en su libro con la tradición crítica que relegó la obra vanguardista de Salvador y que redujo al escritor a ser un representante del realismo socialista, en el sentido más literal de dicho realismo. Ese ajuste de cuentas contribuye de forme notable al enriquecimiento del debate que reconstruye la presencia de un movimiento de vanguardia vigoroso en su época en nuestro país, en el que los nombres de Salvador, Palacio y el de Hugo Mayo son imprescindibles.

Para evitar arrogarse méritos que corresponden a varios intelectuales y a un proceso de la crítica generada en el país, tanto Villacís como Corral deberían saber que, como indica Raúl Serrano en su libro: “Desde 1990, la obra de Humberto Salvador ha entrado en un proceso de relectura y revaloración, dejando atrás el terrible silencio al que fue condenada, y del que ha sabido salir dispuesta a conquistar esos lectores que aparentemente no existían, cuando sucede que sólo estaban extraviados.” Este proceso de relectura y revaloración no ha terminado, por supuesto: todavía la obra de Salvador se enfrenta al desconocimiento de un sector de la crítica, como bien lo señala Raúl Serrano al constatar la ausencia de Salvador como cuentista en una antología reciente, publicada por Alfaguara, con el auspicio del Ministerio de Cultura, preparada por Mercedes Mafla y Javier Vásconez [VV. AA., Antología de cuento. Literatura de Ecuador. Selección de Mercedes Mafla y Javier Vásconez, Madrid, Alfaguara, 2009].

En la ciudad se ha perdido un novelista. La narrativa de vanguardia de Humberto Salvador, de Raúl Serrano, es un excelente trabajo académico, escrito con la fluidez de un narrador, que contribuye al debate sobre las vanguardias a partir del análisis de la poco estudiada narrativa vanguardista de Salvador, que realiza una documentada lectura contemporánea de su obra en este proceso de revaloración de la literatura de Humberto Salvador.