José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

jueves, julio 26, 2007

Simón Bolívar, un sembrador del mar y la tierra

La reunión de San Martín (derecha) y Simón Bolívar (izquierda) en Guayaquil, Ecuador, el 26 de julio de 1822. (Foto publicada en www.aceros-de-hispania.com/espada-simon-bolivar.htm)




Por Raúl Vallejo

“¡Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!”[1]

Estas palabras las pronunció el joven Simón Bolívar el 15 de agosto de 1805, desde la cima de unas de las colinas de Roma, delante de su maestro Simón Rodríguez. Constituyen el juramento de un romántico del siglo XIX alimentado de la idea sobre el deber que la formación neoclásica enseñaba. Son el sentido vital de la existencia de un ser humano que dedicó su vida a la realización del ideal libertario de Nuestra América.

Bolívar no es un santo para languidecer en el silencio de los altares: a lo largo del tiempo diversos sectores políticos se han disputado la figura del libertador convirtiéndola, sin un ejercicio crítico, en la de un icono que de tan inmaculado se volvió irreal. Bolívar es un personaje fundamental de nuestra historia, bañado de contradicciones como lo están todas las personas que actúan sobre la realidad del tiempo que les toca transformar.

“Nosotros somos un pequeño género humano: poseemos un mundo aparte: cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil,”[2] escribió Bolívar en su célebre “Carta de Jamaica”, del 6 de setiembre de 1815. Este “pequeño género humano” es un cúmulo de diversidad, según lo desarrolla en la misiva y, si bien ésta tiene por objeto denunciar las atrocidades de la dominación española desde el primer día —“todo lo sufrimos de esta desnaturalizada madrastra”[3], escribe— también en ella Bolívar imagina la construcción de una nación mestiza que emergerá de lo nuevo americano y aunque le entusiasma la idea de la unidad del Mundo Nuevo, “ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión,”[4] tiene clara consciencia de la imposibilidad de aquel deseo por cuanto “climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América.”[5] Bolívar, en términos de su comprensión de la política real en el momento en que escribe esta carta, es un soñador con los pies anclados en la tierra.

Tres años después, en una carta desde Angostura, el 12 de junio de 1818, dirigida a Juan Martín Pueyrredón, Supremo Director de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Bolívar señala el anhelo de entablar “el pacto americano que, formando de todas nuestras repúblicas un cuerpo político, presente la América al mundo con aspecto de majestad y grandeza sin ejemplo en las naciones antiguas.”[6] Una Hispanoamérica considerada como un solo cuerpo político será uno de los ejes del pensamiento de Bolívar, idea basada en una historia común y en la búsqueda de una identidad única pese a la diversidad de los pueblos que siempre será reconocida por él; como afirma en el párrafo anterior del ya citado: “Una sola debe ser la patria de todos los americanos, ya que en todo hemos tenido una perfecta unidad.”[7]

Este “pequeño género humano”, en su pensamiento, tiene una identidad clara por diferenciación con la América del Norte y con Europa. En la construcción de este proceso, Bolívar tiene plena consciencia de la confrontación que tendríamos con Norteamérica pero al mismo tiempo reconoce, desde su matriz liberal, el camino del progreso del norte en contraposición con la herencia española que nos tocó. Es conocida la cita de la carta del 5 de agosto de 1829 que, desde Guayaquil, Bolívar dirige al coronel Patricio Campbell, encargado de negocios de S.M.B., respondiéndole que sería casi imposible nombrar un sucesor que sea “príncipe europeo” puesto se opondrían a ello “todos los nuevos estados americano y los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad.”[8]

¿Se desprende de esta idea expresada al paso, mientras trata un asunto diferente, un pensamiento antiimperialista por parte de Simón Bolívar? Me parece que en realidad, más que una posición antiimperialista, lo que mueve a Bolívar es el anhelo de ver a la América, desde el Río Grande hasta el estrecho de Magallanes, como un cuerpo político capaz de, en la carrera del progreso y la felicidad de los pueblos —conceptos en los que se mueve el liberalismo romántico del XIX—, confrontar con éxito al desarrollo de la América del Norte puesto que el proyecto nacional que ésta enarbolaba pasaba por triunfar en dicha carrera y utilizar a los pueblos de Nuestra América como el combustible de su maquinaria en el enfrentamiento que aquella estaba dispuesta a dar contra Europa.

El pensamiento integracionista de Bolívar lo situó como un adelantado a las ideas generales de su tiempo y, al mismo tiempo, desnudó las dificultades que éstas tenían para su viabilidad. Los resultados poco efectivos del Congreso anfictiónico de Panamá, convocado el 7 de diciembre de 1824 y realizado en 1826, así lo demostraron para la gran decepción del Libertador. No obstante estas contradicciones propias de la acción política concreta, la tarea central de Bolívar fue exitosa: la independencia de los pueblos americanos. La gesta libertaria, por sí sola, le permite a Bolívar permanecer en la historia, a despecho de la secta de los promotores de la estulticia que con especulaciones amañadas y descontextualizadas quieren presentar a Bolívar como si fuera un populista embriagado de autoritarismo. Lo que les duele a los promotores de la estulticia es que, en Nuestra América, el concepto de Patria vuelve a tener sentido luego de que los tecnócratas neoliberales pretendieron convertir a nuestras naciones en un mercado de consumidores. Ellos se olvidaron de que nuestros países, diversos, múltiples, antes que mercados eran la Patria y que en el comienzo de esta tradición patriótica sobrevivía Bolívar.

José Joaquín de Olmedo, en La victoria de Junín, subtitulada Canto a Bolívar, publicada por primera vez en 1825, escribe un monumento poético que ratifica la admiración que aquél sintiera por el libertador; aprecio que era correspondido plenamente por Bolívar y que se confirma cuando, en 1826, el libertador le enviara a Olmedo, especial y personalmente, el proyecto de la Constitución de Bolivia para recabar su opinión. Los siguientes versos del poema perennizan en la literatura de un poeta civil, como lo fue Olmedo, la grandeza histórica de Bolívar:

¿Quién es aquel que el paso lento mueve
Sobre el collado que a Junín domina?
¿Que el campo desde allí mide, y el sitio
Del combatir y del vencer desina?

¿Quién aquél que al trabarse la batalla,
Ufano como nuncio de victoria,
Un corcel impetuoso fatigando,
Discurre sin cesar por toda parte…?
¿Quién sino el hijo de Colombia y Marte?[9]

Quien así canta a la gloria de un contemporáneo inició la construcción de un símbolo heroico más allá de las contradicciones políticas de la coyuntura de aquellos años. No obstante vale la pena aclarar, que la anexión de Guayaquil a la Gran Colombia fue un momento del proceso de construcción de la nación. Ese momento, el 12 de julio de 1822, fue el resultado de la solicitud de 226 vecinos principales de la ciudad, situación que ponía fin a la disputa de tres partidos, el autonomista de Olmedo, el peruanófilo y el colombianófilo, que pugnaban por definir el destino de la ciudad, como los demuestra Jorge Núñez en un artículo reciente: “Bolívar no incorporó a Guayaquil por la fuerza, sino que asumió el mando civil y militar de la Provincia y la tomó bajo su protección, atendiendo un pedido de los más prestantes y numerosos ciudadanos del puerto … Así una breve mirada a la nómina de suscriptores nos permite hallar los nombres de los Garaicoa (José y Lorenzo), tíos del Héroe niño de Pichincha, Abdón Calderón Garaicoa, de los Espantoso (Vicente y Tomás), de los Marcos (José Antonio y Manuel), los Elizalde (Juan Francisco y Antonio), los Gómez (José Antonio y dos Antonios más), los Parra, los Roca, los Noboa, los Avilés y los Castro, entre otros.”[10]

Pero, como decía al comienzo, Bolívar no es infalible ni carece de contradicciones. Como todo hombre de acción, la realidad política en la que se desenvolvía lo fue llevando por los caminos de autoritarismo y el temor al ejercicio democrático de las masas, de quienes sospechaba una falta de educación política para resolver los asuntos de la nación. Así, en su discurso en Congreso de Angostura de 1819 dijo: “La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía. Un justo celo es la garantía de la libertada republicana, y nuestros ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo magistrado, que los ha mandado mucho tiempo, lo mande perpetuamente.”[11] Años más tarde, en su mensaje al Congreso de Bolivia, el 25 de mayo de 1826, sostendrá, en cambio: “El Presidente de la República viene a ser en nuestra Constitución, como el sol que, firme en su centro, da vida al Universo. Esta suprema autoridad debe ser perpetua; porque en los sistemas sin jerarquías se necesita más que en otros un punto fijo alrededor del cual giren los magistrados y los ciudadanos: los hombres y las cosas.”[12]

¿Cómo entender esta paradoja en el pensamiento y la acción del libertador? Pues entendiendo las contradicciones políticas que le tocara vivir. En cualquier caso, una lectura crítica de los documentos históricos nos impide utilizar y acomodar una idea a contextos actuales porque siempre correremos el riesgo de manipular la información. No obstante, el Bolívar de 1819 está lleno de entusiasmo e ideales liberales en la gesta libertaria que él mismo está liderando. El Bolívar de 1826 ha pasado, rápidamente, por los avatares y amarguras de la lucha por el poder que llega luego de toda gesta independentista. Para el uno, el ejercicio del poder es todavía la coronación de un ideal; para el otro, es el purgatorio de la ingobernabilidad. Para ambos, a pesar de todo, la Patria es más que un concepto: es la estrella que guía su tortuoso tránsito por la historia. Frente a la propuesta de una presidencia vitalicia y de transferencia personal, y un senado hereditario, junto a otras autoridades de elección libre, el historiador Enrique Ayala Mora, propone que “el Libertador pensaba que éstas eran necesarias limitaciones de la democracia, que garantizaban su vigencia y que permitían un equilibrio político en la etapa de transición entre la colonia y la ‘auténtica’ república.”[13]

En medio del proceso de consolidación de las nacientes repúblicas, la tentación monárquica fue una posibilidad cierta, en la medida en que la participación popular no era parte del proyecto político y el concepto mismo de “pueblo” terminó restringiéndose a los notables pues las masas carecían de conciencia para ejercer sus derechos políticos. No obstante, en una carta del 6 de diciembre de 1829, dirigida a Antonio L. Guzmán, Bolívar reitera su negativa a la opción monárquica: “la nación puede darse la forma que quiera, los pueblos han sido invitados de mil modos a expresar su voluntad y ella debe ser la única guía en las deliberaciones del congreso; pero persuádase Vd. y que se persuada todo el mundo que yo no seré rey de Colombia ni por un extraordinario evento, ni me haré acreedor a que las posteridad me despoje del título de Libertador que me dieron mis conciudadanos y que halaga todo mi ambición.”[14]

Las contradicciones no desmerecen a Bolívar puesto que ellas son el producto de una encarnizada lucha por el poder que de se desató inmediatamente después de la independencia por la disputa de los caudillos locales y que, por sobre ellas, el libertador construyó con éxito efímero su proyecto de la Gran Colombia e intentó, sin fortuna, despertar la consciencia de los pueblos hispanoamericanos. Tal vez por eso, al final de sus días, encontramos un Bolívar desencantado, menos victorioso pero más humano en medio de la derrota política. El 9 de noviembre de 1830, desde Barranquilla, enterado ya del asesinato de Sucre, escribe una misiva cargada de tristeza y desengaño a Juan José Flores, ya presidente de la naciente República del Ecuador, en la que, desencantado, dice que: “servir a una revolución es arar en el mar,”[15]

En este momento próximo a la muerte Bolívar carece de la perspectiva histórica necesaria para que alcance a ver la grandeza de su propia obra: la liberación de los pueblos de Nuestra América. El 10 de diciembre de 1830, desde la hacienda de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, en un acto de desprendimiento vital, luego de perdonar a sus enemigos, proclama: “¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.”[16]

García Márquez, en El general en su laberinto, recrea los últimos días de la vida del libertador. El día del fin, Bolívar “examinó el aposento con la clarividencia de sus vísperas, y por primera vez vio la verdad: la última cama prestada, el tocador de lástima cuyo turbio espejo de paciencia no lo volvería a repetir, el aguamanil de porcelana descarchada con el agua y la toalla y el jabón para otras manos, la prisa sin corazón del reloj octogonal desbocado hacia la cita ineluctable del 17 de diciembre a la una y siete minutos de su tarde final.”[17]

En la persona de nuestro Simón Bolívar, ese héroe de carne y hueso a quien recordamos en un aniversario más de su natalicio, se concentra el militar, el político, el estadista, el pensador utópico, el desencantado. Ahora lo podemos ver como no lo vio Fernanda Barriga, esa negra del Chota, de veintidós años, que cocina para Bolívar y lo ha acompañado hasta San Pedro Alejandrino. Ese 17 de diciembre ella canta, con una voz de tristeza esclava, las canciones que los negros entonan como un rezo para llevar el alma de los agonizantes a la paz de la eternidad. Logra entrar al cuarto del libertador con la camisa prestada que Bolívar vestirá como una mortaja. Se dice que en sus brazos, el Libertador entró en las tinieblas de lo eterno iluminado como el hombre de las vicisitudes, vencedor de las batallas por la libertad, perdedor de las intrigas políticas por el poder; el que cumplió con su juramento de no dar reposo a su alma hasta no liberar a su patria del yugo español, Bolívar, el sembrador del mar y la tierra.

Guayaquil, julio 24, 2007

[1] Simón Bolívar: la vigencia de su pensamiento, Francisco Pividal, comp., La Habana, Casa de las Américas, 1982, p. 15.
[2] Simón Bolívar: documentos, Manuel Galich, comp., 2da. Edición, “Carta de Jamaica,” 6 de setiembre de 1815, La Habana, Casa de las Américas, 1975, pp. 45-46.
[3] Ibid., p. 38.
[4] Ibid., p. 61.
[5] Ibid., p. 61.
[6] Ibid., p. 69.
[7] Ibid., p. 68.
[8] Ibid., p. 329.
[9] José Joaquín de Olmedo, “La victoria de Junín,” en Poesía de la Independencia, Emilio Carrila, editor, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979, p. 10.
[10] Jorge Núñez Sánchez, “Simón Bolívar y Guayaquil”, El Universo, 23 julio 2007, 7A.
[11] Simón Bolívar: la vigencia…, p. 105.
[12] Ibid., pp. 207-208.
[13] Enrique Ayala Mora, ed., Simón Bolívar: pensamiento político, Sucre, Universidad Andina Simón Bolívar, 1997, p. 34.
[14] Simón Bolívar: la vigencia… p. 277.
[15] Ibid., p. 287.
[16] Ibid., p. 290.
[17] Gabriel García Márquez, El general en su laberinto, Bogotá, Editorial Oveja Negra, 1989, p. 266.

domingo, julio 22, 2007

A propósito de Crónica del mestizo

Al finalizar el acto de presentación de Crónica del mestizo, en Guayaquil, en la Casa de la Cultura, el miércoles 18 de julio. En el orden acostumbrado: Lucho, Giselle, Rafaela, Raúl, Daniela y Paul.

La poesía implica un espacio de silencio, una mirada hacia adentro y un proceso de reelaboración del lenguaje. Tal vez por eso la gente tiene cierto temor a la lectura de poesía y los medios de comunicación son reacios a hablar de ella: después de todo, la poesía implica la construcción permanente de un lenguaje metafórico y, al mismo tiempo, la poesía no es un espectáculo mediático sino una manera íntima de acercarse al espíritu a través de la palabra.


La lectura de poesía requiere de un momento especial. Si el poeta se ha mirado para adentro, el lector debe hacer lo mismo: olvidarse del mundo que lo rodea, concentrarse en la repercusión del lenguaje, saborear la profundidad de la imagen, asumir la metáfora como la realidad de la palabra. Esta lectura es lenta e íntima a contracorriente de un mundo que todo lo devora con la omnipresencia del mercado, de una realidad mediática que nos ha hecho creer que la realidad es una cápsula de 30 segundos en donde supuestamente cabe una vida.


La poesía es esa utopía que no ofrece nada más que la contemplación del ser humano en el espejo de su propia finitud.

Carta abierta a El Universo

Quito, 22 de julio de 2007

Señor
CARLOS PÉREZ BARRIGA
Director de diario El Universo
Guayaquil

De mis consideraciones:

El ejercicio de la libertad de prensa implica la asunción de la responsabilidad de aquello que se dice por parte de quien ejerce dicha libertad; la ética de la palabra y el sentido alerta de la autocrítica resultan indispensables. Ahora que se debate el límite borroso que existe entre lo público y lo privado, la manipulación de la noticia a favor de una posición política y la objetividad o no del ejercicio de la opinión, se torna indispensable que las redacciones y los espacios editoriales de los medios actúen con prudencia y la mayor conciencia crítica evitando el desborde de las pasiones.

Considero que el ejercicio de la opinión en una columna editorial es libérrimo pero, al mismo tiempo, es en donde el articulista debe asumir a plenitud la responsabilidad que de sus palabras derivare. En lo personal, siguiendo a Voltaire, puedo no compartir las ideas de algún editorialista pero estoy dispuesto a luchar por el derecho que ése tiene a expresarlas. Al mismo tiempo, es indispensable que el público lector conozca la orientación ideológica o política del articulista puesto que nadie habla desde la imparcialidad; pretender que eso es así es engañar al lector. Por ejemplo, si un sacerdote escribe sobre la despenalización del aborto es más que seguro que su argumentación será en contra de aquella; asimismo, si una militante feminista lo hiciera, seguramente estaría a favor. Lo mismo sucede con otros temas: probablemente un consultor de las petroleras estará por la explotación inmediata del Yasuní y un miembro de una organización ecologista creerá que lo mejor es mantener el petróleo bajo tierra. Lo contrario sería excepcional. En todos los casos, para el público es importante conocer la argumentación pero también lo es saber desde donde viene y en qué proyecto de vida, ideológico, institucional o político ésta se ubica. Esto último es difícil conocerlo porque, por lo general, los medios son reacios a publicar esta ubicación de quien escribe, cosa que se podría solucionar con un par de líneas descriptivas al final del artículo; por ejemplo, si yo escribiera una columna en algún periódico al dejar el ejercicio de mi cargo, tendría que, por lo menos, informar al lector lo siguiente: “Raúl Vallejo, escritor; militante socialdemócrata y ex ministro de Educación.”

En este mismo campo, la línea editorial de un periódico puede ser muy amplia o, entre otras posibilidades, por el contrario, tomar partido frente a un gobierno. Cualquiera de las opciones es legítima pero la segunda significa convertirse en un actor político más con los riesgos que ello conlleva frente al público. Si se ha tomado este camino, que en otras latitudes lo asumen algunos medios, es indispensable que el público lector lo sepa. En el siglo XIX, los periódicos eran espacios militantes que, en América Latina, se definían liberales, conservadores, radicales, católicos, etc. Un periódico como El Universo que parecería, según observo en el tratamiento noticioso y editorial de los últimos meses, ser un espacio militante de crítica y oposición al proyecto político del gobierno de Rafael Correa, tiene todo el derecho de hacerlo pero también tiene la obligación moral de comunicárselo así a sus lectores. Una vez en esta posición, el medio pasa a convertirse en un actor político más y, por tanto, pasa a sujetarse al ámbito de la confrontación política y sus lectores sabrán que la opinión del diario y el tratamiento noticioso está mediatizado por dicha opción. Lo que resulta carente de ética es que, habiendo definido una línea de oposición, se pretenda mantener la neutralidad desde el discurso.
¿Por qué me parece que su periódico ha optado por ser un actor político de oposición? Pues porque mayoritariamente los editoriales del diario han sido opuestos a los diversos actos del gobierno, porque en la sección de “Cartas al director” se han dedicado a publicar, en su mayoría, cartas de ciudadanos en contra del gobierno, porque el editor de opinión del diario únicamente escribe en contra del gobierno y sus miembros. Lo honesto sería que el periódico se declare en la oposición, que explique sus razones al público lector y, por tanto, que asume la responsabilidad política que esta definición implica. Seguir esgrimiendo la imparcialidad y la objetividad, habiéndolas perdido, es engañar al público. Si estoy equivocado en esta apreciación, sería bueno que la dirección del diario revise las observaciones que he realizado.

El tratamiento noticioso no deja de ser preocupante en aras de la objetividad. Se dice que la prensa publica la realidad pero lo que hace es recortar la realidad y publicar de manera prioritaria el segmento de la “mala noticia”. ¿Cómo creer en la objetivad de un sistema que proclama como principio filosófico que la buena noticia no es noticia? Es así como los diarios se llenan de la impudicia de la crónica roja, noticia en la que no se respeta el espacio más íntimo y privado del ser humano que es el de la muerte; los noticieros condensan en treinta minutos todos los desastres y escándalos posibles llenando de desazón y desesperanza a la gente que los ve. Durante los últimos días ustedes se han dedicado a destacar en la primera plana las noticias negativas: en primera plana va un supuesto aumento en determinadas medicinas y en la página once la noticia de la reunión del presidente Correa con los inmigrantes en España. Al parecer, la línea editorial ha decidido que el presidente, salvo crítica expresa, no es noticia de primera plana. Como usted podrá ver ambas noticias son ciertas, pero el editor de noticias decide qué va en primera plana, qué no va, qué va con grandes titulares, qué va con menor espacio. Ese es el dilema ético al que debe enfrentarse una prensa objetiva.

A eso se referían las cartas de mi asesora Dolores Santistevan de Baca que, la semana pasada, dirigiera al editor de noticias del diario. Sobre el tratamiento noticioso voy a retomar algunos puntos. Ustedes publicaron, tiempo atrás, sendos reportajes sobre las escuelas República de El Salvador y Amazonas, ambas de Guayaquil, que tenían seriamente afectada su infraestructura. Hubiera sido esperanzador para la gente publicar otros reportajes, también de media página, en el que se vea a esas escuelas ya reparadas y la alegría que aquello causó a la comunidad. No se trata de “promocionar al ministro”: después de todo, los funcionarios somos servidores, es decir, personas que hacemos todo lo que está humanamente a nuestro alcance para que se cumplan los derechos ciudadanos, en mi caso, en el campo educativo y siempre obrando de buena fe. Coincido con ustedes que hay enorme problemas en el sistema educativo pero creo también que se está trabajando con mucho tesón para solucionarlos. Si la gente votó por convertir al Plan Decenal de Educación, en noviembre del 2006, en una política de Estado –noticia a la que la prensa, en general, según mi parecer, no le dio la importancia que tenía–, es positivo para la esperanza de la gente informarle que, a pesar de las dificultades, el Plan se está cumpliendo. ¿Se solucionaron todos los problemas? Por supuesto que no: justamente por eso hemos definido un Plan de diez años: en este momento atendemos alrededor del 12% de las necesidades de infraestructura pese a que estamos realizando la inversión más grande de la historia (alrededor de 104 millones de dólares); pero si ustedes, al tratar la noticia, ponen énfasis en el 88% que todavía no se atiende, entonces tendremos a la desesperanza como el sentimiento general de los ecuatorianos. Lo mismo puedo sostener sobre el asunto de las nuevas partidas docentes.

Llegado a este punto, me parece por demás tendencioso y con mala intención el titular del sábado 21, en la sección El Gran Guayaquil, página 2: “Ministro pide se resalte su trabajo con Nebot”. Más allá de la muy buena relación personal que me une al Alcalde de Guayaquil, con quien, sin tomar en cuenta las diferencias políticas que tenemos, realizamos una tarea de servicio a los más pobres de la ciudad, el motivo del reclamo –y así lo verá usted si lee las cartas que la señora de Baca enviara al editor de opinión– fue el tratamiento prejuiciado y sesgado que el diario dio a la noticia de las inauguraciones de locales escolares intervenidos integralmente en la ciudad. Al informar tales noticias se silenció, no sé si de manera deliberada, la presencia del ministro de Educación: jamás publicaron una foto del acto, ni siquiera publicaron fotos de las escuelas antes y después de la intervención; no pusieron énfasis en los discursos propositivos y positivos tanto del alcalde como del ministro en lo que tiene que ver con un modelo de intervención ejemplar en el que también participa la Universidad de Guayaquil, y tampoco sacaron las palabras de gratitud de la gente. Apenas si dijeron que el ministro estuvo presente pero sin señalar el porqué de su presencia. Por el contrario, el periódico puso énfasis, tanto en los titulares como en el desarrollo de la noticia, en la confrontación política coyuntural y en resaltar la presencia del Alcalde como si fuera única. No quiero que la opinión pública se confunda: no se trata de “figurar” –cosa que me es ajena–; se trata de que el periódico no utilice una noticia positiva, como es el trabajo conjunto del Ministerio de Educación, la Alcaldía de Guayaquil y la Universidad de Guayaquil, como un pretexto para priorizar la confrontación desde una toma de posición de política que, al parecer, el diario ha hecho sin informar al público lector. La ciudadanía tiene derecho a saber y a formarse la idea de que en el campo educativo debemos superar las confrontaciones coyunturales y trabajar por un proyecto destinado a hacer de la educación un motivo de esperanza para la gente. Concertar es una palabra clave en el campo educativo.

Pero esto no es todo porque cuando alguien toma partido, el espíritu tendencioso no tiene límites. En la misma noticia, un titular de recuadro viene a confirmar la mala disposición informativa para conmigo: “Publicación del libro de Vallejo tuvo trato diferente”. Para empezar, en término periodísticos la una noticia no tiene relación con la otra: es como si, resignados a publicar una aclaración a la que han tergiversado su sentido con un titular que no da cuenta del texto noticioso, tuviesen que, de todas maneras, insistir en un aspecto negativo. En segundo lugar, el contenido de la noticia, muestra un evidente afán de escandalizar en donde no existe razón alguna para ello. Tercero, el recuadro es un ejemplo típico de lo que en periodismo se conoce como la fabricación de una noticia: cuando no se tiene nada en las manos, la especulación es una manera taimada de insinuación maliciosa sin comprometerse. Bastante he leído para que estas trampas del periodismo inescrupuloso me sean desconocidas; lo que me asombra es que un periódico serio y de tradición como El Universo ahora las esté utilizando. La verdad se concentra en la declaración de mi editor Marcelo Báez –cuyo sello Báez editor en conjunto con Libresa tiene un amplio fondo editorial–: “se pudo hacer esta edición (la de mi poemario Crónica del mestizo) cuando el ministro pidió permiso a La Palabra y esta entidad se lo concedió”. Pero el recuadro enloda con sospechas e insinuaciones perversas lo que es un proceso transparente y sencillo: yo gané el premio en abril del 2006; en noviembre de 2006, cuando ya había pasado algunos meses y el libro no era publicado aún, pedí autorización a fundación La Palabra para buscar una editorial por mi cuenta y también para enviar el poema a revistas de fuera del país y tal autorización fue concedida, no por mi calidad de ministro, como la nota insinúa con mala fe, sino por mi calidad de escritor –situación personal que es suficientemente conocida– que es lo que me define. En todo caso, esa decisión libre de la fundación La Palabra no ha perjudicado a nadie como se quiere hacer aparecer, de manera ligera, en la nota de marras. Yo soy escritor y sucede que, por ahora, estoy de ministro y el hecho de que la sección de noticias política del diario haya tomado partido en contra del gobierno al que pertenezco no le da derecho para querer enlodar mi trayectoria literaria. Lo que confirma este afán persecutorio es que el libro fue presentado en Quito, el 10 de enero de este año, y al parecer el departamento de noticias de El Universo recién se entera de que la fundación dio el permiso correspondiente. No obstante lo dicho, reconozco la cobertura que del evento de presentación del libro en Guayaquil se hizo en el mismo diario en la sección Vida y Estilo, página 2, bajo el titular: “Reflexiones sobre el oficio de escribir”, noticia que me llena de esperanza en el sentido de que habrá un espacio de reflexión por parte de la dirección de un diario que por años se ha ganado el respeto y el cariño ciudadanos.

La discusión sobre el borroso límite entre lo público y lo privado cobra sentido, por lo tanto. ¿Es lícito que un reportero invada y viole la intimidad de Cecilia Bolocco y luego publique las fotos de ella en una casa particular? ¿Cuál es el límite del respeto a la intimidad de un personaje público? ¿Es ético que cualquier grabación hecha sin conocimiento de la persona en una situación personal sea transmitida por televisión? Me parece que esa es una discusión ética que conmueve el sentido mismo de lo que se entiende por libertad de expresión. ¿Es moralmente aceptable que el cadáver de una persona, tendido sobre la mesa de autopsia, sea publicado en un periódico en nombre de la libertad de prensa? ¿Es admisible que los cuerpos esparcidos en una tragedia aérea o en un accidente de tránsito sean exhibidos por los noticieros de televisión? ¿Es correcto que, en medio de un duelo, un reportero acuda al velorio e importune a los deudos buscando una entrevista? Me parece que estas preguntas son pertinentes para definir por lo menos de forma aproximada los límites de los que hablé al comienzo del párrafo.

Este aspecto va unido al tratamiento sensacionalista de la noticia que llevan a cabo los medios; por ejemplo, en una noticia deportiva: “México humilló a Paraguay al vencerlo 6-0”. El titular pudo ser objetivo: “México ganó a Paraguay 6-0” o menos simple: “México goleó a Paraguay 6-0”. El problema es que al introducir el subjetivo “humilló” el sensacionalismo de la prensa convierte a un simple partido de fútbol en una cuestión de “honor nacional”. Lo mismo sucede al recordar, en el peor lugar común de estilo periodístico, el “maracanazo” cada vez que juegan Brasil y Uruguay: en estricto sentido habría que recordarlo cuando en un campeonato del mundo, nuevamente se enfrenten en la final ambos equipos; pero hacerlo cada vez y cuando demuestra pereza mental en las redacciones deportivas. Lo mismo sucede cuando juegan Argentina e Inglaterra: recordar la guerra de las Malvinas es de mal gusto histórico y revela falta de imaginación a la hora del comentario deportivo.
Invito al medio de comunicación, fundado e históricamente dirigido por periodistas honorables, testigo y relator de los sucesos más transcendentes de la historia de nuestro país, para que una vez más abra un espacio para el debate sobre los compromisos que conlleva la libertad de expresión y los alcances de la ética periodística.

Invito a El Universo para que tome la iniciativa en la búsqueda y producción de noticias esperanzadoras, que reconozcan la importancia de las mismas en los procesos de construcción de ciudadanía y democracia, como pieza fundamental en el desarrollo social y en el crecimiento de una sociedad propositiva, cuya permanencia va más allá de gobernantes y temas coyunturales.

Yo sé que en una disputa con un medio de comunicación tengo las de perder: ustedes son un poder que todos los días pueden machacar en contra de una persona hasta destruirla y esa persona apenas tendría la posibilidad de enviar una carta con el peligro de que, como ha sucedido con las cartas de mi asesora, sea manipulada. Sin embargo, todavía confío en que el diario El Universo, que usted dirige, sabrá reflexionar sobre estas palabras que no aspiran a ser la verdad sino una parte de ella.

En cumplimiento del artículo 23, numeral 9, de la Constitución vigente, aspiro a que esta carta, a pesar de su extensión y atendiendo a esa libertad de expresión que usted y yo defendemos, sea publicada íntegramente pues una edición de la misma, que desde ya no autorizo, afectaría el sentido global de mi planteamiento.

Saludos cordiales,

Raúl Vallejo Corral
Ministro de Educación